Detrás del Plan Puebla-Panamá
23/06/2005
- Opinión
Contraponer el mundo de arriba con el mundo de abajo, las pesadillas norteñas
con los sueños guajiros y la globalidad hegemónica con las tercas utopías
tropicales significa cuestionar la nueva colonización agazapada tras
megaproyectos como el Plan Puebla-Panamá, a partir de las experiencias
autonómicas y autogestionarias desarrolladas en la región
Sur es el planeta profundo. Bautizado y acotado por un norte expansivo y
colonizador que de arranque definió el arriba y el abajo del mapamundi, sur
es un concepto geográfico pero también simbólico. Una alegoría que enlaza
naturaleza pródiga con indigencia social, vegetación opulenta y lujuriosa con
humanidad inerte, perezosa, incontinente, bárbara... Que asocia el sol
canicular con el ánimo bullicioso, con la liberación de los impulsos
reprimidos, con el lado femenino y desfajado, con la imaginación y el sueño,
con el inconsciente, con la revolución, con la utopía.
El sur americano, y en particular su amplia franja equinoccial, es el
subcontinente rural y campesino, la América de los indios y los negros, la
periferia por antonomasia. Pese a que desde hace rato los presidentes de
nuestra República sueñan en inglés, el sur todavía empieza en el río Bravo;
pero el México equinoccial y Centroamérica son el sur del sur, el
subdesarrollo subdesarrollado. Algunos piensan que se trata de un ámbito
marginal, un arrabal incómodo y prescindible en un mundo cada vez más
norteado y excluyente donde hasta la agricultura que cuenta es primermundista
y el grueso del comercio fluye entre países industrializados.
Sin embargo, la presunción de que la cintura del continente es irrelevante
para el capital no se sostiene. Además de agroexportadora de cultivos de
plantación -el proverbial banano y sus semejantes-, la zona resultó
escondrijo de recursos estratégicos: petróleo, gas natural y minerales no
metálicos, mantos de valiosa agua subterránea y ríos de alto potencial
hidroeléctrico, bosques maderables pero también generadores de los llamados
servicios ambientales, potencial pesquero de agua dulce y salada. Y por sobre
todo, biodiversidad: profusión de flora, fauna y microorganismos, con
frecuencia endémicos, de interés creciente para la pujante ingeniería
genética, y de importancia decisiva para el gran capital, dada la progresiva
biologización de la actividad productiva. A esto hay que agregar que por
naturaleza e historia, Mesoamérica y el Caribe son ámbitos de privilegio para
los servicios turísticos. Pero más allá de sus recursos naturales y
culturales, por su ubicación geográfica el istmo es insoslayable corredor del
ingente comercio que fluye de la Costa Este de Estados Unidos al Pacífico
buscando rutas que esquiven los Apalaches y las Rocosas. Por último,
subempleada y a la intemperie, la mano de obra mesoamericana resulta muy
atractiva a un capital que segmenta los procesos productivos desperdigándolos
por todo el planeta.
Si queremos un futuro habitable para Mesoamérica, de arranque necesitamos
repensar la relación entre el norte y el sur. El modelo concéntrico del
mundo, que concibe el progreso planetario como obra de sucesivas oleadas
civilizatorias provenientes de unos cuantos polos metropolitanos, está en
crisis. La modernidad que queremos no es la que se difunde desde un centro,
como las ondas que provoca en el estanque la caída de una piedra. Proverbial
ámbito de descubrimiento y colonización, el sur viene de regreso. Y no se
trata sólo del multitudinario éxodo sudaca que fluye a contrapelo de las
viejas migraciones, se trata también de la colonización de los imaginarios
norteños por la cultura tercermundista, del cerco espiritual a las metrópolis
por un sur que exporta paradigmas y utopías como antes exportaba grana
cochinilla y maderas preciosas.
Pero tampoco se trata de invertir la metáfora y voltear el mapamundi. El reto
de la globalización alternativa es erradicar las hegemonías y el pensamiento
único; es concebir y edificar un mundo descentrado o multicéntrico, al modo
del estanque acribillado por la lluvia donde se cruzan incontables
ondulaciones. Y para transformar la globalidad hegemónica en una red de redes
es necesario subvertir ideas rancias. Por ejemplo, la de que así como hay
hombres centrales y modernos, otros somos periféricos y anacrónicos, es decir
que el mundo se divide en los privilegiados del norte que viven en el
presente y los desahuciados del sur que habitamos el pasado; cuando lo cierto
es que en el tiempo de la comunicación instantánea y los éxodos planetarios
todos somos rigurosamente contemporáneos... En el mundo de la absoluta
interioridad o nos salvamos todos o no se salva ni dios. Otra idea a desechar
es el socorrido prejuicio de que la economía es dura y la sociedad blanda, de
modo que las aspiraciones humanas deben plegarse al inapelable fallo del
mercado. Es más, piensan algunos, si el mercado ha de proveer, las
aspiraciones humanas salen sobrando. Lo cierto es que en la centuria pasada
imperó la desalmada economía, nos toca a nosotros domesticar producción y
circulación, haciendo del XXI el siglo de la sociedad.
