Del efecto invernadero y de los efectos del capitalismo
- Opinión
Uno de los pilares de la sociedad moderna es que el progreso humano proviene de la dominación de la naturaleza por medio de la ciencia y su aplicación tecnológica. Desde que James Watt, en el siglo 18, descubrió los principios de la máquina de vapor usando carbón mineral, esa idea se ha vuelto cada vez más concreta. Es que el carbón, y después también el petróleo, concentra un enorme potencial de trabajo, esto es, capacidad de transformación de la materia, que los físicos llaman energía. De ahí viene la enorme importancia que esa materia adquiere en relación a otras materias.
El carbón y el petróleo son materias que permiten transformar otras materias ya que concentran mucha energía y, por ello, las regiones y países que abrigan grandes yacimientos están particularmente en la mira de los grandes complejos empresariales, en su mayor parte con sede en los países industrializados. En realidad, dichos complejos y países no pueden vivir sin estos yacimientos que la naturaleza parece haber colocado en los lugares equivocados. En este caso, la arrogancia de esos grandes complejos industriales y sus países revelan toda su fragilidad [Ver cuadro] puesto que, por más que dominen la tecnología, dependen de un recurso natural que no pueden producir. También es bueno que se afirme que ningún país es productor de petróleo, carbón, hierro o cualquier otro mineral, como muchas veces nos quieren hacer creer. Ningún país o sociedad producen esas minas por el simple hecho de que son productos de la naturaleza y, por ende, somos extractores y no productores y son enormes las consecuencias de confundir esos dos términos.
A la postre, en la condición de extractores sabemos que extraemos algo que no hacemos y, entonces, debemos ser precavidos, cuidarnos. Por el contrario, si nos consideramos productores de petróleo, o de cualquier otro mineral, no necesitamos ser cautelosos en el uso del recurso ya que podemos producirlo según nuestro antojo. Esa segunda visión que, desgraciadamente, ha predominando, en el fondo conlleva a muchos problemas, incluyendo el calentamiento global.
La ciencia y la técnica tal como han sido desarrolladas a partir de la matriz eurocéntrica, sobre todo desde el siglo 18, no consideran debidamente el papel de la naturaleza. En primer lugar, por el hecho de concebirla como algo que debe ser dominado, lo que implica no pensarla como es, sino como algo que sirve para alcanzar fines que son ajenos a ella, en el caso de la sociedad capitalista es la producción y apropiación de la plusvalía (de la cual el lucro es tan sólo una parte).
Es lo que sucede con cualquier dominación, inclusive del hombre por el hombre, como en la sociedad capitalista donde los trabajadores no importan como seres humanos con todo su potencial creativo, sino por su potencial productivo de plusvalía.
En definitiva, la idea de dominación implica siempre ignorar la potencialidad creativa del otro, inclusive de la naturaleza. Así, las sociedades modernas bajo hegemonía de la ciencia y de la técnica eurocéntrica han atribuido a la naturaleza un papel pasivo, de algo a ser dominado. Marx estuvo atento a eso criticando a sus correligionarios cuando al hacer el programa del partido (Crítica al Programa de Gotha) afirmaron que sólo el trabajo creaba riqueza, llamó la atención que no sólo el trabajo, sino también la naturaleza son creadores de riqueza. Si el trabajo es el padre, la naturaleza es la madre, nos dijo Marx. Desgraciadamente, esa idea no tuvo mayores consecuencias teóricas y prácticas, como se puede ver en los estragos a la naturaleza dejados en los ex países socialistas y, hoy, en China.
Uno de los principales efectos de esa subestimación de la naturaleza es exactamente el efecto invernadero. Está ligado a ciertas leyes de la termodinámica (ley de entropía) que refieren, entre otras cosas, a la tendencia a la disgregación de la materia y a la disipación de la energía bajo la forma de calor inherente a cualquier proceso de trabajo. Un motor libera calor cuando está en marcha y si está demasiado caliente pierde capacidad de trabajo. Fue por eso que se inventó el termostato, aquel aparato que se usa en las neveras, por ejemplo, que es regulado por la temperatura y se desconecta automáticamente cuando la temperatura aumenta mucho y se vuelve a conectar cuando el aparato vuelve a bajar de temperatura. Para eso también se inventó el ventilador de los coches para enfriar el motor y permitir que trabaje mejor.
