Una entrevista con David Halperin
David Halperin, profesor de literatura inglesa en la Universidad de Michigan, es también un especialista de la historia de la homosexualidad. Entre sus trabajos más prominentes figuran los textos San Foucault, para una hagiografía gay, y Cien años de homosexualidad y otros ensayos sobre el amor griego. Coordinó además el volumen The Lesbian and Gay Studies Reader y es co-editor de la revista G:L.Q: A Journal of Lesbian and Gay Studies. En esta entrevista para Lletra S, el autor cuestiona las certidumbres moralistas de muchos investigadores científicos, médicos, y activistas al abordar el tema de la prevención del VIH/sida. Señala paralelamente la exageración mediática y las diversas formas en que la comunidad gay ha respondido a la epidemia del sida erradicando los temores excesivos y explorando formas novedosas de practicar un sexo seguro y placentero.
¿Qué opina del éxito o fracaso de las actuales campañas para prevenir el VIH/sida?
Asistimos a un discurso sobre el fracaso de las campañas de prevención, y la realidad es que sigue practicándose mucho el sexo sin condón. No estoy seguro, sin embargo, de que se trate de un sexo no seguro, es decir, de un sexo con riesgo real de transmitir el VIH. Las nociones de seguridad y sexo no son necesariamente opuestas. Lo que hoy conocemos como sexo seguro es el resultado de las formas en que muchos hombres gay han experimentado con diversos grados de riesgo.¿Usted ha estudiado con anterioridad el concepto de abyección, en las conductas y en la literatura.
¿Existe un vínculo directo entre esta idea de abyección y algunas prácticas sexuales de riesgo?
Me he referido a los escritos de Michael Horner, quien sugirió la necesidad de tomar en cuenta el concepto de abyección para los propósitos de la prevención. En su opinión, buena parte del sexo gay es de naturaleza antisocial. Es un placer que rompe con las reglas sociales. Y esto porque la propia homosexualidad rompe con esas reglas. Muchas campañas sobre sexo seguro son fuertemente moralistas y han producido una reacción en los hombres gay, una revuelta contra los intentos de moralización. Algunas campañas buscan deliberadamente que los hombres gay se avergüencen de sus prácticas sexuales, etiquetándolas como prácticas de riesgo.
¿Piensa usted que además de la Iglesia y de los grupos conservadores, exista en la comunidad científica, entre los médicos y los especialistas de la prevención, un interés por fomentar esta moralización?
Existen tensiones en esas comunidades. Me sorprende por ejemplo que algunos trabajos de epidemiólogos del sida contrasten con la evidencia clínica en la materia. Por ejemplo, algunos epidemiólogos analizan los factores de riesgo de transmisión y los relacionan con alguna práctica sexual determinada. Algunas de esas prácticas pudieran, sin embargo, no ser las vías idóneas para la transmisión del VIH. Un estudio vincula al sexo oral con el VIH, pero menciona que seis de las siete personas que tuvieron esa práctica y luego dieron resultados positivos al VIH, habían también practicado sexo anal sin protección. En muchas campañas de reducción de riesgo existe ahora un énfasis en que el sexo oral sin eyaculación es una práctica de bajo riesgo. Lo que sí se subraya es la necesidad de evitar la práctica anal sin condón. Pero es verdad, los médicos nunca nos dijeron que podíamos besarnos, o tener sexo oral sin eyaculación, nunca dijeron que las personas seropositivas podían tener entre ellos sexo sin condón. Incluso desestimaron la posibilidad de que una carga viral indetectable en una persona seropositiva pudiera reducir la capacidad de infectar a otra persona. Hay alguna evidencia de esto, pero los científicos no tienen mucha claridad al respecto. Lo cierto es que un buen número de hombres gay toman hoy decisiones más sofisticadas y complejas sobre su propia seguridad sexual, y éstas son mucho más sutiles y matizadas que la simple práctica de usar el condón todo el tiempo. Esto es algo bueno, dado que una concepción muy categórica y rígida del sexo seguro puede tener como resultado los riesgos, los olvidos y las omisiones. Y estas omisiones son más peligrosas que una práctica segura de mayor alcance, más manejable y sostenible, aun cuando sea incompleta. Por otro lado, muchas cosas son hoy preocupantes: en Estados Unidos, por ejemplo, hay hombres jóvenes, sexualmente activos, que están seguros de ser seronegativos y no lo son. Tienen sexo inseguro sin saber que están infectados. Esto no es del todo culpa suya, pues no hay una gran disponibilidad de pruebas de detección ni tampoco mucho apoyo para practicarse el examen. Se requiere una comprensión global de la epidemia. No bastan los llamados categóricos sobre la conducta sexual que los jóvenes deben tener, es preciso también apoyarlos para que tengan prácticas seguras. No hay nada malo en que dos personas seronegativas tengan sexo no protegido, siempre y cuando estas personas estén realmente seguras de serlo.
