El derecho a la información: Un combate

07/03/2005
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¿Cuánto vale nuestra información? ¿Se nos manipula mediante una propaganda de guerra cada vez que hay un conflicto? ¿Cómo descubrir esas mentiras mediáticas? ¿Quién censura y en función de qué intereses o de qué prejuicios? ¿Quién dirige los medios de comunicación? ¿Puede salir la verdad de la boca de los medios de comunicación? Como ciudadanos ¿tenemos derecho a opinar sobre la información?

Hace once años, planteábamos todas estas preguntas en un libro titulado ¡Ojo con los medias![1] Al igual que lo hacen las asociaciones de consumidores, nosotros y una decena de personas procedentes de diferentes ámbitos, realizamos un «test», antes y durante la primera guerra del Golfo, de los grandes medios de comunicación: TF1, France 2, Le Monde y sus equivalentes belgas. Una vez releído, visionado, analizado, controlado, recortado y desmenuzado todo observamos que, desgraciadamente, en cada episodio del conflicto, en cada postura tomada y en los verdaderos motivos nos habían engañado completamente. El subtítulo de aquel libro, Manual anti-manipulación expresábamos cuál era nuestro objetivo: darle a cada uno un manual de uso para descubrir por sí mismo las mentiras mediáticas de las guerras venideras. En cierto modo, una llamada al activismo mediático.

Desde aquel momento, nos viene casi siempre a la cabeza la misma pregunta: ¿Han cambiado los medios de comunicación desde que salió nuestro libro? Todos aquellos que lo han leído suelen responder del mismo modo: «cuando veo la televisión, me doy cuenta de que nos siguen manipulando, exactamente con los mismos procedimientos que se describen en el libro».

Desde entonces, los grandes medios de comunicación no han organizado ningún debate serio sobre las mentiras mediáticas, a excepción de algunos pocos periodistas un tanto valientes. Cierto es que se han pronunciado algunos discursos sobre la falsa fosa común de Timisoara (1989) o sobre la primera guerra del Golfo, pero totalmente superficiales, e incluso perversos ya que el mensaje dirigido al público era el de que: «Con estos errores hemos aprendido la lección, todo eso forma parte ya del pasado». Sin embargo, vemos que no se trataba de errores y que, en realidad, cada vez que hay una guerra, vuelven a hacer lo mismo...

La postura es grave y va más allá del problema de la información. Nadie, en ningún país, quiere la guerra, pero irremediablemente siempre vuelve a estallar alguna. Lo peor de todo es que la hacen en nuestro nombre, en nombre de nuestros intereses, según parece, y todo eso no es posible más que por la manipulación de la información, mediante engaños a la opinión pública. Ya es hora de luchar contra esa manipulación y vencerla, ya es hora de batirse por el derecho a la información.

Un fenómeno de “cortafuegos”

¿“Arrêts sur images” (Paren la imagen”[2])  o “paren la crítica”?

Pese a todo, algunos medios de comunicación suelen recalcar el hecho de haber incluido en su plantilla a «mediadores» encargados de responder a las inquietudes de los ciudadanos con respecto a la fiabilidad de la información. El único problema es que a esos mediadores los eligen, y por tanto les pagan, los mismos medios a quienes supuestamente deben controlar. Sería lo mismo que si los deportistas se realizasen el control anti-dopaje a ellos mismos.

Como fenómeno más sofisticado está el programa «Arrêts sur images» de la cadena France 5 que, según parece, todos los domingos al mediodía hace una evaluación crítica de los medios de comunicación, pero...

Pero hay que decir que el presentador de este programa es propiamente un periodista de las altas esferas. Sí, Daniel Schneidermann es un empleado de Le Monde y, en estos momentos, de Libération, dos medios de comunicación que precisamente se encuentran en el banquillo de los acusados por serias violaciones de la deontología periodística. Schneidermann es verdaderamente un periodista en connivencia con el poder, como así lo demostró el interesante documental En fin pris de Pierre Carles (ver referencia). Hay que decir, también, que esa supuesta «crítica de los medios de comunicación» se negó a analizar en profundidad, de forma realmente contradictoria y seria, la cobertura de las grandes guerras llevadas a cabo en estos últimos años por las potencias occidentales.

