Memoria de Mujeres, Lucha e Identidad: Santiago Atitlán
- Opinión
Introducción
La memoria es la interpretación que del pasado se hace en el presente. Las mujeres tienen su memoria propia –o memorias- que están relegadas y no aparecen en los relatos de la sociedad: están como acalladas. Pero su memoria está viva, aunque permanezca en silencio por períodos a veces largos. En esta memoria se guardan elementos identitarios, su visión del mundo, su interpretación del pasado y las lecciones aprendidas en sus experiencias de vida. Y particularmente su memoria de lucha contiene su experiencia y reflexiones en torno a la resistencia, organización y participación, por lo que da pie a su identidad política femenina. Ellas como sujetos políticos y de acuerdo a sus vivencias y su cosmovisión pueden hilar relatos sobre su memoria que son diferentes a los de los hombres en contenido –lo que se recuerda y lo que no- y en la carga cultural, social y política que imprime un sello distintivo en su identidad.
Específicamente en Santiago Atitlán, municipio del departamento de Sololá, en el occidente de Guatemala, las mujeres cargan particularidades en su memoria. La represión sufrida durante la guerra, que en su momento cúspide incluyó la instalación de un destacamento militar en Panabaj, cantón rural del municipio, dejó un saldo de varias centenas de muertos y desaparecidos; además de afectar seriamente la economía local y el tejido social. Merece especial atención lo ocurrido la madrugada del 2 de diciembre de 1990 cuando la comunidad en conjunto acudió al destacamento para exigir explicaciones sobre los excesos cometidos por los militares contra la población civil. La respuesta fue una ráfaga de balas de que cegó la vida de 13 personas y dejó a una veintena de heridos. Las mujeres participaron activamente en esta acción colectiva y fueron víctimas igual que los hombres. Otras muchas a lo largo de diez años de control militar sobre su vida cotidiana fueron sometidas a formas de represión y silenciamiento de sus voces, fueron hechas viudas, o perdieron hijos u otros familiares.
Pero esto no detuvo a la población, que luchó y logró el retiro del destacamento militar a finales de diciembre. A partir de allí, se organizaron en un Comité de Seguridad y Desarrollo conformado por los líderes comunitarios y en el que se retomaron tradicionales formas de organización comunitaria (cabecera del pueblo, mayores y alguaciles, cabildos abiertos). Este Comité logró su cometido, resolvió el asunto de la seguridad del pueblo sin la figura militar de las PAC y funcionó de manera democrática hasta que se produjo un fuerte conflicto entre pobladores y la municipalidad en el que se vieron involucrados los miembros del comité. Todos estos hechos nada claros dieron lugar a un rompimiento nuevo en el tejido social.
Más recientemente, un nuevo suceso trágico marcó la historia del poblado: la llegada de la tormenta Stan, con las inundaciones y deslaves que afectaron fuertemente a tres cantones de los seis que conforman el pueblo: Panabaj, al que se le dio más publicidad y seguimiento, Chu’ul y Pachichaj. Esto provocó, además de por lo menos mil desaparecidos, que decenas de familias perdieran sus viviendas y pertenencias.
Lo que las mujeres atitecas vivieron durante y después de la tormenta Stan puede ser un despertador de la memoria de luchas pasadas y por lo tanto, exploramos en esa dirección. Su solidaridad, voluntad y hasta su esperanza se fundan sobre la memoria colectiva de luchas pasadas guardadas bajo el peso del silencio, pero impresas en identidades políticas y femeninas. Hemos intentando ver esta identidad y sus articulaciones.
Indagar en la memoria, entendiéndola como espacio de lucha política, concierne a las mismas mujeres en sus circunstancias históricas. Así, vemos que el trabajo de memoria puede abrir una ventana para explorar las luchas locales, personales, de género y hasta nacionales. Lo que buscamos es una memoria crítica, que siempre va a estar cruzada por el silencio y el olvido. Una memoria de las organizaciones no es la mera suma de las memorias individuales de sus miembros, sino que implica ir recogiendo las memorias personales, formando así, una memoria histórica de las luchas de las mujeres, y logrando indagar en sus identidades femeninas y políticas.
La memoria es un vínculo de la conciencia con el pasado: es el presente del pasado; es el pasado retenido en el presente. En Santiago Atitlán lo observamos en los centenares de víctimas de la represión gubernamental llevando a cuestas las pesadas secuelas físicas, psicológicas y hasta económicas de la época de la represión institucionalizada. Para estas personas, el pasado está vivo, convive con la población en la cotidianidad.
