La muerte de Alfredo Stroessner
21/08/2006
- Opinión
El 16 de agosto de 2006 tiene gusto a final de algo, a pesar de que
todo terminó oficialmente la madrugada del 2 y 3 de febrero de 1989.
La dictadura de Alfredo Stroessner permaneció casi 35 años, pero las
prácticas del autoritarismo, la corrupción y las violaciones
sistemáticas a los derechos humanos durante su régimen persisten en la
sociedad paraguaya.
Sólo los “Archivos del Terror” de la Policía Nacional —material
documental descubierto en 1992— contienen unas 8.369 fichas de mujeres
y hombres detenidos, muchos de ellos torturados, durante la dictadura.
Hasta hoy no existen datos oficiales y fidedignos acerca de cuántas
personas fueron desaparecidas, asesinadas y torturadas por la
dictadura. Una de las investigaciones existentes, el Precio de la Paz,
cuenta “[...] 190 personas detenidas-desaparecidas o ejecutadas
extrajudicialmente en territorio paraguayo en el periodo 1954-1989”
(1).
Las víctimas directas de la dictadura y sus familias, junto a las
personas comprometidas con la consolidación de una democracia basada
en la justicia, esperan todavía resarcimiento integral y observan
atentamente el trabajo del Defensor del Pueblo, nombrado recién en
2001. La ejecución de la Ley N° 838/96 “Que indemniza a víctimas de
violaciones de derechos humanos durante la dictadura de 1954 a 1989”
benefició en los últimos tres años a 879 paraguayos/as. En cuanto a
los resultados de la Comisión de Verdad y Justicia, creada por ley en
octubre de 2003 y actualmente en funciones, las expectativas son
muchas.
Desde el Área Mujer del Centro de Documentación y Estudios compartimos
nuestras impresiones, reflexiones y sentimientos a partir del reciente
suceso, con la certeza de que nuestra memoria y compromiso de
resistencia se une a muchas otras voluntades.
Las muertes de Stroessner, el dictador
Por Line Bareiro
Desde que tengo memoria deseé la muerte de Alfredo Stroessner. Su
muerte estaba unida a la posibilidad de libertad en el Paraguay.
Durante muchos años, yo, al igual que mis amigos, mis amigas, mi mamá
y mis hermanos, no podíamos pensar en un avance democrático sin la
desaparición física del dictador.
Allá por el 87, uno de los periódicos entrevistó a personas conocidas
preguntándoles a quién mandarían al infierno. Carlos Colombino
contestó: “Yo me conformo con que se muera”, y todos y todas supimos a
la muerte de quién se refería.
Quienes siempre fuimos opositores/as a la dictadura vivíamos
imaginando enfermedades del tirano, o del tiranosaurio, o del lekaya
(2). Un tiempo se decía que tenía lepra, otro que elefantiasis, más
tarde que cáncer de piel y por supuesto, que ya se moría.
Una de las veces más geniales fue poco antes de su caída. En el año
1988 los rumores variaban entre que ya se murió, que vino Barnard a
operarle del corazón, que no era Barnard sino un avión sudafricano con
un equipo de médicos que lo llevaban a Sudáfrica para operarlo y así
sucesivamente. Como estábamos cerca del II Encuentro Nacional de
Mujeres hicimos en el CDE una obrita de teatro que creo se llamaba “La
máquina de rumores” y versaba sobre la muerte, enfermedades,
curaciones y demás yerbas del dictador. Era una creación colectiva que
ensayamos con muchas ganas, pero que no llegamos a presentar. El
motivo fue el miedo. Ya en el II Encuentro, en el curso de la mañana
nos dimos cuenta que algunas de las mujeres que estaban eran
“partidarias del régimen”, es decir, adoradoras de Alfredo Stroessner,
capaces de todo por defender a su jefe, a quien consideraban inmortal.
No dudaban en hablar del coloradismo eterno con Stroessner y por
cierto, estaba prohibido insinuar siquiera la posibilidad de su muerte.
