El estudiante de 1907 en el 2007

12/02/2007
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La crisis de la modernidad afecta a sus principales instituciones, sobre todo a la escuela. Si un estudiante fallecido en 1907 resucitara hoy, quedaría perplejo ante tamaños avances e innovaciones. Pero desde luego que no extrañaría la escuela, una reliquia de los tiempos de antaño.

¿Para qué sirve la educación escolar? Para muchos estudiantes es el túnel por el que tienen acceso al mercado de trabajo. La luz al final del túnel es la capacitación profesional, un buen salario, una identidad social, gracias a los conocimientos y habilidades adquiridos en los pupitres escolares.

¿Será la escuela mero banco de pruebas para el mercado de trabajo? Como me dijo un adolescente de 16 años, “en el gimnasio entreno el cuerpo, en la escuela el cerebro”. De hecho, ese “entrenamiento” cerebral tiene sus efectos positivos. Las diferencias de salario son menores en sociedades que presentan mejor resultado educativo.

Sin embargo el resucitado en el 2007 encontraría en la escuela una diferencia importante con relación a su tiempo: el carácter mercantilista hizo que la calidad de la enseñanza se transfiriera de la escuela pública a la privada. El progresivo abandono del Estado de sus deberes sociales -y derechos de la ciudadanía, como la educación y la salud-, fruto amargo del neoliberalismo que, en nombre del capital, pregona la privatización del patrimonio público, arruina la enseñanza pública y permite que muchas escuelas privadas funcionen cual meras empresas que ofertan educación como mercancía de lujo.

Educar debiera ser mucho más que abastecer al educando de conocimientos y habilidades para que llegue a obtener mejores salarios que sus padres y abuelos. Más importante que formar un profesional es formar una persona capaz de actuar como ciudadano, insertarse sin prejuicios en esa realidad multicultural, asociar significados y construir síntesis cognoscitivas, superar la mera percepción de la vida como fenómeno biológico para encararla como fenómeno biográfico, como proceso histórico.

El educando de 1907 estaba confinado en una pedagogía que no difería mucho del régimen de los cuarteles, en el que el aprendizaje dependía del esfuerzo memorístico. Se trataba de asimilar conocimientos. Hoy el aprendizaje es un proceso interactivo y creativo. Y el conocimiento es determinante en el nuevo paradigma productivo.

No basta con asimilar informaciones; hay que saber seleccionarlas, relacionarlas y hacerlas converger hacia procesos creativos. La escuela debe dotar al educando de capacidades para enfrentar los nuevos desafíos, habérselas con las múltiples racionalidades vigentes, profundizar su espíritu crítico. En fin, saber convertir la información en cultura y la cultura en sentido de vida.

Si quisiera reciclarse, nuestro resucitado se vería impulsado a evolucionar de la memorización a la comprensión, de la asimilación de informaciones a la selección crítica, del mero aprendizaje a la creatividad. Una buena pedagogía le motivaría a analizar críticamente la realidad, a convivir dialógicamente en ese mundo de pluralidad cultural, a transformar las ideas y sueños en proyectos sociales y políticos.

El estudiante de 1907 quedaría alucinado con las nuevas tecnologías de comunicación. Vería, espantado, cuánto ha encogido el mundo. Ahora vivimos en la aldea global. En tiempo real, lo que sucede al otro lado del planeta entra en su casa a través de la ventana electrónica. Se sentiría perdido si no supiera cómo relacionar contenidos globales y realidades locales. Su identidad cultural se vería sacudida ante el rodillo compresor de la hegemonización televisiva de la cultura de entretenimiento cual cebo hinóptico de atracción hacia el consumismo.

Educar es saber lidiar con la diferencia y lo diferente. El educando que no se siente ni se sabe diferente corre el riesgo de ceder ante la masificación mediática. Buscará en la imagen de ese espejo retorcido un rostro que no es el suyo y que, sin embargo, le fascina por la ilusión de que, al negar sus raíces, habrá de alcanzar aquel otro ser que sólo existe en su fantasía.

Uno de los grandes desafíos de la educación es cómo infundir vivencias comunitarias como expresión de singularidades, nunca de despersonalización. Ese situarse en el lugar del otro, tratar de ver el mundo con los ojos del otro, es lo que provoca cambios de lugar social y epistémico, y crea las condiciones de la convivencia democrática. En resumen, verbalizando una expresión de moda, es necesario aprender a desterritorializarse para saber resignificar los sentidos. (Traducción de J.L.Burguet)

- Frei Betto es escritor, autor de “Alfabeto. Autobiografía escolar”, entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/119228
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