Nosotros habíamos hecho ya la prueba cuando publicamos en el libro Poker menteur un análisis minucioso de la cobertura mediática francesa e internacional durante la guerra de Yugoslavia y, sobre todo, de las mentiras mediáticas y los falsos anuncios fabricados por Bernard Kouchner sobre los supuestos campos de exterminio masivo de Bosnia. En esa época un asistente de Schneidermann se puso en contacto con nosotros para preparar una emisión de «Arrêts sur images»: larga conversación telefónica, puesta a punto de los temas, enorme interés... y, de la noche a la mañana, sin ninguna explicación, el jefe Schneidermann cancela nuestra participación en el programa. En nuestro lugar, invitará a Bernard Kouchner para que presente su defensa, digamos mejor que para hacer propaganda siguiendo las deplorables costumbres del periodismo de connivencia («tú me pasas información y yo te ofrezco una buena imagen»).

En definitiva, el criticado pasa a antena y el criticador cae en la trampa. Imagínense la sala de un tribunal en donde no pudieran entrar ni los demandantes ni los testigos, sólo la defensa. Pues éste no es un caso aislado ya el programa de Schneidermann nunca presenta una crítica radical de los medios de comunicación.

¿«Arrêts sur images» (Paren la imagen) o paren la crítica? En realidad el fenómeno Schneidermann es un fenómeno de «cortafuegos». Vista la pérdida de credibilidad de los grandes medios de comunicación, vista la creciente desconfianza del público, vistas las graves consecuencias financieras que todo esto puede conllevar (menos audiencia = menos ingresos publicitarios), es indispensable que se «restaure la confianza».  Para ello, ofrecerán al espectador algunos debates sobre posibles errores, reales o no, pero en todo caso bastante más secundarios que serán presentados como pequeñas meteduras de pata. Schneidermann al poner «en guardia», de este modo, a los medios de comunicación les ayudará a salvar su credibilidad. De todos modos se asegura de no ir demasiado lejos, de no entrar a analizar las mentiras mediáticas realmente importantes ni los intereses de mayor rango, y, sobre todo, nunca los intereses franceses. Criticar a las autoridades de EE.UU. pase, pero ni hablar de juzgar a las autoridades francesas ni de las guerras que llevan a cabo en África por los intereses de sus propias multinacionales.

En realidad, Schneidermann, igual que los pseudo-mediadores o los pseudo-“observadores” de los medios de comunicación, cumple una función bien precisa: la de servir de cortafuegos. Quemamos un poco de hierba para impedir un incendio mayor, criticamos a los medios de comunicación en aspectos más secundarios para impedir que el propio sistema mediático sea puesto en duda.

De hecho, lo que el pueblo no llega a saber es la cuestión decisiva de los medios de comunicación: «¿Al servicio de quién están?». El paisaje mediático está cada vez más dominado, digamos monopolizado, por las grandes empresas de prensa que están en manos de millonarios que, obviamente, informan según sus intereses. Murdoch y su estrategia «sexo, sangre, escándalo», Lagardère el traficante de armas, Berlusconi el aliado de los fascistas, etc. La mayoría de los periódicos franceses están en manos de dos de los proveedores principales del ejército francés, Dassault y Lagardère, éste último controla también a la mayoría de los editores, incluyendo los de ¡libros de texto escolares!.

Incluso cuando los medios audiovisuales no están privatizados, lo están al menos por el dominio de los presupuestos publicitarios, es decir, por las multinacionales, o mediante las presiones de los responsables políticos que dependen, ellos mismos y de mil maneras diferentes, de las propias multinacionales. A ello hay que añadirle el fenómeno ideológico dominante que lleva a los periodistas a reproducir, consciente o inconscientemente, los «valores» de la sociedad, es decir, los de las fuerzas económicas dominantes. ¿Qué clase de información independiente podría aportarnos este sistema? Hablaremos de ello más tarde pero, primero hagamos un balance de estos últimos años.

Las reglas de la propaganda de guerra:

Tras la primera guerra del Golfo, ¿cómo han cubierto las demás guerras los medios de comunicación occidentales? ¿Se pueden establecer constantes comunes? ¿Existen reglas inevitables de la «propaganda de guerra»? Sí. Reglas como las siguientes:

1.Ocultar los intereses. Nuestros gobiernos luchan por los derechos humanos, por la paz o por cualquier otro noble ideal. Nunca se puede presentar una guerra como un conflicto entre intereses económicos o sociales opuestos.

