Tieso, juirme, aguila... moso nomás
Urge terminar tareas de descolonización
01/05/2005
- Opinión
(Conferencia de Gustavo Gutiérrez sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, ante el Congreso Peruano)
Quisiera en primer lugar, agradecer a la comisión organizadora de esta Conferencia Permanente de los Pueblos Indígenas por esta invitación que me permite desde mis límites y lagunas compartir con ustedes algunas reflexiones que todos en este país llevamos siempre muy adentro. Quiero agradecer también la posibilidad de tener que compartir aquí en esta sala y con la presencia de distinguidos miembros de nuestros Congreso Nacional.
Gracias por la iniciativa de esta conferencia y por la invitación. El reclamo por paz y justicia, es un reclamo profundamente humano, urgente además en circunstancias como las nuestras, sobre todo si pensamos en la condición de pueblos que han sufrido y sufren violencia e injusticia seculares. Permítame presentar esas reflexiones en tres partes.
En la primera, quisiera decir con alguna referencia rápida e histórica algo respecto a las dificultades que nuestras sociedades en América Latina y muy concretamente la nuestra en el Perú han tenido y tienen para reconocer a los pueblos indios, a los pueblos indígenas, pueblos andinos y pueblos amazónicos, dificultades en las que, de alguna manera, todos participamos naturalmente. En una segunda parte, quisiera, en el contexto que corresponde, recordar algunas relaciones entre justicia y paz, y finalmente unas palabras, en una tercera parte, pero de una manera breve, sobre la situación ante el cambio de época, incluso de fechas. Estamos todos con el tema del milenio que estamos viviendo en este tiempo.
Un gran historiador peruano que todos conocemos muy bien, Jorge Basadre decía en algunos comentarios añadidos a una obra célebre y clásica: "Perú problema y posibilidad", que el fenómeno más importante -lo cito textualmente- en la cultura peruana del siglo XX es el aumento de la toma de conciencia acerca del indio. Podemos alegrarnos de eso, pero también podríamos decir ¿qué ha pasado con este país que fue de una inmensa mayoría indígena y que todavía tiene un alto porcentaje de su población para que solamente el siglo XX se pueda decir que ha habido un aumento de conciencia?, ¿No será que hemos vivido por mucho tiempo -y muchos compatriotas todavía lo están- en la inconsciencia?: Alegrémonos que esto haya sucedido el siglo XX, pero sorprendámonos de que haya sido tan tarde. Algo tiene entonces que estar pasando y es a eso a lo que quisieran apuntar con algunas reflexiones.
A la llegada de los europeos a este continente, encabezados por Cristóbal Colón, el primer contacto tenido en Islas del Caribe, le dio a esas personas -y a Colón en particular, tenemos textos de él, cartas, su diario- la impresión clara de que estaban ante un pueblo, ante personas de muy buena voluntad, simples, sencillas, de las que se podría decir, como lo afirma Colón en una carta, que eran papeles en blanco, tabula raza, no había nada escrito en ellos, y así lo decían a las autoridades españolas, no tienen nada y por consiguiente están en condiciones de aprenderlo todo de nosotros, son mentes en blanco, son pizarras en las que uno puede escribir lo que a uno les parezca.
Lo decía naturalmente desde su condición implícita de europeos y de superiores a esas personas, y por consiguiente, desde ese momento también él y mucho más lo que buscaron simple y llanamente fue asimilar a esos pueblos, integrar a esas personas al único mundo auténtico y valioso que para ellos era el mundo occidental, el mundo europeo, frente a él repito, no había sino poco más o menos que la nada.
