Los agronegocios de cuerpo entero
27/06/2006
- Opinión
Los agronegocios han significado para los pueblos la implantación de un modelo intensivo de producción, que lleva directamente al monocultivo agresivo, contaminante y excluyente, cuyos impactos tienen a los pueblos y a la biodiversidad del planeta al borde de la destrucción, según las predicciones de los científicos más optimistas.
A pesar de los estudios de impacto ambiental, a pesar de las investigaciones de científicos que nos alertan sobre el calentamiento de la Tierra, el cambio climático, y la desaparición de especies, nada ha detenido el avance del capitalismo y su rostro más despiadado a través de los agronegocios.
Este fue el eje de la discusión en el Foro Social de Resistencia a los Agronegocios, que se efectuó del 23 al 25 de junio en Buenos Aires y al que asistieron organizaciones campesinas, indígenas y urbanas, en la idea de ir articulando un accionar que les permita enfrentar el avance del modelo económico depredador, planteándose como desafío, unir las propuestas de luchas del mundo campesino e indígena con los movimientos sociales de la ciudad.
El discurso oficial que viene desde los gobiernos de turno en América Latina, intenta maquillar el papel de los agronegocios y los presenta como la integración de los pueblos, rememorando la idea de “la patria grande”, a través de la integración del sistema alimentario. Pues bien, esta consigna integradora, solo ha permitido hasta ahora incrementar las arcas de las transnacionales; han generado la perdida de derechos de los pueblos, de las comunidades indígenas; han posibilitado criminalizar al movimiento social que ha opuesto resistencia, pero también ha afectado directamente al mundo urbano, que se siente tan lejano de esta realidad.
Los consumidores son el final de esta cadena alimentaria, los primeros afectados son los productores que han visto desaparecer sus cultivos tradicionales, y han sido sometidos a la producción de quienes manejan la agricultura a nivel mundial.
Los agricultores, los campesinos, los indígenas, han ido perdiendo identidad, han debido trabajar la tierra con semillas transgénicas, han debido contaminar la naturaleza con el uso de agrotóxicos y ellos y ellas mismas han sufrido la contaminación en sus cuerpos, con hijos que nacen con malformaciones congénitas, con cáncer, que tienen plomo en la sangre, y cuyas expectativas de vida es un misterio aún para los médicos que realizan exámenes y no terminan de encontrar venenos en sus organismos, casos que han sido registrados en los centros hospitalarios y de los cuales la prensa oficialista no da cuenta.
En el mundo urbano, los habitantes de grandes y pequeñas ciudades, para satisfacer su necesidad diaria de alimento, llevan a sus bocas el veneno concentrado, la aberración que fue fabricada en los laboratorios de quienes le han puesto precio a la vida. Ya casi no existen las huertas orgánicas (incluso estos productos son vendidos como algo especial y a precios más altos en los supermercados). La producción natural, con semillas que dan frutos y nuevas semillas, ese proceso sencillo, que permite el renacimiento, está en exterminio, ha sido masacrado por las grandes transnacionales que producen semillas en laboratorios, por quienes se han arrogado la propiedad sobre lo que ha sido siempre el patrimonio de los pueblos. Hoy todos los tomates son iguales en las naves de los supermercados, expuestos como un verdadero avance de la humanidad, papas, lechugas, todo lo que consumimos día a día, viene con la manipulación del laboratorio, con los agrotóxicos que se le han debido aplicar, con los aditivos para detener su proceso de putrefacción. Eso es lo que nos llevamos a nuestros estómagos, somos los conejillos de indias de empresas como la Monsanto, la Cargill, Bunge, Dreyfus, y quienes viven en la ciudad, ni siquiera se dan por enterado, hemos entrado en un proceso cultural, donde pareciera que todo este forma parte de la normalidad.
En los años 70, existían alrededor de 7 mil empresas de semillas, ninguna de ellas sobrepasaba el 0,5% del mercado mundial. En el 2005, sólo 10 empresas controlan la mitad del mercado mundial de las semillas, entre las cuales están las ya mencionadas anteriormente. Monsanto en la actualidad es la mayor productora de semillas, y controla el 88% de ventas de semillas transgénicas a nivel mundial. Si consideramos que estas empresas no solo tienen el monopolio de las semillas, sino también el control de las vías de transportes terrestres y acuáticas, la producción de forraje para la industria ganadera y por supuesto, los agrotóxicos.