2. Demonizar. Para obtener el apoyo de la opinión pública, se debe preparar cada guerra mediante una espectacular mentira mediática. Tras ello, hay que seguir demonizando al adversario repitiendo, sobre todo, imágenes atroces.

3.Olvidarse de la Historia. Ocultar la historia y la geografía de la región, eso hará que los conflictos avivados o provocados por las propias grandes potencias se vuelvan incomprensibles.

4.Preparar la amnesia. Evitar cualquier recuerdo serio de las manipulaciones mediáticas precedentes, eso sólo haría que el público desconfiase.

Regla número 1. Ocultar los intereses.

La regla fundamental de la propaganda de guerra es la de ocultar que esas guerras se llevan a cabo por intereses económicos muy precisos, los de las multinacionales. Ya se trate de controlar las materias primas estratégicas, las rutas del petróleo y del gas, o de abrir mercados y romper los países demasiado independientes, o de destruir países que puedan representar una alternativa al sistema, las guerras, en definitiva, son siempre por razones económicas y nunca humanitarias. Sin embargo, siempre es lo contrario lo que se le dice a la opinión pública.

La primera guerra contra Iraq fue presentada como una guerra cuya  meta era la de hacer que se respetase el Derecho Internacional, mientras que los verdaderos objetivos, expuestos en diversos documentos del gobierno de Estados Unidos (y no todos ellos internos), eran: 1. Echar abajo un régimen que hacía un llamamiento a la unión de los países árabes para resistirse a Israel y a EE.UU. 2. Salvar el control de todo el petróleo de Oriente Medio. 3. Instalar bases militares en la ya reticente Arabia Saudita. Es muy instructivo , e incluso divertido, volver a leer hoy las nobles declaraciones que la prensa europea realizó en la época sobre los nobles motivos de la primera guerra del Golfo. De todo eso, balance cero.

Las diversas guerras contra Yugoslavia se presentaron como guerra humanitarias, mientras que, según sus propios documentos (que cualquiera puede consultar), las potencias occidentales habían decidido echar abajo una economía demasiado independiente frente a las multinacionales y con importantes derechos sociales para los trabajadores. El verdadero objetivo era el de controlar las rutas estratégicas de los Balcanes (el Danubio y los oleoductos en proyecto), instalar bases militares (someter así al fuerte ejército yugoslavo) y colonizar económicamente el país. Actualmente, hay numerosas informaciones que confirman una colonización descarada de las multinacionales, entre las que se encuentra US Steel, el saqueo de las riquezas del país, la miseria creciente que se apodera de la población... pero todo esto se le oculta cuidadosamente a la opinión internacional, al igual que los sufrimientos de la población en muchos otros países recolonizados.

La invasión de Afganistán se presentó primero como una lucha antiterrorista, después como una lucha de emancipación democrática y social, mientras que, allí también, los documentos de Estados Unidos (perfectamente consultables) revelaban de qué se trataba realmente: 1. Construir un oleoducto estratégico que permitiese controlar el aprovisionamiento de todo el sur de Asia, continente, éste, decisivo para la guerra económica del siglo XXI. 2. Establecer bases militares de EE.UU. en el centro de Asia, y 3. Debilitar a todos los «rivales» posibles de ese continente e impedir que se aliasen.

De la misma manera, se podría analizar cómo se nos ocultan las verdaderas intenciones económicas y estratégicas de las guerras en curso o venideras: Colombia, Congo, Cuba, Corea... En definitiva, el tabú fundamental de los medios de comunicación es la prohibición de mostrarnos que cada guerra sirve siempre a ciertas multinacionales, que la guerra es la consecuencia de un sistema económico que, literalmente, impone que las multinacionales dominen el mundo y lo saqueen para impedir que sus rivales lo hagan.

Regla número 2. Demonizar.

Todas las grandes guerras empiezan por una gran mentira mediática que sirve para hacer bascular la opinión pública para que se ponga del lado del gobierno.

-         En 1965, Estados Unidos declara la guerra a Vietnam inventándose completamente un ataque vietnamita contra dos de sus navíos (incidente de la «Bahía de Tonkin»).