Un puñado de frailes del cual el nombre más conocido es Bartolomé de las Casas que llegó muy pronto a estas tierras, llegó a las Indias apenas diez años después de Cristóbal Colón y que participó de las mismas ideas que acabo de decir; hasta los treinta años, Bartolomé de las Casas, por circunstancias que no son del caso ahora recordar, cambia radicalmente de actitud y lo que me parece importante, sobre este punto que acabo de mencionar ahora, es que se produce en él un cambio grande. Dirá, este hombre, polemizando con un teólogo, profesor en París, un escocés, que sin duda este señor, este profesor no toleraría una situación tan impía como la que viven los indios si él fuese indio, y este tema de decir si fuésemos indios no haríamos tal cosa con ellos, ni tomaríamos sus minas, ni robaríamos sus huacas fue permanente en él, e incluso diría, por ejemplo, argumentando de una manera muy personal, dirigiéndose al Rey de España, en este caso ya tardío, Felipe II, muchos años después de la llegada de los europeos a este continente dirá, Las Casas, una cosa como esta, ¿aceptaría el Rey que los franceses enemigos históricos tradicionales de España viniesen y recogiesen la plata y el oro de nuestra minas? No. Los indios tampoco.
Si él no acepta que vengan otros a tomarles sus riquezas, los indios tampoco pueden aceptar. Lo que está detrás de esta frase “si fuésemos indios”, es la importancia de asumir el punto de vista del otro, no es nada fácil, y diría más bien que es una exigencia permanente, si bien en el siglo XVI esto fue una docencia muy grande y en marco continental, seguirá siendo para cada uno de nosotros una demanda y significa un gran esfuerzo, las Casas y algunos con él buscaron hacerlo con limitaciones, ciertamente, pero con honestidad y es por eso que la mayor parte, incluso en buen número de páginas de la obra de Bartolomé de las Casas, llamado "El Defensor de los Indios", ha sido precisamente la de manifestar el valor de la cultura de los pueblos indígenas de lo que en esa época se llamaba todavía las indias.
Naturalmente no se trata solo de esta figura, tenemos alguien más, un indio peruano, Felipe Huamán Poma de Ayala, añoso y achacoso, viejo ya, decide, sin embargo, recorrer el territorio del Tahuantinsuyo, como dice él en una frase muy interesante y simpática “como sentenciador a ojos y a vista”, como testigo entonces, y recorre, por consiguiente, el viejo territorio para tomar nota de los vejámenes que sufrían los indios, sus hermanos. Entre otras muchas cosas, dice por ejemplo: "metiéndome como pobre, entre tantos animales -los animales aquí son los europeos- que comen pobres, me comían a mí también como a ellos, ser comido por el poderoso". Eso es de lo que toma nota Huamán Poma, para él la situación que vivían los pueblos indios, los pueblos indígenas de ese tiempo, él la llama claramente un mundo al revés.
Huamán Poma es, ciertamente, un hombre de un universo mental propio y de allí la dificultad que muchos han tenido, incluso estudiosos muy competentes, para entender algunos aspectos de su obra, que sigue siendo todavía un desafío para quien desea conocer a partir de este sentenciador a ojos a vista lo que ocurría en ese tiempo.
En los dos casos mencionados, Las Casas y Huamán Poma, tenemos un esfuerzo -el intento al menos de un esfuerzo- para situarse desde la perspectiva del habitante de estas tierras, los habitantes originarios de estas tierras, un esfuerzo para entender lo que sucedía desde las víctimas, no desde los poderosos de ese tiempo, buscando en el caso de Huamán Poma una identificación racial, cultural y lingüística muy clara, buscando comprender las cosas desde los pueblos originarios de estas tierras y es por eso que ellos no hablan de asimilación, no se trata de integrar los pueblos indígenas a la cultura occidental, sino de respetar su historia, sus valores y de entrar, si es posible, en un diálogo respetuoso.
La historia del llamado indigenismo en América Latina (sé muy bien que el término pueden aludir a aspectos más favorables que el que yo menciono ahora) muestra una toma de conciencia de la situación de los pueblos autóctonos, lo difícil que es asumir el punto de vista del otro; por ejemplo el carácter, señalado por muchos, de alguna manera condescendiente y paternalista de muchos indigenistas en América Latina; pienso en Perú, en Ecuador, en México, de manera muy especial, nos muestran en el fondo que con una preocupación por el indio quedaba presente la actitud que he señalado: la de buscar asimilarlo a otro mundo. Yo no dudo de la buena voluntad de esas personas, eso no está en cuestión acá. Otra forma ha sido, por ejemplo, la reducción del indio a su condición de campesino, ¿quién duda que la inmensa mayoría de indígenas de este continente son, en efecto, campesinos? Pero he hablado de reducción y es otra cosa también que se ha movido en el campo de un cierto indigenismo, incluso el Convenio 107 aprobado por la Organización Internacional del Trabajo el año 57 y hoy, como sabemos todos, reemplazado por el Convenio 169. El del 57 respira en una forma muy semejante a lo que estoy señalando en este momento, en este marco del indigenismo.
