La “etapa” ecologista del capital
Sustentabilidad de la sustentabilidad globalizada
11/04/2005
- Opinión
Del 16 al 18 de marzo de 2004, se realizó en Foz de Iguaçu un
encuentro largamente preparado denominado “Roundtable on
Sustainable Soy” e identificado por su sigla también en inglés,
RSS (en alguna ¿vergonzante? página interior aparecerá el nombre
en castellano: Foro sobre soja sustentable). 1ª Conferencia. La
sede es el hotel más presuntuoso de la ciudad: el Bourbon.
Desde hace algunos meses, el Grupo de Reflexión Rural, GRR,
apoyándose en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero,
MOCASE Quimilí, estuvo promoviendo la formación de un
“Contraencuentro de Iguazú”, simultáneo, llevado a cabo en Sâo
Miguel Iguaçu, en el predio de la escuela ITEPA (un inmenso
laboratorio de producción y experimentación agrario) del
Movimiento de los Sin Tierra del Brasil, MST. El contraencuentro
tuvo como consigna: “En defensa de la vida frente al gatoverdismo
empresario de la industria de la soja”.
En un país como Argentina, totalmente invadido y penetrado por
la soja y en particular por la soja transgénica (que totaliza más
del 99% de la soja nacional) y en un país como Brasil, donde el
titular principal de la soja transgénica en el mundo, el
laboratorio estadounidense Monsanto, se ha dedicado a implantarla
de contrabando cuando todavía las autoridades resistían, un
observador no avisado se dejaría llevar por el enfrentamiento más
lógico y sencillo: el encuentro expresará el fundamentalismo
tecnocrático, los intereses de los principales laboratorios de
ingeniería genética (Monsanto totaliza más del 90% de los
renglones agrarios transgénicos del planeta) y el contraencuentro
se ubicará desde la agricultura orgánica, “defensa de la vida”...
Nada más equivocado que semejante pintura en blanco y negro. Al
llegar al Bourbon tropezamos con un repartido de un Grupo de
Trabalho de Florestas titulado: Relaçao entre cultivo de soja e
desmatamento que afirma: “la concentración de la propiedad de la
tierra [...] con la subordinación de los patrones culturales y
productivos de las comunidades locales y regionales al patrón
conducido por los nuevos actores sociales [...] lleva a un
desplazamiento de los agricultores pequeños [...] y un avance del
desmonte.” Y la coordinadora de prensa del encuentro “oficial”
aclara que ese repartido no constituye documentación de los
patrocinadores, con lo cual trasluce, sin querer o queriendo, el
democratismo imperante.
La sorpresa continúa: los materiales “oficiales” promueven la
soja orgánica. Este encuentro no es “transgénico”. Monsanto no
figura en el reparto. Este encuentro no huele a madeinUSA.
Pero sabemos que “la movida” sí empezó en Europa. Y sin
embargo, mi ocasional anfitriona, que se presenta como
perteneciente a la convocante Fundación Vida Silvestre pone
énfasis en “separar los tantos” entre el oso hormiguero y el panda
(la WWF, con sede en Suiza, fue la convocante inicial, de este
encuentro): que la internacional “desconoce nuestra realidad”
latinoamericana, regional, local...
El lector memorioso recordará las disquisiciones entre el
capitalismo anglosajón y el renano; el primero más desnudo, “duro
y puro”, el segundo más socialdemócrata, procurando encontrar,
preservar o forjar los colchones sociales que hagan menos dura la
realidad...
Y bien: el encuentro del Bourbon es una manifestación de esta
última variante, en la puja nunca del todo explicitada, nunca
resuelta, entre los Bush-Thatcher por un lado y Europa
(Occidental) por el otro.
La mesa redonda del Bourbon expresa, para decirlo en término
más actuales, la estrategia euro frente al dólar.(1) Un mero
recorrido por el listado de las organizaciones participantes nos
da su procedencia y el rumbo consiguiente: trece organizaciones
latinoamericanas provenientes de cuatro estados americanos y
periféricos (Argentina, Brasil, Paraguay y Ecuador); diez
provenientes de cinco estados primermundianos: Suiza, Holanda,
Reino Unido, Francia y Canadá. Un encuentro entre el universo
europeo y uno tercermundiano encarando una política que el
menemismo, con sus “relaciones carnales” y la sojización
transgénica, nos había hecho olvidar en Argentina.
