Naciones Unidas: La reforma frustrada
15/09/2005
- Opinión
En la década de los 60, cuando un joven y apuesto asesor diplomático
le entregó al entonces presidente de la República Francesa, Charles de
Gaulle, un detallado informe sobre el impacto de la política exterior
gala en los organismos internacionales, el veterano estadista se
limitó a echar un rápido vistazo a la portada del documento. "Las
Naciones Unidas. ah, esa cosa", dijo el viejo general. Decididamente,
de Gaulle no era partidario de la diplomacia multilateral. Y tampoco
de los foros internacionales controlados por británicos y
norteamericanos, sus ex aliados de la Segunda Guerra Mundial, que no
escatimaron esfuerzos en ningunear al "Frenchie" (el francés) durante
su exilio londinense. La desconfianza del presidente galo culminó con
la retirada de Francia de la estructura militar de la OTAN. En aquel
entonces, de Gaulle tenía otras prioridades; se trataba de tener manos
libres para llevar a cabo el programa nuclear francés, fabricar la
bomba atómica que iba a consagrar la grandeur de la France. En este
contexto, las Naciones Unidas no dejaban de ser. "esa cosa".
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) empezó su andadura en el
otoño de 1945. Constituida para suceder a la Sociedad de las Naciones,
la ONU se fijó como metas el mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales de conformidad con los principios de la justicia y del
derecho internacional, la defensa de los derechos humanos y las
libertades fundamentales, la amistad entre los pueblos y la libre
determinación de las naciones, la solución de los problemas de
carácter económico, social, cultural y humanitario. Todo un programa
basado en la euforia y en la innegable buena fe de los vencedores de
la gran contienda que acabó con los imperios coloniales, con las
estructuras obsoletas de un letárgico Viejo Continente.
Los múltiples objetivos que se había fijado la ONU exigían la
creación de numerosos organismos subsidiarios. En poco tiempo,
presenciamos una auténtica proliferación de agencias especializadas
(FAO, UNESCO, OMS, UIT, UNCTAD, etc.) y de comités y subcomités de
trabajo dedicados a elaborar informes y propuestas que, en la mayoría
de los casos, no llegaban a materializarse. Se trataba de operativos
sumamente costosos, que acababan provocando "agujeros" en el
presupuesto de la organización. A la hora de la verdad, los auditores,
desalmados expertos en "números" incapaces de evaluar el alcance de
los éxitos reales o ficticios de la Organización, no dudaron en tildar
a la Secretaría de la ONU de incapaz, ineficiente y corrupta.
Acusaciones éstas que ocultaban los poco generosos designios de las
grandes potencias o, mejor dicho, de "la" gran potencia mundial,
cansada de ver en la rigurosidad de la ONU un obstáculo para la
aplicación de su política imperial. Los dos últimos Secretarios
Generales de la Organización, Boutros Boutros Ghali y Kofi Annan,
experimentaron en sus carnes las presiones ejercidas tanto por la Casa
Blanca como el Departamento de Estado norteamericano.
En 1995, durante las celebraciones del 50 aniversario de la fundación
de la ONU, la Asamblea General acordó crear un Comité encargado de
estudiar la reforma de las estructuras de la Organización, haciendo
especial hincapié en la gestión del presupuesto, la transparencia
administrativa, la eficacia del personal contratado por el Secretario
General y, por último aunque no menos importante, la lucha contra la
corrupción. Sin olvidar, claro está, otros aspectos relacionados con
la evolución de las relaciones internacionales, que exige la
ampliación del número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad,
principal órgano político de la ONU. Entre los candidatos para los
escaños permanentes figuran dos potencias industriales: Alemania y
Japón, así como varios Estados del mundo en desarrollo: India, Brasil,
México y Sudáfrica. Curiosamente, el entusiasmo de los postulantes no
ha sido compartido por los grandes de este mundo. El acuerdo de
mínimos alcanzado escasas horas antes de la inauguración del actual
período de sesiones de la Asamblea General pone de manifiesto los
recelos de quienes se empeñan en controlar los destinos de la ONU.
Para los Estados Unidos y sus aliados, la nueva ONU debe convertirse
en un organismo capaz de afrontar los retos del siglo XXI, creando
mecanismos capaces de agilizar las llamadas "intervenciones
humanitarias" (léase armadas) y/o de gestionar la ayuda en caso de
catástrofes naturales. Ello abre la puerta al incremento de la
presencia militar y empresarial en el Palacio de Cristal de Manhattan.
Nada nuevo bajo el sol, puesto que la ONU se ha hecho a la idea de que
"conviene" colaborar con el estamento castrense y la generosa empresa
privada.
También figuran en la lista de prioridades de la Secretaría la lucha
contra el tráfico de estupefacientes y el blanqueo de dinero
procedente de actividades criminales, así como la elaboración de una
normativa jurídica destinada a apoyar el combate contra el terrorismo.
Los Estados Unidos han hecho hincapié en la necesidad de limitar las
actividades a favor de los derechos humanos, así como el alcance de
los dictámenes del Tribunal Penal Internacional, que no podrá
perseguir a los militares norteamericanos (y aliados) que participan
en operaciones de mantenimiento de la paz (Bosnia, Kosovo, Iraq.)
En resumidas cuentas, el simulacro de reforma aprobado por la
Asamblea General sólo servirá para convertir a las Naciones Unidas en
un mero reflejo del mundo en que vivimos.
- Adrián Mac Liman es escritor y periodista, miembro del Grupo de
Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París).
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), Madrid, España.
https://www.alainet.org/es/articulo/112992?language=en
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