Sin duda este ingrediente formaba parte de esa toma de conciencia a la que ya me referí, hemos tenido una excepción, sin embargo, que nos viene de la década del 20 al 30, una excepción no sin limitaciones, porque la persona que voy a mencionar no tenía un contacto directo con el mundo indígena, y pese a eso, podemos decir que fue una excepción, me refiero a José Carlos Mariátegui que supo ligar el tema de los pueblos Indios, al problema de la tierra en el Perú.
Si fuésemos indios, tuviéramos la capacidad para salir de los linderos de nuestro mundo y ver las cosas desde la mentalidad india. Permítame dar un paso todavía en mi primera parte, ¿por qué esta dificultad para asumir el punto de vista del otro? Quisiera hacer algunas anotaciones rápidas. Creo que hay un gran temor a la diferencia, la diferencia nos inspira temor y cuando la diferencia es muy grande mucho más, cuando por otra parte las personas se sienten superiores no ven la diferencia o al menos no la valoran y entonces los portadores de la diferencia son como los Garabombos de la Novela de Escorza: invisibles, en lo que tienen de diferente son invisibles, es una de las razones por las cuales se reduce al campesinado, porque así comienzan a ser visibles, por lo menos entiende para unos de lo que eso significa, o sino porque esta invisibilidad por supuesto no es real, corren también estas personas -los portadores de la diferencia- el peligro de desaparecer realmente físicamente, es lo que ocurre hoy día en nuestro país por ejemplo con los Ashaninkas, con ese pueblo que corre hoy día, en efecto, el riesgo esta vez no solamente de ser invisibles, sino de no existir, no se trata solo de invisibilidad me parece, también de miedo, la diferencia mueve el piso, nos llama a un mayor esfuerzo. Para remitirme nuevamente a Colón, era mucho más fácil para Colón presentar a los habitantes de estas tierras como pizarras en blanco, como personas a las cuales se les podía inculcar sin problema la cultura occidental, sus costumbres, su religión; sin pensar que esas personas tenían también un mundo propio, eso hubiera supuesto, por ejemplo, comenzar por aprender su lengua y entrar en ese universo distinto, algunos lo hicieron en el siglo XVI. Para citar nuevamente a Basadre estamos en una situación muy especial, en aquello que él llamaba "El Perú Profundo", todos conocemos bien esa expresión y hasta hace poco lo he observado, si todavía continúa, hay una página en los diarios nacionales que se llamaba "Perú Profundo". Pues bien, con eso se quería hablar entonces de esta terrible dualidad que hemos vivido y que vivimos en el país, por un lado las grandes ciudades sobre todo la Costa y especialmente Lima y el interior del país, especialmente el mundo andino pero también el Amazónico, "El Perú Profundo" sería este mundo del interior.
Sin embargo, hoy día la situación ha cambiado notablemente, el Perú profundo está en las grandes ciudades, está en Lima, si le hacemos caso, por ejemplo, al último censo podemos decir que, en números absolutos, no en proporción, no relativos, el mayor número de quechua hablantes del país está en Lima, son los que hablan quechua en su casa, en mayor número, y seguramente algo semejante se podría decir del Aymará; he dicho en números absolutos en la minoría en Lima, naturalmente lo que no sucede en grandes centros sobre todo del sur del país, del sur andino, pero ese Perú Profundo estaba acá, en esta tremenda urbanización de los últimos años en el país, pero siguen siendo invisibles, el Perú Profundo está acá, no es necesario tomar el tren de sierra, ahora para ir al Perú Profundo, se puede tomar un micro cualquiera, y al poco rato en un pueblo joven estamos en el Perú Profundo, a los pocos minutos, esa invisibilidad hace entonces que la riqueza de que son portadores estos pueblos, no sea compartida y transmitida o al menos que no lo sea suficientemente.
