Obligadas ministras de economía
08/07/2007
- Opinión
En la gran mayoría de los casos, además de limpiar y preparar la comida, las señoras deben ir diariamente por los víveres para la subsistencia del grupo familiar, porque los demás trabajan, estudian, o simplemente porque no pueden hacerlo todo a la vez, como ingenuas y poderosas ellas.
Agregada ahora la novedad de que el Gobierno progresista nos está enseñando a comer mejor, a fin de estar más sanos, y para que los gurises se hagan grandes saludablemente y con todas sus facultades potencialmente hábiles para desarrollar las aptitudes. La combinación de alimentos, sus cuotas de ingestión, los hábitos que logremos a la hora de llevar el sustento a nuestro organismo, determinarán qué vida llevaremos y por ende los ciudadanos que tendrá un país. Casi nada.
Es claro que la realización de ese importantísimo discurso que además las mujeres tenemos la habilidad de aprender e implementar con pasmosa y sencilla rapidez, casi por ósmosis, dependerá también de los pesitos que encontremos cuando revisemos la situación interna de nuestras magras billeteras, carteras o similar. Y entonces ahí, la ingeniería de diseño, la maquinaria sutil y férrea de casi una maga administradora de bienes y servicios casera, artista más que artesana, desplegará su sabiduría adquirida a la fuerza no hay como queriendo y llevará al nido seguramente, lo más rico y sano que las entradas del hogar le permitan.
Y ojo que a veces no es cuestión de plata y destreza sino de horarios.
Porque la misma mujer que también trabaja afuera debe hacer mandados, y es a la que se echa las culpas (escatimados halagos) por la comida, o si hay o no hay cuando se les antoja a todos comer. Si esa misma esclava, digo señora, debe cumplir un horario de actividad equis para acrecentar las arcas familiares, en ocasiones no es dinero lo que falta ni inventiva sino ¡tiempo!
Aunque nos consta que el rol se encara esencialmente con mucho amor o no se asume, hasta el modismo “ama de casa” suena arcaico y vasallezco. Su significado es dual, ya que implica ser “dueña” y “criada” a la vez. La pura es que quienes detentan ese título son sirvientes incondicionales de sus seres queridos. Viven casi en función de los otros y no se les ocurra hacer un cursito de nada, estudiar, militar en algo o tener un esparcimiento porque complica.
La palabra “ama” parece salida del Quijote de la Mancha…
¿Y si al menos pudiéramos inventar una denominación más ajustada a realidad? ¿O es un diploma que otorga la universidad? ¿Quién adiestra y legitima a dichas autodidactas a las que se exige TODO sin seguro social que valide su tarea?
Yo las llamaría economistas hogareñas o un sinónimo breve y auténtico, ya que deben administrar dineros y ocupaciones a fin de que todo esté listo cuando se necesita.
Imaginemos que íbamos para el almacén, ahora casi siempre supermercado, y el desconcierto compañero en la noche, en el día y siempre -tal parece que nacimos siendo amas de casa- nos persigue mientras elucubramos qué comprar para cocinar barato, proteínico y urgente.
Muchos -por comodidad- ni se preguntan cómo apareció ese desayuno pronto a la hora exacta que permite llegar a tiempo y con ánimo a donde sea, o por qué está limpio y en su lugar el vaso para tomar agua, o la cama tendida invitándonos a descansar. Así como salió el sol o llueve, es algo que simplemente pasa.
La “tarea de la casa”, despiadada rutina que sucede inexorablemente, es esa que nadie quiere hacer aunque sea imprescindible. No asalariada, sin compensación jubilatoria, de tiempo completo, sin licencia médica, plurifuncional, de extremo compromiso y dedicación, e invisible a menos que sea para la interpelación. Ergo: insalubre.
Condenadas al anonimato profesional, las mujeres sufren las críticas de maridos e hijos que nunca se ponen de acuerdo en si les gusta lo que hay sobre la mesa.
Encima cuando los miramos comer -sobre todo a los chicos- sentimos que de nosotras depende si estamos frente a un futuro Premio Nóbel o a un linyera, y cada cucharada de alimento nos reprocha que pudimos darle algo mejor al país y porqué no ¡al planeta!
Cuando usted vea una de estas señoras rumbo al súper que aparenta -sólo aparenta- ser sencilla y hasta en ese disimulo que sin dudas es modestia, se entrega tiernamente a algún comentario de vereda con una vecina (otra iluminada casi seguro) no le crea: es el natural recato de los grandes.
Debería detenerse el tránsito, la televisión filmarla y hacerle reportajes, protagonizar conferencias aquí y en el exterior y aparecer en las portadas de los diarios. Nada de eso acontece. Sin embargo….