-         Contra Granada, en 1983, se inventan una amenaza terrorista (¡ya de aquélla!) que tendría como objetivo los Estados Unidos.

-         El primer ataque contra Iraq, en 1991, se «justificó» por un supuesto robo de incubadoras de un hospital de maternidad de Kuwait City. Mentira mediática fabricada por la empresa de relaciones públicas americana Hill & Knowlton.

-         Del mismo modo, la intervención de la OTAN en Bosnia (1995) se «justificó» por la supuesta existencia de «campos de exterminio» y de bombardeos contra civiles en Sarajevo, atribuidos a los serbios. Las investigaciones posteriores (tenidas como secretas) mostrarán que, de hecho, los autores fueron los propios aliados de la OTAN.

-         A principios de 1999, se «justifica» el ataque sobre Yugoslavia gracias a otro montaje: la supuesta «masacre de civiles» en Racak (Kosovo), que en realidad fue un combate entre dos ejércitos provocado por los separatistas del UCK, los mismos que los responsables de Estados Unidos calificaban de «terroristas» a principios de 1998 y de «combatientes de la libertad» unos meses más tarde.

-         ¿Qué decir de la guerra en Afganistán? Más fuerte todavía por culpa de los atentados del 11 de septiembre. Sobre estos atentados no se hará ningún tipo de investigación seria. Al contrario, los halcones de la administración Bush se precipitarán para pasar al ataque. Un ataque preparado desde hacía tiempo, contra Afganistán, Iraq y algunos otros.

Todas las grandes guerras empiezan por una gran mentira mediática del mismo tipo: imágenes atroces que prueban que el enemigo es un monstruo al que hay que enfrentarse por una «causa justa». Y para que esa gran mentira mediática funcione correctamente, son necesarias algunas cosas: 1. Imágenes horribles, trucadas si es necesario. 2. Repetirlas incesantemente durante días para después seguir mencionándolas de manera frecuente. 3. Monopolizar los medios de comunicación para evitar cualquier versión diferente. 4. Deshacerse de las críticas, al menos hasta que ya sea demasiado tarde. 5. Calificar de «cómplices», incluso de «revisionistas» a todos aquellos que pongan en duda esas mentiras mediáticas.

Regla número 3. Olvidarse de la Historia.

En todos los grandes conflictos de los últimos años, los medios de comunicación occidentales ocultaron, a la opinión pública, los datos geográficos e históricos esenciales para comprender la situación de  las regiones estratégicas concernidas.

En 1990, se nos presenta la ocupación iraquí de Kuwait (aunque no se trata aquí de justificar ni de analizar) como una «invasión extranjera». Se «olvidan» de decir que Kuwait siempre había sido una provincia de Iraq, que había sido separada en 1916 por los colonialistas británicos con el objetivo de debilitar Iraq y de conservar el control de la región, que ningún país árabe ha reconocido jamás esa «independencia» y, en definitiva, que Kuwait fue sólo una marioneta que permitió a Estados Unidos confiscar los ingresos del petróleo.

En 1991, en Yugoslavia, se nos presenta como «víctimas» inofensivas y demócratas a dos dirigentes extremistas, racistas y provocadores que Alemania había armado antes de la guerra: el croata Franjo Tudjman y el bosnio Alia Izetbegovic ocultando que estaban relacionados con el pasado más siniestro de Yugoslavia: el genocidio anti-serbio, anti-judío y anti-rom de 1941-45. Se nos presenta también a la población serbia de Bosnia como invasores, cuando en realidad habían vivido allí durante siglos.

En 1993, nos cuentan que la intervención occidental en Somalia es de carácter «humanitario», ocultando cuidadosamente que las empresas americanas habían comprado el subsuelo petrolífero del país y que Washington pretendía controlar esta región estratégica del «Cuerno de África» al igual que las rutas del Océano Índico.

En 1994, nos muestran el genocidio ruandés silenciando la historia de la colonización belga y francesa, la misma que había organizado deliberadamente el racismo entre hutus y tutsis para dividirlos mejor.