Y en seguida se nos plantea aquí un problema más: al insistir en estas cosas ¿no estaremos corriendo un peligro -varios lo señalan en nuestro país- el de tener una actitud replegada, recoleta, provincial, encerrarnos al hablar del valor de este mundo autóctono del país, encerrarnos dentro de límites estrechos? ¿No significará esto más bien un regreso algo romántico o una mentalidad arcaica y por lo tanto -dicen algunos- más obra de antropólogos que estudiosos de estas cosas que de los propios indios? ¿Será una manera -acaso- de negarse a la modernidad?
Y quienes esto señalan, añaden: "Esa actitud sería tanto más grave si tenemos en cuenta que en esta época estamos en la famosa globalización o mundialización", como dicen otros. Intentemos plantearnos la interrogante. Lo primero que habría que decir, punto muy pequeño, es que olvidamos que en el mundo actual no solamente hay globalización o mundialización; también hay una mayor fragmentación; las dos cosas se dan. Y no son cosas contradictorias porque estamos hablando de un mundo muy amplio y así como en el mar puede haber corrientes que vayan en sentido inverso y es tan grande el mar, va en sentido contrario y allí están. A lo sumo pueden producir remolinos, pero no podemos decir que en un río hay una corriente que vaya en un sentido y otra en el otro... se terminó el río.
No ocurre con realidades tan amplias como la que estamos hablando en estos momentos, pero sobre todo me gustaría insistir en este aspecto. Creo que no debemos confundir globalización con universalidad. Un ejemplo muy claro de lo que estoy diciendo es un hombre que tanto nos ha enseñado a conocer y a amar nuestro país; es José María Arguedas. Él, vivió precisamente esta cuestión que acabo de recordar, esta relación entre valorar lo autóctono, lo local, lo regional y al mismo tiempo, la acusación recibida de no abrirse a la cultura contemporánea, al mundo de hoy. Hay una famosa polémica con un gran escritor: Julio Cortázar argentino, que jamás se repuso de esta polémica, jamás. Sufrió enormemente por años.
Arguedas decía: "Soy un escritor provincial" y con picardía añadía: "Soy un provinciano de este mundo". Citaré un par de pequeños textos de Arguedas; uno de ellos está en el texto que conocemos como su testamento. Dice Arguedas: "En la voz del charango y de la quena lo diré todo. En la voz de algo tan particular, instrumentos musicales, un pueblo de mi pueblo -diría Arguedas; podemos decirlo todos- allí lo diré todo". Y más todavía, hablando sus escritos decía José María, del lenguaje que él emplea de sus obras: "Si el lenguaje, así cargado de extrañas esencias, deja ver el profundo corazón humano. Si nos transmite la historia de su paso por la tierra, la universalidad podrá tardar mucho; sin embargo, vendrá. Pues bien sabemos que el hombre debe su preeminencia y su reinado al hecho de ser uno y único."
Ustedes ven a lo que apunta Arguedas y con toda razón, si entramos profundamente en el ser humano, cuanto más hondo se entre, aparentemente más particular entonces, más singular, más universal; tal vez no globalizado, pero más universal se es. Hay en efecto una universalidad por extensión que recorre la superficie del planeta y hay una universalidad por intensidad porque cala hondo. Y José María precisamente nos ayudó a situarnos en este terreno, en un terreno profundo del indio, ser humano, uno y único, como todo ser humano. Y es por eso que resulta auténticamente universal.
Permítanme terminar con esta primera parte. Hemos hablado del reconocimiento del otro. Creo que eso, la afirmación de la diferencia, el valor de las personas, los pueblos de las culturas indígenas nos llevan entonces a hablar de una auténtica universalidad. Y por consiguiente, los pueblos indios, negándose a sacrificar identidades y lealtades culturales, no se están fijando al pasado ni son tampoco arcaicos ni ilusos localistas. "Proceder así es más bien una manera de ahondar en lo humano, en lo profundo del corazón humano -decía José María- para así llegar a una universalidad que si bien lleva la marca del dolor y del olvido sufrido por siglos, también es portadora de la esperanza, la alegría y la ternura de aquellos que son a veces considerados como un desecho humano". Esa perspectiva, este tipo de universalidad por hondura y por profundidad está lejos de limitar la perspectiva; al contrario, le da horizonte, le da también fuerza histórica.
