El TLC no es como lo pintan
- Opinión
“Si usted abordó el tren equivocado, de nada le sirve correr en su pasillo en la dirección opuesta”
Dietrich Bonhoefier
Negociación en simultánea
La negociación de un Tratado bilateral de Libre Comercio (TLC) con los EEUU no estaba en los planes del gobierno; prueba de ello es que no encontramos una sola alusión al mismo en el Plan de desarrollo de esta administración, Hacia un Estado Comunitario. Huelga decir que en los 100 puntos del Manifiesto Democrático del entonces candidato Alvaro Uribe Vélez, no se dijo ni mú sobre este particular. De la noche a la mañana el gobierno convirtió al TLC en la panacea, al punto que se ha llegado a afirmar que el mismo constituye una especie de plan de desarrollo para los próximos 50 años y han fincado todas las esperanzas de un mejor desempeño de la economía en la posibilidad de su cristalización. Mucho se discute si la iniciativa de esta negociación partió de Colombia o de los EEUU; sin embargo, lo único cierto es que fueron los Estados Unidos quienes convidaron a Colombia a iniciar dichas tratativas, luego del fracaso de la negociación del ALCA. Además de Colombia, fueron cooptados por los EEUU a la mesa de negociación Ecuador y Perú, quienes negocian en simultánea su propio TLC, razón por la cual no se puede hablar de un TLC andino.
Lejos de ello, esta negociación, en lugar de favorecer el fortalecimiento y la cohesión de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), está contribuyendo a su debilitamiento y desintegración; Colombia que, además de gestor de la misma, lideró dicho proceso durante más de 30 años, se ha venido aislando de sus socios y vecinos de la región. Se ha dicho que Colombia debe privilegiar sus relaciones comerciales con los EEUU, por ser este su principal mercado; en efecto, más del 40% de nuestras exportaciones tienen dicho destino, sólo que si prescindimos de renglones tales como el petróleo(que se nos agota), el café, las flores y las piedras preciosas, todos ellos productos básicos, ese país sólo representaría para Colombia el 8.8% del total de comercio de nuestro país, US $1.216 millones de US $13.723 millones en los primeros 8 meses de 2005. Al contrario sensu, como lo afirma la directora de Proexport en Caracas, Mónica Lanceta, “los productos colombianos de mayor valor agregado tienen en Venezuela uno de sus principales destinos y sus mayores oportunidades…”. Colombia, entonces, puede estar arriesgando lo cierto por ir tras lo dudoso, más vale pájaro en mano que cien volando. Es un hecho que la CAN se ha venido disgregando, mientras MERCOSUR y la Comunidad Suramericana cobran fuerza; no ha sido posible ni siquiera la coordinación entre los tres países, socios y vecinos, que vienen participando de esta negociación en orden a asumir posiciones conjuntas. Allí están los tres, juntos pero no revueltos.
Las dos caras de la moneda
No está en discusión si Colombia debe o no debe avanzar en el propósito de firmar acuerdos, tratados o convenios comerciales con otros países, tendientes a ampliar, diversificar y a facilitar el intercambio comercial. En un mundo global como en el que vivimos, ello es ineluctable y nadie con dos dedos de frente se opondría a ello. Coincidimos con el nóbel de Economía, Stiglitz, cuando afirma: “Creo que la globalización puede ser una fuerza benéfica y su potencial es el enriquecimiento de todos, particularmente de los pobres, pero también creo que para que esto suceda es necesario replantearse profundamente el modo como la globalización ha sido gestionada”. Ello es tanto más cierto, si tenemos en cuenta que, en la práctica hay países globalizadores y países globalizados, los primeros le sacan ventaja a la globalización y los segundos la padecen. Los tratados “en sí” no son ni buenos ni malos; sólo que de esos no existen; los tratados son buenos, regulares o malos, según las cláusulas que se pacten y como en toda negociación, habrá ganadores y perdedores. Este TLC, el que se negocia actualmente con los EEUU, tiene sus bemoles, tiene sus virtudes, pero también tiene sus defectos, tiene sus ventajas, pero también tiene desventajas, puede traerle beneficios al país, pero también conlleva riesgos. Al final, el TLC será bueno o malo dependiendo de que primen o no los aspectos positivos sobre los negativos, que el saldo sea favorable o no para el país. Pero, cómo lo vamos a saber si el gobierno, antes de embarcarse en esta negociación no hizo el esfuerzo siquiera por establecer a través de un estudio serio, cuál sería su impacto, tanto sectorial como regional; por eso estamos jugando a la gallina ciega, sólo a medida que se avanza en la negociación cada sector al que le pisan los callos chilla y se distancia de la negociación.