Así es que, ante esa situación, cobardemente resolvimos matar a la
máquina de rumores y preparar rápidamente otra obrita en su reemplazo.
Ahora, el 16 de agosto de 2006, murieron los restos del valiente
guerrero de temple de acero. Un viejo de 45 kilos era el último
Trujillo, Somoza, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, que por mandar tanto
tiempo terminó conectado a la generación moderna de dictadores
criminales de lesa humanidad como Videla, Pinochet y Garrastazú Médici.
Es claro que el aire está más limpio sin Stroessner vivo físicamente,
pero...
Para mí, la verdadera muerte de Alfredo Stroessner Matiauda fue el 3
de febrero de 1989. El día más feliz de mi vida. El día en el que
comenzó esta difícil apertura política. El día en que hubo libertad.
El día en el que los que le juraron lealtad eterna, quienes lucharían
por él hasta sus últimas consecuencias, no hicieron absolutamente nada
para defenderlo de los que le echaron. Y éstos ese día dejaron de ser
stronistas y se pasaron al bando democrático.
Por eso no debe sorprendernos la total impunidad por toda forma de
violación a los derechos humanos, ni que se presentaran
inadecuadamente con errores de tiempo y forma los pedidos de
extradición, ni que descaradamente los Stroessner mantengan los bienes
robados al pueblo paraguayo. No lo echó una revolución popular, ni un
movimiento ciudadano. Los enterradores de Stroessner fueron los mismos
cortesanos que con él convirtieron a la corrupción y al clientelismo
en los mayores articuladores de la política en el Paraguay.
La muerte de Stroessner:
¿Servirá para anclar memorias de la represión?
Por Myrian González Vera
La población paraguaya actual es mayoritariamente joven. El 70% tiene
menos de 30 años de edad, según el último censo nacional. A propósito
de la muerte del ex dictador Alfredo Stroessner, ocurrida el 16 de
agosto, sería interesante preguntarse qué porcentaje de esta población
joven sabe quién fue este militar que gobernó casi 35 años el Paraguay.
A 17 años de la caída de la dictadura, el país convive entre la
democracia y el autoritarismo, entre la pobreza cada vez más creciente
y la corrupción cada vez más generalizada. Cerca del 40% de la
población económicamente activa presenta problemas de empleo, decenas
de niños, niñas y adolescentes recorren calles y plazas juntando las
pocas monedas que transeúntes hastiados pueden tirarles de vez en
cuando. Hasta comunidades indígenas ocupan hoy las veredas con niños
harapientos y mujeres desnutridas con pequeñas criaturas a cuestas.
Que la democracia no da de comer, que en dictadura “vivíamos mejor”,
que el país necesita de mano dura, que 35 años fueron de paz y de
progreso, que entre 1954 y 1989 “era feliz y no lo sabía”, son
sentencias que se han escuchado muchas veces en estos años. ¿Qué
respuestas institucionales se han dado a estas preguntas? Ninguna. La
clase política –tanto la oficialista como la opositora– se ha esmerado
en acumular acciones que muestran que con Stroessner no se fueron ni
el autoritarismo, ni el prebendarismo, ni el despojo de la cosa
pública.
Hoy se ha muerto Stroessner, pero el stronismo —entendido éste como un
símbolo de poder autoritario, militarista, corrupto y prebendario—
nunca dejó de existir en el Paraguay. Siempre estuvo presente en la
política paraguaya, tímidamente en los primeros años de la transición,
pero ya con fuerza visible desde los últimos años del siglo XX.
En los pocos libros escolares de Historia que se han escrito en estos
años, Stroessner aparece como uno de los últimos presidentes
“constitucionales” de la República, y se cuenta que en los distintos
periodos de gobierno inauguró las principales obras de progreso que se
pueden mencionar: la energía eléctrica, el agua potable, escuelas y
colegios, la represa “más grande del mundo”, las rutas y caminos que
unen pueblos y ciudades. En algunos libros dicen que fue un dictador.