Y un segundo punto -para terminar todavía esta primera parte- veamos qué supone este reconocimiento del otro. Voy a emplear la expresión de un filósofo español que ayer, además, recordaba el doctor Luis Jaime Cisneros en una conferencia. Él decía -me refiero a Ortega y Gasset: "Es necesario pensar con los ojos". Nos recuerda aquello de Huamán, sentenciador a ojos y a vista; es necesario ver la realidad tal cual. Y en este reconocimiento del otro, esa realidad del otro que hay que ver, yo creo que una de las grandes dificultades que tenemos es precisamente ver la realidad tal como se presenta; huimos con frecuencia de ella.
Tengo un amigo que hace mucho tiempo que no veo y que decía siempre, con mucha gracia y guitarra en mano: "¡Qué bien estaríamos si no fuera por la realidad!" Yo creo que es lo que muchos dicen hoy día. ¡Qué bien estaríamos si no fuera por esta realidad del otro, por esta diferencia desafiante. Y si tuviéramos que trasladar la frase del filósofo mencionado a un lenguaje más común: "Pensar con los ojos" podríamos decir, todos lo conocemos bien, el viejo refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente". En este caso podríamos decir: "Ojos que no ven, cerebro que no piensa". Creo que este reconocimiento del otro y de esta realidad son una condición para poderla entender, lo que ha pasado durante siglos, lo que sigue pasando con los pueblos indígenas.
Quisiera ahora pasar a mi segunda parte, la que intentaré relacionar, los temas de paz y justicia porque ellos están en esa realidad que tenemos que ver. Y además, en el marco de este encuentro tenemos que hablar de justicia y de paz a partir del derecho de quienes han sido y son víctimas de violencia y de injusticia. Lo primero que deberíamos recordar es que el nuestro, el Perú es un país de antiguos desniveles y de viejos desencuentros; desniveles desde un punto de vista social y económico, lo sabemos muy bien. Personas con competencia en este campo y las hay en esta sala, podrían ponerle cifras a esto; pero sabemos muy bien los extremos que hay en cuanto a niveles de vida en nuestro país. Y eso crea desniveles inmensos, fosas que separan a los peruanos, que las han separado secularmente. Ocurre con ellos aquello que Las Casas igualmente decía del siglo XVI. Él afirmaba: "Los indios mueren antes de tiempo", sigue siendo cierto. Hoy entre nosotros, los indios, los pobres en general en América Latina mueren antes de tiempo.
Y hablaba también de viejos desencuentros. Vivimos en un país variopinto, donde los pobre tienen color. En él, en este país nuestro conviven sin encontrarse plenamente diversos que se diferencian por el color de la piel, por la lengua que hablan, por las costumbres, por las manifestaciones artísticas. La obligada coexistencia en un territorio no ha logrado vencer las distancias, plenamente, al menos. Hay muchos cruces, sin duda; pero esta condición de distintos ha hecho que también seamos distantes entre nosotros. La vida, pasión y muerte de José María Arguedas es un doloroso testimonio de estos desniveles y de estos desencuentros. Vivimos en un país multinacional.
Ciertamente, esta variedad es una gran riqueza, pero tiene también por la forma como la hemos manejado los peruanos terribles y desgarradores aspectos. Somos un país de todas las sangres, lo sabemos bien, pero lo ligamos tan rápidamente como si todas ocuparan el mismo sitio en nuestro país.
Ahora bien, hablamos y con razón después del terrible episodio, después de los años de un cruento e inhumano terrorismo que como todos sabemos también en las noticias de los últimos días lo ratifican una vez más no ha terminado, hablamos de pacificación, se comprende que así sea, pero es bueno recordar que la pacificación no basta, lo que se requiere es paz, no es lo mismo. Incluso diría yo en otro contexto los pueblos indios de este continente le tenían una profunda desconfianza al término pacificación, se usaba en el siglo XVI para emprender la guerra contra los indios, cuando la tierra estaba levantada llegaba el ejército para pacificarla, no es en ese sentido hoy día, no totalmente al menos, pero sí está claro que lo que necesitamos es paz, y la paz supone justicia.
