Benedicto XVI dialogó amablemente con George Bush

11/06/2007
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Para el Papa, el presidente de EE UU no debe figurar entre gobiernos autoritarios

El Papa incurre a cada paso en contradicciones. En su viaje a Brasil había deplorado la existencia de gobiernos autoritarios –en clara referencia a Venezuela- pero no tuvo empacho en recibir amistosamente a George Bush.

Que la iglesia está politizada, no cabe ninguna duda. Hasta un ministro argentino de luces intermitentes como Aníbal Fernández advirtió contra el uso de la iglesia por facciones partidarias. Y el fenómeno se repite a escala mundial, con un Joseph Ratzinger en el sillón de Pedro que no oculta en lo más mínimo sus preferencias políticas.

Ese Papa llegó a Brasil a mediados de mayo último con sus polémicos estandartes flameando como si fueran verdades absolutas. Desde la condena al aborto y uso de preservativos hasta la negación del genocidio indígena perpetrado por la conquista española, pasando por un ataque contra el proceso bolivariano de Hugo Chávez, etc, todo eso bajó con él del avión de Alitalia.

Comenzando por eso último, hay que recordar sus palabras en la V Conferencia Episcopal Latinoamericana comenzada el 13 de mayo en Aparecida, Brasil. Allí fulminó al presidente venezolano, al que no mencionó por su nombre. Sí lo hizo posteriormente el Secretario de Estado Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone: “la Santa Sede está preocupada por el surgimiento de gobierno autoritarios en América Latina, como en Venezuela”.

El presidente del Concilio Plenario de obispos de Venezuela, Ovidio Pérez Morales, detalló más esa crítica, al sostener que en su país se viven “involuciones de tipo marxista y de socialismo colectivista”.

En suma, para Benedicto XVI el peor de los presidentes de la región es Chávez, a pesar de que éste se diga ferviente creyente en Dios y haya bajado sensiblemente el número de pobres en su país con una serie de programas sociales contra la pobreza, las enfermedades y el analfabetismo.

Resalta el buen trato vaticano, en cambio, hacia el mandatario estadounidense, recibido como un gran amigo el sábado último en el despacho de la biblioteca privada del Papa. Ambos personajes departieron por espacio de casi una hora y allí hubo amplias sonrisas, gestos amables y un comunicado de la oficina vaticana indicando que la reunión había sido cordial. Según esa gacetilla, Benedicto habría pedido a su visitante que en Irak se considerara mejorar la situación de los cristianos, que no serían bien tratados por los musulmanes.

Independientemente que esos problemas religiosos existan o no en el país árabe, ¿no habría sido mejor denunciar al gran responsable de esa catástrofe humanitaria, donde están muriendo personas de todas las confesiones y las que no tienen ninguna?

Si el máximo jefe de la iglesia católica del mundo recibe en su despacho al responsable de la invasión a Irak, con centenares de miles de víctimas fatales, querría decir que no lo considera un genocida. Ni siquiera un pecador. ¿Y Chávez sí lo es?

En esa entrevista, el texano prometió al anfitrión aumentar los aportes a los programas anti SIDA en Africa, como si esa fuera una gran meta perseguida por el Vaticano. No lo es. El Papa alemán impulsa aún la troglodita doctrina contra el uso de preservativos con lo que de hecho favorece la expansión de la pandemia entre los más pobres.

La cruz y la espada

La polémica entre el Vaticano y Chávez estuvo alimentada por otras declaraciones lamentables formuladas por Ratzinger a su paso por Brasil, específicamente en su discurso de apertura de la V Celam de los obispos. Allí ofendió a los pueblos originarios de América Latina y el Caribe, al sostener que la evangelización del subcontinente “no supuso una alienación de culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña”.

Esa fue una defensa de lo actuado por España y Portugal durante la rapiña que terminó con gran parte de las culturas y gentes que vivían en estos lares antes de la llegada de Colón, los arcabuces, la espada y su auxiliar, la cruz.

“Aquí hubo un verdadero genocidio y algo más grave que el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial”, replicó indignado el presidente venezolano, con quien se alineó, en palabras algo atemperadas, su colega boliviano Evo Morales, de origen aymara.

