El lado más oscuro del neoliberalismo
20/04/2006
- Opinión
Como es sabido, la doctrina neoliberal otorga a los mercados la competencia exclusiva para dictar sus propias normas y determinar el curso de la economía, relegando al Estado al papel de guardián de esa supremacía y un papel pro activo, pero subordinado, cuando se trata de crear las condiciones que hagan posible la más completa liberalización económica y el dominio de las instituciones privadas. Siguiendo su propia lógica, es coherente y esperable que el neoliberalismo, en su dimensión planetaria, disponga como legítima la lucha por el control de las materias primas, despreciando las soberanías nacionales y la prudencia que debe emanar de las relaciones políticas internacionales enfocadas hacia la preservación de la paz. Según el neoliberalismo todo puede ser objeto de dominio y de conversión en mercancía, y más cuando se trata de garantizar para el futuro el control de materias primas que hoy por hoy constituyen pilares de un modo de vida, particularmente en los países ricos.
El neoliberalismo de guerra no es más que la consecuencia de la subordinación de la política y de su actor principal, el Estado, a ese campo de batalla que es la economía desregulada y global, que defiende su derecho a poner en peligro la vida de poblaciones en nombre de la libertad de hacer negocios. Esa subordinación hace del Estado el brazo ejecutor de una doctrina y de una estrategia que no conoce fronteras ni geográficas ni morales, en su propósito de hacer un mundo a la medida de un capitalismo salvaje. Esto quiere decir que en el escenario neoliberal el Estado no es que desaparezca sino que toma otras funciones que le asignan los mercados mundiales vinculados a las nuevas tecnologías. Ese nuevo rol significa la sustitución del contrato social (Estado-sociedad) por otro supeditado a las poderosas fuerzas financieras y económicas en el que los recursos militares tienen gran relevancia. El Estado liberal guardián del orden público se torna en Estado para la conquista.
Esta simbiosis entre neoliberalismo de guerra y Estado ejecutor encuentra en el caso de Estado Unidos el grado más avanzado de la arquitectura económico-militar. El poderío bélico, económico y diplomático, unido a una ética protestante providencial, hace de la mayor potencia mundial el líder de este modelo. Hasta tal punto que su propia “Estrategia de seguridad nacional” incorpora la seguridad económica propia, en primer lugar el control de fuentes de energía diversificadas, como un asunto de especial importancia. A nadie se le oculta que dos tercios de las reservas mundiales de petróleo comprobadas se encuentran en Oriente Medio. De ello se deduce que la seguridad energética de Estados Unidos no puede estar mediatizada por perturbaciones incontroladas sino que requiere de una intervención agresiva que las impida.
No es por todo esto dar un salto en el vacío el mantener la tesis de que Estados Unidos –ejemplo más avanzado de la unión entre neoliberalismo de guerra y aparato político militar- pretende dibujar un nuevo mapa en Oriente Medio, debilitando a los Estados surgidos de la descolonización por otros más fragmentados y sometidos. Su intervención en Irak, desmentido ya el pretexto de las famosas armas de destrucción masiva, fue nada más y nada menos que el inicio de una campaña que puede tener continuidad en otros escenarios de la región con ese fin.. Ya antes, la invasión de Afganistán, país ignorado históricamente para el mundo occidental, no fue sino un paso hacia el dominio de las abundantes y variadas materias primas en esa región de Asia, ante las narices de ese enorme gigante que es visto por Estados Unidos como su enemigo potencial estratégico.
Ocurre que para presentar al propio pueblo norteamericano lo que en realidad es un servicio a las grandes corporaciones, incluida la industria armamentística, el gobierno de Estados Unidos presenta sus incursiones por el mundo como la puesta en práctica de una misión por la libertad y la democracia que es poco menos que un encargo de la Providencia que conecta con la tradición mesiánica protestante actualmente gestionada por la Nueva Derecha neoconservadora, en una nueva versión del Destino Manifiesto. Y, para presentar a sus propios aliados internacionales, lo que en verdad es la construcción de un mundo piramidal en cuya cúspide sólo puede haber un puesto de mando –Estados Unidos- se presenta la batalla contra el terrorismo internacional como la pantalla que oculta malamente la obsesión por erigirse en una potencia incomparable que sea aceptada por la comunidad internacional como liderazgo necesario. Es algo así como una versión del Doctor No, sólo que en la realidad. A partir de este modo de actuar, los esfuerzos multilaterales para que los aliados compartan riesgos y guerras son sólo detalles.
Nos encontramos pues ante el hecho de que la potencia que más desprecia el derecho internacional y los convenios para mejorar la vida y la seguridad en el planeta, se erige por propia decisión –mejor dicho por designio divino- en la máxima defensora de la dignidad humana, de la libertad y la democracia. Se trata de la reivindicación de una hegemonía que no puede basarse en decisiones elaboradas conjuntamente con gobiernos aliados, sino que se proyecta unilateralmente imponiendo a éstos últimos la aceptación de los hechos.
Pero, para llevar adelante una misión que en la práctica es la de un neoliberalismo de guerra, Estados Unidos ha tenido que ir construyendo un escenario mundial en el que pudiera desenvolverse con un discurso aparentemente coherente. Tuvo que esperar unos años, tras la caída de la Unión Soviética, para encontrar en el terrorismo internacional y su antídoto “la seguridad”, el marco que necesitaba. El 11 de septiembre resolvió las dudas y debates internos situando a Estados Unidos en una posición moral ventajosa y utilizando una habilidosa imaginería mediática difundió una ideología para movilizar un apoyo público nacional e internacional: esta ideología pivota en torno a la idea de “una conspiración del Mal contra el país más libre y próspero de la Tierra”. ¿Qué significa este discurso?
1.- El restablecimiento del miedo a escala global sustituye a la Guerra Fría, por un enemigo difuso y poderoso que al estar fuera de las relaciones internacionales –no es un Estado concreto- actúa fuera del sistema, lo que justifica medidas de excepción a escala global y a un a costa de la libertad.
2.- De ello se deriva una nueva cultura de la guerra: dar por buena la militarización mundial, las guerras punitivas, las medidas de seguridad que afectan a derechos civiles. Se despliega de este modo una especie de macartismo planetario.
A fin de cuentas era muy complicado para la mayor potencia mundial articular una política exterior en ausencia de un enemigo que merezca el nombre de tal. Después de todo son los enemigos globales los le que ayudan a definir su interés nacional. Es lo que ha ocurrido. Lo que sigue, el apoyo incondicional a Israel o el paulatino asedio mediático y diplomático a Irán son tal sólo secuencias de la misma película.
https://www.alainet.org/es/articulo/114950
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