Las veletas en acción
Como si esto fuera poco, como lo pudieron establecer en sendos estudios la Universidad Externado y la Universidad Nacional, Colombia no ha tenido una estrategia negociadora, por eso el comportamiento del equipo negociador ha sido errático y viene dando palos de ciego; mientras Colombia en esta negociación ha tenido más ganas que estrategia, los EEUU han tenido más estrategia que ganas de arribar a un acuerdo. A diferencia del equipo negociador de los EEUU, al que el Congreso le fijó unas pautas a las que se debe ceñir y este está constantemente monitoreando los avances de la negociación, el equipo de Colombia, en cambio, ha estado con las manos libres y teniendo por única orientación la directriz dada por el señor Presidente de la República, en el sentido de que “Al fijar las posiciones de las diferentes dependencias sobre el mencionado acuerdo, aspiro a que se le indique al Presidente no por qué no se puede negociar, sino, por el contrario, qué debemos hacer para que el acuerdo sea posible”[1]. Ello es coherente con la posición asumida por el señor Presidente de intimar a sus negociadores para firmen “rapidito”, así “lluevan rayos y centellas” y “se venga el mundo encima”, lo cual les resta capacidad de maniobra y de paso le da ventaja en la negociación a los EEUU. A este respecto, bien vale la pena atender el consejo que nos dio Jaime Sierra, ex ministro y negociador por parte de México del Nafta, cuando nos exhortó a “No sacrificar la esencia por el tiempo. Es la esencia la que debe determinar el tiempo”.
Otro aspecto que ha menguado nuestra capacidad negociadora es la baja calidad del equipo negociador. Es innegable que está integrado por un selecto grupo de profesionales del más alto nivel y preparación, con muchos pergaminos, pero sin ninguna experiencia en materia de negociaciones de este tipo de tratados, en ello son neófitos; entre tanto el equipo estadounidense está integrado por unos linces, empezando por su Coordinadora, Regina Vargo, quien tiene más de 30 años de experiencia en estos menesteres y como decía Arrastía “la experiencia no se improvisa, viejo”. Lo reconoce el ex ministro de Hacienda y asesor del gobierno durante un tramo de la negociación: “La principal desventaja, sin duda, es el hecho que EEUU tiene una inmensa experiencia en este tipo de negociaciones y un equipo muy experimentado… lo cual le otorga inmensas ventajas frente a Colombia”. A ello se añade la pusilanimidad con la que hemos venido negociando; son varios los episodios que dan buena cuenta de ello. El más reciente de ellos se dio en la Ronda de Lima, en donde a raíz del veto de la señora Vargo a Carlos Correa, negociador colombiano en propiedad intelectual, Colombia, sumisamente, accedió a retirarlo de la mesa de las negociaciones y lo trasteó hacia el “cuarto de al lado”. Bien ha dicho Lula que “Ningún interlocutor en el mundo, ni siquiera en una pelea callejera, ni en la cancha de football, respeta a otro interlocutor que va a negociar con la cabeza gacha”. Y eso le ha pasado a Colombia, ha estado negociando con la cabeza gacha, ha mostrado su debilidad y ya le perdieron el respeto; ello explica el constante cambio de negociadores por parte de los EEUU en las mesas, los constantes cambios unilaterales de fechas y de escenarios de la negociación. Ellos han impuesto el ritmo de la negociación y el equipo negociador de Colombia ha ido a remolque. En tales condiciones, es muy difícil que Colombia pueda salir bien librada de esta negociación, que cada vez se parece más a una adhesión a un tratado impuesto por los EEUU. Mientras los EEUU juegan póker, Colombia defiende sus intereses con 21.
