Brechas digitales, género y desarrollo

30/08/2006
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

La inserción del desarrollo en la geopolítica global es en sí un producto de luchas históricas. Legitimado en el discurso del derecho al desarrollo, las condiciones para la autodeterminación para las mayorías del mundo y, para que éstas sean libres de privaciones, solo se han logrado como resultado de muchas batallas.

El reciente desplome de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio -OMC-significa un estancamiento repentino, si bien no sorprendente, para ese monstruo destructor que es el comercio global. Queda claro que los regímenes de políticas globales tienen que dar cuenta del derecho al desarrollo, del derecho de todos los países y pueblos a tener opciones para definir su camino hacia el futuro.  Este colapso es también una señal del equilibrio oscilante entre los poderes políticos y los poderes económicos fácticos, y un recordatorio que nuestra política, o sea la política progresista, necesita mantenerse al compás de los ejes rápidamente cambiantes de la geopolítica y del capitalismo globales.

El escrutinio de las políticas en torno a la dimensión del desarrollo, de lo que ha venido en llamarse la sociedad de la información (SI), es sin duda hoy uno de los elementos más significativos de la agenda del activismo global en materia de derechos.  Es más, las formulaciones de la igualdad de género en este contexto deben proceder tanto de su inserción en las políticas de la SI, cuanto que de su derivación de contextos específicos de la opresión de las mujeres.  La noción de la “brecha digital” necesita ser colocada plenamente dentro de un cuadro más grande: de cómo las fuerzas globales inciden en la conformación de la sociedad de la información.  Cualquier respuesta feminista en este contexto necesita estar plenamente enterada de este cuadro más grande.

Entender a Internet

A pesar de que la era digital abarca una amplia gama de tecnologías, básicamente está simbolizada por la gran versatilidad de la Internet, y significa un cambio de paradigma en los procesos de la comunicación y de la información.  La Internet no es solo una tecnología; es un paradigma tecnológico.  Es un sistema poderoso del cual emanan la mayoría de las innovaciones tecno-sociales en la SI.  En tanto paradigma, tiene las capacidades para subsumir otras tecnologías de la información y la comunicación (TIC), con las cuales a menudo es comparada, desde la telefonía, hasta la radio y la televisión.  En todos los aspectos, por lo tanto, la Internet es la que ubica el contexto de la SI.

Los entusiastas de Internet han celebrado el carácter democrático de ésta, en tanto plataforma y espacio que ha facilitado el intercambio de información y conocimiento, la comunicación de abajo-arriba y de “par a par”, dando la posibilidad al excluido/a de tener voz.  Sin embargo, las voces críticas de la Internet señalan cómo la  red está reconstituyendo las relaciones sociales: incluyendo a algunos/as, y excluyendo a las mayorías.  Toda vez, a menudo estas críticas no llegan hasta escudriñar las ideologías y la base estructural de la exclusión.  La Internet está cambiando el contexto del mundo en que vivimos.  Está avivando la consolidación de la globalización de mercado, y así exacerba directamente las desigualdades de ingreso; está redefiniendo las relaciones capital-trabajo, consolidando la expansión del capital global y de los mercados globales, en un contexto de creciente marginalización y empobrecimiento de los pequeños productores; está catapultando el control de los carteles globales sobre el mercado del sexo, y por lo tanto tiene relación directa con nuestras luchas contra el tráfico de seres humanos. En consecuencia, lo virtual no es solamente un nuevo espacio de lucha o un sistema de discriminación, sino que es de hecho una nueva criatura, que consolida y desencadena viejas ideologías de la explotación; es anti-pobres, anti-Sur, racista y patriarcal.  En tal sentido, lo virtual es mucho más real de lo que pensamos.  Y la “brecha digital”, como la conocemos y entendemos, no capta adecuadamente estos aspectos estructurales.

La Internet constituye uno de los ejemplos más claros de la construcción social de la tecnología. Lo que era una plataforma experimental de la comunicación, “gobernada” por los valores solidarios de sus inventores -de apertura, igualitarismo y el compartir- se ha transformado en una plataforma orientada ante todo al comercio nacional y global -un mercado electrónico-, debido a la manera como los mecanismos de gobierno de Internet fueron establecidos por los EE.UU., al servicio de este objetivo.  Así en su núcleo, Internet es una expresión de la alianza de la conveniencia mutua entre la política global hegemónica y el capitalismo global.

