La rosa de Palestina

04/05/2005
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Un poema de Vinícius ordena, suplica, que "Pensem nas crianças mudas telepáticas. Pensem nas meninas cegas inexatas. Pensem nas mulheres rotas alteradas. Pensem nas feridas como rosas cálidas...". Ese poema, La rosa de Hiroshima, ordena, resiste e insiste en nuestra memoria cuando vemos la foto de Somaeah Hassan, de 6 años, abatida en la franja de Gaza. Esa flor fusilada, entre gases, con los ojitos semicerrados, es la propia Rosa de Palestina. Contengamos la velocidad de la mano, refrenemos la velocidad de escritura, desaceleremos el flujo de lectura. Pedimos una pausa en el caleidoscopio, en las luces fugaces, frívolas, vulgares del incesante ir y venir del noticiario de todos los días. Somaeah Hassan está muerta. Calma, cierren sus bocas, cañones calientes de las balas, suspendan la digitalización, periodistas de los noticieros, aseguren por un instante la divulgación del más caliente y reciente escándalo. Porque el escándalo ya está hecho. Somaeah Hassan está muerta. En la foto, sus ojitos se niegan a comprender el horror de las balas que la sacarán del campo de refugiados de Rafah. Decir que "se niegan" es sólo una manera de hablar, pues, a sus seis años, son incapaces. Y si hubiese más tiempo, más vida, otra vida, Somaeah comprendería y se negaría a comprender el gran horror de su pueblo cercado como perros rabiosos. Y la rabia, en perros, se mata, pero la rabia, en gente tratada como perro, no se mata, solamente crece cuando matan a criaturas como Hassan. Refrenemos la mano. Es difícil, pero intentémoslo. Nos vendría bien, pide la paz que nuestro pecho desea, un lugar común que nos ayudase, que nos socorriese. Decir, por ejemplo, que así es la guerra, cruel como todas, que en ella no hay santos ni demonios, que la guerra nos transforma a todos en ángeles de las tinieblas. Dicho esto, sería mejor decir que el terror ejercido por el estado de Israel no es más que una respuesta al terror sufrido antes por su gente. Dicho esto, podemos decir finalmente que el mal y el malo deben ser destruidos para que vuelva a la paz. Pero, al llegar a ese punto, preguntamos: ¿de qué mal y de qué malos hablan ustedes, rostros pálidos? ¿Nadie notó aún que nuestra cara tiene la misma cara y la misma sangre que la gente palestina? ¿Que ellos, los palestinos, son nuestra propia cara? ¿Nadie notó que la desesperación del pueblo palestino es nuestra propia desesperación en otras tierras y otras circunstancias? La misma desesperación que todo el mundo sufre en situaciones límite. Ahora que EE.UU. manda a dar la vuelta al mundo a su negro para el consumo externo, el general Colin Powell, éste se nos aparece como un nuevo Al Jolson, con la cara tiznada. Los intereses de que habla no son nuestros. Sirven a la misma rosa atómica que cayó sobre Hiroshima y Nagasaki. Entonces volvemos, más serenos. Pero, desgracia, descubrimos serenos que no tenemos manos. Solamente tenemos una gran letargia. Entonces quebramos el torpor, volvemos al principio. "A rosa hereditária, a rosa radioativa, estúpida e inválida. A rosa com cirrose, a anti-rosa atômica" sufrió una traducción en el campo de refugiados de la franja de Gaza. Se hizo una rosa fusilada, la Rosa de Palestina, en el cuerpito frágil de Somaeah Hassan. Esa niña nos hiere como una hijita muerta. Ella nos habla, en árabe, en dialecto, en otro lengua, y la comprendemos y amamos como a una hija que nuestro semen esculpió. Más aún, como un ser esculpido por nuestro hermano. Hermano, con un sentido más hondo que el genético, más hondo que el racial, más hondo que el nacional. Con un sentido de hermano de hermano que es el propio sentido de la humanidad. Hassan es nuestra propia humanidad abatida, y se abre en otras rosas que se desplazan en Jerusalén. Rosas que en vez de pétalos tienen carne, hígado, corazón, intestinos. Ya secamos las lágrimas. No nos pregunten por qué vomitamos. No querríamos tener esas Rosas de Palestina. - Urariano Mota, periodista y escritor brasileño.
https://www.alainet.org/es/articulo/111919
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