Nada que ganar, todo para perder: perspectivas para los países en desarrollo en la Ministerial de la OMC en Hong Kong y en adelante
Nada que ganar, todo para perder
01/12/2005
- Opinión
(Ponencia presentada en el Foro ¿Qué está en juego en Hong
Kong?, co-organizado por la Coalición Stop the New Round y
Focus on the Global South, Hotel Sulon, Quezon City, Filipinas,
25 de noviembre de 2005.)
Aparentemente las negociaciones hacia la Conferencia
Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Hong
Kong no están avanzando. Los informes en borrador para la
Ministerial sobre el estado de las negociaciones en
agricultura, acceso al mercado de bienes no agrícolas (NAMA) y
servicios ya están disponibles, y si bien todos intentan
presentar una visión positiva de que se está avanzando hacia
la “convergencia”, en realidad eso no es así. Un análisis
exhaustivo de los documentos revela que sólo hay acuerdos en
un 10% -como máximo- de los puntos clave de negociación,
mientras que existe amplia divergencia en un 90%. Cuando se
publique el texto borrador de la declaración ministerial,
seguramente será lo que el Secretariado de la OMC denomina un
documento “plagado de corchetes”, como lo fuera el borrador de
la declaración de la Ministerial de Seattle.
Guerra defensiva
Desde que el “Acuerdo Marco” de julio fuera metido a la fuerza
en la reunión del Consejo General a finales de julio de 2004,
los países en desarrollo han estado involucrados en lo que
podría caracterizarse como una guerra defensiva en la OMC. En
las tres áreas clave de negociación –servicios, acceso a
mercados no agrícolas (NAMA) y agricultura, los países en
desarrollo han tenido que defender sus mercados de una
agresiva ofensiva de los países desarrollados, liderados por
EE.UU. y la UE, en pos de una mayor liberalización. En dos de
las áreas -NAMA y servicios- debido a sus niveles arancelarios
en las manufacturas y la industria que son mucho más altos que
los de los países desarrollados, y por causa del trato
preferencial que le dan a los proveedores locales de servicios,
ellos tienen todo para perder y muy poco para ganar con la
liberalización. En agricultura también están a la defensiva,
pero al menos en este sector pudieron debilitar las presiones
de los países desarrollados que pretenden una mayor
liberalización de los mercados del Sur, montando un
contraataque por los enormes subsidios que dan la Unión
Europea y Estados Unidos a la agricultura –que posibilitan que
sus intereses agrícolas dominen y distorsionen los mercados
globales.
En las tres negociaciones sectoriales, la amenaza más
inmediata, desde el punto de vista de los países en desarrollo,
son las negociaciones de servicios. Aquí, hubo una movida
fuerte de parte de los países desarrollados para sustituir el
enfoque flexible de las solicitudes-ofertas por un enfoque que
tiene carácter de obligatorio. Permítanme explicar esto
brevemente: la práctica de negociación en el Acuerdo General
sobre Comercio de Servicios (GATS) es que cualquier gobierno
es libre de solicitar a otro la apertura de varios sectores de
servicios, pero el gobierno que recibe la solicitud también es
libre de ofrecer sólo aquellos servicios que está dispuesto a
abrir, e incluso de no hacer oferta alguna. En las
negociaciones actuales se han introducido “enfoques
complementarios” tales como “pisos mínimos” y “metas
numéricas” para obligar a los países en desarrollo a “mejorar
la calidad” de sus ofertas, lo que significa que deberán
aceptar abrir más servicios que los que han puesto hasta el
momento sobre la mesa de negociaciones.
El actual texto borrador de la ministerial presentado por el
Presidente del Consejo sobre Comercio de Servicios no menciona,
al menos en forma explícita, los enfoques más amenazantes de
“pisos mínimos” y “metas numéricas”, pero sí promueve un
enfoque complementario por el que un gobierno o un grupo de
gobiernos pueden hacer solicitudes específicas a otro gobierno
o grupo de gobiernos para que abran uno o varios sectores de
servicios, y este último tendrá que “involucrarse en
negociaciones plurilaterales para considerar tales
solicitudes”. Tal como lo han percibido acertadamente los
países en desarrollo, las negociaciones obligatorias son el
primer paso en la pendiente resbalosa hacia la liberalización
obligatoria.
