Mutaciones, sujetos y posibilidad del socialismo
03/07/2005
- Opinión
I
Es común señalar que en los últimos tiempos ocurrieron importantes cambios en la situación mundial. Se alude así en el ámbito político a la ruptura de la bipolaridad en la última década del Siglo XX. Es una situación que ha llevado a la discusión sobre el “orden mundial”. Es un debate que incorpora la caracterización y la especificidad del desarrollo capitalista en la actualidad y singularmente entre nosotros en Nuestra América. Allí aparece la discusión en torno de Imperio e Imperialismo y los asuntos relacionados a la hegemonía capitalista, compartida y en disputa, o ejercida por EEUU a partir de su poderío militar. Además, en materia política, América Latina acerca importantes novedades a partir de la emergencia del “pueblo” como actor político más dinámico en la construcción del nuevo tiempo histórico. Es que EEUU con todo su poder desplegado en la región y en el mundo ya no puede imponer fácilmente sus dictados políticos. No es un dato menor que el ALCA no se haya suscripto en el tiempo previsto (enero de 2005), ni que hayan avanzado sus propuestas en la OEA, tales como la imposición de su candidato a la Secretaría General, ni la moción por instalar un “monitoreo de la democracia” en la zona. Más allá de los gobiernos, que son los que actúan en el seno de la OEA, el problema lo constituye la dinámica social y política que imprime el protagonismo de los pueblos y que condiciona políticamente a los gobernantes. Es cierto también que los pueblos del mundo incorporan su protagonismo en la definición del curso histórico, y especial mención merece en éstos días el NO a la constitución europea surgido de los plebiscitos en Francia y Holanda. Son otra demostración de la impronta popular en la política y que rebasa la decisión de las formas políticas parlamentarias de ejercer la representación política en nuestros días.
Por lo tanto, el primer dato de la situación mundial deviene en una confrontación política de dos iniciativas políticas contrapuestas. De un lado, las clases dominantes bregan por instalar un nuevo orden global y se destaca en ese plano la agresividad de EEUU, quien acude a la utilización del terror de Estado para imponer sus criterios y hegemonía, y no solo en Irak. Por ahora, Europa solo atina a acompañar, más que a disputar un lugar en esa estrategia. Su debilidad relativa la lleva a esperar mejores momentos para reocupar un lugar en la discusión por la hegemonía en la orientación del capitalismo. Del otro lado emergen iniciativas de las clases subalternas y en forma creciente ya no solo dificultan los intentos del poder, sino que comienzan a definir un territorio propio de construcción de un orden alternativo. Puede parecer exagerado el pronunciamiento. Sin embargo, la sola formulación de un “otro mundo posible”, aún como deseo, da cuenta de una intencionalidad en expansión. No solo es una cuestión cuantitativa el paso de 20.000 a 200.000 participantes en el FSM en Porto Alegre entre las versiones de 2001 y 2005, sino que su extensión a la India en 2004 y sus próximas ediciones regionales en el 2006 lo extienden como una iniciativa global con pretensión de discutir el orden mundial. Es cierto también, que tanto en el FSM como en la dinámica de resistencia de los pueblos existen variadas posiciones y muchas diferencias, tanto de objetivos y propósitos, como de métodos de construcción de la vida cotidiana y de la alternativa política, pero también se puede afirmar, especialmente en la zona, el surgimiento de una nueva realidad a partir de las definiciones públicas asumidas por la revolución bolivariana en Venezuela. Un elemento a resaltar lo constituye la afirmación lanzada por Hugo Chávez en el encuentro “En defensa de la Humanidad” realizado a comienzos de diciembre del 2004 en Caracas y reafirmado en el FSM en Brasil en enero del 2005 en torno a que el capitalismo no trae soluciones en Nuestra América y de ese modo reinstala la posibilidad de la lucha por el socialismo. Así empieza a definirse más claramente la denominación de la alternativa.