Una sociedad no vive en paz si los derechos de todos no son reconocidos, derechos digámoslo claramente en este contexto, el que nos reúne esta tarde, no solo de los individuos sino derechos de los pueblos. Para mencionar nuevamente a Bartolomé de las Casas, nunca habla de derechos individuales, se refiere a la expresión, usa la expresión de derechos humanos, puede sorprender, todos creemos siempre que eso comenzó con la Revolución Francesa sobre todo lo creen siempre los franceses, y la expresión de derechos humanos se encuentra en Bartolomé de la Casas, pero hablando de derechos de los pueblos indígenas, de los pueblos indios, es así como lo emplea, es decir, poniendo la nota colectiva y ya es una noticia importante.
Los derechos proclamados, el siglo XVI son permanente y por consiguiente válidos, primer derecho, el derecho a la vida, segundo derecho, el derecho de la libertad y todos los demás siguen, son el fundamento, esto simple y llanamente porque la situación del para quienes defendían y para quienes asumían la voz de los indios era precisamente ser testigos de la muerte prematura e injusta de una inmensa población; el profesor Eliot, un inglés que estuvo aquí con motivo de la conferencia acerca del tercer milenio, el umbral del tercer milenio nos recordó una vez más esta situación, pero también derecho a la libertad, porque precisamente la población autóctona es población oprimida.
En otro contexto claro está, pero este derecho a la vida y este derecho a la libertad siguen siendo los primeros derechos humanos, y todos sabemos lo grave que es esa situación en América Latina y en nuestro país. Y en este mundo de los derechos hay desde los pueblos indios una reivindicación primera, una reivindicación fundamental ligada precisamente a la vida y la libertad es el derecho a la tierra, porque es madre de vida, la vida viene de allí y es también lo que permite de algún modo tener un espacio que de una base para la libertad. Es un viejo reclamo desde los viejos tiempos, es también fundamento de identidad de los pueblos indios.
Esta reivindicación de la tierra ocupa un lugar importante en el Convenio 169 de la OIT, que representa ya un reconocimiento mínimo al menos de los derechos de los pueblos indígenas. Esta reivindicación de la tierra, está, ligada de alguna manera a otra, a aquella que concierne un cierto tipo de autonomía, derecho consuetudinario, administración de la justicia y otras consecuencias en el campo político que personas mucho más competentes - ciertamente el doctor Santisteván- esta misma tarde manejará de modo que no me es posible a mí, pero sí quería ligarlo a estos derechos fundamentales.
También acá, permítanme concluir con esta segunda parte, necesitamos paz, pero la paz es mucho más que es simplemente tranquilidad, el orden, según una vieja antiquísima definición de la paz. La paz supone justicia y es también más que justicia, porque supone amistad, fraternidad, aprender a convivir, algo que se nos está haciendo sumamente difícil a los peruanos de todos los colores y de todas las esquinas.
Quería decir algunas palabras respecto a la situación en este fin de siglo muy pretenciosa naturalmente, y en este umbral del tercer milenio.
Enrique Iglesias, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo decía no hace mucho, que el siglo venidero, será un siglo fascinante y cruel. Como toda frase breve, llamativa un poquito paradójica es muy atrayente ciertamente. Si uno desmenuza la frase, pues nos da motivos para realmente preocuparnos, fascinante para un sector de la humanidad, fascinante porque el desarrollo de la ciencia y de la técnica abre horizontes increíbles, una posibilidad de comunicación o de información entre las personas que jamás había tenido la humanidad, un dominio de la naturaleza muy grande también, no exento de destrozo de esa naturaleza igualmente y es por eso, esto lo digo ahora entre paréntesis que la reivindicación de la tierra hoy día de parte de los pueblos indígenas tiene que tener en cuenta el daño que la sociedad contemporánea está haciendo a esa tierra, como también tiene que tener en cuenta la inmensa riqueza de aquello que se llama la biodiversidad.