La Internet como infraestructura global

A pesar de su cooptación por intereses comerciales y políticos globales, en tanto innovación tecnológica pura, la Internet sigue siendo una de las tecnologías para fines generales más versátiles de la civilización humana.  No sólo es un medio para la comunicación y la organización de información ilimitadas, sino que también constituye un componente básico para los nuevos marcos institucionales.  Es un sistema que reconstituye relaciones sociales y paradigmas del conocimiento, así como procesos de producción, distribución y administración. La Internet ha hecho posibles las nuevas arenas para los “bienes comunes sin rivales”[1], lo cual abre un contexto radicalmente nuevo para el desarrollo.  Ha crecido hasta constituir una fuerza social potente, que la Agenda de Túnez de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI) describe como “elemento capital de la infraestructura de la Sociedad de la Información”, el cual necesita ser desplegado “para que las personas, las comunidades y los pueblos puedan emplear plenamente sus posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible y en la mejora de su calidad de vida”.[2]

Antes de tratar la “brecha digital”, es importante primero abordar las problemáticas estructurales subyacentes al espacio digital -incluyendo la caracterización de Internet y su significado social-. Necesitamos avanzar con urgencia en la reformulación de la SI y de sus tecnologías constitutivas, para que sean habilitadoras de “todos los aspectos de la vida de la comunidad, incluyendo el desarrollo económico, cultural y social así como el empoderamiento democrático.”[3]  Ello requiere de marcos de políticas públicas a nivel global y nacional, a fin de asegurar que en la SI, el desarrollo sea consecuente con la visión expresada en los documentos de la CMSI.

El mercado: ideología dominante de la SI

El discurso dominante de la SI, el que vaticina la supremacía política de los mercados, no se ha desarrollado por accidente.  Ha sido pregonado sistemáticamente, y ha impregnado los “planes de negocios” de las agencias multilaterales de ayuda, las iniciativas de “desarrollo de recursos humanos” para reguladores de los países en vías de desarrollo, y el diseño de proyectos piloto en los niveles micro.  Aunque no ha sido validada, la superioridad del mercado para liderar el desarrollo en la SI ha sido legitimada a través de marcos globales de políticas.  Un balance del Proyecto de Bretton Woods de la política editorial del Development Gateway -un portal de información sobre el desarrollo establecido por el Banco Mundial- llega a la conclusión siguiente, la cual da un ejemplo llamativo de cómo el discurso dominante ha sido creado y se ha consolidado.  “El análisis de los temas de Privatización y Comercio (en el portal) demostró que más del 80% de los recursos provenía de fuentes del Norte, y el 96% estaba en inglés. También llama la atención que el tema más frecuente era la liberalización de las telecomunicaciones, reflejando quizás los intereses de proveedores del Norte, más que de los pobres del Sur.”[4]

La superación de la brecha digital no puede iniciar sin el cuestionamiento de este paradigma “por omisión”.  Para ello, lo más crucial es el análisis crítico del debate sobre la conectividad. Hay un amplio consenso entre expertos de TIC-D (tecnologías de la información y la comunicación para el desarrollo) de que la proliferación de la telefonía móvil en los países más pobres testimonia que ésta es más apropiada que la Internet.  En esta conclusión precipitada, se intenta reducir la sociedad de la información del Sur al fenómeno de la telefonía móvil.  Este escandaloso reduccionismo exige ser examinado con mayor detenimiento.

Los países desarrollados han tenido, desde hace décadas, un nivel de conectividad telefónica cercana a la saturación.  Sin embargo, fue con las innovaciones tecnológicas paradigmáticas de los años 90, principalmente el fenómeno de Internet, que el advenimiento de la SI irrumpió en estos países.  Si la telefonía no era lo apropiado para tipificar la SI en el norte, ¿por qué el Sur  debería conformarse con una SI basada en la telefonía?

Es cierto que la liberalización de las telecomunicaciones ha llevado la telefonía móvil a millones de personas en todas partes, y ha desatado cambios socioeconómicos.  Pero la SI consiste en cambios estructurales más fundamentales, y la Internet es la principal plataforma de éstos.  Las fuerzas de mercado ni han podido llevar la Internet a las áreas y los sectores de la población más pobres, ni tampoco han podido desarrollar los sistemas de soporte institucional para el uso efectivo de Internet para la transformación social.  Toda la experiencia de proyectos de TIC-D otorga un papel importante a las políticas y las finanzas públicas en la realización de estos objetivos.  Sin embargo, se pasa por alto el flagrante incumplimiento del mercado en llevar los frutos de la SI a los pobres, y se utiliza selectivamente el fenómeno de la telefonía móvil para presentar una política económica de “segunda mano”, orientada al mercado, para la SI emergente. En suma, se presenta a la SI como asociada al liderazgo del sector privado, con un rol escaso o nulo para las políticas públicas pro-activas y las inversiones públicas.  El descartar así el papel de las políticas públicas conlleva a una menos que óptima utilización de las TIC por los grupos sociales perjudicados, incluyendo las mujeres.  Y la Internet se encuentra negada para millones de personas, porque no cabe tan fácilmente en los “modelos de negocios” de quienes se han acomodado en posiciones ventajosas para “ordeñar la vaca de la sociedad de la información”.