En NAMA han habido amplias divergencias y el Informe de Avance
del Presidente sobre las negociaciones, publicado el 22 de
noviembre del 2005, refleja eso. No se ha llegado a acuerdos
ni con relación a una formula para liberalizar los aranceles
no agrícolas, ni con respecto a los coeficientes diferenciales
para los países desarrollados y en desarrollo para ser anexado
a dicha fórmula (que tomaría en cuenta la situación de
subdesarrollo del sector industrial y manufacturero de los
países en desarrollo). Una nota del texto, sin embargo,
plantea en forma implícita que los miembros han llegado a un
acuerdo con relación a la reducción de aranceles de la
“Fórmula Suiza”. Esta fórmula exigiría reducciones
arancelarias proporcionalmente mayores para los aranceles más
altos que la fórmula de la “Ronda Uruguay” que obligaría a una
reducción arancelaria promedio, pero que al ser flexible
permite a los miembros distribuir la reducción promedio en
forma discriminativa entre las distintas líneas arancelarias,
pudiendo aplicar reducciones arancelarias menores para los
productos más sensibles y mayores para los menos sensibles. En
la medida en que muchos países en desarrollo mantienen
aranceles más altos que los países desarrollados para muchos
productos manufacturados importados y para otras importaciones
de productos no agrícolas, ellos serán los más afectados sea
cual sea la Fórmula Suiza que se adopte. Esta es la razón por
la que muchos se resisten a aceptar la Fórmula Suiza u otra
fórmula del tipo de la Suiza, contrariamente a la impresión
que da la lectura del texto.
Tal como lo hemos planteado, en servicios y en NAMA, los
países en desarrollo han jugado mayormente una guerra
defensiva, con pocas posibilidades de llevar adelante una
estrategia ofensiva con excepción quizás del modo 4 sobre
servicios, que tiene que ver con el movimiento transfronterizo
de “personas naturales” que prestan servicios, como los
profesionales altamente calificados. Pero incluso en el modo 4,
donde la posición de los gobiernos de los países desarrollados
prácticamente no tiene ningún margen de “flexibilidad” por
razones políticas (léase sentimiento anti-inmigrantes), las
posibles ganancias o beneficios para los países en desarrollo
han quedado seriamente restringidas.
Intransigencia de EE.UU. y la UE en agricultura
En las negociaciones sobre agricultura, sin embargo, la
historia ha sido muy diferente. A pesar de las ventajas que
gozan los países desarrollados según los términos del Acuerdo
Marco de julio, las diferencias entre ellos con respecto a las
distintas ofertas de reducción de sus subsidios y la habilidad
de los países en desarrollo en mantener el centro de atención
en los subsidios y en la protección de los mercados de los
países desarrollados, ha colocado a la UE y a EE.UU. en la
defensiva.
La intransigencia de los países desarrollados en las
negociaciones ayudaron a que la Ministerial de Cancún en el
2003 fracasara. Ahora este se ha convertido en el punto más
controvertido en el camino hacia Hong Kong. Si bien la UE es
un chico malo –tal como EE.UU. trató por todos los medios que
los otros gobiernos creyeran en la reciente cumbre de la APEC
realizada en Busan, Corea- no es el único. La muy publicitada
oferta de EE.UU. de reducir sus subsidios globales para la
agricultura en un 60%, es en realidad una cortina de humo y un
montón de espejitos de colores. Se trata de una reducción de
los niveles de ayuda permitidos, no de los niveles actuales
que se está aplicando hoy. No sólo permitirá que los actuales
niveles de ayuda sigan intactos, sino que deja espacio para
que los mismos aumenten.
Es más, la propuesta de EE.UU. dejará el actual sistema de
subsidios virtualmente inalterado, si es que no se expande. No
hubo compromisos concretos ni de reducir la ayuda alimentaria,
que en realidad es un mecanismo de dumping; ni los créditos a
las exportaciones, que en realidad son un tipo de subsidio a
las exportaciones; ni de podar en forma significativa los
subsidios del “compartimento verde”. E incluso, EE.UU.
continúa presionando para que se amplíe su “compartimento
azul” y así poder acomodar la nueva ronda de subsidios para la
agricultura aprobada durante la administración Bush en el
marco de la Ley Agrícola del 2002. Estos dos “compartimentos”,
que fueron institucionalizados durante la Ronda Uruguay,
permiten exenciones –por diversas razones sospechosas—a la
eliminación o reducción significativa de varios tipos de
subsidios que fomentan el dumping.