¿Pero por qué un dictador? si fue electo una y otra vez por el pueblo,
con porcentajes de votos crecientes en cada elección. Así era en
términos estrictamente formales, pero entonces no fue posible
denunciar que las elecciones no eran libres ni transparentes. Para
crear una pseudo democracia electoral, Stroessner supo atraer a
dirigentes opositores que competían con él en las elecciones a cambio
de algunos cargos, especialmente en el Parlamento.
Entonces, ¿quién fue Stroessner? Un pueblo sin memoria es un pueblo
que cometerá una y otra vez los mismos errores, dice por ahí una frase
deshilachada por el tiempo. ¿Pero qué es lo que hemos olvidado de la
dictadura stronista? ¿Acaso las centenas de hombres y mujeres
perseguidos y torturados por sus ideas políticas contrarias al régimen?
¿O los muertos y desaparecidos que aparecen como presos políticos en
las listas policiales que hoy están prolijamente guardadas en el
Archivo del Terror? ¿Cuántos/as jóvenes conocen lo que guardan esos
archivos policiales?
¿Hemos olvidado realmente que mientras una parte de la población
paraguaya vivía con miedo, perseguida, reprimida, encarcelada, por sus
ideas “subversivas” otra parte —nada despreciable por cierto— gozaba
de las migas que dejaban caer grandes potentados políticos y
económicos que se beneficiaban de los privilegios concedidos por el
General?
No, quienes vivimos en dictadura y como muchas y muchos que soñábamos
con su caída, no hemos olvidado. Pero tampoco hemos sabido transmitir
a las generaciones más jóvenes una memoria de la dictadura que les
permita conocer el pasado reciente durante el cual —al igual que otros
países de la región del Cono Sur—, se apresó, torturó, asesinó e hizo
desaparecer a hombres y mujeres que luchaban por un país democrático y
libre. Pero también es porque quienes tienen otra versión de los
hechos, quienes se han beneficiado de la dictadura y son sus herederos,
todavía tienen más fuerza en sus mensajes, y sobre todo porque los
gobiernos que le sucedieron a Stroessner no fueron mejores que los
suyos.
La muerte de Stroessner —¡cuántas veces habremos esperado escuchar
esta noticia!— quizá debería servirnos para intentar posicionar esa
memoria de la represión, por lo menos para disputar en el espacio
público a quienes hoy tratan de reivindicar la figura del “único líder
y reconstructor de la patria”. Quizá su muerte nos ayude a anclar esa
memoria de luchas, de utopías, de esperanzas truncadas, porque la vara
de la justicia ya no le tocará a él.
La dictadura y el Movimiento de mujeres
Por Clyde Soto
Cuando cayó la dictadura de Stroessner en 1989 las mujeres organizadas
ya estábamos viviendo un periodo de resurgimiento que había partido de
los primeros años de la década de los ochenta, “El golpe no nos
encontró con las manos vacías” (3) fue la reflexión del Anuario Mujer
de 1989, recordando las propuestas que ya estaban pensadas y
planteadas cuando la caída del dictador y que, poco tiempo después,
encontraron en los nacientes espacios del proceso de democratización
caminos para su concreción. El movimiento de mujeres logró durante la
transición política, en un lapso relativamente breve, que se
modificaran muchas de las leyes discriminatorias que pesaban sobre la
población femenina, y fue partícipe de la construcción de políticas e
instituciones estatales para la igualdad de género.
El renacer del movimiento de mujeres de los años ochenta no fue algo
aislado, formaba parte de un proceso permanente de resistencia y
reorganización de los sectores sociales, que sobreviviendo a las
sucesivas oleadas represivas de la dictadura, una y otra vez colocaban
en el espacio público sus demandas específicas junto con las de
democracia y libertad. La dictadura fue muy costosa para las
organizaciones de la sociedad civil, cuyos esfuerzos de agrupación y
formulación de reivindicaciones tropezaban permanentemente con la
pesada maquinaria ideológica, represiva y de cooptación de los
sectores sociales que desplegaba el régimen.