Los agronegocios, no habrían podido instalarse en nuestros países si el marco legal, jurídico y político, no se lo hubiera permitido. Las dictaduras latinoamericanas fueron la antesala, permitieron neutralizar la oposición del movimiento social, la crítica y la posibilidad de cuestionar, una vez hecha su tarea, los gobiernos que les sucedieron, bajo el maquillaje de “democráticos” dieron el golpe final, firmando acuerdos comerciales, so pretexto de una “integración latinoamericana”
En este contexto, se inscribe la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), que se viene implementando en forma silenciosa desde el 2000, y cuyo acuerdo ha sido firmado por 12 países de América del Sur, materializado en 12 ejes de comercialización con proyectos que significan instalar una importante red energética, de comunicaciones y transportes.
¿Y quien pagará los costos de esta gran infraestructura? Será pagada por nosotros, por nosotras, ciudadanos y ciudadanas de esta América Latina empobrecida, endeudada y aniquilada, debido al aumento de la producción y la sobreexplotación de recursos y todo gracias a la complacencia de gobiernos que se han convertido en meros administradores del modelo económico al servicio de las grandes transnacionales.
Todos estos pasos, estudiados cuidadosamente, nos dan por resultado la tan mentada “Integración de los pueblos latinoamericanos”, que no es otra cosa que la unificación del mercado global, que no significará ningún beneficio para los pueblos. El planeta se está destruyendo, la tierra que cultivamos muere, los recursos se agotan, cambia el clima, y todo tiene precio, todo se vende.
Lo que queda es la resistencia, bajar el velo de criminalización con que se pretende cubrir a todos aquellos que han resistido, soportando la tortura, la cárcel, perdiendo incluso su vida en este accionares. Lo que nos queda es visibilizar al enemigo, descubrirle su cara maquillada de progreso y modernidad, de avance tecnológico, de beneficios directos para los más pobres. Lo que nos queda es la unidad del campo con la ciudad, es recorrer este camino tomados de la mano, uno a uno, una a una, y construir este camino para globalizar la esperanza y para globalizar la lucha.
A pesar de los estudios de impacto ambiental, a pesar de las investigaciones de científicos que nos alertan sobre el calentamiento de la Tierra, el cambio climático, y la desaparición de especies, nada ha detenido el avance del capitalismo y su rostro más despiadado a través de los agronegocios.
Este fue el eje de la discusión en el Foro Social de Resistencia a los Agronegocios, que se efectuó del 23 al 25 de junio en Buenos Aires y al que asistieron organizaciones campesinas, indígenas y urbanas, en la idea de ir articulando un accionar que les permita enfrentar el avance del modelo económico depredador, planteándose como desafío, unir las propuestas de luchas del mundo campesino e indígena con los movimientos sociales de la ciudad.
El discurso oficial que viene desde los gobiernos de turno en América Latina, intenta maquillar el papel de los agronegocios y los presenta como la integración de los pueblos, rememorando la idea de “la patria grande”, a través de la integración del sistema alimentario. Pues bien, esta consigna integradora, solo ha permitido hasta ahora incrementar las arcas de las transnacionales; han generado la perdida de derechos de los pueblos, de las comunidades indígenas; han posibilitado criminalizar al movimiento social que ha opuesto resistencia, pero también ha afectado directamente al mundo urbano, que se siente tan lejano de esta realidad.
Los consumidores son el final de esta cadena alimentaria, los primeros afectados son los productores que han visto desaparecer sus cultivos tradicionales, y han sido sometidos a la producción de quienes manejan la agricultura a nivel mundial.
Los agricultores, los campesinos, los indígenas, han ido perdiendo identidad, han debido trabajar la tierra con semillas transgénicas, han debido contaminar la naturaleza con el uso de agrotóxicos y ellos y ellas mismas han sufrido la contaminación en sus cuerpos, con hijos que nacen con malformaciones congénitas, con cáncer, que tienen plomo en la sangre, y cuyas expectativas de vida es un misterio aún para los médicos que realizan exámenes y no terminan de encontrar venenos en sus organismos, casos que han sido registrados en los centros hospitalarios y de los cuales la prensa oficialista no da cuenta.
En el mundo urbano, los habitantes de grandes y pequeñas ciudades, para satisfacer su necesidad diaria de alimento, llevan a sus bocas el veneno concentrado, la aberración que fue fabricada en los laboratorios de quienes le han puesto precio a la vida. Ya casi no existen las huertas orgánicas (incluso estos productos son vendidos como algo especial y a precios más altos en los supermercados). La producción natural, con semillas que dan frutos y nuevas semillas, ese proceso sencillo, que permite el renacimiento, está en exterminio, ha sido masacrado por las grandes transnacionales que producen semillas en laboratorios, por quienes se han arrogado la propiedad sobre lo que ha sido siempre el patrimonio de los pueblos. Hoy todos los tomates son iguales en las naves de los supermercados, expuestos como un verdadero avance de la humanidad, papas, lechugas, todo lo que consumimos día a día, viene con la manipulación del laboratorio, con los agrotóxicos que se le han debido aplicar, con los aditivos para detener su proceso de putrefacción. Eso es lo que nos llevamos a nuestros estómagos, somos los conejillos de indias de empresas como la Monsanto, la Cargill, Bunge, Dreyfus, y quienes viven en la ciudad, ni siquiera se dan por enterado, hemos entrado en un proceso cultural, donde pareciera que todo este forma parte de la normalidad.
En los años 70, existían alrededor de 7 mil empresas de semillas, ninguna de ellas sobrepasaba el 0,5% del mercado mundial. En el 2005, sólo 10 empresas controlan la mitad del mercado mundial de las semillas, entre las cuales están las ya mencionadas anteriormente. Monsanto en la actualidad es la mayor productora de semillas, y controla el 88% de ventas de semillas transgénicas a nivel mundial. Si consideramos que estas empresas no solo tienen el monopolio de las semillas, sino también el control de las vías de transportes terrestres y acuáticas, la producción de forraje para la industria ganadera y por supuesto, los agrotóxicos.
Los agronegocios, no habrían podido instalarse en nuestros países si el marco legal, jurídico y político, no se lo hubiera permitido. Las dictaduras latinoamericanas fueron la antesala, permitieron neutralizar la oposición del movimiento social, la crítica y la posibilidad de cuestionar, una vez hecha su tarea, los gobiernos que les sucedieron, bajo el maquillaje de “democráticos” dieron el golpe final, firmando acuerdos comerciales, so pretexto de una “integración latinoamericana”
En este contexto, se inscribe la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), que se viene implementando en forma silenciosa desde el 2000, y cuyo acuerdo ha sido firmado por 12 países de América del Sur, materializado en 12 ejes de comercialización con proyectos que significan instalar una importante red energética, de comunicaciones y transportes.
¿Y quien pagará los costos de esta gran infraestructura? Será pagada por nosotros, por nosotras, ciudadanos y ciudadanas de esta América Latina empobrecida, endeudada y aniquilada, debido al aumento de la producción y la sobreexplotación de recursos y todo gracias a la complacencia de gobiernos que se han convertido en meros administradores del modelo económico al servicio de las grandes transnacionales.
Todos estos pasos, estudiados cuidadosamente, nos dan por resultado la tan mentada “Integración de los pueblos latinoamericanos”, que no es otra cosa que la unificación del mercado global, que no significará ningún beneficio para los pueblos. El planeta se está destruyendo, la tierra que cultivamos muere, los recursos se agotan, cambia el clima, y todo tiene precio, todo se vende.
Lo que queda es la resistencia, bajar el velo de criminalización con que se pretende cubrir a todos aquellos que han resistido, soportando la tortura, la cárcel, perdiendo incluso su vida en este accionares. Lo que nos queda es visibilizar al enemigo, descubrirle su cara maquillada de progreso y modernidad, de avance tecnológico, de beneficios directos para los más pobres. Lo que nos queda es la unidad del campo con la ciudad, es recorrer este camino tomados de la mano, uno a uno, una a una, y construir este camino para globalizar la esperanza y para globalizar la lucha.
https://www.alainet.org/es/articulo/120869?language=es
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