Sucede que no todos los sistemas son controlables por el hombre, como las neveras y los motores de los coches. Por ejemplo, el planeta Tierra recibe a diario una inmensa cantidad de energía que nos llega del Sol. Esa energía trabaja intensamente al incidir sobre la superficie de Tierra, moviendo el aire (vientos y masas de aire), evaporando las aguas y promoviendo lluvias, produciendo meteorización (sobre todo la meteorización física que disgrega las rocas y contribuye a producir los suelos donde, después, vamos a plantar), proporcionando la fotosíntesis que produce la biomasa de los bosques y de los campos, de las plantas y de los animales, de nuestros alimentos. En todo ese trabajo no sólo hay disipación de energía, sino también la liberación de varios gases y partículas que contribuyen al efecto invernadero.
Entre los gases invernadero se destacan el dióxido de carbono, el anhídrido sulfuroso, el monóxido de carbono, óxido nitroso, hidrofluorcarbonos (HFC) además de partículas en suspensión. Son llamados gases invernadero exactamente por el hecho de que, al dispersarse por la atmósfera, impiden que el calor liberado por el intenso trabajo realizado, tanto por la energía solar como por el conjunto de la humanidad, sea liberado para fuera de la atmósfera, contribuyendo así al calentamiento del planeta.
Nótese que además gran parte del gas carbónico emitido es absorbida por los océanos y mares, por los bosques, campos, cercados, estepas, manglares y tundras. Gran parte del cuerpo de las plantas y de los animales es constituida por cadenas de carbono y, así, cuanto mayor la cantidad de biomasa por hectárea mayor es la cantidad de carbono que queda retenida en la biosfera y no es liberada hacia la atmósfera. Por ello, los bosques, en particular los bosques tropicales, como la Amazonía suramericana, la Lacandona en el sur de México, el Petén en Guatemala, la Mata Atlántica, la del Pacífico en el sur colombiano habitada por afrodescendientes, tienen una enorme importancia para el equilibrio del planeta.
Los gases invernadero retienen el calor disipado por el trabajo de la propia radiación solar en la Tierra y son responsables del equilibrio climático del planeta tal como lo conocemos hasta ahora. Si no fuera por esos gases invernadero toda la energía disipada saldría fuera de la atmósfera y las temperaturas del planeta serían, según los científicos, 30o<D> C menores que las actuales. De esta forma, no podemos condenar al efecto invernadero como tal, pues en parte es lo que permite que la vida, tal como la conocemos hoy, exista en el planeta Tierra. Toda la cuestión parece estar no en el efecto invernadero, pero sí en su aumento en los últimos años, puesto que así queda más calor retenido entre la superficie de Tierra -la litosfera, la biosfera, la hidrosfera- y la atmósfera.
Los efectos del efecto invernadero
Varios científicos se esmeraron en negar el papel de la actual matriz energética basada en combustibles fósiles en el aumento del efecto invernadero, diciendo que se trataba de un fenómeno natural. Está claro que han ocurrido cambios climáticos en el planeta independientemente de la acción de los hombres. Por ejemplo, entre 12.000 y 18.000 años atrás las capas polares estaban a la altura de París y de Nueva York, en el hemisferio norte, y a la altura de Montevideo (Uruguay), en el hemisferio sur. No fueron los hombres quienes provocaron el deshielo de esas inmensas masas de hielo que llevadas al mar hicieron que aumente 100 metros, como nos informa el geógrafo brasileño Aziz Ab’Saber. Después de muchas discusiones y controversias los científicos habían llegado a un consenso que puede ser resumido en la frase de la Dra. Jane Lubchenco, ex presidente de la Sociedad para Progreso de la Ciencia de EE UU, que destacó: “En las últimas décadas, los seres humanos se convirtieron en una fuerza de la naturaleza”.
Incluso el gobierno de los EE UU que hasta el final de los años Clinton venía negando el papel de los combustibles fósiles en el aumento del calentamiento global del planeta, pasó a admitir esa relación. Según José Santamarta Flórez, director de World Watch, “el dióxido de carbono presente en la atmósfera (370 partes por millón) se ha incrementado en cerca del 32% desde el siglo XIX, alcanzando las mayores concentraciones en los últimos 20 millones de años. Hoy, aumentamos anualmente a la atmósfera más de 23 mil millones de toneladas de CO2, acelerando el cambio climático. Se previó que las emisiones de dióxido de carbono aumentaran el 75% entre 1997 y 2020. Cada año son emitidos cerca de 100 millones de toneladas de anhídrido sulfuroso, 70 millones de óxidos de nitrógeno, 200 millones de monóxido de carbono y 60 millones de partículas en suspensión, agravando los problemas causados por las lluvias ácidas, el ozono troposférico y la contaminación atmosférica local”.
