La basura del desarrollo
07/12/2006
- Opinión
“El nivel de desarrollo de un país se puede medir por la cantidad de basura que produce cada hogar”, decía José Saramago en la serie televisiva “voces contra la globalización”. Cada español produce un kilo de basura en un día normal y casi 2 kilos en un día “navideño”. En colaboración con las otras tres personas de su familia, habrá enterrado con sus deshechos la plaza de España en Madrid a lo largo de 12 años. Esta conocida plaza tiene la mitad de superficie que un campo de fútbol.
Ocho Millones de bombillas que cuestan al Ayuntamiento de Madrid unos 4 millones de euros anuncian la Navidad una semana antes de que termine noviembre, aunque los ciudadanos ya se habían percatado de su llegada por la cantidad de anuncios y ofertas que emiten los medios durante estas fechas.
Otro consumo tiene que ser posible porque en ello van nuestra vida y la de nuestros hijos. El planeta no aguantará mucho más tiempo este ritmo de crecimiento. Por eso, no se trata ya de plantearse si es o no posible, sino cambiar de manera radical nuestro comportamiento de consumo. Para eso, tendrá que haber voluntad por parte de quienes aprovechan el modelo de comprar, usar y tirar. Es decir, de toda la población global.
Una vez que los países del Norte han exportado a base de fuerza el paquete de “democracia y consumo”, los pueblos a los que expoliaron sus materias primas en distintos procesos de colonización harán lo que esté en sus manos por imitar lo que ven en la televisión. Lo decía el cantante Manu Chao: “Muchas veces no llegan las medicinas, no llega la comida. Pero siempre hay una televisión diciéndoles que tienen que comprar”. Tanto han escuchado que son lo que tienen y que para eso deben comprar que han terminado por creerse la mentira. Basta con ver los paisajes de cualquier país plagados de Wal-Mart, Carrefour, Costco o supermercados locales que ya pertenecen a esas cadenas con el objetivo de vender cuanto más mejor.
La voluntad de cambio depende de que las personas sepan que su ropa, sus bebidas y sus compras tienen repercusiones directas sobra la vida en el planeta. Los grandes medios de comunicación que alcanzan todos los rincones del planeta no pueden callar más. Los esfuerzos de un consumo más humano no pueden limitarse a campañas tímidas de comercio justo, por muy loables que sean. Urgen campañas eficaces de sensibilización que no se limiten a convocar a quienes ya están sensibilizados. Urge echarse a la calle para gritar que hay una vida más humana.
Nuestros nietos se avergonzarán de nosotros por no haberle plantado cara a las grandes multinacionales de las que dependemos para vestirnos, para tener agua corriente con la que bañarnos, para tener luz y electricidad, para tomar café por las mañanas y desayunar, para ir al trabajo sin importar que sea en coche o en transporte público, para beber agua, para hacer transferencias bancarias y comprar lo que “necesitamos”.
Estas compañías, con presupuestos superiores a los de muchos países, utilizan a los grandes organismos financieros internacionales para presionar a los gobiernos de los países empobrecidos. Les exigen que acepten condiciones y ajustes estructurales para que puedan pagar una deuda externa ya pagada con creces. Mientras tanto, las privatizaciones masivas favorecen la proliferación de compañías que perpetúan esta vorágine de consumo. Estas Navidades, ya sabemos en beneficio de quién va este consumo inhumano. Para nuestro prójimo hay una canción, una carta, una llamada o un simple momento de compañía.
- Carlos Mígueles es periodista. Centro de Colaboraciones Solidarias
Ocho Millones de bombillas que cuestan al Ayuntamiento de Madrid unos 4 millones de euros anuncian la Navidad una semana antes de que termine noviembre, aunque los ciudadanos ya se habían percatado de su llegada por la cantidad de anuncios y ofertas que emiten los medios durante estas fechas.
Otro consumo tiene que ser posible porque en ello van nuestra vida y la de nuestros hijos. El planeta no aguantará mucho más tiempo este ritmo de crecimiento. Por eso, no se trata ya de plantearse si es o no posible, sino cambiar de manera radical nuestro comportamiento de consumo. Para eso, tendrá que haber voluntad por parte de quienes aprovechan el modelo de comprar, usar y tirar. Es decir, de toda la población global.
Una vez que los países del Norte han exportado a base de fuerza el paquete de “democracia y consumo”, los pueblos a los que expoliaron sus materias primas en distintos procesos de colonización harán lo que esté en sus manos por imitar lo que ven en la televisión. Lo decía el cantante Manu Chao: “Muchas veces no llegan las medicinas, no llega la comida. Pero siempre hay una televisión diciéndoles que tienen que comprar”. Tanto han escuchado que son lo que tienen y que para eso deben comprar que han terminado por creerse la mentira. Basta con ver los paisajes de cualquier país plagados de Wal-Mart, Carrefour, Costco o supermercados locales que ya pertenecen a esas cadenas con el objetivo de vender cuanto más mejor.
La voluntad de cambio depende de que las personas sepan que su ropa, sus bebidas y sus compras tienen repercusiones directas sobra la vida en el planeta. Los grandes medios de comunicación que alcanzan todos los rincones del planeta no pueden callar más. Los esfuerzos de un consumo más humano no pueden limitarse a campañas tímidas de comercio justo, por muy loables que sean. Urgen campañas eficaces de sensibilización que no se limiten a convocar a quienes ya están sensibilizados. Urge echarse a la calle para gritar que hay una vida más humana.
Nuestros nietos se avergonzarán de nosotros por no haberle plantado cara a las grandes multinacionales de las que dependemos para vestirnos, para tener agua corriente con la que bañarnos, para tener luz y electricidad, para tomar café por las mañanas y desayunar, para ir al trabajo sin importar que sea en coche o en transporte público, para beber agua, para hacer transferencias bancarias y comprar lo que “necesitamos”.
Estas compañías, con presupuestos superiores a los de muchos países, utilizan a los grandes organismos financieros internacionales para presionar a los gobiernos de los países empobrecidos. Les exigen que acepten condiciones y ajustes estructurales para que puedan pagar una deuda externa ya pagada con creces. Mientras tanto, las privatizaciones masivas favorecen la proliferación de compañías que perpetúan esta vorágine de consumo. Estas Navidades, ya sabemos en beneficio de quién va este consumo inhumano. Para nuestro prójimo hay una canción, una carta, una llamada o un simple momento de compañía.
- Carlos Mígueles es periodista. Centro de Colaboraciones Solidarias
https://www.alainet.org/es/articulo/118574
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