Uno busca y rebusca entre los participantes del encuentro
bourbonesco y no aparece ni Monsanto ni las “conexiones locales”
(ASA, AACREA, AAPRESID) del emporio sojero (y transgénico)
argentino. Es lógico que no aparezcan. Si en el encuentro campea
lo orgánico como “la política” alimentaria.
Uno podría sentir alivio. Como cuando uno, interrogado en tiempos
de “las dictaduras de la seguridad”, pasaba del interrogador malo
al bueno; de las amenazas, los golpes e instrumentos al tono
“comprensivo” y no insultante...
Pero en realidad es mucho más complicado que eso. Porque los
europeos que promueven el consumo de alimentos orgánicos se
sienten a leguas de distancia, política, ecológica, de los
personeros de la Casa Blanca, la USAID, el BM o la OMC, los
actuales destratadores del planeta y sus habitantes. Uno entonces
no puede confundir a los sojeros genéticamente modificados de la
Argentina y el USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU.) con los
holandeses de Articulación Soja entre Holanda y Brasil. Estos
últimos, por ejemplo, elaboran sus “soluciones” a partir del
reconocimiento de los destrozos ambientales, sociales y humanos
desencadenados por la soja transgénica y monocultivada. No son, al
menos no se sienten, “torturadores buenos”, sino gente responsable
de sus actos, con los cuales procuran, incluso, mejorar relaciones
sociales.
Sin embargo, la relación instaurada en el mundo hace 500 años,
la cuestión imperial, definitoria, no se disuelve por las buenas
intenciones (solamente).
Tenemos entonces que ver si el encuentro de la crema agraria en el
hotel Bourbon de Foz de Iguaçu cambia los términos de la ecuación
política que desangra a la periferia planetaria.
Dicho encuentro revela las inquietudes más frescas del mundo
rico. El consumidor europeo no está dispuesto a tragar lo que las
corporaciones le “brinden” sólo para mayor gloria de sus
dividendos; de inmediato aparecen corporaciones (otras, las
mismas) que están dispuestas a ocupar ese nuevo nicho.
Algo significativo: la conciencia ecológica se está abriendo
paso en el mundo entero, entre víctimas y victimarios. El
encuentro del Bourbon expresa una vez más que hay victimarios, o
para decirlo suavemente, usufructuarios, que no quieren llevar esa
carga consigo. Porque la globalización lleva a la condición de
victimarios, incluso, a quienes no tienen ni deseos ni valores
para ser tales.(2)
El lenguaje verde puede confundir. Sin embargo, el verdadero
nervio, como diría Jacques Prévert, surge prístino de los
documentos que el capitalismo, o el capital, devenido ecologista,
ventila. Tal vez deberíamos hablar del “mundo rico” (primer mundo,
mundo desarrollado, aunque la denominación más acertada, a la luz
del diseño económico-socio-ambiental planteado, debería ser la
vieja y para tantos obsoleta denominación de “mundo
subdesarrollante”).
Veamos primero una caracterización de “los actores”. Con ello
podremos verificar cuánto hay de cambio real o de cosmética. En
tanto en el contraencuentro se hablaba de ‘gestión directa de los
trabajadores’, de responsabilidad social de los seres humanos en
tanto que tales, de la defensa de las condiciones de sujetos
protagonistas, de cada uno de nosotros, los humanos (en el
pensamiento crítico, en la izquierda, ha hecho crisis el culto al
superhéroe y a la vanguardia como dadores de libertad, justicia o
fraternidad; cuesta cada vez más atar ambas moscas por el rabo: la
del protagonismo de las bases y la de los líderes-todo-terreno,
aunque el doblete persista), en el encuentro convocado por
organizaciones establecidas dentro de la sociedad vigente, el
acento aparece puesto en la condición de los clientes. Una función
pasiva, la de recibir de las empresas “lo mejor”.
¡Menudo cambio de sujeto!
Con el ambiente pasa lo mismo que con los humanos.
Un cuidadísimo folleto(3) del Grupo André Maggi, el
Grobocopatel brasileño, se abre con una frase más bien inusitada
entre los optimistas de la soja argentina: “¿Tenemos acaso derecho
a actuar como si fuésemos la última generación sobre el planeta?”
Auspicioso, ¿no? Sin embargo, la frase siguiente revela, una vez
más, el verdadero nervio de tan sabia pregunta: “¿Se puede todavía
generar dividendos y reducir costos? Y la respuesta es: ¡sí, se
puede! ” ¡Aleluya!