El calentamiento climático global es el efecto más importante del efecto invernadero. ¡Los 20 años más calientes registrados en la historia del planeta ocurrieron en los últimos 25 años! Las olas de calor registradas recientemente en Europa y en Estados Unidos revelan la gravedad del problema. En Francia, en 2003, cerca de 11.000 ancianos murieron por exceso de calor.
Tanto el Nordeste de EE UU como Londres sufrieron avería en sus sistemas de abastecimiento de energía (apagón) por el aumento del consumo de energía debido al exceso de calor. Son las poblaciones más vulnerables, los más pobres y los más viejos, que sufren más en la medida que no tienen como comprar aire acondicionado. Sin embargo, si todos lo compraran el sistema eléctrico estaría sometido a una sobrecarga de demanda en momentos de pico llevando el sistema al colapso.
Además, el calentamiento global y los cambios climáticos que van asociados están contribuyendo a una mayor intensidad de los huracanes y tifones con consecuencias graves como las que, recientemente, asistimos entre los negros de Nueva Orleáns y Louisiana, en EE UU, víctimas no sólo de la acción del huracán Katrina, sino también de las políticas neoliberales que al recortar los subsidios al Cuerpo de Ingeniería de la Defensa Civil de aquellos estados, propiciaron que los diques de las represas de la ciudad se rompiesen provocando la tragedia. En ese caso, fueron patéticas las orientaciones liberales de los gobiernos conservadores que recomendaban que cada uno que se desplace ignorando que los pobres no tenían como hacerlo, pues no disponen de coches. Contrasta con esto, y es alabada por la ONU, la forma como en Cuba el gobierno, en íntima relación con la sociedad civil, pone en operación todo el sistema técnico-científico para el monitoreo del desplazamiento de los huracanes y toda la logística de la protección civil para que la población se desplace. ¡En el caso de Katrina ninguna víctima fue registrada en Cuba!
Debemos notar, además, que el calentamiento global provoca la elevación del nivel de los océanos y mares lo que, actualmente, ya causa problemas gravísimos a la diversas poblaciones de las islas del océano Índico y del Pacífico. Para esas poblaciones no se trata de un problema a futuro. El calentamiento global está allí, ahora.
El calentamiento global es también una de las causas que agravan las repercusiones de El Niño, fenómeno que está asociado al calentamiento del océano Pacífico y contribuye al aumento de lluvias en determinadas regiones y de sequías en otras.
En las últimas décadas, estos cambios climáticos globales, en gran parte derivados del calentamiento global, están provocando que tanto los inviernos como los veranos sean más agudos, así como las sequías y las inundaciones más pronunciadas. Los incendios forestales están llegando con frecuencia a las fincas en California y el Mediterráneo y, recientemente, una sequía pronunciada en la Amazonía contribuyó también al aumento de incendios, y a que los ríos alcancen los niveles más bajos registrados en los últimos 80 años. En todos esos casos, por más que los efectos lleguen a todos, son los más pobres quienes más sufren con el aumento del calentamiento global.
Ya no se puede acusar a los ambientalistas de estar simplemente contra el progreso como han venido insistiendo sus detractores hasta ahora. Contrariamente a las neveras y el aire condicionado, el planeta no tiene termostato para auto-desconectarse. Los ambientalistas, sobre todo los ecosocialistas, vienen luchando para traer un poco de lucidez a la real insensatez que es el actual modelo de desarrollo.
Efecto invernadero, poductivismo y capitalismo
El capitalismo debe mucho de su desarrollo a los combustibles fósiles (carbón mineral y petróleo) y no es exageración decir que se trata de una sociedad fosilista. Lo que hemos hecho desde que la sociedad capitalista se conformó, aunque de forma geográficamente distinta de 200 años para acá, es aprovechar la energía solar fotosintetizada hace millones de años bajo la forma de bosques y animales que, habiendo sido sepultados durante un largo periodo geológico, sufrieron transformaciones que los mineralizaron dándonos el carbón y el petróleo actuales. Pues, esos bosques y animales sepultados contenían carbono que, a la época, había sido retirado de la atmósfera y que, ahora, con las máquinas a vapor, es devuelto a la atmósfera bajo la forma de monóxido y dióxido de carbono aumentando el efecto invernadero.