La comunidad de pueblos de la nacionalidad Kichwa de Ecuador, se sumó a esa postura indigenista con un documento, el 18 de mayo, donde sostuvo: “más de 70 millones de muertos en campos de concentración de minas, mitas y obrajes; naciones y pueblos enteros fueron arrasados y para sustituir a los muertos trajeron a los pueblos negros que sufrieron desgraciada suerte; usurparon las riquezas de nuestros territorios para salvar económicamente a su sistema feudal; las mujeres fueron cobardemente violadas y miles de niños murieron por desnutrición y enfermedades desconocidas; todo lo hicieron bajo el presupuesto filosófico y teológico de que nuestros ancestros no tenían alma”.

La segunda ofensa papal llegó con su definición de que es una “utopía y retroceso” la voluntad de rescatar las religiones de esos pueblos andinos. Para el teólogo brasileño Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, esa postura vaticana “equivale a un insulto a los indígenas y un desaliento a los esfuerzos de tantos misionarios que apoyan estas iniciativas” (Los silencios reveladores de Benedicto XVI”, 18/5, IPS). Boff fue condenado al silencio por Juan Pablo II por participar de esa corriente de avanzada. En 1985 tal condena le fue impuesta por el inquisidor que presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe, un tal Ratzinger, que viajó a Brasil.

Diez días después de la negación del genocidio, y ante la presión levantada por sus posturas en Aparecida, el Papa suavizó su discurso. En una audiencia general en la plaza San Pedro, admitió que durante la evangelización de América hubo “injusticias, sufrimientos e incluso crímenes injustificables”. No obstante, no cambió de opinión sobre el fondo, porque subrayó que la mención de esos factores negativos “no debe impedir tomar nota de la labor maravillosa cumplida por la gracia divina entre aquellas poblaciones durante estos siglos”.

Las metidas de pata

Las idas y venidas papales revelan su condición de puntero político antes que incontaminada figura casi celestial. La mayoría de los políticos “de raza” busca acomodarse a las reacciones de la gente y las conveniencias de su organización. Y Benedicto no es una excepción.

La fluctuante posición sobre la conquista en América ya se había prefigurado en otra recordada metida de pata, cuando ofendió al Islam y luego trató de disculparse.

En setiembre del año pasado, en una lección teológica dada por S.S. (Su Santidad, ninguna referencia al ex joven integrante de organizaciones hitlerianas), el Papa expresó: “muéstrenme qué trajo de nuevo Mahoma y sólo encontrarán cosas malvadas e inhumanas, como su orden de difundir con la espada la fe que profesaba”. El jefe de una institución que fomentó las Cruzadas con el Papa Urbano II -expediciones donde se usó bastante las espadas contra hombres, mujeres y niños de Jerusalén y otras ciudades-, no tendría que haber adoptado un tono tan soberbio y sectario contra el profeta del Islam.

Ante la indignación de los musulmanes, el ofensor mandó al fiel Bertone a pedir disculpas y decir que sus palabras habían sido mal interpretadas. Para sellar ese paso atrás, Benedicto llegó a fines de noviembre de 2006 a Estambul, a orar en la mezquita más famosa de Turquía. Pero ya habían transcurrido más de dos meses de beligerancia entre los devotos de ambas religiones, incentivada por su irresponsabilidad.

Benedicto no sólo promueve desencuentros entre mundos culturales disímiles. También lo hace al interior de su grey, como cuando ratificó la sentencia que la Iglesia de México había pronunciado contra muchos legisladores. Serían excomulgados por haber votado una ley que despenaliza el aborto en la ciudad capital DF. O cuando les niega la comunión a los divorciados católicos vueltos a casar, según instrucción del documento oficial del Pontífice expedido el 13 de marzo de este año. Tal “pecado” ya tiene ese castigo decidido, en tanto los obispos resolverán si dan o no la comunión a los políticos que apoyen el derecho al aborto y la unión legal de homosexuales. Después de lo votado en el DF, está claro que esos políticos tampoco podrán comulgar. En cualquier momento los mandan al nunca demostrado Infierno, que -a diferencia del Limbo-, todavía humea, “existe y es eterno” según manifestó el Papa el 17 de abril.

Fuente: www.laarena.com.ar
https://www.alainet.org/es/articulo/121669
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