Con lo cual no nos sorprende que en una descripción de la
globalización nuestro neoecologista Maggi califique la estabilidad
ecológica como “cualidad de lo ambiental” (citando probablemente a
Pero Grullo) y la económica –con un reduccionismo digno de mejor
causa– como “rentabilidad” así, a secas.
El descubrimiento de la “sustentabilidad como respuesta al
desastre social y ambiental”, “la atención a las necesidades
sociales de las familias y comunidades rurales” son novedades que
han alterado la sensibilidad del capital devenido ecologista. Como
bien aclara el folleto Maggi, “esta creciente preocupación por los
problemas ambientales [... hace que se] repiense el rumbo del
desarrollo y que se cree un término nuevo: el desarrollo
sustentable.”
El lenguaje del folleto maggiano revela esta conciencia
escindida que ya no puede ignorar la cadena de desastres
disparados con la revolución agroquímica. De la cual sacaron tanto
provecho los mismos que ahora la “superan”...
El ambientalismo última edición nos regala todo un vocabulario,
que no por novedoso deja de ser prístino en sus objetivos. El
representante del consorcio Carrefour ante la Mesa Redonda
sustentable nos informa que Carrefour tiene a su cargo “7 000 km
de ríos preservados” y “180 000 ha de tierras conservadas y
protegidas”.
Pero apenas avanzando unas frases la voz del amo Carrefour deja
oír quién es el destinatario de tanta preocupación ambiental: el
consumidor.
Carrefour quiere construir un “consumidor consciente”, una
especie de “consumidor nuevo”, parafraseando tanto la ideología de
la izquierda radical como la de la derecha nazi con sus
sueños/pesadillas (táchese lo que no corresponda) de “hombre
nuevo”: “porque, ¿de qué vale mejorar la calidad si el cliente no
lo advierte”, ¿eh?
Pero definiendo de este modo qué o quién es el sujeto de los
cambios y qué o quiénes el o los objetos, queda claro el proyecto;
una verdísima renovación del capital protagonista.
La renovación que tanto luce en la Mesa Redonda nos muestra hasta
qué punto ha penetrado la crítica ecologista en la sociedad en
general, y sobre todo, hasta qué punto ha llegado el desmadre
planetario para que algunos de los que fueran sus mismos
privilegiados quieran torcer el rumbo.
Porque lo significativo es en Iguaçu el intento de un sector
del primer mundo, el más euro, de afinar los términos del
intercambio. Porque los suizos, los holandeses, los franceses,
entendámonos, quieren comer y vestirse de modo sustentable. Luego
de décadas de “optimismo tecnológico” durante los cuales se
dejaron invadir por toda la selva química en los alimentos, los
vestidos, la vida cotidiana, advierten con creciente preocupación
que se trata de una vía, que si no es muerta, lleva a la muerte.
Los europeos quieren comer bananas orgánicas, no con el Nemagón
que esteriliza a los cosechadores hondureños,(4) quieren vestirse
con algodón orgánico no con el algodón que aniquila la vida en los
campos de Sudán.(5)
Esta exigencia, relativamente reciente desde Europa, contrasta
con ese reino de la inocencia que se denomina EE.UU. en donde la
desinformación sistemática es tan sistémica que la población, pese
a los intentos de los lúcidos y críticos que honran ese país,
sigue envenenándose alegremente y, de paso, y a menudo a mayor
ritmo, envenenando a otros.
Lo que queda en pie en la movida euro del Bourbon es lo
definitorio, algo a lo que, aparentemente, tampoco los europeos
quieren renunciar: la relación centro-periferia, lo que en
lenguaje un poco pretérito pero mutatis mutandi tan actual se
califica como la relación metrópolis-colonia.
La tan meneada división internacional del trabajo. Países cuyos
destinos se construyen como dadores de materia prima para otros
(países, empresas, capitales, personajes).
El plan de soja sustentable no cuestiona en momento alguno esa
relación que hace que los países ricos se enriquezcan y los pobres
se empobrezcan.
¿Y si la división es tan tajante, tan radical, por qué tiene
andamiento, por qué es viable?
Del lado metropolitano no es tan extraña la aceptación: se le
ofrece a sus poblaciones un consumo privilegiado, de nivel
superior al que tendrían si no mediara dicha relación.
