La salud de la mujer trabajadora

07/03/2007
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Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
 Saben a mí sus lágrimas primeras.
Y esa humedad caliente que lo envuelve
 es la temperatura de mi entraña.”

Angela Figuera Aymerich

Maternidad y riesgos laborales

El trabajo, al que las personas dedican una buena parte de su tiempo disponible, es un factor decisivo para la salud y la enfermedad. En los países desarrollados, el envejecimiento de la población y la modificación de las formas de vida y de los procesos productivos se relacionan con la mayor incidencia de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, las enfermedades mentales y los trastornos de comportamientos, el mayor consumo de drogas, así como la exposición a riesgos laborales.

Desde aquel falso temor de que “las jóvenes no debían trabajar en ambientes excesivamente calurosos porque las temperaturas despertaban en ellas pasiones que no sabían dominar”, hasta el aforismo de que el sitio de la mujer era la casa, los defensores de la legislación proteccionista no ocultaron su voluntad de dar marcha atrás al proceso de incorporación de la mujer al trabajo. Nuestra legislación laboral ha estado siempre impregnada de proteccionismo, marcado por una fuerte componente ideológica, y, es que , como denunciara en 1847, el doctor Pedro Felipe Monlau, en su libro “Elementos de Higiene Pública o Arte de Conservar la Salud de los Pueblos”: “Parece increíble lo que se ha abusado (y se está abusando) de la debilidad del sexo femenino... criaturas (que ganan jornales cortos) sometidas a una suma de trabajo excesivo, que arruina su salud, compromete con harta  frecuencia su vida, y les priva fatalmente de toda ocasión de descanso, de todo medio de educación, de todo cultivo intelectual”.

En la actualidad con los datos disponibles se puede afirmar que el promedio de trabajo (trabajo remunerado más tareas sin remuneración) de las mujeres trabajadoras supera invariablemente al de los hombres. En general, el incremento del tiempo dedicado al trabajo asalariado no implica una reducción proporcional del tiempo dedicado al trabajo doméstico, pero sí una reducción del tiempo de ocio de la mujer, lo que se puede traducir en un aumento de los accidentes y de las enfermedades profesionales.

La consideración de la salud femenina como más frágil y vulnerable que la del varón, y, en general, las teorías de la fragilidad femenina se han ido desmoronando, y, si bien, las mujeres no parecen gozar de inmunidad ante los riesgos laborales, tampoco, puede definirse su situación, exceptuando la maternidad, frente a los riesgos laborales de mayor vulnerabilidad que la de los varones.

La mayoría de los estudios que se realizan sobre la salud de la mujer trabajadora intentan detectar los efectos nocivos del ambiente laboral sobre la maternidad, dado que se sabe que la mujer (aunque también el hombre) está expuesta a riesgos físicos, químicos y biológicas que pueden afectar a su función reproductora.

Los agentes nocivos pueden, además de afectar a la menstruación y al ciclo ovárico, atacar diferentes puntos del proceso reproductivo, originando esterilidad en los dos, alteraciones cromosómicas de los óvulos o espermatozoides, disfunciones sexuales, abortos o muertes fetales, malformaciones o incluso afectar al recién nacido a través de la leche materna. Algunos agentes nocivos pueden producir mutaciones que pueden afectar a las células genitales y al resto de las células del organismo y al feto en desarrollo. Entre los agentes considerados mutágenos en los seres humanos se encuentran el plomo, benceno, el cloruro de vinilo, la dioxina y las radiaciones ionizantes.

Otras sustancias inducen a cánceres en los hijos a través de alteraciones genéticas en el esperma o en el óvulo o por acción directa sobre el feto; entre ellos, se encuentran el plomo, el arsénico o los hidrocarburos.

Los riesgos laborales para la función reproductora no afectan exclusivamente a las mujeres, así, por ejemplo, el dibromocloropropano, el plomo y los sulfuros de carbono son causa de esterilidad masculina.

 Los agentes nocivos pueden producir también la muerte del embrión o el feto en el interior del útero, provocando los llamados abortos blancos. Se ha demostrado la mayor incidencia de los abortos espontáneos, en relación con la población general, dentro de algunas ocupaciones o profesionales, como las trabajadoras de químicas o artes gráficas y entre las mujeres que trabajan en quirófanos o en servicios de radiología, en sanidad.

Además de la fatiga laboral y factores posturales se ha relacionado con el aborto blanco, los gases anestésicos, el sulfuro de carbono, el cloropreno, el óxido de etileno, el plomo, el cloruro de vinilo, algunos solventes orgánicos y las radiaciones ionizantes.

Factores descritos como mutágenos o teratógenos o capaces de inducir el aborto pueden provocar partos pretérmino (antes de las 37 semanas), bajo peso en el recién nacido o crecimiento intrauterino retardado. El desencadenamiento del parto antes de tiempo se ha relacionado en particular con la fatiga laboral.

La maternidad debe ser considerada como una función social y no como una coartada para la discriminación. Es necesario, por tanto, adecuar la legislación a la realidad social y a los conocimientos científicos para poder garantizar tanto la igualdad de derechos como la protección de la salud de todos los trabajadores y de sus hijos, sean hombres o mujeres. Y como dijo la poetisa: “Madres del mundo, tristes paridoras, / gemid, clamad, aullad por vuestros frutos”.

Francisco Arias Solis
http://www.arrakis.es/~aarias
 
https://www.alainet.org/es/articulo/119825

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