Chateando con el Gobierno
11/04/2005
- Opinión
La ley 25.873 obliga a los proveedores de servicios de
telecomunicaciones a captar las comunicaciones que
transmiten y eventualmente derivarlas para su observación
remota por parte del Poder Judicial o el Ministerio Público.
Todo el tráfico que generamos vía Internet, sea por correo
electrónico, navegación en la web, utilización de
mensajeros instantáneos, etc. será guardado por diez años y
podrá ser observado. La ley que estaba pendiente de
reglamentación se ha tornado operativa a partir del Decreto
del Poder Ejecutivo Nacional número 1563/2004.
Dado que cada vez una mayor cantidad de asuntos de las
personas transcurren por el ciberespacio, la Internet así
reglamentada en la Argentina pondrá buena parte de nuestra
vida privada en carpetas virtuales para que el Estado las
utilice. Y si nos atenemos a las costumbres del Estado
argentino podemos suponer que la Secretaría de Inteligencia
será la depositaria de nuestra privacidad.
"Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo
ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un
tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la
autoridad de los magistrados" dice el artículo 19 de la
Constitución Nacional y fue escrito en tiempos en que el
único medio técnico a disposición de los funcionarios para
espiar a los ciudadanos era el abrecartas. El artículo 18
también declara inviolable la correspondencia epistolar y
los papeles privados. La nueva ley de vigilancia
equivaldría a que en tiempos de la Constitución se hubiera
obligado al correo a copiar y guardar todas las cartas que
circularan por diez años para que pudieran ser abiertas en
cualquier momento.
El valor que se invoca como fundamento en el decreto
presidencial para justificar esta intromisión en la
privacidad de todos los argentinos es el de la seguridad.
Para prevenir el delito, nos dice el gobierno, se vigila a
todos los ciudadanos. La excusa es muy endeble si tenemos
en cuenta que las políticas específicas sobre el
delincuente son blandas en contraposición con este duro
trato a la sociedad en general. Pero aunque el delito
pudiera ser prevenido colocando a un gendarme al lado de
cada uno de nosotros, o revisando nuestros papeles o
poniendo en peligro nuestros legítimos secretos por el mero
hecho de que nuestras comunicaciones sean registradas, el
precio a pagar sería mucho más alto que el costo de la
delincuencia que soportamos. El Estado, nuestro defensor,
se convierte así en un peligro mayor que cualquier agresor
privado.
Y si de prevenir delincuencia se tratara, la nueva ley y su
reglamentación crean un jugoso botín para la extorsión y la
persecución. Robar registros será más rentable y menos
riesgoso que cualquier modalidad criminal actual. El delito
se combate con políticas específicas sobre los criminales y
no privando de vida privada a toda la población.
Por Internet circulan relaciones personales, ideas
políticas, secretos profesionales, diagnósticos médicos,
proselitismo, creencias religiosas, planes de inversión,
estrategias de competencia. No puede permitirse un ojo
vigilante sobre los ciudadanos. bajo el riesgo de construir
de la noche a la mañana un Estado totalitario.
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