La América de enmedio
Formada por Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y
Belice, y los estados mexicanos de Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Chiapas,
Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Puebla y Veracruz, la región se extiende sobre 102
millones de hectáreas, donde habitan 64 millones de personas, de las cuales
casi la mitad vive en el campo, alrededor de 40% trabaja en la agricultura y
18% es indígena. Pero la más destacable y compartida seña de identidad es que
más de 60% de los mesoamericanos son pobres. Miserables en medio de una
alucinante riqueza biológica: mil 797 especies de mamíferos, 4 mil 153 de
aves, mil 882 de reptiles, 944 de anfibios, mil 132 de peces, 75 mil 861 de
plantas, e incontables microorganismos, configuran un opulento corredor
biológico en proceso de formalización internacional. Sin embargo, tanto la
flora como la fauna son depredadas para la venta ilegal de mamíferos,
reptiles y plantas, sobre todo orquídeas. El bosque se pierde aceleradamente:
11 millones de hectáreas entre 1992 y 1996. Deforestación que es
particularmente grave en la porción mexicana: en 1960 la selva Lacandona
tenía 1.5 millones de hectáreas arboladas y 12 mil habitantes, hoy le quedan
325 mil hectáreas con árboles pero la ocupan 215 mil habitantes. Esta riqueza
biológica es posible, entre otras cosas, por la abundancia de agua dulce, que
en sí misma es un recurso estratégico.
En lo tocante a la actividad económica extrovertida, si ponemos aparte el
petróleo mexicano y la producción industrial en estados como Puebla y en
menor medida en Costa Rica, la zona es abrumadoramente agroexportadora.
Renglón donde destacan el café, que prácticamente todos los países de ahí
producen; el azúcar, que es importante para México, Guatemala, Belice,
Honduras y Nicaragua; el plátano, relevante para Costa Rica y México; y la
carne, que comercializan Panamá, Costa Rica, Nicaragua y México.
Recientemente se han establecido en Mesoamérica vertiginosas plantaciones
forestales; México sólo dispone de 60 mil 700 hectáreas de bosques
artificiales, mientras que la mayor parte, 256 mil 650, corresponden al resto
de los países centroamericanos, particularmente a Costa Rica y Guatemala.
Otra actividad importante volcada al exterior es el turismo, pues llegan a la
región alrededor de 5 millones de visitantes al año. Sin embargo, la presunta
ventaja comparativa de la zona es su maldición, pues en los últimos años han
caído los precios de los productos agrícolas tropicales, ocasionando un
déficit de 23 mil 600 millones de dólares, apenas compensado por las
inversiones extranjeras directas y los créditos.
En cuanto a la economía introvertida, los mesoamericanos somos hombres de
maíz. Cultivo ancestral que se practica sobre 5 millones 300 mil hectáreas,
donde anualmente se cosechan unos 10 millones de toneladas del grano, que con
algo más de medio millón de toneladas de frijol, constituye nuestra dieta
básica. Aun así, los pueblos de la América de enmedio viven en vilo, al borde
del desastre: cuando no caen los precios del café, el azúcar o el banano,
sofocan a la región sequías como la de 1994 o la sacuden huracanes con
nombres en inglés como Lily, George y Mitch.
Aunque también entre los mesoamericanos hay clases, y la relación económica
entre México y los países de Centroamérica es profundamente asimétrica: por
cada dólar en mercancías que las siete economías ístmicas exportan a México,
importan bienes de ese país por cuatro dólares. Por otra parte, para México
esta relación comercial es poco relevante, pues por cada dólar de
exportaciones que envía a los siete vecinos del sur, factura 11 a los dos
socios del norte, y en cuanto a las importaciones mexicanas, el porcentaje de
origen centroamericano es insignificante. Las economías de los países pobres
miran hacia arriba y la articulación entre Mesoamérica y Norteamérica, con
México como gozne, confirma la aseveración. Pero si México se mundializa
económicamente hacia el norte, socialmente está englobado en el sur.