Es evidente que la situación política mundial incorpora más elementos que los mencionados, y más complejidad aún, pero el propósito de estas líneas apunta a marcar elementos esenciales para el análisis de la situación en Nuestra América. Que la presencia de China sea creciente en la región, o que exista una articulación política de varios países en la zona con China, India, Sudáfrica e incluso Rusia, no modifica la situación esencial, de privilegiada relación entre los pueblos y países de América Latina y el Caribe y la confrontación con la potencia hegemónica en América: EEUU. Aún el dato relevante de la creciente presencia económica de las inversiones europeas en los últimos años y derivado de las oportunidades de las privatizaciones de empresas públicas surgidas de las orientaciones del Consenso de Washington en nada modifican nuestras principales aseveraciones de la coyuntura actual.
II
Los cambios políticos promueven a su vez mutaciones en el funcionamiento de las relaciones sociales de producción y distribución. Una nueva situación emerge en el orden económico y se trata de regularidades derivadas de políticas globales que vienen consolidándose en una ofensiva del capital más concentrado. Es un proceso resultante de la crisis de mediados de los años 70 y que lleva ya tres décadas de construcción. El principal objeto de las variaciones en las relaciones económicas apunta a recomponer la tasa de ganancia afectada hacia fines de los años 60´ y comienzos de los 70´. Es que el poder político y sindical acumulado por los trabajadores en los años previos había afectado la distribución de la renta en el capitalismo, acrecentando la proporción destinada al pago directo e indirecto de la fuerza de trabajo, expresado en el salario y en los gastos públicos sociales. Restituir rentabilidad a las inversiones de capital fue la consigna planteada por la iniciativa política de las clases dominantes. Se trataba de acciones contra el poder de los trabajadores y resulta imprescindible, a tres décadas de esa ofensiva, hacer algunas evaluaciones sobre el impacto resultante. Un impacto que no solo afectó a los trabajadores, sino que también supuso efectos sobre la burguesía de origen local que se vio más subordinada a la trasnacionalización.
El fenómeno de la “globalización” apunta en este sentido. Es por eso que hablamos de “políticas globales” que desde luego se aplican según las especificidades nacionales, pero que tienen el mismo sesgo y objetivo de recuperar la rentabilidad del capital. El tema es la valorización del capital a escala mundial, su reproducción y ampliación y para ello había que modificar el acuerdo transitorio construido entre capitalistas y trabajadores a la salida de la segunda guerra mundial. Este es el ámbito esencial desde donde se construye la sociedad en su conjunto. Es la relación social que define a la sociedad civil y sobre la que se construyen las relaciones políticas, ideológicas e incluso el imaginario social cultural. Las relaciones sociales en el trabajo definen al conjunto de la sociedad y es por ello que el epicentro de las mutaciones sociales se desarrolla en su seno. De allí las discusiones en torno de la jornada laboral. La lucha se viene dando por la extensión, verificándose una extensión en la mayoría de los países, incluso más allá de las normas legales vigentes. En muy pocos casos se ha ido a una reducción de la jornada, claro que con especial condicionante, particularmente en cuanto a la reducción proporcional de los ingresos salariales. Expresa la lucha por la apropiación de la plusvalía absoluta con formas de explotación de la fuerza de trabajo que retrotrae la situación a otros momentos anteriores del desarrollo capitalista. Es un proceso vinculado a la expansión global de la relación salarial como forma de explotar el trabajo en el mundo y al mismo tiempo de generalizar esas condiciones, por presión de mercado (mundial), de oferta y demanda de fuerza de trabajo, en los mercados laborales de los países de antiguo desarrollo capitalista. La tendencia a la apertura y liberalización de la economía mundial busca una disminución global del precio de la fuerza de trabajo y por eso la creciente relocalización de inversiones productivas en territorios que aseguren una mayor apropiación del plusvalor.