En 1999, nos presentan Kosovo como una tierra invadida por los serbios. Nos hablan de un «90% de albaneses y un 10% de serbios», pero sin mencionar la fuerte disminución del número de serbios durante los genocidios cometidos en esa provincia durante la 2ª Guerra Mundial y durante la administración albanesa de la provincia (en los años 80). No se menciona tampoco la existencia en Kosovo de otras minorías importantes (roms, judíos, turcos, musulmanes, gorans...). Minorías cuya «limpieza étnica» habían programado «nuestros amigos» del UCK y que realizan, hoy en día, con la bendición de la OTAN.

En 2001 se protesta contra los talibanes, régimen ciertamente indefendible, pero ¿quién los llevó al poder? ¿Quién les protegió de las críticas de las organizaciones de los derechos humanos con el fin de poder construir un jugoso oleoducto transcontinental? Y, sobre todo al principio, ¿quién utilizó el terrorismo de Ben Laden para echar abajo al único gobierno progresista que había emancipado a los campesinos y a las mujeres? ¿Quién restableció, de este modo, el peor terror fanático en Afganistán? ¿Quién sino los Estados Unidos? De todo esto la opinión pública no llegará a saber nada, o sí, pero demasiado tarde.

La regla es muy sencilla: ocultar el pasado permite impedir que la gente comprenda la historia de los problemas de esas regiones, y, a la vez, permite demonizar a su gusto a uno de los protagonistas, que es siempre, casualidades de la vida, el que se resiste a los objetivos neocolonialistas de las grandes potencias.

Regla número 4. Preparar la amnesia.

Cuando una gran potencia occidental prepara o desata una guerra ¿no sería ése el momento ideal para recordar las grandes mentiras mediáticas de las guerras precedentes, de aprender a descifrar la información que nos transmiten los estados mayores tan interesados? ¿Alguna vez han hecho eso con alguna de las guerras desatadas en la década de los 90? Nunca. Siempre que hay una guerra, ésta se vuelve una «guerra justa», más justa aún que las precedentes y no es el momento de sembrar la duda.

Los debates se dejarán para más tarde, o ¿para nunca? Un caso flagrante es el que sucedió hace poco cuando uno de los mayores mentirosos fue sorprendido con las manos en la masa por una mentira mediática. Alastair Campbell, jefe de «comunicaciones» de Tony Blair, tuvo que dimitir cuando la BBC reveló que éste había trucado la información sobre las supuestas armas de destrucción masiva. ¿Provocó eso un debate sobre los anteriores éxitos de Campbell? ¿No habría sido interesante explicar que toda la información sobre Kosovo había sido preparada por el mismo Campbell y que, por eso mismo, sería necesario hacer un balance y reevaluar la información que se había dado sobre la guerra en Yugoslavia? Nada de eso se hizo.

La imposible verdad: una cuestión de sistema

La explicación a tantas mentiras mediáticas y, sobre todo, de sus repeticiones pese a las advertencias no es la de que «Todos los periodistas están podridos». Muchos sufren por esta (auto-) censura y lo dirán, en «off», por supuesto.

La explicación es que «no son los periodistas quienes dirigen la información sino los intereses dominantes». El sistema mediático en el que vivimos es el sistema de la imposible verdad. La desinformación no es un accidente, pero es fundamental ¿cómo podríamos decirle a los espectadores que hemos hecho una guerra contra ellos?

El 11 de septiembre de 2001, diez horas después de los atentados, el Ministro de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, uno de los portavoces de las súper-ganancias de las multinacionales armamentísticas, decía triunfante en una conferencia de prensa que «Lo que ha pasado hoy basta para convencerles de que este país necesita, urgentemente, aumentar sus gastos en Defensa y que el dinero que financie estos gastos militares debe ser descontado, si fuese necesario, de las arcas de la Seguridad Social»[3].

¿De qué manera las multinacionales que controlan la información podrían confesar a sus «súbditos» que una guerra sirve exclusivamente para reforzar el poder de los más ricos y poderosos, y que haciéndose por la fuerza con el control de los países del tercer mundo se preparan las deslocalizaciones de mañana y el empobrecimiento de la mano de obra en todas las partes del mundo, incluido aquí?

¿Nada nuevo?

Once años más tarde, nos suelen preguntar: «¿Qué diferencia hay entre la cobertura de la primera guerra del Golfo y la segunda?».