Entre mitos y espejismos
Para defender la negociación de este tratado se parte de una premisa falsa: a juicio del gobierno el TLC ofrece ventajas para nuestro país, “…dado que permite a los empresarios colombianos entrar al mercado más grande del mundo en condiciones preferenciales”[2]. Es más, se afirma sentenciosamente, refiriéndose a los beneficios del ATPDEA, que “Estas preferencias, que se vencen en 2006, serán permanentes gracias al TLC con los EEUU”[3]. Falso de toda falsedad, no se pueden confundir las matemáticas con unas maticas de tomate; una cosa es el ATPDEA, cuyos beneficios, por ello se habla de preferencias, son unilaterales y otra cosa es el TLC que se trata de un tratado bilateral, en el que de la misma manera que los EEUU desgravarían arancelariamente nuestras exportaciones a ese país, nosotros haríamos lo propio con las importaciones provenientes del mismo. Se parte, además, de la falacia de que para alcanzar más altas tasas de crecimiento (superiores al 5%) se requieren tasas de inversión cercanas al 24% del PIB y dada la bajísima formación interna de ahorro, “se requieren flujos anuales de inversión extranjera superiores a 4% del PIB”[4] y el TLC es el camino para lograrlo. “La primera necesidad de ese tratado es darle certeza a los inversionistas”[5], afirma el Presidente Uribe. Pero, también se plantea que, dada la estrechez de nuestro mercado doméstico, las exportaciones se convierten en la tabla de salvación para la producción y también en este caso el TLC es el camino para alcanzarlo. Según el Ministro de Comercio, Jorge H. Botero, “Se espera que las reglas de juego definidas en los acuerdos comerciales repercutan en el aumento de las exportaciones, la atracción de flujos mayores de inversión y la mejora sustancial en los indicadores de competitividad y productividad”[6]. Tratando de sobrevender al TLC se han magnificado sus beneficios, se pretende mostrarlo como si fuera la panacea, lo cual dista mucho de la realidad.
La evidencia demuestra otra cosa muy distinta; en tratándose de la afluencia de la inversión extranjera las cifras no mienten. Durante los años 2002 y 2003 la inversión extranjera a América Latina cayó por parejo (pasó de US $69.534 millones en el 2001 a US $44.979 millones en el 2002 y US $36.466 millones en el 2003) y México, no obstante llevar más de diez años de haber firmado el NAFTA, no fue la excepción (pasó de US $26.569 millones en el 2001 a US $14.435 millones en el 2002 y US $10.731 millones en el 2003). Luego vendría un repunte en el 2004, no sólo en América Latina (recibió US $56.400 millones) sino en el resto del mundo y el más beneficiado no fue exactamente México (US $17.000 millones) o Chile (US $7.063 millones), que recién suscribió su TLC, sino Brasil ( US $18.166 millones!) que no tiene nada que ver con el embeleco de los TLC ni con el ALCA y que por el contrario se ha convertido en el contrafómeque de lo EEUU a nivel comercial.
El TLC: el ábrete sésamo?
No hay que hacerse, entonces, muchas ilusiones creyendo que basta con firmar el TLC ycomo por ensalmo vendrá una avalancha de inversiones extranjeras al país. Como lo afirma ANIF “La inversión es baja por que los inversionistas no quieren invertir en Colombia”, así de sencillo; sólo en la medida en que les sea atractivo invierten y es lo que ha venido pasando en el último año, sin que para ello fuera menester el TLC, sólo que tales inversiones han estado orientadas a adquirir empresas ya constituidas y no a crear nuevas empresas. Además, como lo afirman dos afamados economistas, Francisco Rodriguez y Dani Rodrick, “Encontramos muy poca evidencia que demuestre que políticas de apertura comercial (bajos aranceles y barreras no arancelarias) estén significativamente asociadas con el crecimiento económico”. Y lo corrobora el ex ministro de Hacienda y Economista Jefe para Latinoamérica del Banco Mundial, Guillermo Perry R, cuando dice que “El comercio puede ser el lubricante, pero no el motor del crecimiento. El motor es el desarrollo tecnológico y el mejoramiento del capital humano”. No tenemos que ir muy lejos, aquí mismo en Colombia la postapertura coincide con el período de más bajo crecimiento de la economía colombiana. De otra parte, como lo afirma Manuel José Cárdenas “Los tratados de libre comercio generan oportunidades de negocios, pero no los negocios” y allí es en donde Colombia tiene grandes falencias, pues no sólo no está preparada para asumir el reto, sino que su capacidad exportadora es limitada y esta no depende de la firma de tratados. Entre enero y julio de este año las exportaciones colombianas crecieron un 32.1%, pasando de US $8.968.400 millones a US $11.844.300 millones, sin necesidad de TLC; cómo explicarlo a la luz de las teorías telecistas?