¿Y del lado colonial (de lo que en la jerga económica se llama
“países en desarrollo” con la misma semántica mediante la cual el
folleto Maggi habla de los agrotóxicos como “fitosanitarios
defensivos” o con la que la Casa Blanca y la constitución de
EE.UU. definen a su área militar como “Ministerio de Defensa”...),
del lado colonial o periférico?
Vieja, ancestral política imperial es la de valerse de “aliados
locales”. Lo hacían los romanos dividiendo a los “bárbaros”, lo
hizo Cortés con los tlacaltecas contra los aztecas; lo vivimos
recientemente con el doctorado Menem pese a que no hablaba
american, y su otro doctor, Cavallo, que reside normalmente en
EE.UU. (¿por qué no?, preguntaría con la mayor “inocencia”).
En los países dependientes algunos grupos sociales se
benefician grandemente con la alianza necesaria para viabilizar la
división internacional de trabajo: te doy préstamos y know-how, me
das agua, comida, minerales. Siempre viene un poco más de créditos
que sólo préstamos para llevarse el agua, el humus, los metales;
siempre viene un poco más de técnica que la imprescindible para
llevarse el agua, el humus, los metales. Y otros grupos y clases
sociales se benefician asimismo, siquiera marginalmente, con ese
mismo intercambio. La “modernización”, sin ir más lejos. “Todo el
mundo” con TV. Los celulares, “el último grito”, se están
socializado (con el “estilo de vida” que expresa y con su
contaminación, de la que no se habla).
En los países periféricos estos pasos de siete leguas se pagan
con un altísimo precio: depredación de recursos naturales,
exacción que los destina a otras latitudes, marginación de las
poblaciones rurales, contaminación y desmantelamiento de sus
hábitats, desocupación, pérdida de soberanía alimentaria.
El correlato de todo esto es bien conocido: mientras en los
países centrales la urbanización provino de la industrialización,
en América Lapobre la urbanización proviene del despoblamiento del
campo. Los “asentamientos”, las “urbanizaciones”, los ”pueblos
jóvenes”, las “poblaciones”, las villas(miseria), los cordones
suburbanos de las ciudades de la región (y tercermundianas en
general) son expresión de la miseria a que han sido condenados los
campesinos expulsados de sus tierras en las sucesivas olas
modernizadoras: es lo que ahora estamos viendo, en Argentina, en
Uruguay, en Brasil, en Paraguay, con la soja agroindustrial
(aunque no sólo con ella).
El planteo de la “soja sustentable” procura “superar” semejante
latrocinio. Postula una relación diferente: ya no grandes
consorcios metropolitanos devastando áreas y su población para
arrancar los frutos, sino un acuerdo entre redes de consumidores
de alimentos orgánicos y responsables en intercambio con
agricultores pequeños y orgánicos (ejemplo: Articulación Soja
Holanda-Brasil). Sólo que supera los detalles pero no el fondo de
la cuestión.
Hay que reconocer, empero, que, con sabiduría y hasta coraje
intelectual, Jan Maarten Dros se atreve, en la introducción de su
informe Manejo del boom de la soya: dos escenarios sobre la
expansión de la producción de soya en América del Sur, que es uno
de los materiales base del encuentro del Bourbon,(6) a mencionar
dos sogas en la casa del ahorcado: “La sustentabilidad de este
modelo en sí [el de la “soja sustentable” que él mismo presenta]
es ciertamente cuestionada por varios grupos sociales y
ambientales que abogan por la aplicación de otros modelos de
desarrollo para satisfacer la demanda mundial de alimentos, tales
como el de la autosuficiencia regional o el de la reducción del
consumo.”
Semejante reconocimiento parece básicamente inconcebible en el
modelo american de modernización que ha dominado la Argentina
desde los 90 (para hablar sólo de su período de apogeo).
Pero es el único párrafo que alude, que roza semejantes
alternativas, resumidas en esas cinco palabras: autosuficiencia
regional o reducción del consumo.
El cúmulo de informes de la RSS transita la división
internacional que hemos venido glosando reafirmando la relación
centro nutriéndose / periferia desnutriéndose, pero con mejores
modales, con mayor calidad ambiental, con mejores formas de
participación y a la vez con la conciencia tranquila.
La Articulación Soja holando-brasileña revela la crisis, no
sabemos todavía si terminal, de los proyectos de reconfiguración
mastodóntica al estilo de lo ocurrido con los capitales sobre todo
norteamericanos en Argentina (para no mencionar ejemplos más
extremos, con el ingrediente de la brutalidad, como en Haití o
Irak).