Estamos también entrando a un momento de consumo ilimitado, hay que valorar ciertamente todos esos avances del ser humano, pero reconozcamos, desgraciadamente que a ello no tendrán acceso sino a las personas de un cierto nivel económico y de conocimientos. Una minoría fácilmente olvidadiza de los últimos de la historia, una minoría que corre el peligro de cerrarse en una especie de club privado en el que otros no tienen acceso, para aquellos que fácilmente en el país, en el nuestro, dicen que no hay discriminación racial sería interesante la lectura de ese comunicado de no hace mucho que sacó Indecopi, diciendo que no hay razones para impedir el ingreso de una persona a un establecimiento por el color de la piel. No hay ninguna ley anti-racista en este país y va a ver si las leyes no son muy respetadas, lo que hay son costumbres y esas sí que son respetadas entre nosotros, curioso texto, ¿no es verdad?
En una ley determinada por favor, el color de la piel no es un motivo para que no acepten a una persona, como son personas muy enteradas tiene que venir de muchos casos que puedan haber ocurrido.
Fascinante entonces para una minoría y cruel el siglo venidero para una mayoría, a menos que intentemos cambiar el siglo, naturalmente. Una mayoría quedará afuera, son los insignificantes de la historia entre ellos están los pueblos indios. Son aquellos que un neoliberalismo sin freno ha creado como los excluidos, algo así como personas desechables.
Cruel, entonces, para todas estas personas a menos que se hagan un gran esfuerzo de solidaridad y de transformación. Urge también un segundo punto, en mi tercera parte, terminar aquello que con toda razón muchos textos de pueblos indígenas de este continente llaman la tarea de descolonización
La imaginación de los pueblos indígenas es la negación de todos, es la negación misma de la sociedad en la que vivimos, vale para cualquier país de una manera muy especial para un país como el nuestro por las condiciones raciales y culturales que todos conocemos. Para ello, entre otras muchas cosas debe mantenerse viva la memoria en los pueblos indígenas, no como fijación al pasado, lo decíamos hace un momento, sino como fuerza presente para construir el futuro.
Los poderosos de todos los tiempos han buscado siempre borrar la memoria de los oprimidos, es el caso conocido en la historia peruana de las informaciones que organizó el Virrey Toledo. Es un modo de debilitar a un pueblo, un pueblo que no recuerda quién es, que no recuerda su pasado, que no recuerda bien su vinculación con la tierra, es un pueblo débil.
Hablar de memoria acá no es propugnar ni mirar hacia atrás, es más bien consciente de sus posibilidades, ser libre es una cuestión de identidad, y también lo es, hay que decirlo igualmente esta cuestión de la memoria una exigencia para conocer mejor nuestras fallas, nuestros límites, los de los pueblos indios también, y evitar caer en un romanticismo de corto alcance y no transformador, la memoria da fuerza a un pueblo.
Tercer y último punto. Permítanme esta alusión; la voy a hacer con una convicción muy profunda y al mismo tiempo debo reconocer que a pesar mío podría haber también una pequeña deformación profesional. Voy a referirme a una propuesta que Juan Pablo II ha hecho a creyentes y no creyentes en estos últimos tiempos, a celebrar un jubileo el año 2,000. Jubileo no quiere decir aniversario; a veces reducimos la extensión del término a eso. El jubileo es una noción bíblica, es más que una celebración, es un volver a comenzar. Y aquello que la Biblia llama jubileo, un año favorable a Dios, comprende cosas como éstas: perdón mutuo, reconciliación auténtica; es decir, no solamente palmadita en el hombro sino cambio de vida. Significa liberación de todo tipo de servidumbre. Significa perdón de las deudas.
Juan Pablo II propone la condonación o una reducción radical de la deuda externa, por ejemplo. Todos sabemos lo que cuesta al país ese pago por lo que significa el sistema internacional. La propuesta, por consiguiente, pretende abarcar este mundo nuestro hoy día para lograr lo que un solo país no puede lograr, esta condonación de la deuda externa, cuyo pago agobia a los países pobres del mundo.