Se trata al mismo tiempo de potenciar la apropiación de plusvalía relativa y extraordinaria, con desarrollos científicos y técnicos, sustituyendo con procesos tecnológicos y de gestión, máquinas y herramientas el saber hacer del trabajador. Es un mecanismo que incluye la explotación de nuevos materiales, objetos y medios de producción para ampliar la esfera de la producción y la reproducción material y simbólica del capitalismo y su dominación. Vale una aclaración adicional en este aspecto. Hay quiénes sostienen el Apocalipsis como resultado del devenir de la explotación capitalista actual, con sus resultados de depredación del medio ambiente y los recursos naturales. No es que no sea cierto como tendencia, pero queremos llamar la atención sobre el carácter de preservación de las clases dominantes de su condición de tal, y en ese sentido insistir en las búsquedas, pese a todo, de las condiciones materiales y simbólicas de continuidad del régimen de explotación y dominación. No participamos de una concepción de suicidio del capitalismo y si de una tendencia a la reestructuración recurrente de las relaciones sociales, las que pueden estudiarse a través de la historia del capitalismo y sus crisis. La extensión en el tiempo de la irresuelta crisis de los 70´ y las variaciones ocurridas desde entonces nos ponen en evidencia el transcurrir de un proceso de lucha donde el capital busca resolver sus problemas de valorización y si es posible con consenso social (de allí el accionar ideológico cultural para disciplinar a la sociedad) y si no por la violencia. Pero al mismo tiempo es un proceso de resistencia de los trabajadores para no perder sus conquistas materializadas en muchos países como derechos y como nuevo dato de la realidad la emergencia de sujetos que se constituyen en lucha para discutir la posibilidad de otro orden global.
El balance nos marca que se abren paso nuevas formas de manifestación en la relación entre los capitalistas y los trabajadores. Se confirman tendencias a la disminución del salario, a la precariedad del empleo y la informalidad en variadas modalidades según sea el país. Ello es acompañado por un crecimiento del desempleo y el subempleo generando una situación de incertidumbre social con simultaneidad de falta de empleo y sobretrabajo por extensión de jornada laboral de una parte de los trabajadores insertos en el mercado laboral. Son las nuevas formas de dominación del capital. El trabajo es subsumido en forma creciente por el capital y en tanto actividad humana para transformar la naturaleza y al hombre y sus condiciones sociales de vida, el capital tiende a subsumir bajo su dominio al conjunto de la sociedad y a la naturaleza. En su momento Carlos Marx dio cuenta del paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el capital, , señalando la subordinación de la fuerza de trabajo al mando del capital. Lo que sugerimos para este tiempo es la tendencia del capital a la subordinación del conjunto social y de la naturaleza a sus pretensiones de organizar la totalidad social. Las clases dominantes vienen por todo, en un intento por relanzar un nuevo ciclo de acumulación capitalista. La superación de la crisis de la modalidad productiva y de distribución gestada entre 1945 y 1975 es la motivación de la ofensiva capitalista de la reestructuración en curso y convengamos que se sostiene con la violencia. En varias ocasiones hemos relatado que el terrorismo de Estado en Chile, Argentina y las dictaduras militares en el Cono Sur de América Latina, fueron el acto fundacional de una política generalizada bajo la designación “neoliberal” que se extendió al conjunto de la sociedad mundial y que hoy continúa sosteniéndose bajo el terror de Estado con que EEUU impone sus designios en el orden global.
III
Es en definitiva una estrategia de saqueo, explotación y violencia para ordenar el sistema de relaciones sociales de explotación a escala mundial. Pero como venimos sosteniendo, resulta indispensable el accionar de los Estados nacionales para que el acontecer cotidiano siga el curso que sugerimos. Nada de lo que ocurre en las relaciones entre capitalistas y trabajadores sucede sin el accionar concreto de los Estados. Es una afirmación válida en las mutaciones de las relaciones en el ámbito de las empresas, como en el conjunto social. Sin el Estado y sus medios represivos no puede entenderse el disciplinamiento del movimiento de trabajadores en cada uno de los países y en escala global. Es una afirmación más allá de resistencias particulares y parciales conquistas y reconquistas de determinados trabajadores en alguna parte del planeta. Pero también debe consignarse el accionar propagandístico e ideológico de los Estados para hacer normal las demandas del capital en el conjunto de la sociedad. Las formas de la violencia no remiten solo al uso de las armas y la represión física, sino que también se acude a la violencia moral del chantaje y la manipulación de la conciencia social para naturalizar el orden vigente y las nuevas formas que asume la explotación.