Los países industrializados son los mayores responsables del actual calentamiento global, mucho más allá de los incendios sobre todo de bosques tropicales, que son de importancia y, en lo cual Brasil es el país que más se destaca negativamente en el mundo. Los EE UU son los mayores responsables por el calentamiento climático del planeta y con solamente 4,6% de la población mundial emiten 24% del CO2 mundial (más de 20 toneladas por habitante/año), habiendo aumentado sus emisiones en 22% entre 1990 y 2000. Esos datos deberían servirnos de alerta, pues indican que el “american way of life” vendido todos los días por los medios de información de masas no puede ser extendido a toda la humanidad. Esa ilusión es necesaria para la reproducción del capitalismo, aunque sea ambientalmente imposible realizar la promesa que los medios nos venden todos los días todo el día.
Y aquí cabe una breve reflexión sobre algunas corrientes de izquierda que insisten en ignorar la problemática ambiental y mantenerse prisioneras de una lógica productivista, que en el fondo, parte de la lógica burguesa. Es lo que se desprende del discurso del entonces Secretario del Partido Comunista francés que declaró, en 1974 cuando era candidato a la Presidencia de la República, que de ser elegido todos los franceses tendrían derecho a un coche. Así, ignoraba que si todos tuviesen coche lo que sería socializado sería la congestión, como ya lo demuestran nuestras ciudades con sólo 30% de las personas poseyendo automóviles. Sin hablar de la contaminación que de ahí advendría.
Además, cabe indagar si el socialismo existiría para dar a todo el mundo lo que el capitalismo sólo da para algunos, lo que implicaría decir que sería el consumo de bienes el valor mayor de la vida y el socialismo sólo estaría generalizando los valores de la sociedad burguesa. Aunque ese pensamiento no revelara de por sí la falta de otra perspectiva para la vida, tenemos esos datos de que ese modelo no puede materialmente ser extendido a toda la humanidad. ¡Lo que nos falta es tener otros valores!
Definitivamente la humanidad no puede adoptar al modelo estadounidense como modelo de vida feliz. El planeta no lo soporta. El planeta ha sido puesto en peligro por una sociedad capitalista cuya injusticia social se sustenta en base a una profunda injusticia ambiental. Al final, lo que la máquina de vapor, base tecnológica de las relaciones sociales y de poder, con su matriz energética fosilista, proporcionó, con su amplia aplicación, fue que la transformación de la materia pudiese hacerse en cualquier lugar del mundo para luego ser transportada a los centros geográficos del poder político mundial.
Antes, la energía (capacidad de realizar trabajo, recordemos siempre) para labrar la tierra dependía de las mujeres, de los hombres y de los otros animales -los animales de tracción- así como el propio trabajo de transporte dependía de los animales de carga. La memoria de esa fase todavía está viva en la expresión HP (se dice que un motor tiene 20 HPs, por ejemplo). HP es una sigla que deriva del inglés Horse Power, literalmente Poder del Caballo o fuerza de caballo. Una máquina es tanto más potente cuanto más equivalente de caballos tenga; 20 HP sería el equivalente a la fuerza de 20 caballos. Pero, los animales se alimentaban de forraje (energía solar bajo la forma de biomasa) exigiendo áreas próximas a las labranzas donde se ara la tierra destinadas a producir el forraje. Eso implicaba, también, que las ciudades no estuvieran muy distantes y no fueran muy grandes, de lo contrario, exigían áreas más extensas para producir forrajes para alimentar los animales de carga.
Hoy, cualquier ciudad grande en el mundo puede ser abastecida con materia prima agrícola o mineral de cualquier lugar del mundo. El uso de energía producida por combustibles fósiles con la generalización de la máquina de vapor, inclusive en transportes de grandes distancias tanto terrestres –ferrocarriles- como transcontinentales con la navegación transoceánica, somete al mundo a una generalizada división del trabajo imponiendo especializaciones a los lugares, regiones y países y, ofreciendo así las bases materiales para la generalización del mundo de las mercancías y profundizando la tragedia social y ambiental en el mundo. Toda la tragedia social y ambiental de la producción de soya en el área agrícola brasileña, que ya se está extendiendo a la Amazonia, se destina, en gran parte, para alimentar al ganado europeo criado en establos.