El jubileo implica también recuperación de tierras. El año del jubileo. Los israelitas que habían perdido tierras por diferentes razones las recuperaban sin costo. Perdón mutuo, liberación de servidumbre, perdón de deudas, recuperación de tierras. El Papa ha ejemplificado con la deuda externa, pero el perdón de deudas comprendía la relación entre deudores y acreedores. ¿Se imaginan ustedes un jubileo en este país haciendo que se recuperen las tierras, que se liberen todos los siervos, todos los que viven en servidumbre, que se perdonen las deudas? Y esto comprendido el perdón mutuo, por supuesto, entre las personas es llamado en la Biblia un año favorable a Dios. Ojalá lo pudiera ser el año 2,000.
Quisiera concluir. Es una conclusión pequeña, modesta como fueron las consideraciones anteriores. No pretendo anticipar el futuro, es imposible y, como dice un gran analista de nuestro tiempo, "hacer predicciones es muy difícil, sobre todo acerca del futuro". Bueno, yo lo creo, la verdad; es muy difícil. Pero quisiera terminar con dos cosas, dos citas, una tomada -nuevamente caigo en la deformación profesional- del libro más bello, más hermoso, más poético de la Biblia, el libro de Job. Estamos ante un personaje que bien puede representar a una buena parte de los pueblos indios de este continente, alguien que sufre siendo inocente. El gran tema de ese libro es el sufrimiento del inocente.
En un momento dado, amigos de él, buenos teólogos, equivocados -se puede ser bueno y equivocado; lo contrario de equivocado es correcto, no bueno necesariamente; quiero decir, competentes ¿no es verdad?, pero equivocados- dicen a Job una serie de cosas: "Tiene que aceptar ser un pecador." Job -que no sé quién inventó que era 'el paciente Job' porque es el personaje más impaciente de toda la Biblia; de lejos no hay nadie como él como impaciente; será por eso que lo habrán querido domesticar diciéndole 'el paciente Job'- se harta de lo que le dicen sus amigos intelectuales y les responde lo siguiente: "He oído mil discursos semejantes. Son ustedes unos consoladores inoportunos. No hay límite para las palabras vacías".
No quisiéramos realmente que los hermanos que sufren y que sufren como inocentes consideraran, pudieran ver estas palabras y tantas otras más como un consuelo inoportuno y como palabras vacías. Desearía - y espero que así sea, estoy incluso persuadido que así será- que lo que se pueda reflexionar a lo largo de esta conferencia permanente, quienes sufren marginación, desprecio no las vean como procediendo de consoladores inoportunos como simplemente palabras vacías. No quisiera tampoco que fuera el caso de esta tarde en lo que a mí concierne.
La segunda cita viene de José María Arguedas. En la persona de un indio anónimo que ha llegado simplemente a un grupo. Dejo el concepto de lado. Arguedas nos dice algo que podría también ser importante para nosotros. Leo el texto: "Alguien que habla y que comenta la llegada y la partida de este indio anónimo", anónimo porque no sabemos su nombre; incluso se dice expresamente allí en el texto que nadie sabe cómo se llama. "Ha llegado amarillo, rotoso, sin chullo siquiera. Ha regresado igual que su ropa, pero en su ojo había dios alegría, dios ánimo; llegó umpu, enjuervo, agachadito; salió tieso, juirme, águila; era moso no más."
Ojalá, después de esta conferencia, nuestro pueblo indio, andino y amazónico pueda salir así: tieso, juirme, águila.... moso no más.
- Tomado de: transcripciones magnetofónicas, Congreso de la República del Perú, segunda legislatura ordinaria de 1997, Ciclo de conferencias: "Los pueblos indígenas del Perú", viernes, 24 de abril de 1998, enviado por Javier Lajo.
https://www.alainet.org/es/articulo/111871
Del mismo autor
- Seguimiento de Jesús y opción por el pobre 07/03/2007
- Urge terminar tareas de descolonización 01/05/2005
- Desenterrar la verdad 29/09/2003
Clasificado en
Clasificado en:
