Carta abierta a mi hermano Benito XVI
14/05/2007
- Opinión
Te dirijo esta carta porque siento la necesidad de comunicar con el pastor de la Iglesia católica y no existe canal de comunicación contigo. Me dirijo a ti como a un hermano en la fe y en el sacerdocio, pues ambos hemos recibido la misma misión de anunciar el Evangelio de Jesús a todas las naciones.
Soy sacerdote misionero del Québec desde hace 45 años; me comprometí con entusiasmo en el servicio de mi Señor al momento de abrirse el Concilio Vaticano II. Por mi ministerio, me ha tocado vivir en medio de poblaciones particularmente pobres: en el barrio Bolosse de Puerto Príncipe bajo el régimen de François Duvalier, luego en comunidades quichuas del Ecuador y finalmente en un barrio obrero de Santiago de Chile durante la dictadura militar de Pinochet.
Al descubrir el Evangelio de Jesús durante mis estudios secundarios, he quedado sumamente impresionado por la muchedumbre de pobres y discapacitados que rodeaban a Jesús, mientras que los numerosos sacerdotes quienes nos asesoraban no nos hablaban más que de moral sexual. Tenía 15 años.
¿La teología de la liberación, una mezcolanza errónea de fe y política?
En el avión que te llevaba a Brasil, has condenado una vez más la Teología de la liberación como un falso milenarismo y una mezcla errónea entre Iglesia y política. He quedado profundamente choqueado y herido por tus palabras. Había ya leído varias veces las dos Instrucciones que el ex-cardenal Ratzinger había publicado sobre el asunto. Ahí se describe un espanta-pájaros que no representa absolutamente nada de lo que viví ni mis convicciones. No he necesitado leer a Carlos Marx para descubrir la opción por los pobres. La Teología de la liberación no es una doctrina ni una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio haciéndonos prójimos y solidarios con las personas empobrecidas y marginadas.
Encuentro indecente que se condenen así públicamente creyentes que han consagrado sus vidas – y somos decenas de miles de laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes oriundos de todo el mundo quienes habemos recorrido el mismo camino. Ser discípulo de Jesús, es imitarle, seguirle, actuar como actuó. No entiendo esta saña y hostigamiento contra nosotros. Justo antes se viajar a Brasil, has acallado y expulsado de la enseñanza católica al Padre Jon Sobrino, teólogo comprometido y entregado, compañero de los Jesuitas mártires del Salvador y de Monseñor Romero. Aquel hombre de 70 años ha servido con valentía y humildad la Iglesia latinoamericana por su enseñanza. ¿Acaso es herejía presentar a Jesús como verdadero hombre y sacar las debidas consecuencias de aquello?
He vivido la dictadura de Pinochet en Chile en una Iglesia valiente guiada por un pastor excepcional, el Cardenal Raúl Silva Henriquez. Bajo su mando, hemos acompañado a un pueblo espantado y aterrorizado por militares fascistas católicos que pretendían defender la civilización occidental cristiana torturando, secuestrando, desapareciendo gente y asesinando. He vivido once años en barrios periféricos fuertemente tocados por la represión, en particular en la población La Bandera. Eso sí, he escondido gente, he ayudado algunos a huir del país, a salvarse el pellejo. Eso sí he participado en huelgas de hambre. También me he dedicado durante todos estos años a leer la Biblia con los pobladores: centenares de personas han descubierto la Palabra de Dios y así, han podido enfrentarse a la opresión con fe y valentía, con la certeza que Dios les acompañaba. He organizado comedores infantiles y talleres artesanales para brindar a ex-presos políticos un medio de sobrevivir. He recogido cuerpos de asesinados en la morgue y les he brindado una sepultura digna de seres humanos. He promovido y defendido los derechos humanos con riesgos para mi integridad física y mi vida. Eso sí, la mayoría de las víctimas eran marxistas y nos hemos hecho prójimos porque eran nuestros semejantes. Y hemos luchado, cantado y esperado juntos el fin de aquella ignominia. Hemos soñado juntos de libertad.
¿Qué hubieras hecho en mi lugar? Por cuál de estos pecados quieres condenarme, hermano Benito mío? ¿Qué es lo que tanto te molesta en esta práctica? ¿Acaso está tan alejada de lo que el mismo Jesús hubiera hecho en parecidas circunstancias? ¿Cómo crees que me siento yo cuando escucho tus repetidas condenas? Estoy llegando igual que tú al final de mi servicio ministerial y esperaría un trato más respetuoso y cariñoso de parte de mi pastor. Sin embargo me dices: “No has entendido nada del Evangelio. Todo eso es marxismo. Eres un ingenuo.” ¿No es esto tremenda arrogancia?
Regreso de un viaje a Chile donde he vuelto a encontrarme con mis amigos del barrio después de 25 años; había 70 personas para acogerme a mi llegada. Me han abrazado cariñosamente, diciéndome: “Has vivido con nosotros, como nosotros, nos has acompañado en los peores años de nuestra historia. Has sido solidario y nos has amado. ¡Por eso te amamos tanto!” Hombres y mujeres trabajadores, me han insistido: “Hemos sido abandonados por nuestra Iglesia. Los sacerdotes han vuelto a sus templos. Ya no comparten con nosotros, no viven en medio de nosotros.”
En Brasil, pasó lo mismo: durante 25 años, se ha ido reemplazando un episcopado comprometido con los campesinos sin tierras y los pobres de las favelas de las grandes ciudades a favor de obispos conservadores que se han empeñado en destruir y combatir las miles de comunidades de base, donde la fe se vivía a nivel de la vida cotidiana. Todo esto ha provocado un vacío grande que las Iglesias evangélicas y pentecostales han venido a colmar. Estas últimas se han quedado en medio del pueblo y es por centenares de miles que católicos se han trasladado a aquellas comunidades.
Querido Benito, te suplico de cambiar tu mirada. No tienes la exclusividad del Espíritu divino; toda la comunidad eclesial está animada por el Espíritu de Jesús. Te ruego, por favor, guarda tus condenas. Pronto serás juzgado por aquel Único juez autorizado a repartirnos entre la derecha y la izquierda y sabes tanto como yo que nuestro juicio será sobre el amor.
Fraternalmente,
Claude Lacaille, p.m.é.
Trois-Rivieres, Quebec
Canada
Soy sacerdote misionero del Québec desde hace 45 años; me comprometí con entusiasmo en el servicio de mi Señor al momento de abrirse el Concilio Vaticano II. Por mi ministerio, me ha tocado vivir en medio de poblaciones particularmente pobres: en el barrio Bolosse de Puerto Príncipe bajo el régimen de François Duvalier, luego en comunidades quichuas del Ecuador y finalmente en un barrio obrero de Santiago de Chile durante la dictadura militar de Pinochet.
Al descubrir el Evangelio de Jesús durante mis estudios secundarios, he quedado sumamente impresionado por la muchedumbre de pobres y discapacitados que rodeaban a Jesús, mientras que los numerosos sacerdotes quienes nos asesoraban no nos hablaban más que de moral sexual. Tenía 15 años.
¿La teología de la liberación, una mezcolanza errónea de fe y política?
En el avión que te llevaba a Brasil, has condenado una vez más la Teología de la liberación como un falso milenarismo y una mezcla errónea entre Iglesia y política. He quedado profundamente choqueado y herido por tus palabras. Había ya leído varias veces las dos Instrucciones que el ex-cardenal Ratzinger había publicado sobre el asunto. Ahí se describe un espanta-pájaros que no representa absolutamente nada de lo que viví ni mis convicciones. No he necesitado leer a Carlos Marx para descubrir la opción por los pobres. La Teología de la liberación no es una doctrina ni una teoría. Es una manera de vivir el Evangelio haciéndonos prójimos y solidarios con las personas empobrecidas y marginadas.