La opinión, de nuevo, ha sido globalmente manipulada, aunque con ciertas dudas en Europa. Los medios de comunicación la tomaron con el tema de Bush sobre las «armas de destrucción masiva». Se nos presentó a Saddam como un peligro al que había que desarmar, mientras que se seguían ignorando las armas nucleares que posee Israel. La misión de los inspectores fue presentada como una «solución» mientras que esto permitía a los espías de Estados Unidos estudiar los objetivos que se iban bombardear. Se repitió incesantemente el tema de la masacre de civiles kurdos en Halabja durante la guerra Irán-Iraq atribuyéndosela, sin más investigaciones, a Saddam, mientras que los mismos informes y declaraciones de los funcionarios de Estados Unidos al respecto lo disculpaban de este acto.

Todo esto ayudó a demonizar al adversario y a expandir el mito de una guerra que permitiría remplazar una dictadura por una democracia. ¡Como si una ocupación colonial estadounidense fuese democrática! Como si Estados Unidos y también Europa no ayudasen a un buen número de dictadores a alzarse con el poder en muchas otras regiones del mundo. Como si Estados Unidos no acabase de intentar, en ese preciso momento, echar abajo mediante un golpe de estado al presidente electo de Venezuela. A pesar de todo eso, los medios de comunicación occidentales presentaron la guerra en Iraq como una «solución al problema de Saddam», aunque pudiese ser arriesgado.

Cierto es que la prensa europea no insistió tanto en algunos temas de sus colegas americanos tan delirantes e increíbles el ántrax, la relación que existía con Ben Laden, etc., pero participó, cuando menos, objetivamente en la cruzada.

Sin embargo, si se compara la primera guerra en Iraq con la segunda, se encuentran, esta vez, tres interesantes diferencias. Tres pequeñas brechas en la uniformidad mediática. No se trata de grandes rupturas, sino de pequeñas grietas que son interesantes. ¿Cuál es el nombre de esas brechas? Internet, Al Jazeera y la que podríamos denominar como «desavenencias».

La primera brecha: Al Jazeera

En nuestro libro ¡Ojo con los medias!, en 1992, subrayábamos la aplastante dominación de las cuatro grandes agencias de prensa internacional: Associated Press  y UPI (USA), Reuters (Gran Bretaña) y AFP (Francia) lo que suponía unos 34 millones de palabras difundidas a diario contra apenas 150.000 de las grandes agencias del tercer mundo. Incluso para informar sobre el tercer mundo, los países del Sur eran completamente dependientes de los del Norte. En todas partes, la primera guerra del Golfo había tenido el rostro de CNN y de los generales de Bush padre.

La aparición de la cadena Al Jazeera cambió esta situación. Esta vez, cientos de millones de árabes y de musulmanes pudieron ver en directo que la guerra era sucia, que el ejército de EE.UU. tiraba contra objetivos civiles, ambulancias, hospitales, periodistas. Además, una buena parte de los telespectadores de Al Jazeera viven en Europa, lo que tendrá un impacto creciente en nuestras opiniones.

De todos modos, el monopolio ideológico de la llamada guerra «limpia» siguió adelante (no es una casualidad que el ejército de Estados Unidos haya tiroteado a periodistas de Al Jazeera en Bagdad y en Kabul).

El príncipe qatarí que financia Al Jazeera no es Che Guevara y Al Jazeera no es una «tele-revolución», pero sí es un reflejo de la revuelta del mundo musulmán frente al imperialismo de Estados Unidos y de las crecientes contradicciones de las élites árabes con ese mismo imperialismo. Todo esto hace que el monopolio mundial de Estados Unidos se tambalee.

La segunda brecha: “Desavenencias”

¿De dónde proceden las diferencias constatadas entre la cobertura europea y la americana en esta última guerra? Constatemos, primero, que no son solamente los medios de comunicación europeos lo que se han alejado un poco del modelo. Un ministro alemán comparó a Bush con Hitler, París y Bruselas tomaron distancias de forma visible. Los medios de comunicación ¿no seguían, de hecho, a sus gobiernos? ¿Por qué?

Aquí, también, la explicación la encontramos en la economía. La guerra de Bush tiene también (y ¿sobre todo?) como objetivo expulsar a Berlín y a París de Oriente Medio. Las sociedades francesas y alemanas son las socias de Iraq, y también de Irán. Si Estados Unidos logra controlar todos los accesos al petróleo y al gas, se apoderará de un arma de chantaje decisiva para la supremacía mundial, y ya que su economía, a largo plazo, va menguando, ésta sería posiblemente una de sus últimas armas.

Sea como fuere, estas desavenencias USA-UE han dado un poco más de espacio a todos aquellos periodistas que deseaban mostrar las realidades objetivas del imperialismo de Estados Unidos.

Estas «desavenencias» ¿representan la solución al problema de la objetividad de los medios de comunicación? ¿Tenemos garantías de que las próximas guerras nos serán presentadas sin censura? Realmente no. TF1 y Le Monde siguen mostrándose poco críticos con las guerras no declaradas que lleva Francia en África. El imperialismo de Estados Unidos se ha convertido en el objetivo ideal de las críticas justamente porque se va oponiendo, cada vez más, a las multinacionales europeas. Pero si mañana otro presidente de Estados Unidos decide volver a un estilo más colegial que el de Bush y si, por ejemplo, Shell y Esso aceptan conceder a Total una parte del pastel iraquí, veremos a un Chirac más calmado y a los medios de comunicación franceses también.

Ésta no es la hipótesis más creíble ya que el agravamiento de la crisis de las rivalidades económicas hoy en día no depende de la voluntad de los individuos. Pero ello muestra, en todo caso, que la alternativa no está ahí para los que buscan una información correcta sobre los problemas de la guerra y de la paz.

La tercera brecha: Internet

Pero el nuevo factor y el más importante frente a la censura es Internet, es decir, desde el buen punto de vista, la irrupción de la población en la batalla de la información.

Hace doce años, todos los grandes medios de comunicación mostraban las mismas imágenes de las grandes mentiras mediáticas: incubadoras supuestamente «robadas», marea negra falsamente atribuida a los iraquíes, supuestas «torturas» de prisioneros occidentales... y los mismos expertos que se encargaban, incesantemente, de confirmar esas imágenes trucadas.

Hace doce años, frente a ese Gran Hermano de la verdad oficial, la única respuesta a nuestro alcance fue un libro. Una respuesta desgraciadamente tardía que sólo pudo llegar a unos miles de lectores.

Sin embargo, durante la segunda guerra del Golfo, numerosos activistas de Internet pudieron aportar, mucho más rápido (incluso el mismo día), informaciones, análisis y testimonios alternativos, y aunque aún no sea suficiente para enfrentarse al sistema mediático actual, sí permite a los militantes de la paz el poder defenderse contra las mentiras mediáticas, y a los periodistas honestos y curiosos el poder obtener otras «materias primas».

El 9 de abril de 2003, Estados Unidos organiza una puesta en escena de la «liberación de Bagdad» (el famoso derribo de la estatua de Saddam). Al haber podido seguir la situación día a día, gracias a Internet, a contactos en la propia ciudad de Bagdad y a una red internacional de corresponsales, pudimos difundir rápidamente y a todo el mundo un «test de los medios de comunicación» que refutaba la puesta en escena y anunciaba la resistencia del pueblo iraquí. Mucha otra gente en todo el mundo hizo lo mismo. «La otra verdad» circula mejor y más rápido. Los reportajes y  análisis de Robert Fisk, los testimonios de médicos situados en la zona como Geert van Moorter y Colette Moulaert, la refutación de las imágenes que nos mostraban y los «test de los medios de comunicación» pudieron circular por todo el mundo. Internet ha favorecido la concienciación en todo el mundo y ayudado a unir a decenas de millones de manifestantes anti-guerra.

Es un fenómeno nuevo y de gran importancia. Hoy existe la posibilidad de refutar la información oficial en pocos minutos y a muy buen precio.

En Seattle, en 1999, la protesta del movimiento anti-globalización tuvo un éxito rotundo gracias a la iniciativa de información directa de Indymedia. Retomada después por Indymédia-Belgique y un por muchos otros. Los intercambios de cooperación internacional se multiplicaron. El verdadero potencial de Internet no ha sido explotado todavía como para crear una organización eficaz de la contrainformación. Pero se está en ello.