¿Por que les resulta tan difícil a EE.UU. y a la UE realizar
ofertas serias? Porque el Acuerdo de Agricultura nunca tuvo la
intención de promover el comercio justo en la agricultura,
sino de regular la competencia monopólica existente entre
EE.UU. y la UE para hacer dumping de sus productos en los
mercados de terceros países, al tiempo que realizaban recortes
cosméticos a las ayudas internas para dar legitimidad al
proceso. El principal objetivo fue abrir los mercados
agropecuarios de los países en desarrollo y regular el dumping,
nunca fue poner fin a los subsidios de los países
desarrollados. Entonces, aun si EE.UU. y la UE ahora hicieran
“mejores” ofertas que las que han presentado hasta el momento,
es altamente improbable que las mismas signifiquen algún
cambio significativo en sus sistemas de subsidios masivos.
¿Kabuki?
Entonces, al no haber movimientos en agricultura, ¿estamos
frente a un parálisis en el camino hacia Hong Kong? Ojalá
fuera así. Pero lo que muchos temen en efecto, es que la
competencia entre la UE y EE.UU. por quién hace la mejor
oferta no es otra cosa que una pieza de Kabuki con una
sofisticada coreografía que concluirá con una fórmula
negociada entre ellos a último momento. Algunos consideran que
hay un paralelismo con las negociaciones sobre agricultura en
la última fase de la Ronda Uruguay, cuando EE.UU. y la UE
estuvieron al borde de la pendiente y luego retrocedieron a
último momento acordando el actual Acuerdo sobre Agricultura,
que luego fue impuesto a los demás países. Tómenlo o déjenlo,
dijeron, pero si se niegan a aprobarlo serán responsables del
fracaso de la ronda.
Ahora se podría dar un escenario similar, alerta el economista
C.P. Chandrasekhar:
“Se trata exactamente de la misma pieza que está siendo
actuada nuevamente. Existen grandes expectativas de que la UE
irá un poco más allá en su segunda oferta. Sin embargo, esto
implicará que sus intereses en la agricultura estén bien
cuidados y mayores exigencias a los países en desarrollo para
que hagan concesiones en acceso a los mercados no agrícolas
(NAMA) y en servicios. Si ellos se resisten a esta exigencia,
la carga por la destrucción de la ronda a último momento caerá
sobre los hombros de los países en desarrollo.”
Y el peligro está, plantea él, “en que en el intento de
conseguir tanto como les sea posible sin verse forzados a
asumir esa responsabilidad, países como India y Brasil podrían
hacer importantes concesiones que no sólo afectarán a sus
propios productores, sino también a los de África y de otros
países.” En efecto, muchos están preocupados de que los
brasileros terminen vendiendo el negocio si consiguen que la
UE se comprometa con un cronograma explícito para eliminar en
forma progresiva los subsidios a las exportaciones, y que los
hindúes podrían hacer lo mismo a cambio del compromiso de
EE.UU. de incrementar marginalmente las visas de trabajo HB1
para los especialistas en alta tecnología de la India.
En efecto, ahora se está hablando de expandir el proceso de
negociación más allá de Hong Kong para garantizar que se
llegue a un acuerdo y una conclusión victoriosa de la
denominada Ronda de Doha. Tal como lo describe Celine
Chevariat de Oxfam, los actores influyentes están hablando de
“un tercio de un acuerdo en Hong Kong y una extensión de
cuatro meses para concluir finalmente las modalidades” en una
nueva ministerial a realizarse antes de mediados de 2006.
Desde mi punto de vista, el “tercio” a ser acordado en Hong
Kong podría ser el acuerdo de servicios que avala el enfoque
“plurilateral”, y los dos tercios restantes, principalmente
agricultura y NAMA, podrían concluirse más adelante en la
segunda ministerial.