Para descubrir la memoria, vincularla a la identidad de las mujeres, provocar el recuerdo y explorar las interpretaciones sobre el pasado, en el trabajo de campo acudimos a terrenos temáticos específicos. Éstos fueron la salud, la educación, el trabajo, las tareas del hogar y la organización como espacio particularmente importante.
Memoria de Mujeres
La memoria que se comparte, lo que se recuerda y lo que no se recuerda, puede estar condicionado por el contexto, además puede estar influido por la coyuntura, que hace recodar acontecimientos y experiencias guardadas en las memorias individual y colectiva. Hay recuerdos que se construyen en su totalidad con la ayuda de otros ya sea porque la coyuntura lo impulsa o porque se interroga al sujeto. Las mujeres de Santiago Atitlán tienen huellas profundas de terror por lo ocurrido, pero también de esperanza. Ya lo dijo Ricoeur: el pasado no se encuentra separado del futuro.
La memoria colectiva, como todo lo social, no es estática. Lo que encontramos en Santiago debe ser enmarcado en el contexto y a partir del paso del tiempo. Pero, además de ser dinámica también mantiene continuidades entre el pasado y el presente; en las prácticas cotidianas de los sujetos, y en consecuencia, con su identidad, su capacidad de renovar tradiciones y su impacto sobre las representaciones sociales. (Rajchenberg y Héau-Lambert, 2000) En lo cotidiano –que sería un primer nivel- el papel de la mujer en el hogar es uno de los elementos que aparecen en el primer nivel de la memoria. Surge constantemente, sale a la superficie inconscientemente en lo que se dice la manera en que debe hacerse cada una de las tareas del hogar.
Los patrones tradicionales se pasan de una generación a otra en el proceso general de socialización y específicamente en la crianza. También circulan entre una misma generación, de esta manera, conocimientos de todo tipo. El conjunto de éstos, sumado al de las necesidades, es fuente de organización porque, para el caso de Santiago, existe una conciencia de ser un pueblo luchador, certeza que se transmite y que se imprime en las luchas diarias.
Si bien parece existir un olvido voluntario, no hay que confundir olvido y silencio. Así como puede hacerse una ruptura con el pasado inmediato –muchas veces propiciado desde las iglesias evangélicas o el discurso de algunas ONG- el recuerdo sigue latente, guardado en el silencio pero no en el olvido. Esto está motivado y hasta obligado por distintas circunstancias que son represivas para las mujeres, tanto a nivel personal y social como a nivel político. Aún con ello, la memoria se despierta luego de un letargo de silencio y puede ser rescatada, relatada, motivada, recogida y apropiada.
Centrando la atención en la memoria de las mujeres, las más ancianas pueden recordar el encerramiento en el espacio doméstico y las salidas con el tiempo restringido únicamente para lavar o vender. También recuerdan que sus padres no quisieron que ellas ni sus hermanos estudiaran porque, de acuerdo a su interpretación, la escuela se percibía como un espacio de pérdida de la identidad tz’utujil, además de que circulaban historias sobre maltratos de parte del maestro. Pero en la actualidad ven positivo que las niñas pueden ir a estudiar y las jóvenes tienen otras oportunidades fuera del hogar, como continuar la educación media, trabajar, formar parte de alguna organización o participar en algún proyecto; aunque les preocupa que algunos valores y principios ya no son practicados por la juventud y se cuestionan si la educación formal puede ser una causa.
Dentro de todos los relatos recogidos sobre la vida de las mujeres de por lo menos una generación atrás, la interpretación que se hace es de sufrimiento porque el recuerdo más presente es de la época del establecimiento del destacamento militar y la represión. Y en este sentido, llama especialmente la atención cómo la memoria influye en la identidad de las viudas. Muchas de ellas han vuelto a hacer vida de pareja con otros hombres, con los que incluso tienen hijos. Pero ellas siguen definiéndose como viudas. La desaparición forzada o la pérdida violenta de quienes fueran sus esposos deja una marca indeleble en su autoimagen, una marca dolorosa que provoca llanto después de décadas de lo sucedido, e incluso cuando sus vidas han sido buenas al lado de otro hombre. Cabe aclarar que esta identidad ha sido reforzada por el movimiento de ONG posterior a la masacre, pero de igual forma, es una marca que ellas llevan cotidianamente. Es un dolor que seguramente evitarían si pudieran, pero que las identifica y las distingue de las demás. Mientras más atrás en el tiempo se va, la vida para una mujer sola con hijos se hace más difícil. El consuelo que pueden sentir al reunirse con otras mujeres y compartir con ellas penas y alegrías hace que estar organizadas tome otro sentido para estas mujeres golpeadas por la violencia y represión.[1]
El pasado está activo en el presente a través de la memoria. Si bien la memoria es algo difícil de recuperar como un todo, puede percibirse en lo que se dice, en lo que se recuerda y lo que se trata de olvidar. También se expresa en las emociones que despierta el relato: la risa, el llanto, el miedo, la autocensura. Además, la memoria se vincula con lo que el futuro trae para estas mujeres, las posibilidades y los obstáculos que habrán de ir sorteando para “salir adelante”: un futuro que transcienda la mera sobrevivencia y en el que vivan una vida digna.
Como ya se dijo arriba, una de las luchas de hoy se está dirigiendo a los esfuerzos organizados. En Santiago Atitlán son ocho los grupos de mujeres existentes, entre comités, asociaciones y agrupaciones. Estos esfuerzos están siendo apoyados por organizaciones que llegan de fuera para dar capacitaciones y para fomentar el trabajo en conjunto de mujeres, jóvenes y niños. Algunas veces estos esfuerzos no pasan por procesos de consulta o no llegan a tomar en cuenta las percepciones, visiones, anhelos y formas tradicionales de solución de necesidades y problemas. Esta realidad es ubicada por las mujeres como un obstáculo, y frente a ello, también hay esfuerzos locales que buscan una mayor coordinación de las organizaciones de mujeres y persiguen el objetivo de crear una coordinadora municipal.
Organización y participación como forma de lucha
La de Santiago es una población luchadora, y en momentos de grandes tensiones, se ha reunido todo el pueblo, hombres y mujeres, para determinar las acciones a seguir. Lo que ocurrió el dos de diciembre de 1990 y que terminó en una masacre en el cantón Panabaj, frente al destacamento militar, fue una acción comunal, organizada por todos los pobladores, y en la que participaron las mujeres. Ellas iban como parte de la comunidad, acompañadas de sus hijos, al frente igual que cualquier otro miembro del pueblo. Hay mujeres y niños que también son mártires.
Por esto y otras luchas inscritas en la memoria del pueblo, sabemos que las mujeres siempre son parte activa de los hechos que forman la historia de Santiago Atitlán, aunque no aparezcan nombradas, o aunque su papel se considere secundario. Las mujeres de Atitlán han estado presentes en todos los momentos importantes de la historia del poblado. Ellas mismas pueden no considerar importante su participación en las decisiones y acciones del pueblo, pero existen relatos en los que resalta su protagonismo. Han sido más que sólo madres, esposas o hijas: han sido mujeres que han perfilado el rumbo de la historia de Atitlán.
Hubo un período de mucho miedo en torno a organizarse o no. Por un lado, la represión ejercida por el destacamento militar desde su instalación en 1980 sobre la población civil causaba bastante temor. Esto no significa que no se buscaran las formas de continuar con reuniones, organizaciones y otras formas de participación, especialmente en ese contexto en el que se veía la necesidad de solucionar un problema colectivo. Durante los peores años de la guerra inició la organización específica de mujeres por los abusos físicos, psicológicos y el control de la vida diaria ejercidos por los militares. Esto les causaba temor, pero decidieron seguir haciéndolo porque no podían permitirse seguir viviendo con la incertidumbre de no saber si sus maridos regresarían vivos de trabajar en el campo, si ellas serían las próximas víctimas de abusos físicos, si sus hijos serían apresados en la calle para ser llevados al cuartel ya fuera para el servicio militar forzoso o bien por acusaciones de relacionamiento con la guerrilla. Fueron estas mismas razones las que impulsaron a varias mujeres a tomar la decisión de unirse a la lucha por la vía armada.
A parte del temor, las restricciones impuestas desde el hogar -que en algunos todavía permanecen- ahora se interpretan como que las mujeres no tenían derechos. Consecuentemente el discurso actual dice que es porque ya saben que tienen derechos que los hombres les dan permiso para salir del hogar a espacios organizativos. Esto, para algunas, significa demostrar que se asistió a una reunión con mujeres o hacerse acompañar de al menos uno de sus hijos, y otras veces, lo que se exige es que haya resultados tangibles y ágiles. Detrás de esta preocupación por lo evidente, se opaca la lucha de las mujeres en la historia del pueblo.
En las últimas décadas las mujeres guatemaltecas han cambiado su realidad incursionando en actividades que antes no se consideraban propias de una mujer[2], como el empleo asalariado, las actividades económicas informales, la jefatura de hogar, y en especial, particularmente en los espacios rurales, la participación en la actividad agrícola, política, organizacional, revolucionaria y de resistencia. Todavía es parte de la realidad que muchas mujeres no puedan salir del espacio doméstico sin una buena razón, y si lo hacen no deben descuidar la casa ni a los hijos, lo que podría caracterizarse como una participación con condiciones y restricciones ya que se traduce en una menor cantidad de tiempo para dedicarle a estas actividades, así como limitación para acceder a cargos de dirección.
La falta de organizaciones de mujeres rurales que puede observarse antes del conflicto armado interno no era consecuencia de necesidades satisfechas ni de falta de voluntad. Era el reflejo de que las mujeres estaban restringidas al espacio doméstico, las relaciones familiares y los conocimientos necesarios para la vida doméstica. Lo que resalta es que son las experiencias duras y traumáticas las que cambian la situación de las mujeres en términos organizativos: la represión como manifestación de un estado contrainsurgente, la viudez consecuente y la pobreza histórica. Por eso, actualmente, las mujeres rurales ven ante ellas la posibilidad de ocupar espacios públicos de acuerdo a sus intereses y necesidades, tanto de género como comunitarias, siendo dueñas de sus acciones.
Profundizando un poco en las condiciones que permiten y provocan la organización, específicamente en la viudez, se puede observar que las viudas se convierten y son reconocidas como jefas de hogar, en medio del dolor, la soledad, la pobreza y la incertidumbre. Pertenecen a más espacios que sólo el doméstico porque pueden ampliar sus relaciones sociales. Es cierto que la viudez trae mayor pobreza para una mujer y sus hijos, pero también esta necesidad permite que aflore toda su creatividad y disposición, encontrando formas, primero, de sobrevivir y luego, de mejorar las condiciones de su familia. La organización cuenta entre una de esas formas. La necesidad de recursos y servicios impulsa la organización. Quizá algunas hayan recibido burlas y menosprecio cuando iniciaron su grupo, pero su participación activa se debe a necesidades alimentarias, de vivienda y emocionales ya que están al cuidado de sus hijos; y, algunas agrupaciones a lo largo de su camino en la defensa de la vida llegan a reflexiones políticas más profundas. Pero todo esto no significa que las mujeres antes de estos acontecimientos dolorosos no participaran, porque las mujeres siempre han estado participando de una u otra forma en las organizaciones mixtas.
Se puede distinguir dos tipos de organizaciones de mujeres en el municipio: a) las dirigidas a procesos de sensibilización y lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres, con inclusión de diversos proyectos para la generación de ingresos y productos para las familias; y b) las que persiguen objetivos más específicos como aglutinar a mujeres víctimas del conflicto armado y buscar su resarcimiento. Cada tipo de organización tiene retos que enfrentar, entre los que se cuentan las características arraigadas en la cultura y la imposición de una estructura para la organización según el marco legal vigente, que impiden una mayor y más amplia participación de las mujeres, así como las considerables necesidades económicas de las familias que las atan a la búsqueda de satisfactores inmediatos. Por otro lado, es valorada la organización como un espacio de refugio en momentos difíciles, como es el caso de las viudas. Y también como un espacio de formación, capacitación y reflexión sobre sus derechos y otros temas.
El ingreso de las mujeres a las organizaciones se da normalmente en búsqueda de apoyos para el sostenimiento del hogar o de los estudios para los hijos. Pero la combinación de la atención a necesidades concretas con la aspiración de ir avanzando en aspectos más de tipo social, en los de la vida política y económica del municipio, ya muestran algunos avances.