Conforme nos alejamos de Estados Unidos, aumenta la temperatura, bulle la
vegetación, menudean los baches y se encona la pobreza. Un buen indicador de
este descenso en los infiernos sociales es el jornal. Un hombre no vale lo
mismo en el norte que en el sur. El salario mínimo por hora en Estados Unidos
es de 5.15 dólares, mientras que en México es de 35 centavos de dólar, 14
veces menos, aunque en el caso de los sueldos industriales la diferencia es
de solamente uno a 10. Pero estas son engañosas medias nacionales, y el sur
es sobre todo campo, ámbito donde las remuneraciones son aún más bajas pues
70% de los ocupados gana menos del salario mínimo...
Y si los salarios bajan con la latitud, los trabajadores remontan el
continente rumbo al norte. Es la ley del mercado, que no puede ser bloqueada
por la cruenta Línea Maginot en que se ha transformado la frontera norte.
Pero aun entre los damnificados del sur hay diferencias. La pobreza está
generalizada, pero el sur es más pobre que el norte, el campo más que la
ciudad, los indios más que los mestizos, las mujeres más que los hombres y
los jóvenes más que los adultos.
La gran marcha al norte dramatiza esta situación, pues México y Centroamérica
comparten la condición de expulsores de fuerza de trabajo y generan más de la
mitad del total de migrantes indocumentados en Estados Unidos. Así, de cada
100 fuereños sin papeles, 70 son latinos, y de ellos 40 son mexicanos, 10
salvadoreños, cuatro guatemaltecos, dos nicaragüenses y dos hondureños. Ahí
sufren vejaciones todos por igual, pero también el curso latino de su éxodo
es un infierno. El tratamiento que reciben en nuestro país los migrantes
sudacas documenta el verdadero talante de las autoridades mexicanas. Con la
diáspora en tránsito, el gobierno de México no actúa como hermano mayor de
los centroamericanos, sino como cancerbero de los estadunidenses. Malos modos
aparte, en 1995 deportó a 105 mil 932, en 1996 a 110 mil 484, en 1997 a 86
mil 973, en 1998 a 118 mil 786, en 1999 a 131 mil 486, en 2000 a 168 mil 755,
y en los primeros meses del 2000 la migra morena envió de regreso a casi 30
mil.
Megaplanes
A Mesoamérica le urge el desarrollo, y si algunos piensan que el PPP es una
amenaza otros creen que al mismo tiempo es una oportunidad. En todo caso, si
no queremos que el ciclo de la colonización salvaje se repita, debemos asumir
que la inversión es necesaria para el desarrollo pero no suficiente, y que
atraer capital a como dé lugar, solapando su proclividad depredadora de
hombres y recursos naturales, no genera bienestar social sino todo lo
contrario. Pero los nuevos promotores de la modernidad no sólo no aprenden de
la historia, ahora tratan de sustentar la política de captar ahorro externo a
toda costa, con la peregrina teoría de que una cosa es desarrollo económico y
otra muy diferente desarrollo social.
Así, Santiago Levy sostiene que respecto de la problemática del sureste hay
"dos puntos de vista", el que enfoca "sus condiciones de pobreza y
marginación" y el que considera la "producción", y que entre ellos la
conexión "dista de ser total", porque si en una región no hay actividades que
generen ingreso, la gente se va y con ella emigra la pobreza; por otra parte,
generar "polos de desarrollo" en una zona marginada atrae trabajadores
calificados de todo el país, pero no emplea satisfactoriamente a los locales.
Entonces, dado que "la creación de un polo de desarrollo en una región
atrasada no resuelve necesariamente sus problemas de pobreza... el diseño de
políticas públicas para el sureste debe separar los objetivos de combate a la
pobreza de los de desarrollo regional, debido a que los instrumentos a
utilizar en cada caso no son los mismos, al menos en el corto plazo". Más
adelante reitera: "... impulsar el desarrollo de Chiapas, y del sureste en
general, debe separar los objetivos de combate a la pobreza de los del
desarrollo regional..." Y explica: "Para combatir la pobreza se cuenta con
los instrumentos de política social... (en cambio el)... diagnóstico
presentado... sugiere... que las políticas públicas han reprimido el
desarrollo productivo del sureste al anular, en gran medida, sus ventajas
comparativas. Por ello, argumentamos que existe un amplio espacio para
diseñar una política que libere el potencial productivo de la región".