Es real que incluso si el único resultado de Hong Kong, o de
un proceso “Hong Kong Plus”, fuera un acuerdo basado en el
actual borrador sobre servicios, eso representaría ya un gran
triunfo para las grandes potencias económicas y un enorme
revés para los países en desarrollo. Aileen Kwa de Focus on
the Global South alerta que el enfoque plurilateral legitimado
por un acuerdo sobre servicios podría ser transformado
fácilmente en negociaciones sectoriales formales con un fuerte
ímpetu para la liberalización que podría iniciarse
inmediatamente después de Hong Kong, tal como sucedió con las
negociaciones sobre telecomunicaciones y servicios financieros
que se formalizaron rápidamente en negociaciones sectoriales
después que las negociaciones plurilaterales en estos sectores
fueran avaladas en 1997.
En suma, para sintetizar el estado de situación en la OMC, los
países en desarrollo tienen todo que perder y nada por ganar
con un nuevo trato en la OMC, ya sea que ese trato se selle en
Hong Kong o en un proceso más largo del tipo “Hong Kong Plus”.
El problema mayor
Pero el problema no reside sólo en el actual proceso de
negociación que está aprisionado en el denominado Acuerdo
Marco de julio. El problema es más sustantivo: la estructura,
normas y procesos de la OMC están sistemáticamente sesgados
contra los intereses de los países en desarrollo. Le ha tomado
10 años a los países en desarrollo aprender esto, pero hay
cuatro razones por las que la OMC es realmente mala para el
Sur, parafraseando el título del video de Focus on the Global
South.
En primer lugar, la liberalización comercial es la razón de
ser de la OMC, y se hace cada vez más evidente que una mayor
liberalización económica tiene resultados exactamente opuestos
a los pregonados por los promotores del libre comercio.
Después de 20 años de aplicación de los ajustes estructurales
y de otras políticas fundamentalistas pro-mercado en los
países en desarrollo, hay más gente pobre en el mundo hoy que
en 1985. La inequidad tanto dentro como entre los países es
mucho mayor. En las regiones del mundo donde se adoptaron las
políticas pro-mercado con mayor optimismo -América Latina y
el Caribe, África Sub-sahariana y Europa Central y del Este-
el número de pobres creció en forma significativa. De hecho en
forma masiva en el caso del alumno ejemplar del neoliberalismo,
la Argentina, donde el 52% de la población cayó por debajo de
la línea de pobreza y el 25% se encuentra en la categoría de
‘indigente’, luego del colapso económico del 2001.
Fue en Asia oriental donde se registró una reducción de la
pobreza, dado que la integración al mercado global fue
gestionada por Estados fuertes como China y Corea del Sur, que
en la mayoría de las instancias aplicaron una fórmula
proteccionista anti libre mercado al interior y mercantilismo
con el exterior. Pero incluso en esta region, se vivieron
tendencias regresivas como en los casos de Tailandia e
Indonesia, donde la liberalización de las cuentas de capital
apoyada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) provocó la
descomunal crisis financiera asiática que en el espacio de
unas pocas semanas condujo a más de 1 millón de tailandeses y
a más de 21 millones de indonesios por debajo de la línea de
pobreza, en el verano de 1997.
En segundo lugar, si bien la retórica de la OMC hace
referencia al libre mercado, los acuerdos clave fomentan el
monopolio empresarial.
Si las negociaciones en agricultura se encuentran estancadas
es porque, como lo explicamos antes, el AsA nunca tuvo la
intención de liberalizar el comercio agrícola mundial, sino
que fue diseñado para permitir a la UE y EE.UU. gestionar su
competencia monopólica para continuar con el dumping de sus
productos altamente subsidiados en los mercados de terceros
países, al tiempo que hacen concesiones con algunos recortes
cosméticos en los subsidios para que el trato gane legitimidad.
Al igual que en el AsA, no hay ningún componente ni
remotamente asociado al libre comercio en la pieza clave de
la OMC, el acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual relativos al Comercio (ADPIC), que fue
diseñado para otorgarle el monopolio sobre las innovaciones
tecnológicas a las empresas estadounidenses y a otras empresas
de alta tecnología, mediante la imposición a nivel mundial de
leyes de patentes draconianas que siguen el modelo de las de
Estados Unidos. En efecto, tan abiertamente monopólica es la
esencia del ADPIC que el defensor acérrimo del libre comercio
Jagdish Bhagwati ha cuestionado el hecho que este acuerdo
fuera incluido en la OMC. Esto no significa que prefiramos el
libre comercio corporativo al comercio monopólico (ya que el
libre comercio también atenta contra los intereses de los
países en desarrollo), sino que queremos destacar que existe
una contradicción sustancial entre los principios ideológicos
y los intereses corporativos, que atraviesa la OMC como una
fisura y que ha sido una de las causas principales de su
pérdida de legitimidad entre los países en desarrollo.
Tercero, la OMC atenta contra el desarrollo.
Después de firmar bajo presión en 1994 , le tomó algún tiempo
a los países en desarrollo darse cuenta de que el ADPIC
constituye prácticamente una garantía de que la ruta
tradicional hacia la industrialización –la industrialización a
partir de la imitación- es una cosa del pasado; y de que el
acuerdo TRIMS sobre las medidas de inversión relativas al
comercio, al prohibir las herramientas de desarrollo tales
como las políticas de contenido local, hace que sea
prácticamente imposible utilizar la política comercial como un
instrumento para la industrialización. Para la mayoría de los
países en desarrollo, denominar a la Ronda de Doha como de
desarrollo es un contrasentido malicioso ya que la misma
margina las áreas de negociación de mayor interés para los
países en desarrollo: reconciliar el comercio y el desarrollo,
ejecución de los compromisos de liberalización comercial
formulados durante la Ronda Uruguay, y trato especial y
diferenciado para los países en desarrollo.
Cuarto, el comercio mundial no necesita a la OMC.
Que la OMC es indispensable para la expansión del comercio
mundial es una de esas mentiras, como lo plantea el
propagandista Nazi Goebbels, que de tanto repetirla se
transforma en verdad. El corolario de esto es la afirmación de
que el comercio mundial caería en la anarquía si la OMC dejara
de existir.
Dejemos las cosas en claro: el comercio global no necesitó a
la OMC para multiplicarse por ochenta y siete, pasando de un
valor de $124 mil millones en 1948 a $10 billones 772 mil
millones en 1997. Esta expansión tuvo lugar bajo el antiguo
GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), que se
complementaba con la Conferencia de Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo (UNCTAD). El marco flexible del GATT-
UNCTAD permitió que se aplicaran políticas comerciales
orientadas al desarrollo posibilitando la industrialización de
los países de América Latina entre 1950 y 1970, así como la
existencia de estrategias proteccionistas/mercantilistas
lideradas por el Estado, que los Nuevos Países
Industrializados de Asia oriental utilizaron para transformar
rápidamente sus economías entre 1965 y 1995. En otras palabras,
el marco multilateral del GATT-UNCTAD dio a los países en
desarrollo suficiente espacio político, un fenómeno que
aparece reflejado en los hallazgos de Robert Pollin de que
excluyendo el caso especial de China de la ecuación, la tasa
de crecimiento general de los países en desarrollo durante la
era del desarrollo (1961-80) fue de 5,5%, frente a un 2,6% de
la era neoliberal (1981-2000).
Entonces, ¿por qué se sustituyó el marco GATT-UNCTAD si
funcionaba razonablemente bien? El motivo por el cual se creó
la OMC y su razón de ser siempre ha sido servir a los
intereses de las empresas transnacionales (ETN) que hoy en día
dominan la economía mundial y están buscando constantemente
abrir mercados. Para ser más específicos, fue EE.UU. y sus
empresas transnacionales quienes presionaron para que se
creara la OMC. En la medida en que sus empresas se volvían más
dependientes de la economía mundial en la década del 70, EE.UU.
lideró los esfuerzos para reemplazar al GATT por una
organización con un mecanismo de resolución de controversias
más poderoso para hacer caer las políticas proteccionistas,
forjó un acuerdo sobre comercio agrícola con la UE para
gestionar el dumping en los mercados de los países en
desarrollo; presionó para que se llegara a un acuerdo que
abriera los servicios de los países en desarrollo a las
multinacionales para su explotación; presionó por un acuerdo
sobre TRIMS que convertiría en ilegal el uso de las políticas
comerciales por parte de los países en desarrollo para su
industrialización; y metió a la fuerza un acuerdo sobre DPI
que consolidaría las ventajas de EE.UU. en las industrias de
tecnología de punta.