¡Qué tamaño de responsabilidad lleva la mujer en el apunte dentro del monedero cuando va a hacer los mandados!
Agregada ahora la novedad de que el Gobierno progresista nos está enseñando a comer mejor, a fin de estar más sanos, y para que los gurises se hagan grandes saludablemente y con todas sus facultades potencialmente hábiles para desarrollar las aptitudes. La combinación de alimentos, sus cuotas de ingestión, los hábitos que logremos a la hora de llevar el sustento a nuestro organismo, determinarán qué vida llevaremos y por ende los ciudadanos que tendrá un país. Casi nada.
Es claro que la realización de ese importantísimo discurso que además las mujeres tenemos la habilidad de aprender e implementar con pasmosa y sencilla rapidez, casi por ósmosis, dependerá también de los pesitos que encontremos cuando revisemos la situación interna de nuestras magras billeteras, carteras o similar. Y entonces ahí, la ingeniería de diseño, la maquinaria sutil y férrea de casi una maga administradora de bienes y servicios casera, artista más que artesana, desplegará su sabiduría adquirida a la fuerza no hay como queriendo y llevará al nido seguramente, lo más rico y sano que las entradas del hogar le permitan.
Y ojo que a veces no es cuestión de plata y destreza sino de horarios.
Porque la misma mujer que también trabaja afuera debe hacer mandados, y es a la que se echa las culpas (escatimados halagos) por la comida, o si hay o no hay cuando se les antoja a todos comer. Si esa misma esclava, digo señora, debe cumplir un horario de actividad equis para acrecentar las arcas familiares, en ocasiones no es dinero lo que falta ni inventiva sino ¡tiempo!
Aunque nos consta que el rol se encara esencialmente con mucho amor o no se asume, hasta el modismo “ama de casa” suena arcaico y vasallezco. Su significado es dual, ya que implica ser “dueña” y “criada” a la vez. La pura es que quienes detentan ese título son sirvientes incondicionales de sus seres queridos. Viven casi en función de los otros y no se les ocurra hacer un cursito de nada, estudiar, militar en algo o tener un esparcimiento porque complica.
La palabra “ama” parece salida del Quijote de la Mancha…
¿Y si al menos pudiéramos inventar una denominación más ajustada a realidad? ¿O es un diploma que otorga la universidad? ¿Quién adiestra y legitima a dichas autodidactas a las que se exige TODO sin seguro social que valide su tarea?
Yo las llamaría economistas hogareñas o un sinónimo breve y auténtico, ya que deben administrar dineros y ocupaciones a fin de que todo esté listo cuando se necesita.
Imaginemos que íbamos para el almacén, ahora casi siempre supermercado, y el desconcierto compañero en la noche, en el día y siempre -tal parece que nacimos siendo amas de casa- nos persigue mientras elucubramos qué comprar para cocinar barato, proteínico y urgente.
Muchos -por comodidad- ni se preguntan cómo apareció ese desayuno pronto a la hora exacta que permite llegar a tiempo y con ánimo a donde sea, o por qué está limpio y en su lugar el vaso para tomar agua, o la cama tendida invitándonos a descansar. Así como salió el sol o llueve, es algo que simplemente pasa.
La “tarea de la casa”, despiadada rutina que sucede inexorablemente, es esa que nadie quiere hacer aunque sea imprescindible. No asalariada, sin compensación jubilatoria, de tiempo completo, sin licencia médica, plurifuncional, de extremo compromiso y dedicación, e invisible a menos que sea para la interpelación. Ergo: insalubre.
Condenadas al anonimato profesional, las mujeres sufren las críticas de maridos e hijos que nunca se ponen de acuerdo en si les gusta lo que hay sobre la mesa.
Encima cuando los miramos comer -sobre todo a los chicos- sentimos que de nosotras depende si estamos frente a un futuro Premio Nóbel o a un linyera, y cada cucharada de alimento nos reprocha que pudimos darle algo mejor al país y porqué no ¡al planeta!
Cuando usted vea una de estas señoras rumbo al súper que aparenta -sólo aparenta- ser sencilla y hasta en ese disimulo que sin dudas es modestia, se entrega tiernamente a algún comentario de vereda con una vecina (otra iluminada casi seguro) no le crea: es el natural recato de los grandes.
Debería detenerse el tránsito, la televisión filmarla y hacerle reportajes, protagonizar conferencias aquí y en el exterior y aparecer en las portadas de los diarios. Nada de eso acontece. Sin embargo….
¡Qué tamaño de responsabilidad lleva la mujer en el apunte dentro del monedero cuando va a hacer los mandados!
https://www.alainet.org/es/articulo/122130
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