Las "inversiones en capital humano" ?que en realidad son gasto asistencial
focalizado e individualista, como el Progresa del que Levy es inspirador? son
los "instrumentos de política social" con que ya "se cuenta"; de modo que
ahora lo que falta es promover la inversión desmecatada de capital, sin
inútiles y molestas consideraciones societarias.
A esta posición se contraponen los planeamientos del senador priísta Carlos
Rojas, que en la exposición de motivos de su Iniciativa del sur, enfocada a
Chiapas, Oaxaca y Guerrero, argumenta: "México sigue siendo... ejemplo... de
la incapacidad para articular plenamente la política económica y el
desarrollo social". Y más adelante dice que "se requiere una estrategia en la
que el desarrollo regional sea concebido como un proceso complejo, en
contraste con otros enfoques que centran sus acciones en aspectos únicos como
la infraestructura o la sola asistencia social". Cuadros destacados del viejo
régimen, Rojas y Levy representan las dos tendencias que coexistieron en los
últimos años del sistema de partido de Estado: el clientelismo social y la
conversión neoliberal de la economía. Conceptualmente Rojas tiene razón
cuando propone la integralidad del desarrollo regional y cuestiona los
enfoques que separan la promoción de la producción mediante infraestructura,
del gasto social asistencialista. El problema es que el hoy senador sigue
identificado con la visión clientelar de las políticas públicas, es principal
responsable de la incorporación del tristemente famoso apartado B del
artículo 2o. de la ley indígena pergeñada por el Senado y recientemente ha
defendido la continuidad en Chiapas del Programa de Las Cañadas, del que fue
autor, cuando todos cuestionan su carácter contrainsurgente y efectos
divisionistas. En cuanto a Levy, resulta sintomático que siendo preclaro
representante de las "alimañas, víboras prietas y tepocatas" responsables
según Fox del desastre social de las últimas dos décadas, haya sido
recuperado, no sólo como director del IMSS, sino como ideólogo de la nueva
colonización del sureste. Así, Santiago Levy resulta un brillante tecnócrata
de carrera, capaz de servir con prestancia a gobiernos de distinto signo
político, con tal de que mantengan las mismas premisas económicas
neoliberales.
El documento difundido en marzo de 2001 con que el PPP hace su presentación
formal es un claro ejemplo de doble discurso. En el llamado Documento base
coexisten dos planteamientos: el desarrollo social paternalista y clientelar,
sustentado en programas de servicios y asistencia, y la colonización salvaje
con capital trasnacional, propiciada por el Estado mediante garantías,
infraestructura y facilidades. El primero se origina en la vertiente
populista y pronasolera del viejo régimen, retomada por el foxismo mediante
Florencio Salazar, y por el PAN con la alianza de los senadores Carlos Rojas
y Diego Fernández en torno a la ley indígena. La segunda proviene también del
viejo régimen, pero de la tecnocracia neoliberal, recuperada por el foxismo a
través del secretario de Hacienda Francisco Gil y de Levy.
Hemos dicho ya que el núcleo duro de la propuesta es la nueva colonización,
pero esto no significa que la faceta de desarrollo contrainsurgente y control
social sea una simple cortina de humo. El Documento base del PPP identifica
como debilidades de la zona: "Inversión extranjera directa discontinua y con
un horizonte de corto plazo, por la percepción de un alto riesgo-región,
tanto físico como político". Y como amenazas: "Desigualdad creciente entre
pobres y ricos... con el consecuente incremento de tensión social". De ahí la
necesidad de una política social de contrainsurgencia y control, que permita
manejar la "tensión social" y reduzca el "riesgo" político.
Sin embargo el PPP apuesta centralmente al crecimiento económico
extrovertido, con gasto social de contención, y para este crecimiento confía
en el capital y en particular en el capital extranjero. Así, el mencionado
documento está lleno de promesas al gran dinero. Porque el ahorro externo
está muy peleado y es sabido que lo único más asustadizo que un dólar son dos
dólares. En cambio, prácticamente no hay una sola referencia al mercado
nacional, y fuera de los cuadros estadísticos y una mención en la página 28,
no se habla del sector de los pequeños y medianos cultivadores, contingente
decisivo en granos básicos pero también en siembras comerciales. Y es en
estos énfasis y omisiones donde el documento enseña el cobre.