El enorme desperdicio de energía en ese transporte transcontinental y transoceánico no es calculado en esa cadena de injusticia social y ambiental del agronegocio y de los agronegociantes (para no hablar del desperdicio del agua, disminución de fuentes, de ríos y de arroyos, pérdida de suelos por erosión y de diversidad biológica por los monocultivos). Podemos observar el retrato de esa tragedia cuando vemos un camión frigorífico (más energía consumida para refrigerar) con placa de Chapecó, Santa Catarina, varado en Altamira, en plena Autoruta Transamazónica, en Pará. El problema no está sólo en el hecho de estar varado, sino que es un ejemplo emblemático de irracionalidad ambiental, de un enorme desperdicio de energía para transportar pollo de tan lejos, como si el campesino de Pará ni siquiera sabría criar gallina. Es a costa de esa irracionalidad ambiental que tenemos la formación de grandes carteles como Sadia, Perdigón, Cargill, Syngenta, Bungem, que de esta manera, consiguen vender pollo y soya en cualquier lugar del mundo.
Todo este modelo está basado en un enorme consumo de energía, sobre todo de origen fósil -el Sol de los tiempos geológicos pasados, como vimos- ampliamente utilizada para mover los diversos equipos como tractores, cosechadoras, pivotes centrales, que funcionan con combustible. Es esa demanda de energía tan grande que impide la paz en los sitios, comunidades, regiones y países que tienen grandes reservas de esos combustibles fósiles. Hay una oculta, pero real, relación entre el efecto invernadero y las guerras por el control de las fuentes que lo generan. La vida de diferentes pueblos se volvió un verdadero infierno a causa del petróleo, como podemos ver en el Oriente Medio (sobre todo Irak, Líbano-Palestina-Israel), en África (como el pueblo Ogoni en conflicto tenso con la holandesa Shell, en Nigeria), en América Latina (en la Amazonía ecuatoriana, peruana y colombiana, en la frontera colombiana-venezolana y en Bolivia donde hay reservas de gas).
Ese modelo, además de agotar recursos ofrece una calidad de vida dudosa para ricos y pobres. La obesidad es ya uno de los mayores problemas de salud en el mundo. En los EE UU, 65% de la población adulta es obesa lo que genera 300 mil muertes al año y un costo anual de US$ 117 mil millones al sistema de salud.
Como en la ideología hegemónica actual el consumo es considerado referente de la calidad de vida es importante considerar que, hoy, tan sólo 1,7 mil millones de los actuales 6,3 mil millones de personas tienen capacidad de consumir más allá de las necesidades básicas. Y es más grave aún cuando consideramos la calidad de consumo de los más ricos: 18 mil millones de dólares son gastados anualmente en maquillaje, 15 mil millones en perfumes, 11 mil millones en helados en Europa, 14 mil millones en viajes de cruceros.
Según nos informa el periodista Washington Novaes, basándose en el Informe de la Worldwatch Institute, “bastarían 19 mil millones de dólares anuales para eliminar el hambre en el mundo (más de 800 millones de personas no tienen qué comer), US$ 10 mil millones /año para proveer a todas las personas de agua de buena calidad (1,1 mil millones de personas no tienen), US$ 1,3 mil millones/año para inmunizar a todas los niños contra enfermedades transmisibles, US$ 12 mil millones para dar salud reproductiva a todas las mujeres. La ONU viene repitiendo eso desde hace años, en sus informes sobre el desarrollo humano. Enfatizando que 2,8 mil millones de personas, casi la mitad de los seres humanos, viven por debajo de la línea de pobreza. Mientras el crecimiento económico en el mundo desde 1950 multiplicó por siete el PIB mundial, la disparidad de renta entre ricos y pobres se duplicó”.
El Worldwatch Institute nos informa que el crecimiento del consumo mundial pasó de US$ 4,8 billones en 1960 a US$ 20 billones y está altamente concentrado: 60% sólo en los EE UU, Canadá y Europa, donde vive menos del 12% de la población. Si incluimos al Japón y a otros países industrializados, tenemos el 80% de la producción, consumo y renta concentrados en naciones con menos del 20% de la población mundial, como señalan los informes de la ONU. ¡Un mundo severamente insostenible! Hay una profunda imbricación entre los problemas relacionados con el calentamiento global y la injusticia ambiental planetaria.
