Valores del mercado
11/06/2006
- Opinión
En la sociedad neolberal crece la producción de bienes supérfluos, ofrecidos como mercancías indispensables. El consumidor, avasallado por la publicidad, termina convenciéndose de que la salud de su cabello depende de una determinada marca de champú. Mejor cortarse la cabeza que vivir sin tal producto...
Para el neoliberalismo lo que importa no es el progreso sino el mercado; no es la calidad del producto sino su alcance publicitario; no es el valor de uso de una mercancía sino el fetiche de que va revestida. Se compra un producto por el aura que lo rodea. La marca del producto promueve el status del usuario. Ejemplo: si voy a la casa de un extraño en autobús y usted desembarca de un BMW, ¿cree que seremos atendidos del mismo modo?
Para el neoliberalismo no es el ser humano quien da valor a la mercancía; al contrario, la marca de la ropa "promueve" socialmente a su usuario, así como un vehículo de lujo sirve de pedestal a la exaltación de su dueño. Pasa a ser visto por los bienes de que está rodeada la persona. En sí misma, la persona parece no tener ningún valor a la luz de la ética neoliberal. Por eso, quien no posee bienes es despreciado y excluido. Y quien los tiene es envidiado, cortejado y festejado. La persona pasa a ser vista (y valorada) por los bienes que ostenta.
El mercado es como Dios: invisible, omnipotente, omnisciente y ahora, con el fin del bloqueo soviético, omnipresente. De él depende nuestra salvación. Damos más oídos a los profetas del mercado -los indicadores financieros- que a la palabra de las Escrituras.
Idolatrías aparte, el mercado es selectivo. No es un mercado libre cuyos productos carecen de control de calidad y garantía. Es como un centro comercial en el que sólo entra quien tiene (o aparenta tener) poder adquisitivo. El mercado es global. Abarca a los multimillonarios de Boston y a los zulús de África, a los vinos de mesa del papa y a las pieles de oveja que abrigan a los monjes del Tibet. Todo se compra, todo se vende: alfileres de corbata y afectos, televisores y valores, diputados y pastores. Para el mercado, la honra es una cuestión de precio.
Fuera del mercado no hay salvación, es el dogma del neoliberalismo. ¡Ay de quien no lo crea y se atreva a pensar algo diferente! En el mercado nadie tiene valor por ser alguien. El valor es proporcional a la posición en el mercado. Quien vende ocupa una jerarquía mayor que quien compra. Y quien controla el mercado controla a los dos.
Mercado procede del latín mercari, cambiar por algo, que dio origen también a merced, lo que se da a cambio de algo, de donde vienen mercería y mercenario. Comercio viene de "con merced", con cambio. Por tanto es dando como se recibe. Quien no tiene capital, productos o saber para ofrecer en el mercado, sólo entra ofreciendo la fuerza de trabajo, el cuerpo o la imbecilidad (y si no, vea la televisión los domingos).
El mercado tiene sus sofisticaciones. No queda bien decir "todo es una cuestión de mercado". Mejor el anglicismo "marketing", que significa "ciencia del comercio". Es una cuestión de marketing el tema de la telenovela, la sonrisa del presentador de la tv, la imagen de un candidato y hasta el anuncio del suculento producto que prepara el colesterol para las olimpiadas del infarto. Se vende hasta la imagen primermundista de un país atiborrado de indigentes deambulando por las sabanas a la búsqueda de tierra para sembrar.
Antes se miraba por la ventana para saber cómo estaba el tiempo. Hoy se enciende la tv o la radio para saber cómo se comporta el mercado. Él es quien trae verano o invierno a nuestras vidas. Sus predicciones merecen más espacio que los meteorólogos. De él dependen importaciones y exportaciones, inversiones y fugas de capitales, contratos y fraudes.
Pero no todos merecen el mismo status en el mercado. Feligrés, frutero o feriante es quien trabaja en el mercado de alimentos. Ejecutivo o inversor, quien opera en el mercado financiero. Marchand es quien actúa en el mercado del arte. Corredor, quien anda en el mercado inmobiliario. Sujeto de suerte, quien está hoy en el mercado de trabajo, aunque sea condenado al salario mínimo. ¿Y quien opera en el mercado de capitales? Especulador. Pero ¿a quién se le ocurre presentarse como tal ante el marketing?
Es al menos preocupante constatar cómo, hoy día, se infla uno para hablar de libre mercado y competitividad, pero se vacía el corazón de solidaridad. De continuar así, sólo van a quedar los valores de la Bolsa. ¿Y en qué mercado vamos a comprar nuestras más profundas aspiraciones: amor y comunión, felicidad y paz?
El mercado desempeña, pues, una función religiosa. Se alza como nuevo sujeto absoluto, legitimado por su perversa lógica de expansión de las mercancías, concentración de riqueza y exclusión de los desfavorecidos. ¿Ya se dio cuenta de cómo los comentaristas de tv se refieren al mercado? "Hoy el mercado reaccionó ante las últimas declaraciones del lider de la oposición", o: "El mercado se contrajo ante la huelga de los trabajadores".
Pareciera que el mercado es un elegante y poderoso señor que habita en lo alto de un castillo y desde allí observa lo que acontece aquí abajo. Cuando se irrita toma el celular y llama al Banco Central. Su malhumor hace bajar los índices de la Bolsa de Valores o subir la cotización del dólar. Cuando está de buenhumor hace subir los índices de valorización de las aplicaciones financieras.
Para Jesús "nadie puede servr a dos señores, pues bien odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segudo. No pueden servir a Dios y al dinero" (Mateo 6,24). Pero ¿quién se interesa en servir a Dios si éste es invocado por el fundamentalismo de Bush y de Bin Laden? Mientras los señores de la guerra tomen el santo Nombre de Dios en vano, estaremos lejos de la tan ansiada paz. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de "Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin", entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/115611
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