En el discurso organizativo existe acuerdo sobre la importancia de las mujeres, lo indispensables que son, la complementariedad en la cosmovisión maya que, según la interpretación local, se expresa en lo práctico, en el hecho de que el cabecera del pueblo es siempre un hombre, y su esposa es la encargada de cuidar el patrimonio del pueblo,
La organización femenina en Santiago es similar a otras formas de organización en Centroamérica (Montenegro et. al., 1999) que surgen a partir de crisis económicas en las que las mujeres buscan opciones alternativas de sobrevivencia, añadiendo el apoyo de la cooperación internacional que requiere que exista una base organizativa local. En Santiago, particularmente, la organización surge en buena medida a raíz de la guerra y la presencia guerrillera. Claro que este surgimiento de organizaciones propias de mujeres, así como la participación de ellas en reuniones y talleres, están cruzadas por las relaciones de género dentro de las familias: pedir permiso por parte de las mujeres, darlo y negarlo por parte de los hombres.
Con todas sus características particulares ya mencionadas, las organizaciones de mujeres atitecas se han centrado en tres líneas de acción: los proyectos productivos, las artesanías y la educación o capacitación. Los proyectos productivos impulsados por ONG de todo tipo, han sido dirigidos especialmente a viudas y pobres, y pretenden empoderarlas. Esto no ha cambiado las relaciones de poder y de género, pero sí ha propiciado una reflexión y ha tenido un efecto en la imagen de sí mismas que tienen las miembros de las organizaciones.
Las artesanías fabricadas con fines de comercialización o exportación responden a un conocimiento milenario que poseen las atitecas. Ellas saben bordar figuras, pajaritos, flores. Saben tejer en telar de cintura y crochet. Tienen una habilidad muy grande para trabajar la mostacilla. Su creatividad es la herramienta más importante. La tercera línea de acción la constituyen las capacitaciones, que se han convertido en espacios importantes de la organización. Son momentos de socializar con las compañeras, de aprender cosas nuevas, de conocer sus derechos, de hablar de temas como género, autoestima y gestión de proyectos. Estos conocimientos se difunden a través de la familia, y expanden las posibilidades de las mujeres, quienes se sentían encerradas en sus casas, pero no las desliga de estas obligaciones, y algunas tienen que levantarse temprano, tortear hasta para tres días, o cargar con los hijos más pequeños para ir a una reunión, a un taller, a compartir experiencias con otras mujeres.
Pero aunque todo esto haga parecer que la organización en Santiago Atitlán no tiene un futuro promisorio, aparecen algunas luces de esperanza, nuevas luchas que las mujeres están empezando, focos de organización que ven un horizonte y están abordando las luchas que les tocan. Igual que la memoria, las luchas son colectivas, se construyen en el diario vivir y están empapadas de lo que resalta como vital, en este caso, específicamente para las mujeres. “Es cierto, ya no está el Ejército, pero nos están matando de la pobreza.”
Estas mujeres organizadas de Atitlán han logrado transgredir las normas sociales, especialmente las que las restringen a espacios considerados propios de las mujeres. Las mujeres de
El resultado es claro: las mujeres atitecas siempre han estado presentes en la actividad comunitaria, pero es ahora que se organizan formalmente, que –obligadas por la forma de funcionamiento de la cooperación y las instituciones estatales con las que les interesa tener relación- legalizan sus agrupaciones, y se involucran en movimientos regionales o nacionales. Toda esta actividad política puede caracterizarse de inicial, ya que no han logrado –aunque están en el proceso- generar lazos más fuertes entre las diferentes organizaciones tanto locales como regionales y nacionales.
Identidades Femeninas y Políticas
Las identidades colectivas se construyen sobre la interpretación y recuperación de la memoria social e histórica. (González, 2003:62) En Santiago Atitlán existe un pasado que no quiere caer en el olvido y que no está registrado en la memoria identitaria del pueblo. Es la memoria de luchas de las mujeres. Pero que no se haya escrito o registrado de manera permanente el pasado no quiere decir que se quiere olvidar: ¿cómo hace el pasado para no dejarse olvidar?
Hay factores que influyen en las actitudes, percepciones y valoraciones que cada mujer tiene hacia su organización. Entre éstos está la organización en sí, su identificación con ella, la forma de funcionamiento de la junta directiva y la relación o falta de relación con otras organizaciones locales, departamentales o nacionales. La participación en organizaciones y el lento reconocimiento como sujetos sociales de las atitecas forma parte de los referentes, rasgos y elementos que se suman y recomponen en la constante construcción de identidad.