Contrario a lo que algunos sostienen, no hay menos Estado, sino que ocurre un cambio de funciones de los Estados nacionales. De este modo, no resulta adecuado contraponer el “mercado” al Estado como tendencias contrarias. Ambas categorías, “mercado” y “Estado”, son conceptos relacionales, implican relaciones sociales y como tales son contradictorios y expresan determinados intereses, de “clase” en el capitalismo, y por ende antagónicos. Es que es el propio Estado el que propone y conduce la mercantilización capitalista de la sociedad. Solo entre paréntesis vale decir que es necesario estudiar la proposición del Estado en China, orientado a mercantilizar el socialismo, lo que requiere un debate político y teórico que supera nuestras motivaciones en estas reflexiones. El Estado resulta imprescindible para canalizar con éxito la ofensiva global del capital. En efecto, son los Estados los que están dando nueva forma al orden mundial pretendido. La construcción de la OMC y sus propósitos, en tanto paradigma global de organización del nuevo tiempo, “la apertura y la liberalización de la economía” es discutida a nombre de los capitalistas (los inversores) por los Estados. Desde la Constitución europea, que incluye por cierto su capitulo económico liberalizador, al ALCA o cualquier tratado comercial y de inversiones, es negociado por los Estados. Son los Estados los que disputan entre sí la radicación de inversiones de capital y no dudan para ello de otorgar todas las facilidades demandadas para su atracción, tanto fiscales, monetarias, crediticias, como reformas regresivas del régimen laboral.
Son las representaciones políticas principales del capitalismo desarrollado las que pretenden legitimar un gobierno global con el Grupo de los 7, que a veces suman 8 y que sustentan su pretensión en la fuerza económica, política y cultural de su poder en tanto Estados que concentran dominio sobre la riqueza socialmente generada. Existe un entramado articulado de viejas y nuevas organizaciones globales, desde los Organismos financieros internacionales y el sistema general de Naciones Unidas, a la mencionada OMC y múltiples tratados bi y multilaterales que negocian los Estados para abrirle espacio a las demandas de reestructuración del orden global planteadas por el capital. Es decir, los sujetos de las transformaciones capitalistas en curso, los capitales, en su fase transnacional recurren a los Estados nacionales para modelar a su demanda específica el orden social global. Es curioso, pero en la época de la transnacionalización del capital, éste sigue recurriendo a formas nacionales de empujar su estrategia, y en ese lugar encuentra nueva función para el Estado Nación. Si este fue fundamental para consolidar la acumulación originaria del capital en cada país, hoy es necesario para asegurar una expansión internacional de esos particulares capitales. La contradicción y lucha entre los capitales se presenta en el mercado, y con ayuda del poder del Estado Nación del país de origen de cada capital, se pretende disciplinar la ley del valor. No es un tema nuevo, pues reconocemos como novedad desde la existencia del imperialismo, que la ley del valor se abre camino favoreciendo la ganancia de monopolio. Ya no se trata de la libre competencia, sino la de la existencia dominante del monopolio que impone condiciones y precios, y que por ello se apropia de una cuota mayor de plusvalía que la generada en su seno, e incluso por encima de la ganancia media. El Estado es clave en el sostén de la estrategia de acumulación de los capitales.
La tendencia a la transnacionalización del capital mantiene en territorios nacionales su ámbito de impulso y de toma de decisiones. Es desde los Estados Nación que se continúa ejerciendo el “imperialismo”. Polemizamos por tanto con las concepciones que aluden al “imperio” como una nueva forma de ejercicio de la dominación del capital. Eso genera el doble desafío de una contestación a la trasncionalización en una resistencia sin fronteras, y al mismo tiempo la continuidad de luchas nacionales contra el capital, los propios Estados e incluso a la discusión y lucha interestatal para afirmar procesos de liberación social y nacional.