Hacia un modelo de bienes públicos

En el Sur global, las políticas en el área de las telecomunicaciones, no favorecen a las mujeres pobres, sino a las corporaciones multinacionales de las telecomunicaciones y a los monopolios del sector público, que tienen grandes intereses  en juego en la preservación de su actual modelo de negocios, lo cual les lleva a menudo a resistir a las innovaciones que podrían permitir una difusión más amplia de la conectividad.  La telefonía basada en Internet es ilegal en muchos países, simplemente debido a las fuertes presiones del lobby de las telecomunicaciones.

De hecho, viendo más allá de la pantalla de humo ideológica que se ha creado tan exitosamente en torno al fenómeno de la SI, -que equipara ésta con la gran empresa-, se puede percibir fácilmente que las TIC tienen muchas características que hacen que las modalidades de colaboración están mejor adaptadas a ella que las competitivas.  Un enfoque de las TIC a partir de los bienes públicos tiene de hecho una lógica convincente.

Primero, el acceso básico a las TIC y su uso para empoderar, tiene un efecto multiplicador en una gama tan amplia de actividades socioeconómicas, que su provisión pública debería ser la opción obvia.  El costo en términos de oportunidades de mantener estas tecnologías alejadas de las grandes mayorías, porque no caben en ciertos modelos de negocios, es tan enorme comparado al costo de su provisión,  que la decisión en políticas públicas sobre este asunto no debería ser difícil de tomar.

Segundo, la propia naturaleza de las TIC hace posible los “bienes comunes sin rivales”, mediante las cuales, mientras más personas disponen de ellos, el valor del “sistema” puede incluso aumentar para cada participante.  Este valor adicional acumulado pertenece al grupo y no al interés de un negocio particular.  Sin embargo, los intereses empresariales han monopolizado tales “bienes comunes” al fijar estándares como única alternativa, y buscar rentas.  El monopolio de Microsoft sobre el software del sistema operativo de las computadoras personales es solo uno de los ejemplos de tal usurpación.

Muy recientemente, las iniciativas del software de código fuente abierto han comenzado a conseguir la ayuda de políticas públicas en muchos países.  Un apoyo similar es necesario para los marcos de contenidos abiertos, y para la infraestructura de conectividad gratuita o a bajo costo, que hoy es muy factible.

Desafortunadamente, la conectividad no es considerada por la mayoría de gobiernos como una infraestructura pública con una fuerte característica de bien público.  Tampoco la mayoría de gobiernos reconoce a la era digital por sus posibilidades radicalmente diferentes para compartir contenidos, y para desarrollar el software libre y abierto; de esta manera se conforman con los regímenes privados de la propiedad intelectual, que el mercado considera sagrados.

Redefinición de la brecha digital

La no-inclusión de las consideraciones del desarrollo en el discurso de la SI se expresa en diversos ámbitos, desde el dominio de los intereses corporativizados y la carencia de compromisos financieros de los países ricos en el plano global, o la ausencia de una visión clara de políticas públicas para el despliegue de las TIC, hasta la carencia de inversiones en una robusta infraestructura pública de telecomunicaciones en el plano nacional o en mecanismos institucionales en lo local para el contenido pertinente y los servicios.  Evidentemente ello deniega toda una nueva gama de opciones para países específicos y grupos de personas, que probable y mayoritariamente son mujeres.  No obstante, el tema de la brecha digital de género se aborda simplemente en términos de la igualdad de acceso de las mujeres a las tecnologías digitales, dentro de los paradigmas existentes.  Esta visión estrecha puede, en el mejor de los casos, servir para cumplir las metas de la igualdad de género en los niveles superficiales, donde se busca asimilar a las mujeres en un espacio que no pueden poseer ni controlar bajo sus propios términos, y donde las relaciones de género reflejan patrones existentes de marginalización, explotación y opresión.