Presionados por sus propias empresas globalizadas, la UE y
Japón se sumaron a la agenda de EE.UU., mientras que los
países en desarrollo eran mayormente observadores, que
preferían el marco relativamente amigable con el desarrollo
plasmado en el GATT y UNCTAD.
Sí, la OMC es indispensable para las ETN. Para los países en
desarrollo ha sido –tomando una imagen de Max Weber- una jaula
de hierro que les ha robado su espacio para el desarrollo.
Para ellos, los últimos diez años han sido una experiencia de
estar constantemente a la defensiva mientras el proceso de la
OMC subordinaba inexorablemente el desarrollo al comercio
corporativo. Para defender sus intereses, ellos fueron
forzados a crear bloques como el G20, G30, G90, que
contribuyeron al descarrilamiento de la Conferencia
Ministerial de la OMC en Cancún. Si las negociaciones actuales
están estancadas, es porque los bloques de los países en
desarrollo han logrado con éxito bloquear la estrategia de
negociación asimétrica de EE.UU. y la UE de conceder recortes
puramente cosméticos de sus enormes subsidios agrícolas, al
tiempo que le exigen a los países en desarrollo que hagan
concesiones perjudiciales, en términos de un mayor acceso a
sus mercados agrícolas, no agrícolas y a sus sectores de
servicios.
Haciendo virtud de la necesidad, los defensores de la OMC han
aprovechado el surgimiento de estos grupos para argumentar que
los mismos posibilitan a los países negociar en condiciones de
mayor equidad bajo el paraguas de la OMC. La realidad es que
el sesgo profundamente anti-desarrollo de la OMC le deja a los
países en desarrollo un espacio muy limitado para defender sus
intereses. Por cierto, no se trata de un marco en el que
puedan perseguir una agenda de desarrollo positiva. En efecto,
una consecuencia que podría ser positiva de su experiencia de
guerra defensiva en la OMC, es que los países en desarrollo
han empezado a ser concientes de que necesitan unirse para
crear instituciones diferentes a la OMC para la gobernanza del
comercio mundial, instituciones que subordinen el comercio al
desarrollo.
La Sexta Conferencia Ministerial de la OMC podría colapsar en
Hong Kong. Esto en todo caso sería algo positivo.
Contraviniendo los escenarios apocalípticos autocomplacientes
que pintan sus defensores corporativos, hay vida después de la
OMC. Su desaparición no generaría anarquía sino que abriría
espacio político para el desarrollo.
DRÁCULA Y EL MUNDO EN DESARROLLO: ¿EL ACTO FINAL?
Permítanme concluir con una imagen de uno de mis autores
favoritos, Bam Sotker. La OMC es inmortal como su personaje
Drácula. Cada vez que piensas que lo has matado él resucita.
Luego del colapso de la Conferencia Miniserial de Seattle en
1999, la OMC resucitó con su exitosa Ministerial en Doha,
Qatar, en noviembre de 1991. Sin embargo, al triunfo de Doha
le siguió el fracaso de la Quinta Ministerial en Cancún en
septiembre de 2003. Luego de Cancún vino el golpe
institucional del Consejo General de la OMC en julio de 2004,
que metió a la fuerza el draconiano Acuerdo Marco de julio.
Por lo tanto es mucho lo que estará en juego en Hong Kong. En
Hong Kong la OMC podría consolidarse como el motor de la
liberalización del comercio mundial. O podría ser la estaca
que atraviese el corazón de esta organización profundamente
anti-popular y acabar con ella para siempre.
*Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global
South, una organización con sede en Bangkok, y profesor de
sociología en la Universidad de Filipinas. Él es autor de los
Dilemas de la Dominación: La Disolución del Imperio Americano
(Nueva York: Metropolitan, 2005) y de numerosos artículos
sobre la Organización Mundial del Comercio y los países en
desarrollo.
(Traducción del inglés: Focus on the Global South).
Fuente: Source: FOCUS: ON THE ROAD TO HONG KONG: Number 2,
November 2005
Focus on the Global South. www.focusweb.org
https://www.alainet.org/es/articulo/113762
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