El TLC de Jennifer López
06/08/2007
- Opinión
Cuando me senté a ver la película “La Ciudad del Silencio” me dispuse a disfrutar de la exquisita y bellísima presencia de la actriz, y aburrirme con un cuento “chicano” que sirviera de excusa para mostrar el hermoso cuerpo de Jennifer. Quedé deslumbrado ante la profundidad del planteamiento que despliega la obra. El protagonismo no era para una periodista ambiciosa que busca una crónica que le atraiga éxito y un ascenso en el periódico de Chicago, sino el de las mujeres asesinadas en toda la tierra y a lo largo de toda la historia de esta inhumana humanidad. Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos, es un cementerio silencioso que clama a gritos por justicia social para las mujeres obreras de las maquilas de la globalización, el clamor desesperado de las víctimas indefensas de la ambición del “libre comercio”. Eva, una muchacha indígena de 16 años, inmigrante a Juárez desde el estado de Oaxaca y sobreviviente de su brutal violación, es solo un símbolo de la mano de obra esclava de las maquileras transnacionales, constituidas para dar empleo al pueblo mexicano.
En la zona septentrional del territorio mexicano hay una prosperidad impulsada por las inversiones estadounidenses, acompañada de contrastes sociales terribles, evidenciados por la situación de zozobra e inseguridad en que viven las trabajadoras de las maquilas en Ciudad Juárez, así como las terribles condiciones de explotación que padecen los jornaleros agrícolas en el Valle de San Quintín, en Baja California. La región fronteriza es la tercera economía del mundo y una de las regiones menos equitativas del planeta. En Nuevo León, con menor índice de “pobreza alimentaria”, un 3,6%, más de un cuarto de su población (27,5%) padece “pobreza patrimonial”. La pobreza estadounidense es una importante porción de la mexicana. Son millones de mexicanos que trabajan o buscan trabajo en aquel territorio y padecen condiciones de vida indignas, que no aparecen en la estadística nacional.
La riqueza generada por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no se ha repartido de manera equitativa entre la población ni en el territorio. México del norte está contagiado de abundancia por el país vecino, y México del sur sumido en la miseria y en la marginación, ya que los municipios con mayor índice de pobreza están ubicados al sur, en los estados de Chiapas, Guerrero y Oaxaca, el estado del que migra Eva, buscando empleo en las maquileras. Como se nos dice a nosotros ahora en Costa Rica, la población mexicana lleva más de dos décadas escuchando que “para repartir la riqueza, primero hay que generarla”.
La persistencia de la desigualdad ya no encubre la concentración extrema de riqueza. La abundancia se ha generado —y en cantidades suficientes— como para solventar rescates bancarios, costear campañas electorales escandalosamente caras y pagar salarios exorbitantes a los altos funcionarios corruptos.
Estados Unidos seguirá recibiendo mano de obra barata, básica para su economía y, por otra parte, la crisis económica fuente de los flujos migratorios abre las puertas a las transnacionales para apropiarse de los sectores productivos e implantar salarios de hambre, perpetuando la miseria. El alza de los precios de los productos de primera necesidad, la disminución de los precios de los productos agrícolas, lo que reciben los campesinos y la falta de subsidios para su producción, así como la falta de mercados y de apoyo tecnológico, se retroalimentan con la invasión de productos de importación en México y Centroamérica. La falta de empleo, el despido masivo de trabajadores y trabajadoras de las maquilas, la carestía de la vida y la alta marginación conducen, en definitiva, al mayor éxodo de la historia hacia el norte del continente.
Allá el Norte está esperando a las migrantes como Eva, una maquilera que la obliga a turnos nocturnos, a vivir en barriadas miserables y lejanas, a tener que irse sola en un autobús que la vende en la oscuridad de la noche, ya ni siquiera como prostituta, sino como víctima de la violación y el crimen en masa, mártires de la violencia generada por la explotación y la injusticia del Tratado de Libre Comercio. Esta conexión causal entre el Tratado de Libre Comercio y las matanzas macabras de mujeres en Ciudad Juárez, esta vez no la denuncio yo, sino que la grita con toda la fuerza de su belleza y de su pasión de actriz latina, la hermosa Jennifer López.
En la zona septentrional del territorio mexicano hay una prosperidad impulsada por las inversiones estadounidenses, acompañada de contrastes sociales terribles, evidenciados por la situación de zozobra e inseguridad en que viven las trabajadoras de las maquilas en Ciudad Juárez, así como las terribles condiciones de explotación que padecen los jornaleros agrícolas en el Valle de San Quintín, en Baja California. La región fronteriza es la tercera economía del mundo y una de las regiones menos equitativas del planeta. En Nuevo León, con menor índice de “pobreza alimentaria”, un 3,6%, más de un cuarto de su población (27,5%) padece “pobreza patrimonial”. La pobreza estadounidense es una importante porción de la mexicana. Son millones de mexicanos que trabajan o buscan trabajo en aquel territorio y padecen condiciones de vida indignas, que no aparecen en la estadística nacional.
La riqueza generada por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no se ha repartido de manera equitativa entre la población ni en el territorio. México del norte está contagiado de abundancia por el país vecino, y México del sur sumido en la miseria y en la marginación, ya que los municipios con mayor índice de pobreza están ubicados al sur, en los estados de Chiapas, Guerrero y Oaxaca, el estado del que migra Eva, buscando empleo en las maquileras. Como se nos dice a nosotros ahora en Costa Rica, la población mexicana lleva más de dos décadas escuchando que “para repartir la riqueza, primero hay que generarla”.
La persistencia de la desigualdad ya no encubre la concentración extrema de riqueza. La abundancia se ha generado —y en cantidades suficientes— como para solventar rescates bancarios, costear campañas electorales escandalosamente caras y pagar salarios exorbitantes a los altos funcionarios corruptos.
Estados Unidos seguirá recibiendo mano de obra barata, básica para su economía y, por otra parte, la crisis económica fuente de los flujos migratorios abre las puertas a las transnacionales para apropiarse de los sectores productivos e implantar salarios de hambre, perpetuando la miseria. El alza de los precios de los productos de primera necesidad, la disminución de los precios de los productos agrícolas, lo que reciben los campesinos y la falta de subsidios para su producción, así como la falta de mercados y de apoyo tecnológico, se retroalimentan con la invasión de productos de importación en México y Centroamérica. La falta de empleo, el despido masivo de trabajadores y trabajadoras de las maquilas, la carestía de la vida y la alta marginación conducen, en definitiva, al mayor éxodo de la historia hacia el norte del continente.
Allá el Norte está esperando a las migrantes como Eva, una maquilera que la obliga a turnos nocturnos, a vivir en barriadas miserables y lejanas, a tener que irse sola en un autobús que la vende en la oscuridad de la noche, ya ni siquiera como prostituta, sino como víctima de la violación y el crimen en masa, mártires de la violencia generada por la explotación y la injusticia del Tratado de Libre Comercio. Esta conexión causal entre el Tratado de Libre Comercio y las matanzas macabras de mujeres en Ciudad Juárez, esta vez no la denuncio yo, sino que la grita con toda la fuerza de su belleza y de su pasión de actriz latina, la hermosa Jennifer López.
https://www.alainet.org/es/articulo/122574
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