El principio de la ventaja competitiva no puede ser el principio de organización de una SI incluyente.  A medida que intentamos cerrar la brecha digital, se debe construir paradigmas de conectividad para garantizar la  inclusión y posibilitar la transformación social.  Los nuevos sistemas de producción y distribución que caracterizan la era de la información requieren crear y sostener modelos construidos sobre los principios de equidad y justicia social y los valores de la colaboración, como el FOSS (software libre de fuente código abierto, siglas en inglés), los contenidos abiertos, y las redes comunitarias inalámbricas.  Este enfoque podría catalizar nuevas redes sociales con capacidad para empoderar, promover una actividad económica mayor y más equitativa, y la entrega de servicios públicos con rendición de cuentas.

Un aspecto fundamental de este proceso es la necesidad de replantear la agenda de TIC-D en términos de la política de derechos, tanto de los derechos políticos y socioeconómicos, como del derecho al desarrollo.  Cerrar la brecha digital apela a grandes realineamientos en las políticas globales y nacionales, capaces de encarar un enfoque de bienes públicos en el área de las TIC.  Es necesario que el Sur global tenga el derecho de seguir la trayectoria que los países desarrollados han elegido, para su propia trayectoria de desarrollo.  En las primeras etapas de su desarrollo, los países desarrollados hicieron grandes inversiones en infraestructura, considerada significativa para el desarrollo socioeconómico general.

El desarrollo y la brecha digital de género

La participación del feminismo en la problemática de la SI ha sido fragmentada y reactiva. Es cierto que las activistas de los medios han luchado duro y lo siguen haciendo para preservar los bienes comunes virtuales y el espacio para la libre expresión que es Internet, emprendiendo una ofensiva contra las transnacionales mediáticas y la vigilancia desde los Estados.  En este contexto, las feministas han estado planteando preocupaciones sobre los derechos humanos, la pornografía en línea, la confianza y la seguridad en los espacios digitales, y los filtros de contenidos, apelando a políticas apropiadas.  No obstante, las indagaciones sobre la dimensión del desarrollo de la SI son bastante débiles en los círculos feministas, y no superan la preocupación predominante por el mejoramiento de la brecha digital mediante la exigencia de un acceso mejorado.  El feminismo no ha podido abordar y tratar las profundas distorsiones en la política y el gobierno globales de la SI, ni ofrecer nuevos marcos de políticas públicas que puedan garantizar una SI incluyente que empodere a las mujeres.

En términos generales, el feminismo ha dejado emerger a la SI sin siquiera hacerle un comentario básico.  La brecha digital de género se puede percibir en su expresión más amplia, en los silencios feministas en el discurso público sobre las visiones alternativas para la sociedad de información y en su ausencia en los pasillos de la política en los planos global y nacional, donde el mapa del gobierno de la SI emergente se está esbozando.

Esta reticencia es contraproducente.  De un lado, los nuevos retos relacionados con el gobierno global de la  SI están emergiendo demasiado rápido, y nos exigen pensar sobre la marcha.  Del otro lado, se están abriendo espacios para explorar nuevas maneras de compartir el poder y rediseñar la gobernanza global, en la arena de la sociedad de la información.

Desarrollo y derechos de las mujeres en la SI

Los derechos de las mujeres en la SI emergen a partir de tres ángulos: primero, el hecho que la SI trae un nuevo conjunto de desafíos, como la pornografía en línea, el tráfico de mujeres y otros crímenes basados en el género; en segundo lugar, la renovación de los derechos más “antiguos” -el derecho a la información, a la educación etc.-, cuya realización adquiere una nueva dimensión en la SI; y tercero, las oportunidades totalmente nuevas para la libre expresión, la comunicación, el networking y las redefiniciones institucionales.

Para las feministas, todos estos contextos de acción en relación al fenómeno de la SI introducen la compleja problemática de su relación con el Estado y sus instituciones.
Más específicamente, la oportunidad de cambios institucionales y estructurales que la SI lleva implícita, hace que el trabajo con el Estado sea una estrategia necesaria; una tarea que no ha sido abordada lo suficientemente por las feministas.