Cuando uno ve estos “giros copernicanos” a cargo de los
titulares del poder de siempre, algo no va. Este salto de la soja
transgénica a la soja orgánica nos hace acordar el de la soja
convencional, con agroquímicos, a la transgénica en Argentina. A
fines del s.XX, pudimos escuchar en la Bolsa de Cereales de Buenos
Aires, a un ejecutivo de Novartis (“hermano menor” de Monsanto en
el rubro), Enrique Kiekebusch, proclamar que “gracias a los
alimentos transgénicos íbamos a poder sentir otra vez el gorjeo de
los pajaritos en los árboles” al suprimir los agroquímicos... el
pequeño detalle era que Novartis, Monsanto y demás laboratorios
agroquímicos eran los que habían inundado los campos con veneno...
también escuchamos que íbamos a ‘preservar los bosques por la
mayor productividad de las variedades transgénicas’. Los años del
futuro ya son nuestro pasado y lo que verificamos es que los
agroquímicos se siguen no sólo usando sino aumentando sus
aplicaciones (por la “soja guacha” y otros “imponderables”...) y
que los montes son arrasados para plantar soja transgénica que
tiene un ligero rinde menor (ah, pero habíamos escuchado mayor...)
por ha.
Con tales antecedentes, no podemos ver la jugada de la
sustentabilidad sino como un recurso más, un recurso táctico, una
técnica de inversión y promoción, más pulida que las
tradicionales, por más provista de buenas intenciones que esté.
Hay dos aspectos laterales que merecen observación.
1. No es nada casual que la movida euro-metropolitana haya tenido
lugar en Brasil, que se caracteriza, en estas cuestiones, por una
situación considerablemente diferente a la argentina.
En Argentina, Monsanto logró una transgenetización
prácticamente total de la soja, sin resistencias visibles durante
los noventa y buena parte del primer lustro del s. XXI,(7)
logrando el USDA y Monsanto un triunfo total que sólo alcanzaron
en otro país del mundo; el propio, EE.UU.
En Brasil, en cambio, como en Francia, el Reino Unido, el País
Vasco, Etiopía, Zambia, Filipinas y en tantos, tantos otros
países, la lucha de los grandes laboratorios, y principalmente
Monsanto, ha sido ardua y no ha logrado el avasallamiento que
figuraba en su estrategia (con la teoría del dominó, por ejemplo,
como se denominó con impudicia, el proyecto de que, una vez
implantada la soja genéticamente modificada en EE.UU. y Argentina,
iba a ser sólo cuestión de tiempo, voltear al tercero y último
gran comercializador mundial de soja; Brasil).
Pese a la obsecuencia leve del gobierno de Cardoso y mayor del
gobierno de Lula, “el bando de los refractarios” se ha mantenido,
mal que bien, en pie, y hay que concluir que “la movida del
Bourbon” es una expresión de resistencia a la invasión
transgénica.
En ese sentido, la contramovida del GRR y el MOCASE pecó de
argentinizar la realidad ajena, llevando sus justas banderas a un
sitio no del todo apropiado (esta consideración no hace sino
exaltar más todavía la hospitalidad del MST).
Habría que inferir que si la RSS se sale con la suya, quedan en
pie los males de la división internacional del trabajo, pero no se
trataría de un round ganado por Monsanto.
2. Hay que hacer conciencia –no es nada novedoso y muchos lo han
señalado– acerca de la disposición y la capacidad permanente de
“recuperación” de las ideas críticas, irruptoras, subversivas,
por parte de los titulares del poder. Como pasó con el tango, con
las leyes sociales, el fútbol y los derechos humanos, los
titulares del poder dominante degluten, absorben las críticas y
las metamorfosean en pilares o sostenes de la misma relación
inicialmente cuestionada. La ecología fue largamente ninguneada;
Rachel Carson era una impostora (fue quien, con Silent Spring,
advirtió de los pájaros aniquilados con agroquímicos, revividos
por Kiekebusch).
Viendo quiénes eran los titulares del encuentro bourbonesco se
puede inferir que tarde o temprano nos vamos a enterar de una
nueva cantinela; la del cliente activo y protagonista de sus
“propias” elecciones, y de que se otorgarán vías (bien
reguladitas, eso sí) para que los clientes abandonen su pasividad
“tradicional” y decidan por sí mismos, espontáneamente, sobre el
paquete de productos que les ponen delante de los ojos.
