Juan, Pedro y Pablo

04/07/2006
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Junio es recordado por las fiestas junianas, que, en rigor, deberían ser llamadas fiestas juaninas, en homenaje a san Juan Bautista, cuyo nacimiento es conmemorado el día 24. Hijo de un sacerdote, hay indicios de que ingreso en el monasterio de los monjes esenios de Qumram, junto al mar Muerto, cuyas ruinas visité en 1997, cuando investigaba datos para mi libro sobre Jesús "Entre todos los hombres". Los esenios centraban su espiritualidad en la pureza; Juan en la justicia. Después de abandonar su condición de monje se convirtió en predicador itinerante a orillas del Jordán. Allí bautizó a su primo Jesús y predicó el arrepentimiento de los pecados como primer paso para la conversión. A cada penitente le dirigía las palabras adecuadas: a los satisfechos les recomendaba compartir vestidos y alimentos con los pobres; a los soldados, no torturar ni extorsionar en dinero... Indignado ante la corrupción de Herodes Antipas, gobernador de Galilea, Juan lo denunció públicamente. Encarcelado por desacato a la autoridad, fue decapitado durante una fiesta palaciega, cuando Salome, hija de la amante de Herodes, pidió, por instigación de su madre ofendida, la cabeza de Juan Bautista. Años después, otro Juan, el evangelista, comenzaría su relato sobre Jesús evocando a Juan Bautista, que vino para "dar testimonio de la luz", Cristo. De ahí la práctica de las hogueras, símbolos de la luz del mundo anunciada por Juan. Junio se cierra conmemorando, el día 29, a otros dos importantes personajes del cristianismo primitivo: Pedro y Pablo. Si yo tuviera el talento de Chesterton escribiría acerca del humor en los evangelios, destacando la curiosa figura de Pedro. Hermano de Andrés, era un tipo medio torpe. Fue de los primeros discípulos de Jesús. Pescador, se espanto cuando, después de una noche de pesca sin éxito, vio la red regresar llena de peces tras haber sido echada en el lugar donde indico el Maestro. Se juzgó indigno de estar a su lado, debido a la conciencia que tuvo de sus pecados. Casado, Pedro vio cómo Jesús curo a su suegra. Sin embargo casi se ahoga cuando intento caminar sobre el agua para ir a su encuentro. Tenía dificultad para captar el sentido de las parábolas y recriminó a Jesús cuando este preanuncio su pasión; y al verlo preso, negó tres veces haberlo conocido. Sin embargo, fue este hombre frágil, pecador, poco inteligente y cobarde, al que Jesús escogió como piedra angular de su Iglesia. Y así quedo como ejemplo de lo que significa ocupar el poder. Como primer papa, nunca abusó de su autoridad, hasta el punto de soportar una reprimenda pública de Pablo, según cuenta la Carta a los Gálatas. Murió martirizado en Roma, en el lugar donde se yergue hoy la basílica consagrada a su nombre. Ningún otro Papa, a lo largo de casi dos mil años de historia de la Iglesia, adopto el nombre de Pedro II. Siglos después, Nostradamus predijo que si alguien lo hiciera seria indicio del próximo fin del mundo. Ahora bien, del modo en que van las cosas, puede ser que el mundo se acabe antes del plazo establecido por Dios. Basta con recordar que, aparte los estragos causados por nosotros en el medio ambiente, hay en los arsenales nucleares ojivas suficientes como para destruir este planeta 36 veces. Todos los políticos hacen proyectos a largo plazo, al menos en lo concerniente a su carrera personal. Quieren permanecer el mayor tiempo posible en el poder, como tantos que sirvieron a la dictadura militar y, todavía hoy, se aferran tenazmente al mandato recibido de las urnas. Tratan de sembrar en cualquier huerta que les prometa una rápida y promisoria cosecha en términos de distinciones, nominaciones y promociones de correligionarios, de modo que puedan asentarse en el lienzo en que parezcan revestidos de la ilusión de inmortalidad. Son raros los que siguen los ejemplos de Juan, Pedro y Pablo. Muchos se callan, conniventes ante la corrupción; prefieren agradar a Salome que defender al Bautista y no intentan compartir las riquezas y castigar a quien tortura y practica la extorsión. El precursor de Jesús y los dos apóstoles fundadores de la Iglesia fueron hombres que sufrieron persecución por defender la verdad y la justicia. Todos pasaron por la cárcel, admitieron sus flaquezas y pagaron con su sangre la coherencia de sus convicciones. Quizá sea esto lo que les falta a los hombres y mujeres investidos de mandato popular: pensar mas en la obra de justicia y menos en si mismos. Inmortal es la obra y con ella aquellos que le sirvieron con dedicación. Sin ella todas las palabras y promesas y pactos y articulaciones son tan importantes como la primera pagina del diario de ayer, que hoy envuelve legumbres en la tienda de la esquina. - Frei Betto es escritor, autor de "Alfabeto. Autobiografia escolar", entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/115881?language=en
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