Si bien es cierto que con la firma de este u otro tratado se estimulará el intercambio y por lo tanto se incrementarán las exportaciones, es innegable que también se incrementarán las importaciones. Los estudios y los análisis de sensibilidad que se han hecho a este propósito han arrojado unos resultados preocupantes, pues si bien las exportaciones se elevarían en un 6% con la entrada en vigencia, por su parte las importaciones se dispararían en un 12%. Esta es la otra cara de la moneda. En un reciente informe de la Revista Semana se mostró de qué modo “…tras un año de la firma del TLC entre Chile y Estados Unidos, los chilenos no tienen mucho qué festejar. Pocas o muy pocas, de las proyecciones que se hicieron a la firma de este acuerdo se cumplieron durante 2004. Las exportaciones chilenas hacia los Estados Unidos crecieron menos de la mitad que el promedio de lo que crecieron las ventas a otros destinos; Estados Unidos aumentó más su comercio hacia Chile que viceversa; la inversión directa estadounidense en el país austral fue irrelevante y además hay más chilenos desempleados…Entre enero y noviembre de 2004 Chile le vendió a Estados Unidos 24% más que en igual período de 2003. Sin embargo, en ese mismo lapso, las exportaciones totales de Chile aumentaron en casi 50 por ciento…”[7].
Deshojando margaritas
En este momento, después de diecinueve meses de negociación y trece rondas de la misma, la negociación está en un punto muerto, debido fundamentalmente a la intransigencia de los Estados Unidos en temas tan espinosos e hipersensibles como lo son la agricultura y la propiedad intelectual, particularmente en lo que hace relación al tema de los medicamentos. Este último aspecto se ha complicado en los últimos días, a raíz de la decisión del Tribunal Andino de Justicia (TAJ) que dejó sin piso el Decreto 2085 de 2002, que establece los plazos de protección para nuevos medicamentos que se quieran vender en el país, el cual, además de haber servido para la entrada en vigencia de la Ley del APTDEA[8], ha servido como piso en la negociación sobre los medicamentos en el TLC. El pronunciamiento del TAJ ha sido categórico al ordenarle al gobierno colombiano derogar dicho Decreto por considerarlo violatorio de la Decisión 486 de la CAN. Los EEUU han sido tajantes a lo largo de la negociación en que los subsidios y las ayudas que ellos dan a su agricultura no son objeto de esta, que sólo discutirán sobre ello en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que acaba de cerrar sus deliberaciones postergando su desmonte hasta el 2013 y mientras tanto a nuestros agricultores que se los coma el tigre. Eso sí, ellos le exigen a Colombia que desmonte las salvaguardias y las franjas de precios a las que han tenido que recurrir los países andinos para tratar de protegerse de la distorsión en los precios causada por los subsidios y las ayudas que le dispensan los países desarrollados a su agricultura, así como de la competencia desleal de sus excedentes agrícolas. Colombia no se debe mover de las líneas rojas en la defensa tanto del sector agrícola como de la salud de los colombianos a la hora de cerrar esta negociación, a riesgo de denegarle su plena realización al grueso de los colombianos, los cuales serían contrarios a los principios de equidad, reciprocidad y conveniencia nacional prescritos en la Carta[9]. Al gobierno puede resultarse apropiado el aserto del profesor Maturana, en el sentido de que “No alcanzar la meta es también una meta”, pues como lo afirmó el Presidente Uribe a propósito del TLC él no sabe “…qué es peor si no firmarlo o firmarlo mal”. De repente el Presidente Uribe puede terminar poniéndose de acuerdo con Stiglitz cuando afirma que “Es probable que muchos países en desarrollo lleguen a la conclusión de que una falta de acuerdo es mejor que un mal acuerdo”.
Por parte del gobierno se abrigan muchos temores frente a un eventual fracaso de las negociaciones, lo cual es entendible por que han venido poniendo todos los huevos en la misma cesta, lo han venido apostando todo a la posibilidad de que el Tratado se firme, no importando el precio que haya que pagar. Como afirma Armando Montenegro “La popularidad del presidente Uribe es tan grande, que cualquier costo por firmar el TLC no le hará mella alguna a sus enormes mayorías electorales”[10]. Lo que ocurre es que lo que está en juego es mucho más importante que si hay o no reelección presidencial; este no es un asunto pueril, de tan poca monta, como para despacharlo tan olímpicamente. No creemos, como lo afirmó el Ministro de Comercio exterior, Jorge H. Botero, que el plan B del gobierno debiera ser la no firma del TLC[11]; el gobierno, no sabemos porqué no se ha querido jugar un as que tiene en la mano, se trata del ATPDEA. No entendemos porqué, después que sostuvo que “No vamos a firmar por menos de lo que ya tenemos en concesiones como el ATPA y el ATPDEA”[12], ahora está reculando e incluso se da por sentado de que el ATPDEA no va más después del 2006, aceptando dócilmente partir de cero y relevando a los EEUU de la corresponsabilidad en la lucha en contra del flagelo de las drogas, que fue la razón de ser del ATPA primero y del ATPDEA después.
