A cuatro años de la invasión en Irak

Ganar o perder la guerra

19/03/2007
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El presidente Bush se muestra optimista e insiste en que aún es posible la victoria, a pesar del alto costo político, pero ¿Qué significa ganar la guerra para Washington?

A cuatro años de la invasión de Irak en Estados Unidos, el presidente George W. Bush se mostró muy optimista. En una de esas solemnes conferencias de prensa en la Casa Blanca, el mandatario aseguró que la guerra “se puede ganar”. Luego de más de 500 mil civiles muertos por causas directas o indirectas del accionar de las tropas invasoras, luego de más de tres mil marines caídos en combate, luego de desatar una cruenta guerra civil que no tiene solución aparente, el presidente Bush insiste en que puede “ganar la guerra”.

Pero, concretamente ¿qué significa para Estados Unidos “ganar la guerra”? ¿Significa convertir a Irak en una democracia liberal ejemplificadora para Medio Oriente? Nada más lejano si se considera la terrible crisis institucional que se vive en el país árabe, donde extremistas sunnitas desconocen a las autoridades impuestas por Washington, pertenecientes en su mayoría a las minorías chiítas y kurdas.

“Ganar la guerra” en Irak también significa allanar el camino para las empresas que explotan el petróleo, así como aquellas que tienen a su cargo la reconstrucción del destruido en el país árabe. Ambas representan un blanco estratégico para la resistencia iraquí, que ve cómo los recursos de su país son entregados a un grupo de empresas de capitales estadounidenses, que sirven a los planes estratégicos de la constelación Bush y su séquito.

De todas formas, el presidente de Estados Unidos insiste en que “se puede ganar”, y por eso, a cuatro años de la invasión en Irak, pretende aumentar en 30 mil el número de tropas en el país árabe.

Paralelamente, se conocieron datos de varias encuestas, elementos fundamentales en el esquema propagandístico de Washington, aunque esta vez con datos no tan alentadores para el optimismo de Bush. Un sondeo conjunto realizado por el diario USA Today, la cadena de televisión ABC, la británica BBC y la alemana ARD, confirma que sólo un 18 por ciento de los iraquíes confía en las “fuerzas de coalición” lideradas por Estados Unidos.

Asimismo, puertas para adentro del país del norte, seis de cada diez estadounidenses se opone la guerra y pretenden el retorno de las tropas invasoras. Este dato contrasta con el de 2003, que evidenciaba que tres cuartas partes de la población respaldaban las acciones militares en Irak.

En ambos casos, no es difícil concluir que ya nadie, ni dentro ni fuera de Estados Unidos, ni mucho menos en el pais árabe creen en esta invasión. Ya nadie cree que Washington tiene algo que hacer en Irak y hasta los sutiles engranajes de la siempre convincente propaganda han perdido espacio a la luz de los hechos.

Pero, volviendo al optimismo de Bush e invirtiendo el razonamiento anteriormente esbozado, ¿qué significaría para Estados Unidos “perder la guerra”? Significaría repetir la experiencia histórica de Vietnam, que le enseñó a los pragmáticos y belicistas halcones de Washington aquella elemental premisa que, más de cien años atrás, desarrollara el alemán Carl von Clausewitz: la guerra es, esencialmente, un acto político.

En ese sentido, Estados Unidos podría, políticamente, perder la guerra, y tener que retirar sus tropas sin haber conseguido su objetivo primordial. Esto ocurriría, eventualmente, debido a la presión que ejerce el partido demócrata para con la política exterior de Bush, así como la propia población estadounidense que apoya cada vez menos la invasión, y pretende el regreso de sus soldados, tal como ocurrió en los días finales de la guerra de Vietnam.

Este escenario parece bastante lejano considerando las últimas maniobras de Bush que incluyeron, como ya se mencionó, un pedido de aumento de tropas para Irak y Afganistán, así como una creciente política para cercar a Irán, en una suerte de preludio de ataque. Sin embargo, es muy alto el costo político que el mandatario continúa pagando por cada soldado que manda a Irak, así como por cada muerto (en rigor de verdad habría que contarlos por decenas) que deja la invasión.

Más allá de el optimismo de Bush, (que afirmó, además, que se necesitarán de meses para conocer los resultados) y de la contracara de esa confianza, un eventual resultado negativo de las acciones bélicas de Washington, los cuatro años de invasión a Irak dejan una valiosa lección a Estados Unidos. Una guerra no se acaba cuando la estatua del gobernante depuesto es destruida por los tanques, o cuando un mandatario proclama, desde un portaaviones, que la intervención ha terminado.

Donald Rumsfeld, otrora Secretario de Defensa de Estados Unidos, y primera víctima política de la derrota electoral de Bush en noviembre pasado, afirmó días antes de iniciarse la invasión a Irak, que la guerra podría “durar seis días o seis semanas”, pero que dudaba que pudiera durar “seis meses”. Desde el 20 de marzo de 2003, día en que se hizo efectiva la operación “Libertad Duradera”, hasta el corriente, Washington no ha logrado terminar con la sangría, ni parece que podrá hacerlo en corto o mediano plazo.

Cuatro años después de que la República Imperial de Estados Unidos invadiera Irak, con pretextos falsos de armas de destrucción masiva nunca encontradas, con vínculos entre Saddam Hussein y los fundamentalistas islámicos de Al Qaeda nunca comprobados, con la excusa de acabar con el terrorismo mundial que aún así se cobró decenas de vidas en Madrid y Londres y con la espuria voluntad de democratizar al país árabe, las cosas no han cambiado demasiado, aún a pesar del optimismo de Bush.

Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Mar del Plata / Argentina
http://www.prensamercosur.com.ar

https://www.alainet.org/es/articulo/120076
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