La dimensión social de la desinformación sobre la guerra

¿Por qué es tan importante que cada uno de nosotros se implique en la batalla de la información? mientras que todo está hecho para que, ante nuestras pantallas, nos sintamos impotentes frente a la guerra, como simples espectadores de un drama lejano pero que, en realidad, se desarrolla al mismo tiempo en nuestros países.

Cuando Rumsfeld se alegra de que los atentados del 11 de septiembre le permitirán por fin meter mano en las arcas de la Seguridad Social y poder aumentar así los beneficios de sus amigos traficantes de misiles, da en el clavo de la cuestión. La guerra azota también a los americanos, y muy pronto a los europeos si se deja crear el costoso Euroejército.

El espectáculo de la guerra fascina, hipnotiza y sirve para hacerles olvidar a los espectadores que también ellos son víctimas. Bush les roba a las familias americanas llevándose a sus miembros más jóvenes al necesitar más soldados. Una parte de ellos volverán a casa en sacos de plástico y otros traumatizados de por vida. También les quita los ingresos, ya que la guerra sirve para vaciar los bolsillos de la gente corriente para llenárselos a los accionistas. La guerra significa menos dinero para crear empleo, para mantener la seguridad, para mejorar la salud, las escuelas, etc. Y el espectáculo de CNN sirve de juego de manos, de sesión de hipnosis para impedir que la gente se pregunte el porqué de ese doble robo.

CNN y Cía. son una verdadera sesión de hipnosis, una toma de rehenes. Mantienen en vilo a la población sobre aspectos más secundarios de la guerra, mientras que, discretamente, un carterista del Estado les vacía los bolsillos. El sistema mediático es, de este modo, una cárcel del pensamiento, de la reflexión crítica, de la autodefensa.

Por ello la batalla de la crítica de los medios de comunicación y del derecho a la información no es sólo una cuestión que atañe a los especialistas, sino a todos nosotros.

¿Tenemos derecho a la información?

En esta batalla (ya que la información no es un regalo sino un combate), creemos necesario desarrollar urgentemente un análisis crítico de la propaganda de guerra y de los intereses ocultos. En primer lugar, en las escuelas. La educación sobre los medios de comunicación debería formar parte del temario básico, pero no como una especie de complaciente autopublicidad de los periódicos en los colegios, sino bajo una forma realmente contradictoria y analítica.

No basta con gritar «¡Nunca más!», tras las mentiras mediáticas de cada guerra. Es necesario intentar comprender siempre las verdaderas posturas económicas y estratégicas de cada guerra. Desenmascarar a los autores que manejan los hilos. Organizarnos colectivamente lo más rápido que podamos y difundir a todos los lugares posibles los resultados de los test de los medios de comunicación que elaboremos juntos.

El derecho a la información hay que conquistarlo.

Michel Collon

michel.collon@skynet.be

Bibliografía:

Anne Morelli, Principes de la propagande de guerre, EVO, Bruselas, 2001.

Edward Herman & Noam Chomsky, Manufacturing Consent, Pantheon, Nueva York, 1988.

Michel Collon, Attention, médias!, Les médiamensonges du Golfe, Manuel Anti-Manipulation, EPO Bruselas, 1992 – Poker menteur, EPO, 1998 – Monopoly, EPO, 2000. Test de los medios de comunicación Yugoslavia et test de los medios de comunicación Kosovo.

Geoffrey Geuens, Tous pouvoirs confondus,  (Médias et capital à l’ère de la mondialisation)

Kosovo et médias, débat avec Jamie Shea, portavoz de la OTAN, vídeo, Bruselas, 2000.

Vanessa Stojilkovic & Michel Collon, Los Condenados de Kosovo, vídeo, Bruselas, 2002.

Este texto aparecerá en enero de 2004 en la obra colectiva Médias et Censure. Figures de l’orthodoxie (Pascal Durand éd.), Lieja, Éditions de l’Université de Liège. Coll. “Sociopolis”, ISBN 2-930322-70-5

(Traducción del francés: Marta Veiga Bautista)



[1] Michel Collon, ¡Ojo con los medias ! (Attention, médias !), EPO, Bruselas, 1992.

[2] N. de la T.: En el original “Arrêts sur images” nombre de un programa de la cadena de televisión France 5..

[3] Peter Franssen, Le 11 septembre, EPO, Bruselas, 2002, p. 126.

https://www.alainet.org/es/articulo/111523
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