Porque no podemos olvidar que lo que se llama habitualmente “la
derecha”, las fuerzas políticas que defienden lo estatuido, ha
estado permanentemente dedicada a esa labor de recuperación.
Como ha explicado magistralmente Leszek Kolakovski,(8) la
izquierda necesita de la utopía (a caballo de la cual, valga mi
digresión, demasiadas veces se han cometido atrocidades), pero la
derecha necesita del engaño. Porque la derecha, por definición,
defiende lo que existe.
Y por lo tanto, por más reformas que pretenda, constituye una
posición conservadora.
El asunto es que al valerse del engaño como recurso político,
necesita imperiosamente del autoengaño, que le otorgue un respiro
moral, que habilite una legitimidad, un recaudo psicológico para
sus objetivos. Que le permita seguir manejando los hilos del poder
como siempre pero como si se tratara de algo radicalmente
distinto, de una renovación fundamental, un trastocamiento de las
condiciones de vida, de las relaciones de poder por las cuales
viven como viven, y realizan el mundo tal cual es.
En las actuales condiciones la modalidad de la derecha más
aggiornada se inviste como un rey Midas Verde; todo lo que toca
deviene oro, pero cada vez con un tono menos depredador y más
sustentable; responsabilidad, cuidado, preservación... , pero
¿puede haber un capitalismo piadoso, solidario y respetuoso?
* Luis E. Sabini Fernández es periodista, editor de Futuros,
columnista de El Abasto, coordinador del seminario de Ecología y
DD.HH. de la cátedra de DD.HH. de la Fac. de Filosofía y Letras de
la UBA.
Notas:
(1) Recomendamos, como análisis de este último enfrentamiento, el de
la invasión de EE.UU. a Irak, del canadiense Paul Harris: “La
guerra de EE.UU. contra Europa”, Futuros, no 5, Río de la Plata,
invierno 2003 (el original en inglés está en internet en “Yellow
Times”).
(2) Oír a un trabajador manual, anarcosindicalista sueco, en pleno
Círculo Polar Ártico, despotricar contra los fondos de pensión es
ilustrativo: “-¿Por qué tenemos que aprender a manejar inversiones
bursátiles, apuestas financieras? El capitalismo procura
persuadirnos que eso es lo mejor ¡pero yo no quiero dedicarme a
esas actividades! ¡Hacer capitalista a todo el mundo, interesado
en inversiones de capital!”
(3) Guia do medio ambiente, Rondonópolis, s/f.
(4) La devastación producida durante décadas por los despliegues
agroquímicos de las corporaciones “modernas” descargada sobre las
espaldas de los peones “extractores” y estibadores está ahora bien
documentada: en Honduras son miles o decenas de miles los
trabajadores intoxicados junto con sus familiares por el Nemagón
(1,2-dibromo-3-cloropropano), un compuesto de los “mágicos” de la
Revolución Verde, inventados hace medio siglo.
(5) Sudán ha sido durante buena parte del s. XX el principal
productor de algodón del mundo. Sus enormes tierras han sido
devastadas con agroquímicos. Y con ella, lo han sido su flora, su
fauna, su población, en primer lugar la infantil.
El material citado fija una estrategia a partir de un
presupuesto discutible que el autor no discute: la sojización
creciente. Aceptada con la ineluctabilidad de un fenómeno celeste,
critica su avance irrestricto y postula encauzarlo preservando
áreas (parques nacionales, bolsones presuntamente incontaminables,
una suerte de museos vivientes, valga la contradicción), y pasando
cultivos a la modalidad orgánica.
(6) Que en el 2005, la Federación Agraria Argentina “se pare de
manos” e inicie una serie de resistencias contra Monsanto y se
alíe con Greenpeace para la denuncia, no le quita ni una coma a lo
afirmado, puesto que FAA fue una de las cabeceras de puente de
Monsanto en Argentina con sus semillas transgénicas. Que la FAA
ahora se rasgue las vestiduras ante las demandas de cobros
probablemente exorbitantes del laboratorio norteamericano
revelaría que la FAA quería estar sólo a las maduras: su queja
puede verse como un ejemplo de viveza criolla.
(7) “El significado del concepto ‘izquierda’ ” en El hombre sin
alternativa [recopilación de ensayos], Madrid, Alianza, 1970.
https://www.alainet.org/es/articulo/111745
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