Ecuador: Diorama del TLC
23/03/2006
- Opinión
Las tratativas ecuatorianas del TLC con los Estados Unidos han estado signadas por un reduccionismo economicista e, incluso, comercialista (en su connotación más tradicional y restringida). Este enfoque ha prevalecido tanto en el régimen del depuesto Lucio Gutiérrez como en la actual administración presidida por el tambaleante Alfredo Palacio.
Aún más, tanto el Coronel como su sucesor han circunscrito sus expectativas a la preservación de las preferencias arancelarias andinas (ATPDEA), concebidas por el oficialismo como una altruista dádiva del Congreso estadounidense y no lo que realmente representan, es decir, simbólicas compensaciones a las que accediera el país por su involucración en la fementida “cruzada internacional contra el narcotráfico”, programa militar-financiero extraordinariamente rentable para Wall Street.
De suerte que, en puridad, lo que el Ecuador viene negociando en el marco del TLC de marras –ahora en su ronda final- es si en el futuro financiará total o únicamente de modo parcial su intervención en el Plan Colombia/Plan Patriota.
La óptica de la Casa Blanca ha sido diametralmente distinta y totalizante. A la potencia le interesa firmar el TLC con el Ecuador a propósito de articular a escala sudamericana una geoestrategia que le permita consolidar su hegemonía productiva, comercial, financiera, científica, tecnológica, ambiental, política, institucional, ideológica y cultural. Todo esto de cara a su disputa con la Unión Europea y los gigantes asiáticos.
A partir de las premisas anteriores se puede inferir que el referido TLC, ya por los sofismas implícitos, ya por las abismales asimetrías entre los eventuales pactantes, comporta, en realidad, una apuesta perdida de antemano, puesto que está predeterminada para que el Ecuador nada pueda ganar y, en cambio, todo pueda perder.
No se trata de un mero juego de palabras. Más allá de las siempre flexibles “líneas rojas” y el cándido optimismo de nuestros negociadores –los Chiriboga, Illingworth et al- los impactos negativos de un cierre del TLC serían ineluctables y del siguiente orden:
° La liberación unilateral del mercado de bienes, servicios, inversiones y derechos de propiedad conduciría a una integración favorable a las corporaciones yanquis y, en contraste, a una mayor desarticulación de la economía, la sociedad y la cultura nacionales, así como a una escalada de la depredación medioambiental al imponerse los derechos privados de las transnacionales por encima de la Constitución y leyes locales.
° El TLC extendería el desempleo como una pandemia implacable, a la par que, en la medida que las inversiones se implanten en la maquila y las zonas francas, fomentarían la sobreexplotación de los trabajadores que serían pagados con salarios varias veces inferiores a los que los monopolios solventan en la metrópoli.
° Ampliaría los flujos migratorios y profundizaría la sobreexplotación, la discriminación, la persecución y la represión a los trabajadores migrantes e indocumentados.
° Precipitaría al país en el foso de la subordinación financiera, agravada por el peso de una deuda externa-interna que más crece mientras más se paga, haciendo que el Estado nacional pierda hasta la menor capacidad de resistencia a las corporaciones y bancos internacionales y criollos.
° La agricultura quedaría expuesta a una competencia ruinosa frente al tecnificado y subsidiado agrobussines norteamericano. Los trabajadores rurales se verían compelidos a una muerte lenta y/o a una vida miserable en las ciudades. La riqueza cultural y multiétnica del Ecuador sería destruida sin contemplaciones. El petróleo y los minerales, la biodiversidad, el oxígeno, las reservas de agua y forestales serían apropiados por las transnacionales y los comisionistas nativos. El trabajo agrícola como fuente fundamental de empleo y de sustento alimentario se convertiría para la mayoría de campesinos de las distintas regiones en un hecho pretérito.
° El TLC llevaría a la industria –especialmente mediana y pequeña- y a la mayoría de ramas artesanales a su ruina definitiva.
° Correlativamente, cobraría impulso un sector terciario lumpenizado, responsable de actividades reñidas con valores que el establecimiento dice defender, como la prostitución, el turismo sexual, el coyoterismo, el sicariato, el tráfico de drogas y órganos vitales, la compraventa de armas, la deforestación… Con razón, los TLCs han sido descritos como Tratados para la Libre Corrupción.
° Los derechos de propiedad intelectual se constituirían aún más en coto cerrado de las corporaciones estadounidenses. Aparte que el TLC está diseñado para que se explote el conocimiento tradicional de los pueblos vernáculos que se verían despojados de su riqueza cognitiva y cultural.
° La conversión de los derechos sociales en pura mercancía profundizaría la exclusión que ya padecen los contingentes poblacionales mayoritarios en ámbitos como la educación, la salubridad y la salud.
° Las transnacionales y los inversionistas podrían presentar demandas en contra del gobierno ecuatoriano, a dirimirse en tribunales arbitrales internacionales, cuando consideren que el interés corporativo ha sido lesionado por alguna decisión de las autoridades locales. Consiguientemente, proliferarían “affaires” como el que actualmente confronta a la Chevron con los huaorani, o el que potencialmente opondría al Estado con la tristemente famosa Occidental (OXY).
° La democracia –incluso en su versión más formalista- se esfumaría y el estado de excepción -como el que en estos días soportan varias provincias como reflejo de la impotencia de Carondelet frente a las acciones antiTLC y antiOXY de la CONAIE y otras organizaciones populares- devendría una situación permanente (igual a lo que ya sucede en la vecina Colombia).Sería la institucionalización del “fascismo colonial”, otra de las metas no declaradas del TLC.
A la luz de esta prospectiva, las palabras del Presidente de que suscribirá el TLC “únicamente si conviene a los sagrados intereses nacionales” tienen un inevitable sabor a retórica y tragicomedia.
Colocados al filo de una larga guerra civil, no se puede menos que recordar aquella sabía reflexión hegeliana que asigna a los hombres/mujeres/niños más olvidados y oprimidos el rol de portadores de un mensaje salvacionista y civilizador.
- René Báez, Premio Nacional de Economía. Miembro de Ecuador Decide y de la IWA
https://www.alainet.org/es/articulo/114684?language=en
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