En el peor de los mundos?
Según el embajador de los EEUU, William Wood, Colombia podría quedar “…en el peor de los mundos, sin las preferencias del ATPDEA y sin el TLC”[13], a partir de enero del 2007. Pero, cuál es la real realidad? En los EEUU el arancel promedio está en el 4%, entonces, el peor escenario para nuestras exportaciones es el que estas tengan que pagar un arancel equivalente al 4% para ingresar al mercado de los EEUU. Si a pesar de que la revaluación galopante, en la que ha estado embarcado el país en los últimos tres años (el último de ellos por encima del 10%), las exportaciones a los EEUU siguen creciendo, cómo así que el pago de dicho arancel nos va a sacar del mercado estadounidense. Ahora bien, no podemos perder de vista que no sólo a Colombia le interesa tener un buen tratado comercial con los Estados Unidos, sino que también a estos les importa, y mucho, afianzar sus relaciones con nuestro país, considerado por Bush como el “aliado democrático más importante en América”[14]. En última instancia, el interés de los EEUU de firmar un TLC con Colombia no es de índole comercial, pues ella junto con Ecuador y Perú no representa más del 1% de sus exportaciones; su interés es geoestratégico y ello no lo ha sabido explotar convenientemente el gobierno colombiano. Nos estamos quedando con el pecado de figurar ante el resto del mundo, especialmente entre nuestros vecinos respecto a los cuales nos estamos aislando, como satélite de los EEUU y sin el género, por que estos le están aplicando, sin contemplaciones, el mismo rasero de los demás. Y, a propósito, en este sentido nos ha ido mejor, quién lo creyera, con la Unión Europea (UE) que acaba de prorrogarle a los países andinos los beneficios del Sistema de Preferencias Generalizadas (SGP+) por diez años más, sin mayores exigencias ni rogativas por parte de estos.
El TLC: una fatalidad?
Nos mantenemos firmes, en la posición de demandar del señor Presidente que no firme este esperpento, porque este tratado tal y como ha sido negociado no le sirve al país, no le conviene a los colombianos, daría al traste con nuestra industria y arruinaría el campo. De asestarle este golpe a la producción y al empleo nacional, se afectaría el ya descaecido ingreso de los colombianos, aumentando el desempleo, la pobreza y la exclusión; los beneficiados serían unos pocos, los mismos en cuyas manos se han venido concentrando los beneficios del magro crecimiento de la economía nacional. En suma, serían más los perdedores que los ganadores!. No podemos caer en el sofisma de que los sectores que resulten afectados por una eventual firma del TLC con los EEUU, se les va dizque a compensar por parte del gobierno nacional. En primer lugar, las repercusiones de semejante desaguisado no se van a ver en seguida, pues tiene un efecto retardado, tendremos que esperar por lo menos 5 años para ver los estragos; pero, además, conocedores de las afugias fiscales del gobierno, cabe preguntarse de dónde van a salir los recursos para las tales “compensaciones”, máxime cuando la firma del TLC trae aparejado un costo fiscal que el propio Ministro de Hacienda estima en unos US $300 millones anuales[15].
De llegarse a firmar el TLC con los EEUU por parte del gobierno, le plantearemos al país una consulta popular, para que sea el pueblo en votación directa el que se pronuncie en el sentido de si refrenda o no la firma de dicho tratado. Además, reclamaremos para que sea el próximo Congreso y no el actual, que se ha convertido en un apéndice del ejecutivo, quien tramite la ratificación, ya que contará con un mandato fresco y renovado para ocuparse de tan delicado asunto.