¿Hay alguna eficacia en la promoción actual de la abstinencia como medida preventiva en Estados Unidos?
Lo ignoro. Lo que sí sé es que en todo el mundo las campañas de prevención más efectivas no han promovido de modo especial la abstinencia. Las pruebas de detección y el uso del condón han sido sumamente eficaces en Tailandia, por poner sólo un ejemplo.
¿Piensa usted que la práctica del sexo sin condón (bareback sex), entre hombres que tienen sexo con otros hombres, podría generalizarse en nuestras sociedades?
Esta práctica se está desarrollando mucho, pero creo que es también importante subrayar que todos los estudios muestran que los hombres seropositivos son los que tienen estas prácticas en número mayor que los hombres seronegativos. Y tienden a tenerlas ya sea con otros hombres seropositivos, o con aquellos que en su percepción pudieran serlo. Hay poca evidencia de que un seropositivo tenga deseos o intenciones de tener estas prácticas con un hombre probadamente seronegativo. Pienso que es falsa la visión que vincula a la práctica del sexo sin condón con el libertinaje sexual o con la indiferencia total frente el riesgo. Esta visión no toma en cuenta lo que en realidad sucede en este terreno.
Muchas personas infectadas con el VIH en las grandes ciudades consideran innecesario utilizar condones con otras personas seropositivas. Existe sin embargo el riesgo, no desdeñable, de contraer otras enfermedades sexualmente transmisibles y el riesgo también de la llamada reinfección. Por ello, la mayoría de los doctores aconsejan el uso del condón entre las personas seropositivas. Pero los casos de personas que con un desarrollo de la enfermedad de más un año puedan luego reinfectarse con una cepa diferente del VIH-1, parece poco probable. Al parecer sólo se han reportado a nivel mundial 16 casos entre el 2002 y el 2005. Esto es un ejemplo de la manera en que las autoridades médicas vienen recomendando, según un criterio extremadamente conservador, un sexo seguro que pudiera no estar sustentado en una verdad clínica. Y cuando los hombres gay seropositivos descubren maneras de tener lo que para ellos es una vida sexual aceptable e ignoran esos mensajes de prevención conservadores, me parece erróneo considerar que eso signifique el abandono del sexo seguro o una indiferencia frente al riesgo o una nueva aceptación del mismo. Se trata más bien de gente que toma decisiones cuidadosas sobre los grados de riesgo que está dispuesta a aceptar en el contexto de una epidemia cambiante.
¿En el terreno de lo que usted denomina abyección, qué opina de la circulación por internet de mensajes de búsqueda de bichos (bug chasing) por parte de gente que aparentemente desea contagiarse? ¿Se trata de una moda?
No es una moda. Sin duda existen estas personas y es posible en efecto que esos mensajes circulen por Internet, pero los mejores estudios sobre sexo sin protección (bareback sex), no señalan una tendencia significativa de esta búsqueda de bichos, por lo que pienso que se trata de casos muy aislados que han sido exagerados de manera sensacionalista por los periodistas. No creo que la caza de virus sea una práctica muy extendida. Pienso en cambio que esto es parte de una postura más difundida que tiende una vez más a vincular a la homosexualidad con diversos males psicológicos y sociales. En un momento en que a la homosexualidad ya no se le considera una perversión o una anormalidad, y cuando al sida ya no se le considera una pena capital, sino un terrible accidente histórico y una emergencia médica, la aparición de estos nuevos personajes (cazadores de bichos, donadores virales, buscadores del riesgo, optimistas del sida), personas que siembran alarma en los vientos con una supuesta liberación de las prácticas del sexo inseguro, conduce a una nueva forma de patologizar la homosexualidad.
No es que la homosexualidad se haya vuelto de nuevo patológica, pero se pretende que en nuestros días los hombres gay, y hasta cierto punto también las lesbianas, sufren de crisis de alcoholismo, drogadicción, violencia doméstica, baja autoestima, rechazo del cuerpo, miseria sexual, síndrome de personalidad adictiva, todo un conjunto nuevo de categorías médicas, sociológicas y psicológicas que han sido construidas y que supuestamente la gente gay padecería de modo desproporcionado.
Es preciso observar muy bien la manera en que estos estudios se realizan, puesto que la investigación más seria no justifica de modo alguno estas conclusiones sensacionalistas.
Publicado en el suplemento Letra S, 4 de enero de 2007.
Fuente: Agencia Notiese
http://www.notiese.org