El capitalismo estadounidense padece dos graves amenazas estructurales. Una es la creciente precariedad del dólar, que aunque no vale nada actúa como patrón de cambio del comercio mundial y reserva de los bancos centrales. La otra es la insaciable sed de hidrocarburos del irracional modo de vida americano.
El chorro de dólares que emite sin pausa la Reserva Federal carece de respaldo económico desde que el presidente Nixon decidió suprimir su convertibilidad en oro. Este problema se ha venido agravando asociado al déficit comercial y a la deuda de Washington con el mundo, ambos en constante aumento y de proporciones colosales. Ya apenas se discute entre los estudiosos si Estados Unidos va a entrar en una profunda crisis financiera, sino en qué momento. Algunos la ven venir en lo inmediato, otros a mediano plazo, todos debaten sobre su magnitud, pero la mayoría está de acuerdo en que se va a producir.
En cuanto a los hidrocarburos –el petróleo y el gas natural- se sabe que finiquitarán alrededor de mediados de este siglo y que su sustitución plena no es factible con las tecnologías alternativas existentes.
Fueron estos los factores que llevaron a los neoconservadores a concebir la doctrina de hegemonía mundial absoluta de Washington, basada en su supremacía militar y la guerra preventiva. Se trataba de lograr a la fuerza la aceptación del dólar chatarra como rey del capitalismo por tiempo indefinido y la apropiación de los energéticos del planeta.
Los repudiables y aún no esclarecidos atentados del 11/s proporcionaron el pretexto para poner en práctica esta idea enajenada y condujeron a la ocupación de Afganistán e Irak, que han resultado un fracaso descomunal. En ninguno de los dos países hemos visto el paseo militar ni los recibimientos con flores anunciados. La “misión cumplida” proclamada por Bush hace tres años y la democracia ejemplar que implantaría en Irak añaden perlas a su incomparable antología de la mentira y la estupidez.
A menos que por misión cumplida se entienda el genocidio de cientos de miles de iraquíes, el descuartizamiento del país, y para colmo, una humillante derrota militar y política de Estados Unidos frente a la resistencia patriótica, que le deja la retirada como único camino razonable.
Pero los nuevos nazis de Washington siguen batiendo los tambores bélicos. Los imperialistas –menos los bushistas- no aprenden de la historia y así como Nixon respondió al empantanamiento en Vietnam agrediendo a Cambodia y más tarde con la “vietnamización”, ahora Bush pretende hacer lo mismo en Irak y extender la guerra nada menos que a Irán y Siria. Su acoso a Corea del norte explica la prueba nuclear de aquella. Mientras, acentúa la injerencia en los procesos políticos latinoamericanos.
Como en los sesentas una mayoría de estadounidenses se opone a la guerra y desprecia la labor del gobierno según varias encuestas. La probable derrota del Partido Republicano en las elecciones del 7 de noviembre sería un grave revés para el nazi-bushismo.
Sin embargo, aún si los demócratas ganaran las dos cámaras no significaría que se va a revertir automáticamente la política actual de la Casa Blanca. El grueso de los legisladores de ese partido ha adoptado una tibia postura contra la guerra o la ha apoyado. Lo mismo es válido ante la restricción de las libertades civiles, las exenciones fiscales a los ricos y otras medidas antipopulares. Varios votaron recientemente por la legalización de la tortura y la supresión del habeas corpus.
El deterioro actual de las condiciones de vida de las clases medias y de los trabajadores, el empobrecimiento de amplios sectores y la corrupción generalizada de la política no tienen precedentes en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El Katrina reveló la miseria en que viven millones de estadounidenses. Todo esto es consecuencia de una política de la que el Partido Demócrata ha sido partícipe y no se resuelve con medias tintas.
El curso guerrerista sólo puede ser derrotado por un gran movimiento social. Si se entrecruzara con una grave caída del dólar provocaría un ciclo de protestas que ni mil leyes Patriota podrán apagar.
Dos salidas son previsibles en el futuro de Estados Unidos: la revolución social o una reforma de gran calado del capitalismo. Esta, más probable, llevará al fin del neoliberalismo y a un papel internacional más modesto y constructivo de Washington. No hay un Franklyn Roosevelt a la vista pero las grandes crisis suelen parir soluciones