IV
Los cambios mencionados en la esfera de la política, con sus bases en las mutaciones en las relaciones de producción, especialmente en la de explotación y las nuevas funciones de los Estados Nación han prefigurado sustanciales cambios en la conformación social, o si se quiere en las formaciones económico sociales de cada uno de los países. Se ha modificado la estructura social de cada una de las sociedades nacionales, haciéndose más compleja su descripción, que es tema de análisis en varias disciplinas de las ciencias sociales y políticas. Siendo el trabajo la actividad social que organiza la vida de la humanidad y la salarización el modo dominante, las diferentes formas que ello asume acarrea problemas a la hora de pensar en la organicidad de los trabajadores para responder a la ofensiva del capital y rearticular un imaginario alternativo, anticapitalista y socialista en el Siglo XXI. La modalidad de empleo registrado, dominante en el capitalismo organizado luego de la segunda posguerra, ha mutado a la precariedad y flexibilidad laboral y salarial que viene generalizándose en los últimos años, especialmente luego de la ruptura de la bipolaridad, cuando el Este de Europa se abrió aceleradamente a la restauración de las relaciones capitalistas, principalmente en la gestión de la fuerza de trabajo. Es un fenómeno que se extiende mundialmente y que la realidad del Sur del mundo y el Este de Europa anticipan el futuro del empleo en el capitalismo desarrollado, especialmente Europa occidental y EEUU.
Es necesario entonces redefinir el clasismo en el nuevo tiempo. Algunos se anticiparon en el anuncio catastrófico del fin del trabajo o el adiós al proletariado. Somos de los que pensamos en la centralidad de los trabajadores, puesto que el trabajo sigue siendo la actividad humana que asegura la producción y reproducción de la vida y el sistema social, y por lo tanto es en la organización del trabajo que se define la sociedad civil por la explotación o sin ella. Sigue siendo el trabajador el sujeto generador de la riqueza social y el propio capital. Es por ello que insistimos en la centralidad del trabajador como potencial sujeto para la transformación social. ¿Por qué potencial? Porque no es su condición social la que genera la transformación, sino su constitución como sujeto en lucha para modificar las relaciones sociales. Ahora, ¿son los trabajadores los que generan el proceso de resistencia en los últimos tiempos? Negri y Hardt han propagandizado la categoría “multitud”, muy sugerente por cierto, y en estas reflexiones, queremos insistir en que la lucha contra el capital en sus múltiples manifestaciones (de la lucha y del capital) es protagonizada por los trabajadores, activos y pasivos, registrados o no, precarios o no, formales o informales, del campo o la ciudad, manual o intelectual. No es un tema menor considerar a un vendedor ambulante como una de las formas que asume el trabajo de servicios en la actualidad, o al artesano o productor directo de bienes para el consumo, con independencia del mercado (formal o informal) donde se valide su mercancía, como un trabajador de la esfera de la producción. Las distintas clases y capas sociales que conforman la sociedad contemporánea tienen sustento en la capacidad productiva de los trabajadores.
Es una realidad que la organización de los trabajadores se ha multiplicado en una complejidad más allá de las formas históricas de asociación económica, sindical y política. Es que si a mediados del Siglo XIX la constitución de cooperativas aparecía como una forma alternativa de organizar la vida económica de los trabajadores, la evolución de ese formato empresarial devino funcional a sectores medios de la burguesía, los que se transformaron en hegemónicos en el movimiento cooperativo mundial hasta nuestros días. Es un hecho que en los últimos años y derivado del fenómeno de mutaciones que estamos comentando, existe una reapropiación del cooperativismo y otras formas asociativas sin fines de lucro por parte de los trabajadores. Claro que estos comentarios están influenciados por la realidad en Argentina, de empresas recuperadas por sus trabajadores, mayoritariamente cooperativas; o la experiencia en emprendimientos autogestionarios y de subsistencia del movimiento de “piqueteros” integrado en su mayoría por trabajadores desocupados; o del mantenimiento de formas asociativas para la elaboración productiva o el intercambio de servicios generado en ámbitos asamblearios o territoriales protagonizados por trabajadores y sectores medios (profesionales, comerciantes, pequeños y medianos empresarios, cuentapropistas, etc.) empobrecidos y proletarizados. Pero también de algunas tendencias que se abren camino en diferentes países de Nuestra América y en el mundo. Aludo al cooperativismo emergente en Brasil, en el movimiento por la vivienda (moradía) o el que surge en el desarrollo de la vida cotidiana que impulsa el Movimiento Sin Tierra (MST) y otros movimientos similares. Es asimismo, una referencia a las formas asociativas para la producción derivadas de la construcción de la vida cotidiana en el zapatismo y otros diversos movimientos populares de México y Latinoamérica. Es también la apuesta que surge en las nuevas condiciones (pos bipolaridad) en los países que insisten en su denominación por el socialismo: China, Vietnam y Cuba y por cierto en distintas partes del planeta.
El mundo de la organización sindical también se ha modificado, cuanti y cualitativamente. La disminución del trabajo formal y regularizado ha contribuido a disminuir la población integrante de cada sindicato tradicional, al tiempo que debe consignarse la emergencia de un nuevo sindicalismo derivado de la extensión de la relación salarial en nuevos territorios, principalmente en el Sur del mundo y el Este de Europa. Se modifica en cantidad y calidad la categoría “sindicato”, sus atributos y alcances para constituirse en efectiva defensa de los intereses sectoriales de los trabajadores. Las variaciones alcanzan a las articulaciones internacionales del movimiento sindical. El mapa de las alianzas internacionales y la subordinación a ciertas regularidades ideológicas se han modificado sustancialmente o directamente caducado. La organización del movimiento sindical mundial remite a mutaciones recurrentes en un camino aún sin rumbo determinado, donde las articulaciones nacionales e internacionales recorren un camino innovador sobre el que es prematuro opinar. Insistimos en la experiencia propia en el marco nacional y regional para las presentes afirmaciones. En efecto, en la Argentina, desde 1990 se viene construyendo una ruptura con la tradición del movimiento de los trabajadores bajo la hegemonía de la CGT, aún cuando esta se dividía en fracciones que luego negociaban su unidad para retomar un proceso de fracciones y unificación. El surgimiento de la CTA nos permite pensar la realidad de la Argentina e inferir procesos similares en otros territorios. Se trata de una nueva forma de pensar la sindicalización, donde los trabajadores se asocian por su calidad de tal, con independencia de la rama de actividad o su calidad de empleado, desempleado, activo o jubilado, cuentapropia o cualquier forma que asuma transitoria o permanente el trabajador. Es también la articulación de organizaciones de trabajadores del Cono Sur, tal como ocurre con los trabajadores de la Justicia de Argentina, Brasil y Uruguay, con planes conjuntos de resistencia y planteamientos comunes, sectoriales y hacia la sociedad, con independencia de las diferencias nacionales. La propia articulación global del movimiento sindical está en discusión. Es un hecho la crisis del sindicato tradicional y la emergencia de nuevas formas de representación sindical, las que definen un amplio campo de posibilidades para el clasismo sindical.
La representación política de los trabajadores sufre también modificaciones y se expresa como crisis de todas las formas políticas partidarias que pretendieron asumirse como representación de los trabajadores, tanto los partidos comunistas, los socialistas y las distintas denominaciones que asumió el populismo o el nacionalismo. La caída del socialismo en el Este de Europa puso en crisis al movimiento comunista e incluso a las distintas fracciones surgidas a través del tiempo, porque contrario a lo que se suponía no ha habido herencia sustitutiva en la influencia del movimiento obrero o revolucionario a ninguna de las corrientes ideológicas surgidas del tronco comunista originario. La crisis se manifestó también en los 80´ y 90´ en las variantes de la socialdemocracia y el populismo o manifestaciones nacionalistas populares o revolucionarias. La destrucción de sujetos a manos de las políticas hegemónicas, el “neoliberalismo”, dejó el espacio abierto para la construcción de nuevas formas de expresión política de los trabajadores. La realidad de Nuestra América es prolífica en experiencias novedosas en curso de ejecución y es aún temprano realizar un proceso de evaluación determinante. Remitimos a la rica y diversa experiencia política en Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y Argentina. Dejo expresamente afuera el caso uruguayo por tratarse de una articulación política integrada con actores que disputan la representación política de los trabajadores y el pueblo de Uruguay desde hace más de treinta años, aunque claro está, se encuentra influido por el clima político imperante en la región al comienzo de este Siglo XXI. Es un tema abierto, en un marco de crisis de representación política en general, es decir, más allá de los intereses específicos de los trabajadores.
A modo de síntesis, estamos pasando revista a los desafíos por organizar la alternativa en sus dimensiones económicas, sindicales y políticas de los trabajadores, es decir, pensar el clasismo a comienzos del Siglo XXI.