En el caso de las mujeres no fue diferente. La rica historia del
movimiento que durante toda la primera mitad del siglo XX había sido
activo y productivo en cuanto a propuestas, sobre todo las
relacionadas con los derechos civiles y políticos, sufrió un abrupto
corte tras la revolución de 1947 y el golpe de Stroessner de 1954.
Muchas de las importantes dirigentes del tiempo previo a estos sucesos
sufrieron los rigores de la represión, partieron al exilio o fueron
silenciadas por el temor. La memoria fue cortada y cuando el resurgir
de los ochenta, muchas no sabíamos siquiera acerca de quienes nos
antecedieron en esta lucha.
Pero las antiguas demandas de igualdad civil y política ante la ley,
formuladas desde principios del siglo pasado por feministas y
organizaciones, obtuvieron dos éxitos ya bajo el gobierno de
Stroessner. En 1954, apenas iniciado el régimen, se logró la
modificación de la ley civil, avanzando en la eliminación de varias
discriminaciones, mientras que en 1961 se logró el derecho al sufragio
para las mujeres, derecho que, contradictoriamente, no era posible
ejercer plenamente dadas las restricciones antidemocráticas que
pesaban sobre el país. Hubo quienes pensaron que con estas medidas se
llegaba al final de la lucha. La desmovilización del movimiento de
mujeres fue producto no sólo de la represión, sino también de la
cooptación de parte de su dirigencia, que se volvió funcional al
régimen, tal como había sucedido con otros movimientos. Los avances en
cuanto a los derechos civiles sufrieron posteriormente un grave revés,
pues un nuevo Código Civil retomó los antiguos términos de la
discriminación en este plano. Y fue precisamente éste uno de los
hechos que impulsaron el nuevo tiempo de reorganización del movimiento,
ya muy cerca del final de la dictadura.
La dictadura stronista ha sido un régimen fundamentalmente patriarcal.
La desigualdad estaba instituida en la propia Constitución Nacional y
se diseminaba no sólo en las leyes, sino sobre todo en la ideología y
en las prácticas del régimen. El “único líder”, el tendotá, el “héroe
guerrero”, el dictador, resumía en su figura lo más profundo del
pensamiento machista y patriarcal, donde las mujeres sólo caben como
figuras funcionales al poder masculino. Cuando han pasado ya más de 17
años sin Stroessner en el gobierno paraguayo (aunque con su partido de
siempre todavía en el poder) y frente a la muerte del ex dictador, se
hace evidente que es en este plano donde más nos está costado derrotar
definitivamente a la dictadura deshaciéndonos de su herencia.
Sin alivio de luto
Por Maridí González y Carol Thiede
La muerte del tiranosaurio debería decirnos mucho a quienes, hoy
jóvenes, no vivimos bajo la constancia de su gobierno represor. Sin
embargo, pareciera que sólo nos habla de lo pendiente y no de lo
avanzado. Nos muestra únicamente la impunidad de una transición sin
cambios profundos.
Murió Stroessner y no pagó por nada: ni por las muertes y
desapariciones, ni por las represiones, ni por los saqueos y
enriquecimientos a costa del pueblo, ni por el retraso económico y
cultural en el que nos dejó sumidas/os.
Murió el tirano y hay una nueva generación que no sabe, que no
recuerda, que no conoce las atrocidades que fueron cometidas durante
su régimen de dictadura. Que no sabe, porque los gobiernos posteriores
lo escondieron y porque las voces que reclamaron justicia no fueron
suficientes. Que no recuerda, porque la limitación de la edad borró
casi todo lo referente a esa época de terror, o porque el dolor de ver
a familiares presos y torturados hace que prefieran olvidar. Que no
conoce, porque hubo gente privilegiada y esa misma élite dirige hoy
gran parte de la estructura estatal, y no existe ánimo de que en el
programa educativo aparezca la figura de este dictador tal cual fue:
un déspota que dejó huellas de dilación, de rechazo y de sumisión
imborrables en cada uno de nosotros.