Más abominable aún es cuando vemos a los gobiernos y a muchas ONGs asociándose para transformar a esa tragedia socio-ambiental proveniente de ese mundo marcado por la dominación -de los hombres y de la naturaleza- en oportunidades de negocios. Esto es, ganar dinero con la tragedia. Es lo que se ve con el llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio –MDL- que permite que un país continúe emitiendo a la atmósfera sus gases de efecto invernadero si es que compra áreas en los países pobres donde plantar árboles que capturarían el gas carbónico de la atmósfera, limpiándola, o sencillamente pagan para que se conserven sus bosques impidiendo que el carbono sea lanzado a la atmósfera. Además de ser científicamente dudoso el efecto de ese mecanismo de captura, o secuestro, de carbono de la atmósfera, los países pobres son transformados en verdaderos basureros de la suciedad, mientras que compran el derecho de continuar lanzando gases de efecto invernadero, para sustentar un desarrollo injusto y ambientalmente degradante que, sin embargo, es presentado como desarrollo sostenible.
Además, una vez más, la naturaleza es vista de un modo pasivo, es decir, como secuestradora de carbono y no como potencial productivo. Según nos informa el físico Rogério Cezar de Cerqueira Leite, profesor emérito de la Unicamp y miembro del Consejo Editorial de Folha de São Paulo, “la densidad promedio de la fitomasa en el bosque amazónico es de 740 toneladas por hectárea en la parte aérea, más 255 toneladas de raíces”. Es decir, aproximadamente 1.000 toneladas de biomasa de las cuales cerca del 8% se recicla todos los años, o sea, aproximadamente 80 toneladas. ¡todo eso usando energía solar! ¿Cuánta energía fósil (fotosíntesis de millones de años atrás) sería necesaria para producir 80 toneladas de biomasa todos los años?
Todo ese potencial productivo siempre fue aprovechado por los pueblos indígenas que, en vez de desbrozar para plantar, supieron creativamente, mediante sus diferentes culturas, aprovechar el trabajo de la naturaleza por medio de la fotosíntesis que, así, permitía que ellos continuaran cazando, pescando, cuidando a sus hijos, pintando. Del encuentro de esa lógica de vida en la selva con la cultura gaucha nació el proyecto RECA, en Nueva California, en la frontera de Rondônia con Acre. La inteligencia del campesino sureño se alió a la inteligencia de las tradiciones indígeno-mestizas para dar luz a uno de los proyectos de desarrollo social mejor logrados y ambientalmente sostenible de la Amazonia. Para eso fue necesario romper con muchos problemas, empezando por el prejuicio que, casi siempre, acompaña a aquellos que pretenden llevar el progreso, impidiéndoles aprender con los indígenas y con los campesinos de esos sitios, así como la dependencia de los órganos técnicos gubernamentales, ya que el proyecto RECA fue sobre todo una iniciativa de auto-organización campesina y de algunos religiosos vinculados a la Teología de la Liberación. Felizmente, hoy, algunos técnicos y científicos reconocen las ventajas para la humanidad de establecer un diálogo entre esos saberes y el saber científico. Sólo falta transformar eso en políticas públicas sistemáticas y no complementarias y folklóricas.
El efecto invernadero bien puede ser combatido a partir de iniciativas como esas, desde el momento que sepamos ligar esas iniciativas locales a las luchas nacionales y globales, ya que el planeta es uno sólo, y el mayor responsable por los daños ecológicos globales es un sistema que se globalizó globalizando la explotación de la naturaleza. (Traducción del portugués, ALAI)
Producción, Consumo y Balance del Petróleo |
|||
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EEUU |
Oriente Medio |
Europa |
Producción |
7.717 |
22.233 |
6.808 |
Consumo |
19.633 |
4.306 |
16.093 |
Superávit - Déficit |
- 11.916 |
17.927 |
- 9.285 |
Fuente: Orlando Caputo – El Petróleo en cifras: Las causas económicas de la Guerra de EEUU. “Statistical Review of World Energy, BP 2002” e “La Inversión Extranjera en América Latina y EL Caribe, 2001” CEPAL. |
Carlos Walter Porto-Gonçalves, doctorado en geografía, es profesor del programa de postgrado en Geografía de la Universidad Federal fluminense y exPresidente de la Asociación de Geógrafos Brasileños. Fue ganador de la Medalla Chico Mendes en Ciencia y Tecnología en 2004. Y es autor de diversos artículos y libros, siendo el más reciente: A Globalização da Natureza e a natureza da globalização, ed. Civilização Brasileira, 2006.
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