V
La nueva configuración social mantiene en el centro de su gestación a los trabajadores, siendo así la clase social que atraviesa todas las categorías sociales presentes en los pueblos. Por ello es que no concebimos el ciclo de luchas populares actuales al margen de la lucha de los trabajadores, ya que estos desde su lugar en la base constitutiva del orden social, la relación de explotación o sociedad civil, se encuentran en condiciones no solo de generar la producción y reproducción de la vida y el modo de producción y dominación, sino que también expresan la potencia para transformar las relaciones sociales de producción y distribución, es decir, el orden social capitalista en sus formas de expresión actual.
América Latina y el Caribe constituyen un laboratorio de experimentación de la luchas de los trabajadores, pues los pueblos se han transformado en actores políticos que determinan el curso de evolución de nuestras sociedades. La novedad en la región no la constituyen los gobiernos surgidos de procesos electorales, sino las condiciones generadas por las luchas populares y que determinan esas representaciones institucionales con un sesgo, en general discursivo, y solo eso, respecto de las políticas hegemónicas establecidas en términos generales en los 90´ y al influjo del Consenso de Washington. Pero más allá del intento de apropiación de la protesta social por parte de las clases dominantes en cada uno de nuestros países, lo importante pasa por los procesos que definen una nueva organicidad del movimiento popular y que se manifiesta en formas concretas de ejercicio del poder popular en la construcción de emprendimientos económicos asociativos no lucrativos, en la construcción de un nuevo sindicalismo y clasismo, tanto como en el surgimiento de nuevas fuerzas políticas.
Es un proceso que se construye en una dinámica de resistencia creciente en defensa de la vida y sus condiciones de reproducción; por el empleo y la seguridad social, extendiendo los derechos a la educación, la salud, la vivienda, la defensa del medio ambiente y lo derechos de las mujeres y las minorías sexuales y de todo carácter; en pro de otra sociedad y otro mundo, contra el Estado y por apropiarse del Estado y sus funciones para la transformación social. Pero esa dinámica resistente requiere ser completada con un programa de imaginario social alternativo, que es anticapitalista y por cierto socialista. No es solo una apelación a la tradición histórica de la que somos tributarios, sino más allá, por recuperar una perspectiva que estuvo en el origen del capitalismo, de todos aquellos movimientos o precursores, de reformadores sociales, que globalmente radicamos en la “lucha por el socialismo”, pero también como tributo al mito sugerido por Mariátegui para la región en el primer tercio del Siglo XX: la revolución socialista. Insistimos en que no se trata solo de una cuestión histórica, de recuperación de un viejo programa que remite a una antigua configuración social y de imaginario político, sino a la validación histórica que en estos días le está ofreciendo la revolución bolivariana a la perspectiva socialista. Ya no se trata solo de Cuba, sino de una potencia de articulación de esa alternativa socialista en el intento de construir otra integración regional de la mano del ALBA (Alternativa Bolivariana de las Américas). Es un emprendimiento recién iniciado y abierto a otros pueblos (ciudades, provincias o países) que sean capaces de desafiar la hegemonía del régimen capitalista. Esta aseveración y potencialidad nos lleva a discutir la tercera precondición para la transformación social, y es la fuerza política para materializar esos cambios. Es que Cuba y Venezuela expresan potencia política organizada, con especificidades propias, por cierto, que hacen posible la dirección del Estado para darle función a una posibilidad de construcción social alternativa. ¿Cuál es la forma y el fundamento de esa fuerza política? Es un tema abierto en este tiempo y que protagonizan los trabajadores y los pueblos en una dinámica creciente de resistencia contra la ofensiva del capital.
- Julio C. Gambina es profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario y copresidente de la Asociación para la Unidad de Nuestra América, AUNA. Ponencia presentada en el panel “La sociedad latinoamericana, del viejo esquema clasista a la nueva configuración social”, llevado a cabo en el marco del evento “América Latina: La nueva configuración social y la crisis del Estado neoliberal”, Quito, 30 de junio de 2005, organizado por la AUNA y la Universidad Andina Simón Bolívar.
https://www.alainet.org/es/articulo/112373
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