Después de la caída del ‘Muro de Berlín’ como símbolo de terminación de la guerra fría, la democracia y la economía de mercado aparentemente quedaron sin rivales en el mundo. Y es por ello que en la nueva agenda global la democracia aparece como uno de los referentes fundamentales, junto a la vigencia de los derechos humanos, la protección del medio ambientes, la lucha contra la criminalidad internacional y el terrorismo. A partir de allí la discusión no es si la democracia es el mejor régimen político, sino de qué tipo y qué calidad de democracia se está hablando. Por ello la democracia, además de ser considerada un procedimiento para tomar decisiones colectivas, se convirtió en un valor referencial y además un criterio de inclusión- exclusión o marginación de un gobierno o una sociedad en el nuevo contexto global. Se han justificado incluso invasiones militares para derribar ‘tiranos’ y para implantar la democracia (casos como los de Haití en nuestro hemisferio, o de Irak en el medio oriente para sólo mencionar dos de los más recientes). Se cuestionan resultados, aparentemente democráticos – en términos de mayorías y minorías- cuando los triunfadores no son de los afectos de los grandes poderes globales, como los casos del Presidente Chávez en Venezuela en su momento, incluso si el triunfo del Presidente Evo Morales no hubiera sido tan contundente hubiera sido puesto en entredicho, o el triunfo de Hamas en Palestina, sector político que probablemente no es muy diferente de su rival Fatah –tienen ambos milicias armadas propias al margen del Estado y sus sectores extremistas cuestionan el derecho de Israel a su existencia-. Lo anterior señala a su vez otros interrogantes de gran pertinencia: ¿se puede ‘sembrar’ la democracia? ¿la democracia se puede considerar como un valor único, universal y atemporal? ¿qué o quién define cuando se trata de una buena o mala democracia? Históricamente se ha considerado a la democracia relacionada íntimamente con dos valores fundamentales: libertad e igualdad. En su concepción mínima la democracia remite exclusivamente a la democracia política; ésta se expresa de manera relevante en los procesos electorales; pero no se agota allí. Nos preguntamos, en Colombia tenemos una buena o una deficiente democracia? Nuestra democracia tiene grandes imperfecciones : en muchos espacios del territorio nacional la posibilidad de ejercer el derecho de organización y expresión política no existe, o está limitado, porque grupos armados lo impiden, a quienes no compartan sus tesis; no todos los candidatos se encuentran en igualdad de oportunidades para dar a conocer sus propuestas, los factores económicos o el acceso privilegiado a los medios de comunicación de algunos, los coloca en posición privilegiada frente al resto. Tampoco hay suficiente libertad en los electores para decidir su voto –sobretodo en el mundo regional y rural-, por cuanto condicionantes como la presión de grupos ilegales, los amarres clientelistas o los económicos, alteran la decisión del votante. En la política colombiana el mecanismo predominante de reproducción política, en los últimos tiempos, es el clientelismo -lógica de reciprocidades y pago de favores en el sector público, pero también en el privado-, y que altera el comportamiento libre del elector. Lo anterior íntimamente asociado al hecho de que los canales de representación de intereses no funcionan adecuadamente: los partidos políticos que deberían serlo, no representan casi a nadie. Ni siquiera a sus electores. Menos las demandas ciudadanas. Pero la sola dimensión política de mirar la democracia resulta estrecha y recortada. La democracia no se agota en el voto, la democracia es hacer de vigencia efectiva los derechos ciudadanos, no sólo los políticos, sino también los económicos y sociales. Sólo así la democracia no es solo procedimiento vacío sino también contenido. Y de esto estamos todavía lejos. - Alejo Vargas Velásquez, Profesor Universidad Nacional