Encuentro indecente que se condenen así públicamente creyentes que han consagrado sus vidas – y somos decenas de miles de laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes oriundos de todo el mundo quienes habemos recorrido el mismo camino. Ser discípulo de Jesús, es imitarle, seguirle, actuar como actuó. No entiendo esta saña y hostigamiento contra nosotros. Justo antes se viajar a Brasil, has acallado y expulsado de la enseñanza católica al Padre Jon Sobrino, teólogo comprometido y entregado, compañero de los Jesuitas mártires del Salvador y de Monseñor Romero. Aquel hombre de 70 años ha servido con valentía y humildad la Iglesia latinoamericana por su enseñanza. ¿Acaso es herejía presentar a Jesús como verdadero hombre y sacar las debidas consecuencias de aquello?
He vivido la dictadura de Pinochet en Chile en una Iglesia valiente guiada por un pastor excepcional, el Cardenal Raúl Silva Henriquez. Bajo su mando, hemos acompañado a un pueblo espantado y aterrorizado por militares fascistas católicos que pretendían defender la civilización occidental cristiana torturando, secuestrando, desapareciendo gente y asesinando. He vivido once años en barrios periféricos fuertemente tocados por la represión, en particular en la población La Bandera. Eso sí, he escondido gente, he ayudado algunos a huir del país, a salvarse el pellejo. Eso sí he participado en huelgas de hambre. También me he dedicado durante todos estos años a leer la Biblia con los pobladores: centenares de personas han descubierto la Palabra de Dios y así, han podido enfrentarse a la opresión con fe y valentía, con la certeza que Dios les acompañaba. He organizado comedores infantiles y talleres artesanales para brindar a ex-presos políticos un medio de sobrevivir. He recogido cuerpos de asesinados en la morgue y les he brindado una sepultura digna de seres humanos. He promovido y defendido los derechos humanos con riesgos para mi integridad física y mi vida. Eso sí, la mayoría de las víctimas eran marxistas y nos hemos hecho prójimos porque eran nuestros semejantes. Y hemos luchado, cantado y esperado juntos el fin de aquella ignominia. Hemos soñado juntos de libertad.
¿Qué hubieras hecho en mi lugar? Por cuál de estos pecados quieres condenarme, hermano Benito mío? ¿Qué es lo que tanto te molesta en esta práctica? ¿Acaso está tan alejada de lo que el mismo Jesús hubiera hecho en parecidas circunstancias? ¿Cómo crees que me siento yo cuando escucho tus repetidas condenas? Estoy llegando igual que tú al final de mi servicio ministerial y esperaría un trato más respetuoso y cariñoso de parte de mi pastor. Sin embargo me dices: “No has entendido nada del Evangelio. Todo eso es marxismo. Eres un ingenuo.” ¿No es esto tremenda arrogancia?
Regreso de un viaje a Chile donde he vuelto a encontrarme con mis amigos del barrio después de 25 años; había 70 personas para acogerme a mi llegada. Me han abrazado cariñosamente, diciéndome: “Has vivido con nosotros, como nosotros, nos has acompañado en los peores años de nuestra historia. Has sido solidario y nos has amado. ¡Por eso te amamos tanto!” Hombres y mujeres trabajadores, me han insistido: “Hemos sido abandonados por nuestra Iglesia. Los sacerdotes han vuelto a sus templos. Ya no comparten con nosotros, no viven en medio de nosotros.”
En Brasil, pasó lo mismo: durante 25 años, se ha ido reemplazando un episcopado comprometido con los campesinos sin tierras y los pobres de las favelas de las grandes ciudades a favor de obispos conservadores que se han empeñado en destruir y combatir las miles de comunidades de base, donde la fe se vivía a nivel de la vida cotidiana. Todo esto ha provocado un vacío grande que las Iglesias evangélicas y pentecostales han venido a colmar. Estas últimas se han quedado en medio del pueblo y es por centenares de miles que católicos se han trasladado a aquellas comunidades.
Querido Benito, te suplico de cambiar tu mirada. No tienes la exclusividad del Espíritu divino; toda la comunidad eclesial está animada por el Espíritu de Jesús. Te ruego, por favor, guarda tus condenas. Pronto serás juzgado por aquel Único juez autorizado a repartirnos entre la derecha y la izquierda y sabes tanto como yo que nuestro juicio será sobre el amor.
Fraternalmente,
Claude Lacaille, p.m.é.
Trois-Rivieres, Quebec
Canada
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