Ni el gasto público, social y en infraestructura, ni los proyectos con
dineros de la banca multilateral, ni las inversiones privadas, son por
principio indeseables. Al contrario, deben incrementarse significativamente,
pero siempre vinculados con políticas de fomento al sector social de la
producción, tanto familiar como asociativo. Y es este sector el que necesita
"incentivos", "eliminación de obstáculos", "seguridad, estabilidad y
certidumbre" en lo tocante a políticas públicas. Pues la suya es una
producción socialmente necesaria, tanto en términos de autosuficiencia
alimentaria como de generación de empleo, y por tanto, de soberanía laboral.
Es también un sector con experiencias exitosas y propuestas viables:
tecnologías sustentables, proyectos integrales de desarrollo, formas de
organización económica solidarias y más o menos equitativas.
Menos riguroso que Levy, el responsable del PPP Florencio Salazar insiste en
que atraer inversiones es, sin más, sinónimo de bienestar social, y destaca
la creación de empleo en dos rubros: maquiladoras y agricultura. Así, el
Presupuesto de Egresos para 2001 habla de que en este año se crearán "37 mil
empleos bien remunerados" en las maquiladoras del sureste, cifra de por sí
poco realista en tiempos de desaceleración de la economía estadounidense y
cuando la tasa de crecimiento de la industria del montaje disminuye a la
mitad, pero que el responsable ya elevó a 50 mil en declaraciones del 24 de
abril. Metas aparte, lo dudoso es que se trate de "empleos bien remunerados",
pues las 337 empresas de ese tipo que ya existen en la región ?el 10.3% del
total nacional? pagan sueldos 30% menores a los de sus semejantes del centro,
y 40% más bajos que las plantas fronterizas. Pero la promesa más discutible
es la creación de empleos agropecuarios, pues "... arrendar grandes
extensiones de tierras... para establecer una agricultura de plantación...
donde se cultiva, en forma tecnificada, un único producto de tipo perenne...
por parte de agentes económicos dotados de amplios recursos financieros"
(Levy) quizá permita explotar las "ventajas comparativas" regionales,
"reprimidas" por las "políticas públicas", pero no generará más y mejor
empleo agrícola que el actual.
Contra pesadillas norteadas, sueños guajiros
Algunos dicen que el plan con maña de los megaproyectos del sur es frenar el
éxodo a Estados Unidos, mediante corredores transversales sustentados en vías
interoceánicas de comunicación y plagados de servicios comerciales y
maquiladoras. De ser así, debo reconocer que por fin coincido en algo con
esas intenciones. Porque, efectivamente, hay que detener las compulsiones
migratorias de los surianos; afán que desgarra tanto familias como culturas y
amenaza con vaciar nuestros países. Los viajes ilustran, pero no cuando son
el peregrinar de la miseria. De modo que, en efecto, los mesoamericanos deben
ser retenidos en sus lugares de origen, pero no interceptados por los
corredores maquileros al uso: infiernos sociales cuyas mayores ventajas
comparativas son los laxos y soslayables controles ambientales y las luidas y
transgredibles regulaciones laborales. Parar la migración económica
compulsiva es restaurar la esperanza en un futuro regional habitable. Y en
este futuro habrá producción agrícola, agroindustria y servicios; como habrá
industria, incluyendo maquiladoras. Lo que no puede haber son condiciones
laborales dignas de la Inglaterra del siglo XIX, saqueo de los recursos
naturales como en tiempos de las Compañías de Coloniales de Ultramar y
trabajo agrícola forzado como el de las plantaciones y monterías del
porfiriato.
Si atraer inversión a costa del ecocidio y la ignominia social es
inadmisible, también lo es el rechazo por principio a la expansión del
capital realmente existente, cuando éste genera las únicas fuentes de trabajo
disponibles para muchos mexicanos. Proponer una política de soberanía laboral
que nos permita retener a los migrantes con opciones dignas no significa
descalificar la migración ni satanizar sus destinos de trabajo; y de la misma
manera reivindicar los buenos salarios y las cadenas productivas integradas
que nos reportarían un mercado interno dinámico, en vez de una economía donde
sólo crece el sector exportador, no significa exorcizar la industria del
montaje, y menos cuando es casi la única que está generando empleos
adicionales. En la última década del siglo XX nuestra economía creció en
promedio al 3% anual, mientras que las exportaciones lo hacían al 15%, lo que
significa que el sector de mercado externo, en particular la maquila, ha
generado las únicas opciones de ingreso disponibles para los nuevos
buscadores de empleo, cuyo número ha crecido más que la población y más que
la economía. Los campos de concentración maquilera son un purgatorio, pero
sin ellos estaríamos en el infierno del desempleo galopante. La situación
laboral es ciertamente insostenible y se impone el viraje hacia un desarrollo
más equilibrado y equitativo. Pero, entre tanto, el éxodo económico y la
industria del montaje intensiva en mano de obra seguirán siendo destino
irrenunciable para numerosos mexicanos y mexicanas de a pie. Sin duda hay que
denunciar la migración criminalizada y el régimen carcelario en las fábricas,
pero también hay que luchar porque se humanicen estos trances, que para
muchos son forzosos. Porque revolución ya no mata reforma, y mientras son
peras o son manzanas, el añejo modelo económico se aferra, y las maquileras
derrengadas y los indocumentados muertos siguen ahí.