Las mujeres de Santiago se sienten pertenecientes a un pueblo luchador que ha enfrentado pruebas muy dolorosas. Su pasado es cargado por todos y todas, pero las mujeres llevan una carga específica de elementos. Por siglos han sido solo madres, esposas, tejedoras. Por la forma en que toman en lugar central en las entrevistas se ve que sus tareas del hogar son parte central de su identidad.
Su creatividad se ve completamente expresada en los telares de cintura: los cambios en el traje tradicional son la viva expresión de ésta. Cada una expresa su particular visión de la vida a través de los diseños que escoge o inventa para vestir. Esto es parte importante de la cotidianidad, al punto que algunas mujeres quieren tener estilos únicos y originales.
En la lucha, las mujeres también pueden ser muy tenaces. Ellas han conseguido salir del encierro en que se encuentran en el hogar paterno o marital y a través de este paso, aprender una nueva forma de convivencia en la organización. Además, con las capacitaciones –una actividad por la que todas las organizaciones pasan- nuevos conocimientos llegan y una percepción de que están abriendo su mente. Formar parte de una organización implica conocimiento. Algunas escuchan por otras mujeres sobre los derechos que tienen y otros temas que les interesan y buscan ser parte de una organización para aprender al respecto. Las mujeres sí se sienten parte de una lucha de ellas como madres, como viudas, como líderes, como parte del pueblo. Las necesidades aparecen como el gran lienzo donde se pintan cada una de sus luchas. Necesidades específicas como la alimentación, la salud, el trabajo, la vivienda, y necesidades políticas, como conocer cuáles son sus derechos, cómo influir en sus vidas para tener más autodeterminación y poder de decisión.
Las mujeres, a partir de un pasado compartido, pueden verse como un grupo, como un colectivo de la población con necesidades específicas. Sus luchas están bien definidas y las emprenden como propias -separadas de las de los hombres- porque ellas han reflexionado sobre su condición actual, sobre su pasado y sobre lo que quieren como una vida mejor. Cuando una mujer se une a una organización está consciente que es un paso en la lucha por una vida más digna y un mejor futuro para ellas y sus hijos.
Las mujeres ven como rasgo propio de los tz’utujiles la organización. Y hay memoria sobre organización en torno a las necesidades diarias de la comunidad, lo que puede explicar en parte que las organizaciones actuales se centren tanto en necesidades, porque para eso funcionaban las redes sociales.
El pasado de encierro doméstico se ve lejano para muchas de las jóvenes organizadas: “Nosotras las mujeres de antes éramos prohibidas de nuestra libertad, porque no nos permitían que descansáramos un momento, y no nos permitían salir (…), y el cambio que ha habido se ve claro (…) y me alegra bastante porque han cambiado las actitudes y los pensamiento que nos encierra a las mujeres en las casas.”[3] Poder hacer esta reflexión indica que existe una memoria que contiene sus luchas como mujeres y que ha sido transmitida a las siguientes generaciones.
La organización y participación real da a las mujeres una sensación de comunidad. Su ser individual se vuelve parte de una colectividad. Si bien sus logros dependen mucho de la gestión de proyectos, de quien los gestione, de quien los dé, y de lo que buscan según sus necesidades, es una vuelta a lo que algunas veces se intuye ya perdido: el trabajo colectivo, la comunidad, la solidaridad, la reafirmación de la identidad y la búsqueda conjunta de una mejor forma de vivir. Recuperar, mantener y reactivar la memoria de mujeres luchadoras y protagonistas de la historia es un derecho que les asegura una continuidad histórica de lucha y la posibilidad de un horizonte de espera en el que puedan vislumbrar una vida más digna.
- Ana López Molina, Investigadora del Área de Estudios sobre Campesinado, con el aporte del resto de su equipo de investigación -Isabel Solís y Luis Galicia-. Ponencia presentada en el X Congreso Centroamericano y I Congreso Nacional de Sociología. Octubre 2006. (http://www.clacso.org.ar/avancso/Ana)
Bibliografía
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[1] Puede, en relación a este punto, hacerse referencia a CONAVIGUA (Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala) que surgió con la organización de las mujeres que quedaron viudas, quienes con el transcurrir del tiempo han vuelto a hacer su vida; sin embargo, se identifican como tal y continúan luchando entre otros objetivos, por el aparecimiento de sus familiares y la ubicación de cementerios clandestinos.
[2] En oposición a ser ama de casa, esposa y madre.
[3] doña Concepción Ramírez Reanda, de
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