Transgénicos: de la independencia a la dependencia agraria y la obediencia económica

01/09/2007
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El día jueves 29 de agosto se publicó una entrevista en el diario El Comercio del especialista norteamericano en biotecnología Wayne Parrot, ahí nos exhorta a seguir los pasos de la tecnología transgénica, como una única medida para satisfacer las necesidades alimenticias del futuro de la humanidad enfrentado ante una creciente población mundial.

En la mente de muchos lectores surge una pregunta inocente; ¿quién esta financiando su gira por el Perú? ¿Será un filántropo profundamente preocupado por las hambrunas futuras de nuestro pueblo? ¿Sabrá él de la vasta biodiversidad de nuestro país, y habrá calculado cómo preservarla? ¿Tendrá conocimiento que tenemos una de las cocinas más exquisitas y nutritivas del mundo? ¿Conocerá todos nuestros alimentos nativos?, que son demasiadas para listar aun en todas las paginas de este diario. ¿Tendrá un plan para resguardar la salud y el medio ambiente? Hasta donde sabemos el Mr. Parrot no tiene ninguna publicación científica, ni es citado por nadie, es un desconocido en EEUU, pero en nuestro país es una autoridad, y debido a una providencial casualidad viene justo cuando el Congreso va a debatir el tema. Mr PArrot y su caritativo equipo de extranjeros, cuatro especialistas en biotecnología, realizarán presentaciones educativas en el Congreso y ya dictaron tres días de conferencias en la U. San Marcos.

En lo personal no tendría objeción alguna de una ingeniería genética que comprobadamente demuestre ser sana, que no atente contra la biodiversidad o los derechos de las personas. Pero esto no es el caso. Un estudio interesante de Biotecnología fue realizado en Rusia por la investigadora Irina Ermakova, a una prominente investigadora del Instituto de Neurofisiología de de la academia rusa de ciencias. Ella suministro 7 gramos de soya transgénica a un grupo de ratas, otras recibieron soya natural y un tercer grupo control no recibió nada de soya. El resultado es que las crías alimentadas con soya transgénica, nacieron con tamaño reducido. Pero lo mas alarmante sucedió en cuando las crías tenían 3 semanas de edad, el 55.6% de las ratitas del grupo transgénico fallecieron, comparado con solo el 9% de aquellas alimentadas con soya natural y el 6.8% de aquellas del grupo control sin soya.

La Monsanto ha entablado más de 3500 juicios a diferentes agricultores en Canadá y EEUU, porque, según las inspecciones, sus cultivos contienen semillas transgénicas patentadas y los agricultores no contaban con las licencias respectivas. Estos juicios, en algunos casos, han sido elevados hasta la corte suprema, donde se dictamina que no importa cómo haya llegado el material genético a estos campos, por polinización accidental o por el viento, aun así el agricultor no tiene la licencia y deberá ser multado, después de lo cual al agricultor le es recomendado por sus abogados que no vuelva a sembrar sus semillas naturales porque nuevamente incurrirá en el mismo problema legal; el resultado final es que el agricultor tiene que pasar a ser comprador de semillas transgénicas de Monsanto y a volverse dependiente de sus técnicas agrícolas. Normalmente, cuando una empresa contamina, tiene que indemnizar a las personas perjudicadas, pero ahora el negocio es doble: contamino el medio ambiente y, además, cobro por hacerlo.

En el Perú los Incas crearon un extraordinario monumento histórico llamado Moray; en su tiempo fue un centro de ingeniera genética de semillas de la mejor calidad. El antiguo poblador andino buscaba nutrir el su pueblo, fuerte y sano. Muchas proezas genéticas hemos heredado de los incas, pero su ciencia se hacia conforme a leyes naturales y vale decir que nunca se les pagó nada. En contraste con la motivación de la moderna biotecnología, que es máximamente una oscura oportunidad de mercado e ingresos económicos.

¿Será acaso un futuro promisorio el que nuestros hijos tengan que comprar semillas de papa, maíz o quinua peruanas a las grandes transnacionales de la biotecnología? Algo que ya sucede con la soya y el algodón. La existencia de cadenas de fast food en todo el planeta, cual grifos de combustible chatarra para las personas, ha generado ingentes ingresos a las transnacionales y, parejamente, un deterioro a la salud de la humanidad. Pero intentar adueñarse de la cadena productiva del alimento del que dependemos todos es verdaderamente una operación de admirable sagacidad y astucia. El tema no solo es económico sino de dominio y control sobre las cadenas de producción de alimento, y honestamente podemos decir que no hay amor ni dignidad en este alimento. Si no tenemos independencia agraria, naturalmente tampoco podremos aspirar a tener independencia económica.

Nuestro anhelo no es solo nutrirnos de alimento puro, vital y de la mejor calidad para nuestra sangre, sino ser un pueblo soberano y libre de las invisibles telarañas del poder que implica una agricultura gobernada con estas reglas. Más que nadie buscamos legítimo desarrollo y avance tecnológico, pero cosa muy diferente es pasar a ser cándidos e ignorantes títeres de una avarienta tecnología Frankenstein, que no aporta ningún beneficio social o económico, y que tampoco pretende ofrecer contribución alguna a nuestra salud, más bien oscuramente la amenaza.

Como pueblo que históricamente ha venerado la tierra y que ha desarrollado una admirable filosofía de ayni, de compartir en reciprocidad con sus coterráneos, buscamos ser un pueblo con ética alimentaria, comensales profundamente conscientes no solo de nuestra salud sino también de la salud de todo lo que nos rodea, de las montañas, animales, ríos, plantas y mares. ¿Cuál será la enseñanza y moral de la biotecnología transgénica? ¿Será beneficioso este instintivo razonamiento de no medir las consecuencias, para la salud o el medio ambiente, y donde realistamente, tampoco podemos decir que sea una fugaz oportunidad para que nuestro país acumule riqueza?

No se trata de puritanismos a ultranza, de estar sujetos a objeciones morales o cánones religiosos, ni de ser ecologistas utópicos. Más bien, se trata de ver cruda y frontalmente el juego: y el juego consiste en pasar de una independencia agrícola a una dependencia agrícola y, por lo tanto, en estar amarrados a una obediencia económica.

Por consiguiente, para evitar lo que sería una histórica, incalculable y lamentable desfiguración de nuestro país, el Congreso de la República debe seguir el ético ejemplo de la Unión Europea, el Japón y tantos otros países que han medido y definido las profundas implicancias de los transgénicos para la salud, el medio ambiente y la economía.

Es del común interés, de todo el pueblo y territorio peruano que la actualmente debatida Ley de Bioseguridad y Biotecnología no solo le ponga un seguro candado a la introducción de los transgénicos en el Perú, sino que además sea una ley que promueva la protección del medio ambiente y la biodiversidad en todo el territorio nacional.

- Dr. Sacha Barrio

Lima 31 de Agosto
https://www.alainet.org/es/articulo/122966
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