No se trata, pues, de rechazar por principio las inversiones. El problema
está en reducirlo todo a la creación de "polos de desarrollo", donde quizá se
aprovechen las "ventajas comparativas" en términos de recursos locales, pero
que difícilmente responderán a los requerimientos sociales de la región, de
modo que la mayor parte de la gente seguirá siendo pobre, marginada y
migrante. Y lo será aún más si, con tal de no "reprimir" el "potencial
productivo", se propicia la concentración de la tierra vía venta o renta, y
las grandes plantaciones celulósicas, huleras, de palma africana o de otro
tipo, arrasan con lo que resta de la economía campesina. Estos "polos de
desarrollo" serán, entonces, auténticas economías de enclave, arrimadas sin
duda al mercado mundial pero de espaldas a la sociedad local. Tiene razón
Levy: siguiendo este modelo, con el desarrollo económico del sureste no
remite la pobreza social del sureste, al contrario, aumenta.
¿Qué hacer entonces? ¿Tratar de compensar el daño con gasto social
asistencialista y focalizado, que al formar "capital humano", en el largo
plazo les permita a los locales sobrevivientes aprovechar las "oportunidades"
del crecimiento? ¿Oponerse a todo desarrollo económico pues resulta
intrínsecamente maligno? Pienso que la salida está en repensar la economía y
su estatuto, para que, escapando de la presunta dictadura del mercado,
podamos hacer del fomento productivo no un fin en sí mismo sino una palanca
del desarrollo social. Y para esto no hace falta negar de manera voluntarista
las "ventajas comparativas". Las "señales del mercado" son, sin duda,
condicionantes de toda política de fomento que se respete, premisas duras de
cualquier estrategia de desarrollo, pero los valores y objetivos del proyecto
deberán ser de carácter social. La función del Estado no es ser el croupier
que sirve cartas marcadas a los tahúres del gran dinero y la política
económica no está para hacerle los mandados al mercado. Necesitamos una
economía del sujeto y no del objeto, una economía que se ocupe de necesidades
y potencialidades humanas y no sólo de mercancías, una economía moral. Y esta
economía ya existe, no en los megaproyectos gubernamentales, pero sí en la
lógica de la producción doméstica rural, en la vida comunitaria, en las
prácticas de algunas organizaciones campesinas.
Contraponer el mundo de arriba con el mundo de abajo, las pesadillas norteñas
con los sueños guajiros, la globalidad hegemónica con las tercas utopías
tropicales, significa cuestionar la nueva colonización, agazapada tras
megaproyectos como el Plan Puebla-Panamá, a partir de las experiencias
autonómicas y autogestionarias desarrolladas en la región. La estrategia
fuerte de la alianza social Panamá-México que necesitamos radica en
confrontar el modelo globalizador dominante con opciones edificadas por los
propios productores. Porque el mentís más categórico a los profetas del libre
mercado no son tanto los contraproyectos de escritorio como las alternativas
societarias hechas a mano. Alternativas que están en todas partes, pero en el
caso mexicano han tenido un despliegue excepcional en el movimiento
autonómico indígena y en las organizaciones de los pequeños productores,
particularmente los cosechadores de café. Emancipadas del yugo externo y de
sus propios demonios, las comunidades indígenas prefiguran formas de
convivencia solidarias habitables por todos, y las redes de modestos milperos
y huerteros, que a veces se extienden hasta los consumidores primermundistas,
son laboratorios de economía moral. En la construcción social de la
experiencia, en la invención práctica y colectiva de modelos virtuosos de
producción y circulación, es el ámbito donde las ideas neoliberales pueden
ser derrotadas, y también donde se está conformando la fuerza social capaz de
frenar la globalidad excluyente y construir un orden habitable.
https://www.alainet.org/es/articulo/112286
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