Para la mayoría de mujeres del mundo, la SI proporciona un espacio sin precedentes para afirmar su ciudadanía y para renegociar sus relaciones sociales.  Los impactos relacionados con el género de la SI son políticos y económicos.  Para las mujeres más pobres, la SI potencialmente significa muchas cosas: el acceso a recursos intangibles como la información, nuevos espacios para la interacción en redes y la solidaridad, plataformas nuevas para la auto-expresión, vínculos que permiten beneficiarse del desarrollo, servicios públicos responsables, nuevas posibilidades empresariales y nuevas oportunidades de mercados.  Los derechos a la salud, a la educación y a la información adquieren nuevos significados, cuando la conectividad y los contenidos se plantean dentro de modelos de interés público o de bienes públicos, y en marcos de políticas que favorecen la participación de la comunidad (con un sentido de transformación en relaciones de género) o en el compromiso de inversiones en recursos.

La SI presenta un dilema práctico que no difiere de las anteriores ambivalencias feministas en el relacionamiento con el Estado.  Así como nuestras demandas para una mayor participación de las mujeres en las estructuras políticas tienen que coexistir con nuestras críticas de estas estructuras, el feminismo necesita emitir comentarios creíbles de los fenómenos emergentes de la SI y una visión de lo que podrían ser sus alternativas justas.  Y estas alternativas necesitan ser presentadas de forma que sean institucional y estructuralmente creíbles.  No obstante la inviolabilidad de los derechos individuales, un enfoque exclusivamente libertario del discurso de la SI acarrea el riesgo de negar los intereses de grandes sectores de la  población, incluyendo a las mujeres que no son servidas por los paradigmas “por omisión” de la SI.

El feminismo, por lo tanto, necesita emplear una “esquizofrenia táctica” que pueda incorporar a varias libertades en la SI, y defenderlas tenazmente del asalto del Estado, en la arquitectura de los nuevos marcos institucionales, privilegiando el desarrollo.  Aquí no hay otra opción.

El lenguaje de los derechos en la SI es significativo, no solamente por las obligaciones que emplaza al Estado-nación a asumir, en relación a las mujeres, sino además porque abarca los ámbitos local y global. Y en este contexto, en donde lo global en particular asume un significado mayor, es imprescindible subrayar la base de “derechos” del gobierno global de la SI.

Hasta ahora, en la arena de la SI, la defensa de derechos y el activismo han tenido que lidiar con una polarización entre los derechos políticos y cívicos, de un lado, y los derechos sociales y económicos y temas de justicia social, de otro.  En la CMSI, las organizaciones de la sociedad civil del Norte enfatizaron principalmente en las libertades fundamentales asociadas con los nuevos paradigmas que la tecnología ha hecho posibles, afirmando que la CMSI concierne, sobre todo, a la privacidad de las personas, al derecho a la comunicación, al estar libres de la vigilancia, etc.  También, como lo demostró el proceso de la CMSI, muchos actores del Sur creen que la justicia de género en la SI es secundario -e incluso una distracción innecesaria- en la lucha en curso por alcanzar un mayor nivel de progreso socioeconómico.  Una tarea básica para abordar el género y el desarrollo en la SI es la construcción de un nuevo discurso que no solo confronte tales dicotomías y jerarquías, sino que sitúe claramente el género dentro de contextos específicos, reconociendo las realidades y aspiraciones múltiples de las mujeres.

Como nuevo espacio que requiere de nuevas reglas, es inevitable que la sociedad de la información no solo arroje preguntas antiguas bajo nuevas formas -desde la pornografía hasta la hegemonía de ciertos conocimientos y los términos inequitativos del comercio-, sino que plantee también nuevas problemáticas que se refieren a nociones de los derechos, de la esfera pública y de los contratos sociales.  Estos temas surgirán más temprano que tarde, y muchos de ellos de hecho ya nos confrontan.  Si bien las metas del feminismo siguen siendo constantes, el contexto de la SI trae nuevas representaciones de la realidad.  El feminismo necesita mantenerse en pie y listo para negociarlas.

Anita Gurumurthy trabaja en ICT for Change, de la India.  Esta es una versión abreviada de la ponencia que presentó en la Conferencia Know How 2006, México, 23-25 de agosto, con el título: “Saying No to a Hand-me-down Information Society: The Digital Gap, Gender and Development”.  (Traducción ALAI).



[1] “Bienes comunes sin rivales”: aquellos cuyo valor aumenta para cada participante, a medida que cada vez más participantes se suman.

[3] Taylor W. and Marshall S. 2004, Community Informatics Systems: a meeting place for useful research, in Day P. & Schuler D. (eds), Community Practice in the Network Society – Local Action / Global Interaction, Routledge, London.

https://www.alainet.org/es/articulo/121177
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS