Los primeros pasos de la megacrisis

27/01/2006
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La euforia neoliberal de los años 1990 y los delirios militaristas que le siguieron son hoy desdibujados recuerdos, sus impactos mediáticos se han agotado. Así como en ese remoto pasado abundaban los expertos que profetizaban el milenio burgués ahora muchos de ellos anuncian la próxima llegada de una megacrisis mundial mucho más potente que la de los años 1970. En una nota publicada en agosto del 2005 Stephen Roach, economista jefe de Morgan Stanley, alertaba sobre la inminencia de la “primera crisis energética de la era de la globalización” y los numerosos puntos débiles de la economía norteamericana ante dicho fenómeno (1). Sin embargo un mes mas tarde y en el mismo newsletter Roach colocaba en el primer nivel de peligrosidad al déficit del balance de cuenta corriente de Estados Unidos (2). Por su parte “The Economist” apuntaba también en agosto hacia otro detonador: la burbuja inmobiliaria mundial con centro en Estados Unidos, cuyo desinfle sería inevitable a no muy largo plazo (3), aunque durante ese año la revista también puso el acento en el déficit de cuenta corriente, la deuda publica, el déficit fiscal y otros males de la superpotencia.

Una rápida recorrida por las principales fuentes de información económica internacional nos llevaría a engrosar la lista de amenazas: la fragilidad del dólar, el circulo vicioso comercial-financiero establecido entre Estados Unidos y China (el primero acumulando deudas y déficits y el segundo dólares y bonos del Tesoro norteamericano) o la desaceleración de la Unión Europea (donde el motor alemán aparece con crecientes dificultades económicas, sociales y políticas). Y mirando más allá de la economía asoman las consecuencias del fracaso de la ocupación de Irak que podría desatar una reacción en cadena; por ejemplo enlazando la caída del dólar con la reconversión de grandes reservas dolarizadas hacia otras monedas, el encarecimiento recesivo del crédito en Estados Unidos y la contracción de su consumo interno impactando sobre la demanda global.

Varios meses antes de concluir el 2005 el FMI repronosticaba a la baja las tasas de crecimiento de varios países centrales (Alemania, Italia, Inglaterra, Japón, etc.), los burócratas del Fondo diversifican las culpas: Katrina, los déficits norteamericanos, la suba del precio del petróleo... (4), dejando entrever que el 2006 no sería mejor.

La incertidumbre aumenta cuando son recordados los errores de previsión que antecedieron a la última megacrisis desatada a partir del shock petrolero de 1973-1974. Los pocos economistas de renombre convencidos de que se avecinaba una crisis mundial de gran envergadura apostaban en su mayoría a las turbulencias monetarias agravadas desde 1971 cuando el presidente Nixon decidió no entregar más oro a cambio de dólares, sepultando así el sistema monetario construido luego de la Segunda Guerra Mundial.

De todos modos esas previsiones eran marginales, la mayoría aplastante de economistas, políticos y comunicadores endiosaban los mecanismos keynesianos capaces según ellos de controlar cualquier perturbación seria. Cuando la crisis estalló casi todos anticiparon el comienzo de una era de mayor regulación estatal del mercado en Occidente acompañada por el fortalecimiento internacional del bloque soviético, pero ocurrió lo contrario; el keynesianismo clásico entró en declinación, emergió triunfante el neoliberalismo y las desregulaciones de todo tipo, la URSS desapareció... en síntesis, se produjo una enorme bifurcación que no entraba en la visión conservadora de los expertos. Una sorpresa similar sucedió en la época de la primera guerra mundial una de cuyas principales víctimas fue el capitalismo liberal considerado entonces eterno por los formadores de opinión de Occidente. Ahora que estamos ingresando en una era de alta inestabilidad predominan nuevamente los errores de percepción; el grueso de los medios de comunicación (administradores del “sentido común”) dan por sentado que las transformaciones estructurales del capitalismo de las tres últimas décadas son irreversibles mientras que una minoría crecientemente influyente apunta hacia un cierto retorno del pasado keynesiano; es casi seguro que ambos se equivocan.

Expansión del parasitismo

Como la economía mundial gira en torno de Estados Unidos (su consumo interno sobredetermina la evolución de la demanda mundial) resulta útil observar las grandes transformaciones (y desequilibrios) que allí se están produciendo.

En primer lugar aparece una sorprendente combinación de elitización social, consumismo y declinación del la cultura productiva. Desde la Segunda Guerra Mundial se había afianzado la desconcentración de ingresos; a lo largo de los años 1960 y 1970 el 1% de mas rico de la población acaparaba aproximadamente el 8 % del Ingreso Nacional, pero en torno de 1980 cambió la tendencia y se desarrolló un proceso de rápida concentración actualmente en curso, en el 2000 ese 1 % ya absorbía el 16 % del Ingreso Nacional (ver el gráfico “Estados Unidos: concentración de ingresos”). Contrariamente a lo que enseña cierta ortodoxia económica la concentración por arriba no engrosó la corriente del ahorro y la inversión sino la del consumo que en términos reales creció al 4 % anual entre 1985 y 2003 mientras que el Producto Bruto Interno lo hacía al 2,2 % (5). La tasa de ahorro personal se fue contrayendo hasta llegar ahora a niveles negativos (ver el gráfico “Caída del ahorro personal en Estados Unidos") sin ser compensada por el ahorro empresario y estatal que también declinaron, en consecuencia el ahorro nacional neto (empresario, público y personal) que representaba en promedio el 7,5 % del Ingreso Nacional en el período 1960-2000 cayó al 1,5% durante 2001-2005, como resultado de ello las inversiones fueron crecientemente financiadas por capitales externos.

Paralelamente se expandió el comportamiento especulativo en detrimento de la cultura productiva, entre 1952 y 1979 (época keynesiana) los ingresos financieros representaron en promedio un 10 % del ingreso de las familias pero entre 1980 y la actualidad (hegemonía neoliberal) dicho porcentaje casi se duplicó, recordemos que cuando ocurrió la crisis de 1929 entre un 3 % y 4 % de la población estadounidense estaba involucrada en negocios bursátiles, esa cifra rondaba el 50 % hacia el año 2000.

Frente a ello se reducía la masa de obreros industriales, no se trató de un fenómeno exclusivamente norteamericano sin embargo en ninguno de los países desarrollados el mismo se manifestó de manera tan aguda. Por otra parte la flexibilización laboral alentada a partir de la presidencia de Reagan (1981-1989) deterioró a largo plazo la "cultura empresaria" de importantes segmentos de trabajadores frenando el dinamismo de los procesos innovativos industriales. La competitividad ganada en el corto plazo por las empresas (desaceleración de las presiones salariales) fue perdida en el mediano y largo plazo al hacerse más caros y menos creativos los sistemas de innovación, los productos norteamericanos comenzaron a ser cada ves menos competitivos frente a los de países desarrollados como Alemania o Japón que podían ofrecer mayor calidad y en ciertos casos también mejores precios, pero también frente a bienes tecnológicamente menos sofisticados fabricados por naciones emergentes como China con bajos costos, principalmente salarios.

Desequilibrios externos

Llegamos así a una segunda tendencia visible: la expansión incesante de los desequilibrios externos. El balance comercial se fue degradando, todavía en los años 60 era positivo pero al comenzar los 70 aparecieron algunas cifras negativas al comienzo modestas pero en 1977 se produjo el primer gran déficit de 27 mil millones de dólares, que trepó a 57 mil millones en 1983 y a 109 mil millones en 1984, persistió por lo general en esos niveles durante el resto de la década y en la mayor parte de la siguiente y en 1998 saltó a 165 mil millones comenzando una vertiginosa carrera ascendente: 378 mil millones en el 2000, 494 mil millones en el 2003, 617 mil millones en el 2004 (6), arrastrando en su caída al balance de cuenta corriente (7) cuyo déficit llegó a representar el 5,7% del Producto Bruto Interno norteamericano en 2004.

En el pasado los ingresos de las inversiones en el exterior contrarrestaban en parte los desequilibrios comerciales que Estados Unidos pagaba entregando dólares, es decir con un costo directo ínfimo, pero con el correr del tiempo esos papeles se fueron transformando en activos norteamericanos en manos extranjeras que produjeron beneficios que en una porción significativa salían al exterior. Hacia 1950 los activos en el exterior de los estadounidenses equivalían a cerca del 11 % de su Producto Bruto Interno y a comienzos del 2005 llegaban al 36%, indicador de la expansión global de esa economía, pero paralelamente crecieron los activos de extranjeros en los Estados Unidos. Si también los comparamos con el Producto Bruto Interno norteamericano veremos que representaban el 6 % en 1950, el 22 % en 1985 y el 78 % en 2005 (8): dos dólares en activos norteamericanos poseídos por extranjeros contra un dólar de activos en el exterior en manos norteamericanas. Sin embargo el balance entre ingresos y egresos de fondos de esas inversiones sigue siendo todavía favorable a los Estados Unidos (9)... pero cada vez menos. En 1960 ese saldo representaba el 70 % de las entradas de fondos por inversiones en el exterior, pero en 1980 había bajado al 40 %, en 1992 al 22 % y en 2004 oscilaba entre el 9 % y el 10 % (ver el gráfico: “ Estados Unidos: Declinación del saldo de negocios con el exterior”).

Este panorama se ve agravado a causa de la creciente dependencia energética, desde comienzos de los 1970 viene cayendo la extracción interna de petróleo, en consecuencia la economía es cada ves más sensible a los vaivenes de una producción mundial que estaría llegando a su cenit lo que acelera la suba de los precios (10).

Deudas y déficit fiscal

A las dos tendencias negativas descriptas se suma una tercera, si nos remitimos a las últimas cuatro décadas los superávit fiscales constituyen una rareza, desde los años 70 los déficits fueron creciendo hasta llegar a niveles muy altos a comienzos de los 90 y luego Clinton se despidió con algunos superávits significativos, pero desde la llegada de Bush hijo el déficit regresó alcanzando cifras sin precedentes: 160 mil millones de dólares en 2002, 380 mil millones en 2003, 412 mil millones en 2004. La combinación de recortes tributarios a las empresas e incrementos de gastos militares no fueron compensados con mayores ingresos aportados por la reactivación, en consecuencia la deuda pública que había frenado su empuje hacia finales de la era Clinton avanzó incontenible y ahora llega a ocho billones de dólares (ver el gráfico “Deuda pública de los Estados Unidos”), integrando una deuda total (pública, personal y empresaria) superior a los 37 billones de dólares, equivalentes a más de tres veces el Producto Bruto Interno de Estados Unidos y superior al Producto Bruto Mundial. Luego del enfriamiento económico de 2001 la Casa Blanca consiguió con estos desequilibrios, la reducción de la tasa de interés y una política de crédito fácil impulsar el consumo y hacer subir el ritmo de crecimiento... pero también logró expandir el déficit comercial, las deudas y una burbuja especulativa mucho más grande que la desinflada a comienzos de la década actual.

Esto ha hecho a Estados Unidos mucho mas dependiente del ahorro internacional, los ingresos de capitales externos oscilan entre 2000 y 3000 millones de dólares diarios, sin ellos el Estado no cerraría sus cuentas, las empresas no conseguirían sostener sus inversiones y los consumidores no podrían seguir gastando al ritmo actual. Resultado: las deudas privada y pública de los norteamericanos con el exterior rondaban en 2004 los 4,5 billones de dólares (en 1995 llegaban a 1,5 billones) y los bancos centrales extranjeros que en 2003 compraron el 14 % de los bonos a largo plazo del Tesoro adquirieron el 28 % en 2004 (11).

Complicidades

Los estadounidenses consumen, importan y acumulan deudas como nunca antes lo habían hecho alentados por un gobierno que imprime cerca de 1 billón y medio de dólares por año (12); el resto del mundo, en especial los países asiáticos, colocan esos billetes en sus reservas, los cambian por bonos del Tesoro norteamericano contribuyendo a paliar el déficit fiscal de la superpotencia (financiando de ese modo sus aventuras militares) o invierten en Estados Unidos una parte de sus dólares. A simple vista nos encontraríamos frente a un mega parásito que se alimenta del ahorro y la producción del planeta, sin embargo eso es una verdad a medias; chinos, japoneses, alemanes o ingleses no están haciendo beneficencia a cambio de nada, en realidad lo que hacen es sostener al primer mercado del mundo cuyo desinfle los golpearía duramente. Es el lugar donde chinos y japoneses venden una parte sustancial de sus exportaciones, y donde los europeos colocan grandes masas de capitales. Además la financierización de la economía no es un fenómeno exclusivamente norteamericano, se trata de un proceso global. Dos ejemplos: la deuda pública de Japón equivale al 140 % de su Producto Bruto Interno y el área más caliente de la especulación financiera: los negocios con “derivados” (que ascenderían según cálculos recientes a unos 180 billones de dólares: cerca de cinco veces el Producto Bruto Mundial)(13) si bien tienen su centro motor en Estados Unidos, conforman una trama donde se mezclan de manera indiferenciada especuladores europeos, japoneses, chinos, latinoamericanos, estadounidenses o rusos.

El desajuste financiero global.

Esto nos lleva hacia el primer posible detonador de una futura megacrisis: el desajuste financiero global.

El déficit del balance de cuenta corriente de Estados Unidos equivale al 70 % del conjunto de déficits en cuenta corriente del mundo... y la tendencia es creciente, el flujo de fondos externos que sostiene a la superpotencia no puede mantener de manera indefinida su ritmo actual, incluso antes de declinar podría sufrir algunas fluctuaciones que harían crujir a un sistema sumamente frágil. Es de buen tono en los medios académicos y tecnocráticos hacer referencia a la necesidad de un ajuste fuerte en Estados Unidos apoyado en una marcha forzada hacia el equilibrio fiscal que seguramente enfriaría el consumo y por consiguiente las importaciones, reduciendo en consecuencia el déficit del balance de la cuenta corriente. En realidad se trata de una aspiración de difícil cumplimiento, porque si ello llegara a ocurrir arrastraría hacia la recesión a la economía mundial, chinos y japoneses se enfrentarían a la contracción de su principal mercado y ellos también entrarían en crisis. Los europeos (en especial los países líderes de la región) no tendrían donde colocar parte de sus exportaciones pero sobre todo una porción sustancial de sus excedentes financieros, ahora han entrado en una período de crecimiento bajo pero en ese momento caerían en la recesión. En síntesis; si el desajuste sigue, tarde o temprano causará un sacudón financiero grave, pero si es corregido la economía mundial sufrirá una depresión gigantesca.

La declinación del dólar

Estrechamente vinculado al fenómeno anterior pero con vida propia descubrimos un segundo detonador: el dolar, su futuro incierto. Viene declinando respecto del euro, del yen y del oro más allá de algunas recuperaciones efímeras. Japón acumula reservas (en su mayor parte dolarizadas) por más de 850 mil millones de dólares, las reservas chinas rondan los 700 mil millones de dólares, les siguen otros países asiáticos. Recientemente Corea del Sur anunció su voluntad de diversificar sus reservas, Japón hizo los mismo, India ya lo viene haciendo y China duda en comenzar el proceso. Todos saben que si venden masivamente dólares el precio del billete caerá en picada lo que causaría una contracción catastrófica del valor de sus reservas mucho antes de que puedan reconvertirlas, en consecuencia intentan una complicada operación consistente en deslizarse muy suavemente hacia otras divisas y activos buscando no provocar el derrumbe del dólar. Pero la debacle podría comenzar impulsada por otros factores, por ejemplo un avance significativo de la desdolarización del mercado petrolero; si una parte importante de importadores y exportadores deja de aceptar dólares privilegiando al euro se produciría una fuerte declinación del dólar con su secuela recesiva en Estados Unidos. Irán anunció recientemente la próxima instalación en Teherán de una bolsa de comercio petrolero funcionando en euros y compitiendo con las de Nueva York y Londres que operan en dólares, además la creciente convergencia entre China, Rusia e Iran podría derivar en la constitución de un bloque industrial-energético euroasiático que apuntaría hacia la desdolarización de los intercambios comerciales.

Fracaso en Irak

La guerra de Irak aparece como el tercer detonador potencial de la crisis. Andre Gunder Frank solía insistir en que todo el poderío norteamericano se asienta en dos pilares: el dólar y el Pentágono (14), apoyándose mutuamente en un juego de hegemonía global. El primero de ellos muestra claros signos de debilidad, el segundo, luego de un despliegue mediático inusitado como súper héroe de la llamada “guerra contra el terrorismo”, ha quedado atrapado en el pantano irakí, pero también en el de Afganistán (que se va irakizando gradualmente). La expansión de los gastos militares norteamericanos no se desató luego del 11 de septiembre de 2001 sino antes (ver el gráfico: “Gastos militares de Estados Unidos”), uno de sus objetivos principales era el establecimiento del dominio de Estados Unidos sobre los recursos energéticos mundiales pieza clave de su proyecto imperial. El logro de esa meta le habría permitido resguardar baluartes vitales como el de la hegemonía financiera (y del dólar como moneda universal). Pero el desarrollo de la aventura irakí muestra a una gran potencia alcanzando las fronteras de su “sobre extensión estratégica”, concepto

popularizado por el historiador norteamericano Paul Kennedy para señalar como los imperios cuando entran en decadencia se ven obligados a multiplicar sus intervenciones militares en el mundo con el fin de sostener sus conquistas pero también como el financiamiento de esas intervenciones es cada vez más problemático (las guerras se convierten en multiplicadores de deudas) al mismo tiempo que los despliegues bélicos son crecientemente ineficaces: la solución militar se convierte así en un catalizador de la crisis (15).

Una retirada (derrota) de las tropas norteamericanas de Irak afectaría directamente a su poderío económico, empujaría al dólar hacia abajo y seguramente al precio del petróleo hacia arriba, tendría efectos recesivos sobre Estados Unidos que se propagarían globalmente. En consecuencia las tropas estadounidenses no se puede retirar... aunque tampoco pueden quedarse porque sus posiciones se van deteriorando de manera irresistible.

La crisis energética

El cuarto detonador es la crisis energética en curso que podría desembocar en una estampida inflacionaria y recesiva superior a las de los años 1970. Existe una causa estructural que la provoca; el agotamiento global de las reservas agravado por el hecho de que todas las grandes potencias industriales, las tradicionales y las emergentes, son también grandes importadoras de petróleo. Hacia fines de los años 90 los pronósticos más serios señalaban que entre 2010 y 2012 llegaríamos a la cima de la extracción (el temible “Peak Oil”), pero se trataba de un evaluación errónea basada en la sobre estimación de las reservas disponibles sobre todo las del Medio Oriente, Asia Central y Rusia. De todos modos esa proximidad hubiera bastado para que al promediar la década actual la combinación (confrontación) de las estrategias energéticas de los países centrales, las grandes empresas petroleras y los especuladores consiguiera hacer subir los precios del combustible. Pero ocurre que ahora sabemos que el período previo al Peak Oil se ha acortado, los yacimientos de la Cuenca del Mar Caspio no son tan generosos como se suponía, muchos de los de Medio Oriente (sobre todo de Arabia Saudita) y Rusia están siendo sobre explotados, por consiguiente ya nada puede detener la carrera de precios.

Existe todavía un bloqueo global de información sobre el tema, cada suba de precios aparece en los medios de comunicación causada por algún factor circunstancial (Katrina, una declaración desafortunada de Bush, alguna turbulencia política en Medio Oriente, etc.) pero la realidad no puede ser maquillada de manera indefinida. Además las fuentes energéticas de reemplazo no están libremente disponibles en el corto-mediano plazo como para generar una reconversión rápida. Ello significa que los precios del petróleo seguirán subiendo sin techo a la vista, el fenómeno ya afecta de manera significativa a los costos industriales de los países centrales y en algún momento causará conjuntamente la contracción de los beneficios y del consumo... el fantasma de la “estanflación” que muchos creían encerrado en el baúl de los recuerdos de los años 1970 regresaría rejuvenecido.

La burbuja inmobiliaria

El quinto detonador es la burbuja inmobiliaria global que según The Economist constituye la burbuja especulativa más importante de la historia, superior de lejos al globo bursátil de fines de los años 1990. En ese momento la suba del valor de las acciones en el conjunto de países desarrollados durante los cinco años anteriores al desinfle representó un 80 % de la suma de sus PBI, ahora de acuerdo a los cálculos de esa publicación el incremento del valor de las propiedades residenciales de esas naciones equivale a más del 100 % de dichos PBI, haciendo comparaciones parecidas se pueda observar que cuando estalló en Estados Unidos la crisis de 1929 la sobrevalorización del mercado bursátil representó el 55 % del PBI norteamericano (16). El disparador de esta ola ha sido la política de dinero barato implementada por el gobierno de Bush como salida al estancamiento de 2001, una avalancha de créditos para la vivienda con tasas de interés muy bajas expandió el mercado de tal manera que en 2004 el valor total de las viviendas residenciales en Estados Unidos llegó a los 15 billones de dólares contra 7 billones siete años atrás. ¿A cuanto asciende la burbuja en ese país?, según estimaciones conservadoras se trataría de unos 3 billones de dólares de sobreprecios que podrían esfumarse de un día para otro (16), si llevamos este cálculo al nivel mundial oscilaríamos entre los 5 y 6 billones dólares, cerca de la mitad del Producto Bruto Interno norteamericano: imaginemos que podría llegar a ocurrir si abruptamente ese capital “desaparece”.

Para entender el fenómeno debemos retrotraernos a los años 1970 cuando se inició un proceso de financierización global que en los 1990 recorrió una sucesión de estallidos de burbujas: Japón al iniciarse la década, Asia del Este en 1997, Rusia en 1998, Estados Unidos en el 2000, cada desinfle fue sucedido por un globo de mayor magnitud que el anterior, pero la sucesión está arribando ahora a una altura que hace imposible su control.

Otras fuentes de crisis

Aunque la crisis no tiene porque comenzar necesariamente en Estados Unidos, en los otros dos espacios de alto desarrollo se han ido acumulando tensiones que podrían desencadenar turbulencias de alcance mundial. Hablar de un escenario de crisis en Europa podría parecer demasiado osado pero no es así, Alemania, su motor económico, se aproxima al crecimiento cero (menos del 1 % en 2005) marcado por el ascenso de las tensiones sociales, la desocupación, el desencanto de los habitantes de la ex RDA (que recientemente protagonizaron una importante ola de protestas) y el agotamiento de los beneficios de la expansión (colonización) hacia Europa del Este. En Francia e Inglaterra la situación no es demasiado mejor e Italia concluyó el 2005 con un crecimiento del orden del 0 % . La ilusiones acerca de la consolidación de la Unión Europea se han enfriado como lo demostraron las últimas elecciones regionales. Impactos externos como la previsible desaceleración de la economía norteamericana o la continuación del proceso de suba del precio del petróleo pueden desatar la recesión.

No menos frágil es la situación en Asia del Este en torno de Japón y China. Ambos han acumulado enormes reservas (mas de 1,5 billones de dólares) y son extremadamente sensibles tanto a los vaivenes del mercado estadounidense como a los precios del petróleo. China esta atrapada por su “éxito” como economía exportadora y en su interior crecen las desigualdades sociales y la legitimidad ideológica de su sistema de poder ha entrado en declinación, una pausa en su crecimiento podría desatar antagonismos internos de la magnitud de su peso demográfico. Japón ha podido preservar su estabilidad durante los últimos quince años pese al estancamiento económico pero ello depende mucho de variables globales ingobernables (costos energéticos, dinamismo de las economías de su región, evolución de las importaciones de Estados Unidos, etc.).

Si observamos la realidad de los países subdesarrollados (emergentes o declinantes) encontraremos seguramente numerosos factores de crisis (económicos, políticos, sociales) con enorme potencial de propagación regional y global. Pensemos en el área de países islámicos, franja que se extiende desde el Océano Atlántico en el norte de África hasta el Pacífico atravesando los estados árabes, los de Asia Central llegando a Indonesia y que alberga a unos mil quinientos millones de habitantes, actualmente sacudidos por la estrategia militar expansionista de Estados Unidos. Pensemos en América Latina (no solo en su región andina) y la Europa del Este, por ejemplo en Rusia, que todavía puede dar algunas sorpresas. En síntesis, la facilidad que encuentra actualmente un especialista en prospectiva para localizar probables focos de turbulencia tal vez nos estaría indicando que por sobre esas localizaciones (parciales) se sitúa una dinámica global de crisis que estaría llegando a su momento de bifurcación, de ruptura histórica

La larga gestación de la megacrisis

Ese “momento” no es el resultado de una conjunción de accidentes de la coyuntura sino la consecuencia de un largo proceso, iniciado hacia fines de los años 1960 con una crisis de sobreproducción que se expresó con turbulencias monetarias, tensiones consumistas y finalmente el shock petrolero de 1973-74 y la “estanflación” que le siguió. Allí concluyó la prosperidad generada por los parches keynesianos de la postguerra (anticipados en Estados Unidos en los años 30), que habían conseguido revertir la decadencia económica del período de entre guerras. Pero el remedio no restableció la salud del capitalismo en el largo plazo como lo suponía el mito de la regulación estatal sino que postergó sus achaques, ampliando la base de futuros desbordes parasitarios. En realidad el neoliberalismo no debe ser considerado como la negación de la experiencia keynesiana sino como su consecuencia lógica, su etapa necesaria siguiente; la articulación y el desarrollo de los pilares de la hipertrofia financiera global (fundamento del edificio neoliberal) no hubieran sido posibles sin el instrumental y voluntarismo intervencionista de los estados centrales. Entre esas acciones debemos incluir a la expansión de la deudas públicas, los gastos militares, la manipulación política de los organismos financieros internacionales (con el fin , por ejemplo, de acentuar el saqueo de la periferia), la multiplicación de intervenciones armadas (primera y segunda guerra del Golfo, Kosovo, etc.), la sofisticación de las intervenciones de los bancos centrales de los países ricos... y también la ofensiva “desestatizante” (colonialista) en la periferia saqueando sus infraestructuras educativas, sanitarias e industriales. El neoliberalismo no ha sido otra cosa que la instauración planetaria de la hegemonía financiera, es decir “imperialista” (Bujarin definió al imperialismo como la política del capital financiero, convergencia parasitaria en el más alto nivel del poder burgués en el centro del capitalismo mundial). El fenómeno comenzó hace más de un siglo, atravesó diversas etapas y transformaciones para llegar a la situación actual, ahora el hijo neoliberal suele burlarse de tanto en tanto de su padre keynesiano (que a su vez se burlaba del abuelo liberal decimonónico) pero vive, se reproduce gracias al patrimonio recibido, sobre todo sus estructuras estatales de intervención.

Un futuro turbulento

El dato mayor que marca este comienzo de siglo es la declinación de Estados Unidos acompañada por dos fenómenos que la diferencian de manera radical de otras decadencias imperiales de la historia moderna.

En primer lugar la globalización (comercial, financiera, productiva...) expresada como interdependencia extrema entre las grandes potencias económicas y más directamente de todas ellas respecto del mercado norteamericano cuyo caída arrastrará seguramente a los demás, otra interpretación posible es que lo que aparece como “crisis norteamericana” (con impactos globales) es en realidad una crisis global con múltiples focos. Esto significa que lo más razonable es esperar que el fin de la unipolaridad en torno de los Estados Unidos no sea el comienzo de otra unipolaridad de reemplazo (asiática o europea) sino mas bien de un complejo proceso de despolarización incluyendo multipolaridades flojas, liderazgos regionales efímeros, etc. Un anticipo de ello es la aparición de acuerdos e integraciones regionales que tienden a crear dinámicas y estrategias crecientemente autónomas respecto de Estados Unidos, por ejemplo la convergencia triangular entre Irán, Rusia y China con capacidad de atracción hacia un amplio espectro de países eurasiáticos. La lectura de estos procesos se ve dificultada por el peso cultural del pasado, además las burguesías que toman distancia del Imperio norteamericano encuentran en esta “independencia” una fuente de legitimidad que les ayuda a controlar mejor a sus poblaciones casi siempre agredidas por políticas económicas que acentúan la concentración de ingresos. Por ejemplo en América Latina podemos observar a gobiernos como los de Lula en Brasil o Kirchner en Argentina, que aplican durísimos ajustes neoliberales, alardear de ciertas actitudes supuestamente “antiimperialistas” (con relación a la diplomacia estadounidense). El nuevo “progresismo” latinoamericano así como ciertas emergencias autonomizantes eurasiátcas expresan tentativas de reproducción de la explotación capitalista más allá de la vieja tutela norteamericana o buscando suavizarla o acotarla gracias a pragmáticas y cambiantes diversificaciones de alianzas y sometimientos. Mientras tanto la superpotencia trata de sobrevivir como tal en la medida de sus posibilidades, defiende metro a metro sus privilegios, intenta ofensivas salvadoras (como la invasión de Irak) y acentúa sus características más crueles.

El otro dato asociado al descenso de Estados Unidos es que el mismo coincide con la etapa de declinación del ciclo estatizante del capitalismo que iniciado hace más de un siglo, cobro fuerte impulso con la Primera Guerra Mundial, engendró los diversos fascismos, se asumió como keynesiano hasta emprender su fase declinante bajo la bandera neoliberal. En su última etapa ascendente (entre 1945 y 1973) llevó al “estado burgués”a su más alto nivel de desarrollo y hegemonía cultural posibilitando la integración “democrática” de las clases inferiores en los países ricos y colocándose a la vanguardia de los procesos nacionalistas periféricos (en estos últimos la liberación del control imperialista equivalía a la instauración del control estatal-nacional, antiimperialismo y estatismo fueron casi sinónimos en esa época). Más aún, las tentativas de ruptura anticapítalista a los largo del siglo XX, empezando por la Revolución Rusa, quedaron ideológicamente prisioneras del estatismo que desde Occidente impartía lecciones de eficacia administrativa y racionalidad social (en ese sometimiento cultural encontraremos uno de los factores decisivos del fracaso del “socialismo” soviético y sus diversas variantes). La racionalidad estatal con máscara socialista llevada a su último extremo, a la organización total de la sociedad, se convirtió en su contrario: irracionalidad productiva, esterilización del espíritu innovador, corruptela generalizada, arbitrariedad del Poder.

El horizonte de despolarización turbulenta tiende a extenderse ahogando al conjunto de mitos de la civilización burguesa, el proceso está recién en sus comienzos.

A diferencia de la ola de crisis que despegó con la Primera Guerra Mundial no aparecen ahora alternativas confiables engendradas en el centro del mundo (conservadoras, reformistas o revolucionarias), en ese período la racionalidad estatal (impregnada de la lógica militar) ofrecía opciones viables tanto a los que querían salvar al capitalismo como a los que aspiraban a enterrarlo. Por el contrario despuntan otras racionalidades (y rebeldías) alimentadas por el propio proceso de modernización global, de urbanización de la periferia, de expansión explosiva de las (inter)comunicaciones. Renacimiento del pluralismo, de formas colectivistas, solidarias desde abajo cuya complejidad desborda estructuras y prejuicios autoritarios generando en los altos mandos dramáticas crisis de percepción.

Crisis, decadencias, nacimientos, renacimientos... van tapizando un siglo sorprendente.

Notas:

(1) Stephen Roach, “Globalisation’s First Oil Shock”, Morgan Stanley, Aug 26 2005.

(2) Stephen Roach, “Global: The Shoestring Economy”, Morgan Stanley, Sept 09 2005

(3) “The global housing boom. In come the waves”, The Economist, Jun 16th 2005.

(4) FMI , Worl Economic Outlook, september 2005.

(5) Jack Crooks, “Dollar drops: Good news and bad”, Asia Times Online, Nov 25 2004. (6) U.S. Census Bureau, Foreign Trade Division.

(7) El Balance de cuenta corriente norteamericano integra al balance comercial, al balance de inversiones estadounidenses en el exterior e inversiones extranjeras en Estados Unidos y las transferencias unilaterales. (8) Piketty T., Saez E., “Income Inequality in the United States, 1913-1998”, The Quartely Journal of Economics, Vol. CXVIII, num 1, 2003.

(9) Ello se debe a que la rentabilidad promedio en Estados Unidos sigue siendo más baja que el promedio mundial. (10) Jorge Beinstein, “¿Hacia la crisis energética global?”, Mercado, septiembre 2005.

(11) Jack Crooks, art.cit.

(12) Joseph W. Stroupe, “ Crisis towers over de dollar”, Asia Times Online, Nov. 25 2004.

(13) ibid.

(14) Andre Gunder Frank On the internet (http://www.rrojasdatabank.org/agfrank/agf_internet.htm).

(15) Paul Kennedy, “Auge y caída de las grandes potencias”, Plaza James, Barcelona, 1989.

(16) The Economist, art. cit.

(17) William Engdahl, “Is a USA Economic collapse due in 2005?”, Studien von seitfragen, July 26. 2004 (http://druckversion.studien-von-zeitfragen.net/US%20Economic%20Collapse%...)

https://www.alainet.org/es/articulo/114188
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