La falsa disyuntiva
No vamos a caer en la falsa disyuntiva de TLC o proteccionismo, pues entre uno y otro hay toda una gama de posibilidades que no se han explorado. En este punto queremos ser claros y rotundos, participamos del latinoamericanismo que proclama nuestra Carta política[16], no somos partidarios del aislacionismo con respecto a nuestros socios y vecinos; por el contrario, debemos darle prioridad al fortalecimiento y la consolidación de la integración regional. No nos vamos tampoco a matricular en el regionalismo hirsuto, sino en el regionalismo abierto; no nos vamos a integrar para aislarnos de las corrientes comerciales del resto del mundo, sino, por el contrario, para alcanzar una inserción exitosa de Colombia en las mismas. Independientemente de la suerte del TLC, es absolutamente necesario que Colombia toda se comprometa en un gran esfuerzo por mejor nuestra competitividad, no por la vía de deprimir aún más los salarios o apostándole a la devaluación de nuestra moneda, sino elevando la productividad. En este sentido se tendrá que ponderar la importancia de la ciencia y la tecnología; la inversión en su desarrollo no puede estar por debajo del 1% del PIB; el país no puede escatimar esfuerzos, tampoco, para adelantar un ambicioso plan de formación del recurso humano, de reentrenamiento de la mano de obra, de ampliación y modernización de la infraestructura de transporte, portuaria y de comunicaciones, así como en la reconversión y la relocalización industrial. Para hacerlo posible se hace menester zafarse de la coyunda del Fondo Monetario Internacional, que le resta capacidad de maniobra al Estado a través de los acuerdos que involucran restricciones fiscales y, por ello, a falta de “espacio fiscal” los planes de inversión del Estado quedan convertidos en catálogos de buenas intenciones.
Sí hay salida!
Somos amigos de la liberalización del comercio y de la integración, pero partiendo de la base del reconocimiento de las asimetrías, del trato justo y de la equidad. Si por algo no nos gusta el TLC que se ha venido negociando con los Estados Unidos, es por que este, realmente no es un tratado de libre comercio. Y no lo es, por que no se puede hablar de libre comercio, mientras estén de por medio las ayudas internas y los subsidios de los EEUU a sus productos agrícolas; mientras se mantenga la protección de su mercado del azúcar; mientras se mantengan las demás trabas no arancelarias (sanitarias, fitosanitarias) que impiden el acceso real de nuestras exportaciones a los mercados estadounidenses. Es increíble que en esta negociación, a lo largo de todas las rondas, se regatee por ver cómo acceden a uno y otro país los bienes, los servicios y los capitales, pero nadie se pregunta cómo va a ser ello posible si cada día los EEUU restringen cada vez más el acceso de las personas a su territorio. No puede ser un tratado equilibrado aquel cuya sola firma y ratificación por parte de Colombia, implica su entrada en vigor en todo el territorio nacional, mientras en los Estados Unidos cada estado se reserva el derecho de acogerse o no a sus estipulaciones. Todo ello y mucho más, nos lleva a plantear la necesidad de barajar y volver a repartir. Como dijo el Ministro de Comercio e Industria, Jorge H. Botero, este es un “…proceso de negociación largo y complejo en el que debemos movernos sin pausa, pero sin prisa”; el hecho de que Perú se haya apresurado a firmar no nos obliga a nosotros a seguir a ciegas sus pasos, por que entonces sí podemos terminar en el peor de los mundos, lo cual sería no sólo indeseable sino catastrófico para el país.
Bogotá, diciembre 21 de 2005
[1] Memorando: de Presidente de la República, para Ministros y altos funcionarios del gobierno. Mayo, 12 de 2003
[2] Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Las 100 preguntas del TLC. Bogotá, 2004
[3] Presidencia de la República. Tertulia de crecimiento. Bogotá, marzo 5 de 2004
[4] Presidencia de la República. 2ª Tertulia del crecimiento. Bogotá, marzo 5 de 2005
[5] El Nuevo Siglo. Agosto, 17 de 2005
[6] Portafolio. Junio, 29 de 2005
[7] Semana. Febrero, 7 de 2005
[8] Presidente de la República, Alvaro Uribe Vélez. Instalación, 2ª Tertulia del crecimiento. Bogotá, marzo de 2005
[9] Constitución Nacional. Artículo 16
[10] El Espectador. Noviembre, 20 de 2005
[11] Portafolio. Agosto 12 de 2005
[12] El Nuevo Siglo. Ministro de Comercio, Industria y Turismo, Jorge H. Botero. Octubre, 26 de 2004
[13] El Tiempo. Julio, 15 de 2005
[14] El Tiempo. Agosto, 5 de 2005
[15] Amylkar D. Acosta M. El “bache” fiscal. Septiembre, 1 de 2004
[16] Constitución Política de Colombia. Preámbulo, artículos 9 y 227
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