Globalización desde abajo
19/01/2007
- Opinión
Decenas de miles de activistas sociales de todos los rincones del mundo están por llegar a Nairobi para la séptima edición del Foro Social Mundial (FSM). Por primera vez, África será el continente anfitrión de este evento. En su auge, el FSM era un lugar al que los activistas sociales debían viajar, una experiencia que debían vivir. Sin embargo, siete años después, se dice que el Foro ha perdido fuerza y que gran parte de su contenido se ha vuelto irrelevante.
Pero algo está claro: la consigna original del FSM, "Otro mundo es posible", mantiene hoy toda su vigencia. Ha llegado la hora de colocar el proceso mundial de cambio bajo el liderazgo de las propias personas (miles de millones de mujeres, hombres y jóvenes de todo el mundo) que están en el frente de la lucha por la supervivencia.
Hemos pasado los últimos años criticando al proceso de globalización neoliberal, encabezado por las grandes empresas, y al gran sufrimiento causado por un sistema político y económico injusto. Se ha hablado mucho y se ha actuado algo en conjunto.
Ahora, ha llegado la hora no solo de concentrarnos en los actores externos y los desequilibrios de poder, sino también de hacer una reflexión honesta sobre la forma en que trabajamos, la manera en que la sociedad civil está organizada y sus desequilibrios de poder. No se trata solo de desequilibrios de poder a nivel mundial entre organizaciones no gubernamentales (ONG) del Norte y del Sur; ni siquiera a nivel nacional entre ONG y organizaciones comunitarias de base. Debemos ir más allá y reflexionar sobre la forma en que trabajamos y si, como activistas sociales, estamos haciendo lo suficiente para otorgar poder a las comunidades afectadas. Y cuando hablamos de otorgar poder, ¿estamos también preparados para ceder poder? Cuando hablamos de participación de los pobres en nuestro trabajo, ¿estamos realmente dispuestos a escucharlos y a aprender de ellos? Nuestro trabajo, ¿se guía realmente por sus experiencias y preocupaciones?
Nadie sabe más de pobreza que los miles de millones de mujeres, hombres, niñas y niños que viven en la carencia total, sin saber de dónde vendrá la próxima comida ni cuánto tiempo deberán vivir en un cobertizo que llaman su casa. Nadie sabe más de exclusión que aquellos que son constantemente marginados debido a su condición física o social. Nadie sabe más de injusticia que aquellos que la enfrentan a diario. Y nadie tiene más interés en cambiar la situación que las propias comunidades afectadas.
En Nairobi, como en tantas otras partes del mundo, la injusticia social está a la vista de todo el mundo. Basta con una visita al asentamiento de Kibera. Con todos los sentidos se puede percibir las dimensiones de la pobreza, las condiciones más degradantes en que un ser humano puede vivir. ¿Por qué los pobres se llevan la peor parte de todo? ¿Por qué tienen los lugares más peligrosos para vivir, junto a vías de trenes o bajo cables de alta tensión, en condiciones de hacinamiento, sin acceso a agua potable ni a servicios básicos como el saneamiento? Sin embargo, del otro lado de la vía ferroviaria que separa a los ricos de los pobres, se ven hectáreas de césped bien cuidado, parte de un campo de golf al que solo puede entrar una elite.
¿Por qué las normas que rigen nuestra vida están siempre escritas a favor de los que ya son ricos y poderosos? Esto es así en todo el mundo. Por lo tanto, debemos acometer las estructuras profundamente arraigadas de la discriminación, las que marginan a los ya débiles y vulnerables. Debemos detener el círculo vicioso de la humillación. Necesitamos, en todas palabras, nada menos que una transformación social a nivel local y mundial.
Soy optimista y creo que esa transformación puede realizarse, a través de un marco moral y legal como el de los derechos humanos. También a través de un liderazgo de las comunidades afectadas que están al frente de la lucha por los derechos humanos.
Desde mi primera visita a Kibera, en mayo de 2004, vi cómo en medio de tal injusticia y privación material, hay una riqueza de sabiduría, energía y determinación para el cambio. Lo mismo vimos en otras comunidades, con los proyectos "Defiende tus derechos humanos" en asentamientos de Nairobi. Grupos comunitarios como Ms. Koch en Korogocho y Boksnet en Kiambu hacen un trabajo asombroso organizando comunidades para el cambio. Del mismo modo, la interacción con las valientes integrantes del movimiento Mujeres de Esperanza es una fuente de inspiración. Sí, hay esperanza.
Pocas veces se ve esta faceta de las comunidades afectadas, no solo en Nairobi sino también en otras partes del mundo. Pocas veces se escucha sus voces. Su energía y su determinación de cambio solo están a la espera de ser liberadas. Esas personas están listas para el cambio. Hagamos que el FSM de Nairobi sea la plataforma de lanzamiento de un nuevo tipo de globalización desde abajo, con solidaridad a través de las fronteras y liderazgo de las comunidades. Hagamos que este Foro abra las compuertas de la energía y la determinación. Hagamos de este Foro el punto de inflexión del cambio social mundial.
- Aye Aye Win es cofundadora y directora ejecutiva de Dignity Internacional
Pero algo está claro: la consigna original del FSM, "Otro mundo es posible", mantiene hoy toda su vigencia. Ha llegado la hora de colocar el proceso mundial de cambio bajo el liderazgo de las propias personas (miles de millones de mujeres, hombres y jóvenes de todo el mundo) que están en el frente de la lucha por la supervivencia.
Hemos pasado los últimos años criticando al proceso de globalización neoliberal, encabezado por las grandes empresas, y al gran sufrimiento causado por un sistema político y económico injusto. Se ha hablado mucho y se ha actuado algo en conjunto.
Ahora, ha llegado la hora no solo de concentrarnos en los actores externos y los desequilibrios de poder, sino también de hacer una reflexión honesta sobre la forma en que trabajamos, la manera en que la sociedad civil está organizada y sus desequilibrios de poder. No se trata solo de desequilibrios de poder a nivel mundial entre organizaciones no gubernamentales (ONG) del Norte y del Sur; ni siquiera a nivel nacional entre ONG y organizaciones comunitarias de base. Debemos ir más allá y reflexionar sobre la forma en que trabajamos y si, como activistas sociales, estamos haciendo lo suficiente para otorgar poder a las comunidades afectadas. Y cuando hablamos de otorgar poder, ¿estamos también preparados para ceder poder? Cuando hablamos de participación de los pobres en nuestro trabajo, ¿estamos realmente dispuestos a escucharlos y a aprender de ellos? Nuestro trabajo, ¿se guía realmente por sus experiencias y preocupaciones?
Nadie sabe más de pobreza que los miles de millones de mujeres, hombres, niñas y niños que viven en la carencia total, sin saber de dónde vendrá la próxima comida ni cuánto tiempo deberán vivir en un cobertizo que llaman su casa. Nadie sabe más de exclusión que aquellos que son constantemente marginados debido a su condición física o social. Nadie sabe más de injusticia que aquellos que la enfrentan a diario. Y nadie tiene más interés en cambiar la situación que las propias comunidades afectadas.
En Nairobi, como en tantas otras partes del mundo, la injusticia social está a la vista de todo el mundo. Basta con una visita al asentamiento de Kibera. Con todos los sentidos se puede percibir las dimensiones de la pobreza, las condiciones más degradantes en que un ser humano puede vivir. ¿Por qué los pobres se llevan la peor parte de todo? ¿Por qué tienen los lugares más peligrosos para vivir, junto a vías de trenes o bajo cables de alta tensión, en condiciones de hacinamiento, sin acceso a agua potable ni a servicios básicos como el saneamiento? Sin embargo, del otro lado de la vía ferroviaria que separa a los ricos de los pobres, se ven hectáreas de césped bien cuidado, parte de un campo de golf al que solo puede entrar una elite.
¿Por qué las normas que rigen nuestra vida están siempre escritas a favor de los que ya son ricos y poderosos? Esto es así en todo el mundo. Por lo tanto, debemos acometer las estructuras profundamente arraigadas de la discriminación, las que marginan a los ya débiles y vulnerables. Debemos detener el círculo vicioso de la humillación. Necesitamos, en todas palabras, nada menos que una transformación social a nivel local y mundial.
Soy optimista y creo que esa transformación puede realizarse, a través de un marco moral y legal como el de los derechos humanos. También a través de un liderazgo de las comunidades afectadas que están al frente de la lucha por los derechos humanos.
Desde mi primera visita a Kibera, en mayo de 2004, vi cómo en medio de tal injusticia y privación material, hay una riqueza de sabiduría, energía y determinación para el cambio. Lo mismo vimos en otras comunidades, con los proyectos "Defiende tus derechos humanos" en asentamientos de Nairobi. Grupos comunitarios como Ms. Koch en Korogocho y Boksnet en Kiambu hacen un trabajo asombroso organizando comunidades para el cambio. Del mismo modo, la interacción con las valientes integrantes del movimiento Mujeres de Esperanza es una fuente de inspiración. Sí, hay esperanza.
Pocas veces se ve esta faceta de las comunidades afectadas, no solo en Nairobi sino también en otras partes del mundo. Pocas veces se escucha sus voces. Su energía y su determinación de cambio solo están a la espera de ser liberadas. Esas personas están listas para el cambio. Hagamos que el FSM de Nairobi sea la plataforma de lanzamiento de un nuevo tipo de globalización desde abajo, con solidaridad a través de las fronteras y liderazgo de las comunidades. Hagamos que este Foro abra las compuertas de la energía y la determinación. Hagamos de este Foro el punto de inflexión del cambio social mundial.
- Aye Aye Win es cofundadora y directora ejecutiva de Dignity Internacional
https://www.alainet.org/es/articulo/118850
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