La muerte de un dictador debería aliviarnos, pero no. En cambio nos
recuerda cuantas veces la frustración está presente en los intentos de
construir participación social sobre la indolencia de la gente y cómo
los espacios políticos que se pretenden democráticos sufren de la
misma podredumbre de prebendarismo y poder personalista. Aun en
democracia, las luchas de quienes para el poder valemos menos (mujeres,
indígenas, pobres, jóvenes, niños y niñas) siguen en último lugar,
ahora en nombre de un falso desarrollo y una sesgada gobernabilidad,
argumentos sospechosamente parecidos a la sentencia lapidaria de Paz y
Progreso.
Muerte del tirano
Por Lilian Soto
Una página se cierra en nuestra historia.
Una página tenebrosa, cruel, de terror.
Pero se cierra a medias.
El eco de las voces que no se callaban no es suficiente para dar vuelta la hoja.
Porque el tirano murió en la impunidad, sin pagar sus culpas.
Y no es bastante pago el haber muerto lejos de un país que nunca le importó. .
¿O acaso lo que se expolia y malvende importa? .
Ni es suficiente para el borrón y cuenta nueva la conciencia tranquila de quienes lehicieron frente luchando, venciendo al miedo. .
Porque aún siguen todos los demás. .
Y si no son ellos, son sus hijos y nietos. .
Y nos tiran a la cara el producto del saqueo de ideas al que nos sometieron. .
Y nos escupen todos los días el discurso mentiroso, mediocre y repugnante de la.
resignación y el olvido. .
Y además nos quieren volver a gobernar. .
Y aunque cueste siempre levantar la copa por alguna muerte, .
ante ésta es todavía más difícil. .
O salir con alguna bandera. .
O cantar algún himno. .
Porque ni aún con él muerto nos sentimos a salvo. .
Notas (1) Blanch, José María, et. Al, El Precio de la Paz, Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch (CEPAG), Asunción, 1991, Citado en Valiente, Hugo, “Comisión de Verdad y Justicia en Paraguay: Confrontando el pasado autoritario”, Revista Novápolis [en línea] noviembre de
2003 [consulta: agosto de 2006].
].
(2) En guaraní, viejo.
(3) Rodríguez, María Lis, “El golpe no nos encontró con las manos
vacías” en Mujeres en el año del cambio. Anuario Mujer 1989, Asunción,
Centro de Documentación y Estudios (CDE), 1990.
Fuente: Boletín La Micrófona, publicación electrónica del Área Mujer
del Centro de Documentación y Estudios (CDE)
http://www.cde.org.py/lamicrofona4
Una página tenebrosa, cruel, de terror.
Pero se cierra a medias.
El eco de las voces que no se callaban no es suficiente para dar vuelta la hoja.
Porque el tirano murió en la impunidad, sin pagar sus culpas.
Y no es bastante pago el haber muerto lejos de un país que nunca le importó. .
¿O acaso lo que se expolia y malvende importa? .
Ni es suficiente para el borrón y cuenta nueva la conciencia tranquila de quienes le
Porque aún siguen todos los demás. .
Y si no son ellos, son sus hijos y nietos. .
Y nos tiran a la cara el producto del saqueo de ideas al que nos sometieron. .
Y nos escupen todos los días el discurso mentiroso, mediocre y repugnante de la.
resignación y el olvido. .
Y además nos quieren volver a gobernar. .
Y aunque cueste siempre levantar la copa por alguna muerte, .
ante ésta es todavía más difícil. .
O salir con alguna bandera. .
O cantar algún himno. .
Porque ni aún con él muerto nos sentimos a salvo. .
Notas (1) Blanch, José María, et. Al, El Precio de la Paz, Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch (CEPAG), Asunción, 1991, Citado en Valiente, Hugo, “Comisión de Verdad y Justicia en Paraguay: Confrontando el pasado autoritario”, Revista Novápolis [en línea]
http://www.cde.org.py/lamicrofona4
https://www.alainet.org/es/articulo/116668
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