El S -11
- Opinión
Mis ojos no podían dar crédito a las horripilantes imágenes que transmitía la CNN el 11 de septiembre de 2001: las imponentes y espigadas torres gemelas, el corazón del centro financiero (World Trade Center) de Nueva York, tenida como la capital del mundo, se desparramaban estrepitosamente en medio de la deflagración como si fueran hechas de papel y de un momento a otro sus 110 pisos quedaron reducidos a un montón de chatarra. Quienes no tuvimos la oportunidad de ver el primer avión de la Aerolínea American Airlines atestado de pasajeros, convertidos en misiles humanos, que impactó contra la primera Torre, pudimos ver con asombro y espanto el segundo de la United Airlines que se estrellaba contra la otra, al tiempo que 4.800 aeronaves más surcaban el cielo neoyorkino, pendiendo sobre las cabezas de sus atribulados habitantes como si fueran espadas de Damocles. Aturdido como estaba y sin reponerse de la terrible sorpresa que le deparó el hoy tristemente célebre Osama Bin Laden y su red Al Qaeda, el Presidente Bush tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue para declararle una guerra “eterna” al terrorismo. Anunció, entonces, una cruzada para combatirlo sin tregua, expresión esta desafortunada que tuvo que rectificar posteriormente por no ser de buen recibo para la comunidad islámica, dada su connotación y remembranza a propósito de los tiempos de bárbaras naciones.
Ninguno de los objetivos, tanto los explícitos como los implícitos, se han podido lograr con esta guerra que Bush le declaró al terrorismo y ello, a pesar de que como él mismo lo reconoció en una salida en falso que tuvo cuando espetó: "Nuestros enemigos son imaginativos y están llenos de recursos; nosotros también. Nunca dejan de imaginar nuevas maneras de perjudicar a nuestro país y a nuestro pueblo; nosotros tampoco". Al parecer lo traicionó el subconsciente, pues son muchas las revelaciones que han terminado por poner al desnudo sus patrañas, tal es el caso de las “armas de destrucción masiva” que nunca aparecieron, como las pruebas irrefutables sobre los desmanes y vejaciones de las cuales vienen siendo objeto los prisioneros de guerra luego de la ocupación de Afganistán e Irak, todo ello amparado en la Patriot Act de Bush. Entre los casos más aberrantes y que provocaron mayor indignación en la Comunidad internacional se cuentan las mazmorras secretas de La Bahía de Guantánamo y la Cárcel de Abu Ghraib, los cuales son motivo de vergüenza para los propios estadounidenses. Cómo reaccionaría ante semejante monstruosidad Jhon Quince Adams, Secretario de Estado de los EEUU en 1821, quien dejó sentado como un principio esencial de la democracia de su país la siguiente frase lapidaria que hoy deben recordar con pena los americanos: “Donde quiera que se haya izado la bandera de la libertad y de la independencia, allá estarán el corazón, las bendiciones y las oraciones de Norteamérica. Pero, ella no sale de sus fronteras en busca de monstruos que destruir…si lo hiciera arriesgaría a convertirse en la dictadura del mundo. Ya no sería dueña de su propio espíritu”. La afrenta no puede ser mayory es la que explica que, según el New York Times, la imagen de los EEUU que se percibe en el resto del mundo de “arrogante, ensimismada y despectiva” (1) , granjeándose la antipatía y la animadversión del resto de la humanidad. EEUU no puede perder de vista que, como lo sostiene Clausewitz, “sin cohesión moral no hay victoria”.
Todo indica que la guerra declarada en Afganistán y en Irak está condenada al fracaso; cada vez se parece más a la guerra del Vietnam, tanto en sus costos como en sus resultados. Hoy en día estos países cuentan con gobiernos de fachada, que obedecen a las fuerzas de ocupación, que no han podido lograr estabilizarse y se cuentan entre los estados fallídos, que no ofrecen perspectivas de solución a sus conflictos internos que han sido exacerbados por la agresión de tropas extranjeras. La dificultad es mayor, habida cuenta del ingrediente étnico y religioso que está en juego; ello explica la acogida cada vez mayor en los EEUU de la postura de las mayorías demócratas en el Congreso estadounidense que quieren ponerle fin a tan desastrada como desatinada intervención. Es muy diciente que una reciente encuesta de opinión arrojó como resultado que dos terceras partes de los encuestados dieron mala calificación al manejo por parte de Bush de este “conflicto”, cuando en el 2003 sólo el 32% lo juzgó negativamente. Por fortuna el descalabro de los republicanos en las últimas elecciones de Congreso le bajaron las ínfulas a Bush y lo atemperaron y su doctrina del “golpe previsor” para confrontar las amenazas “antes de que ellas surjan” ha venido a menos; de lo contrario estaríamos ad portas de una nueva conflagración mundial con todas sus consecuencias. Así crea Bush que, después de la guerra fría “los EEUU son el único modelo superviviente del progreso humano", ello no lo faculta para pretender someter al resto del mundo a una camisa de fuerza, en la creencia de que quien no se suma al coro para entonar la canción, está contra la canción y contra el coro también, pues, como lo sostiene el semiólogo Humberto Eco, “nos hacemos malos cuando queremos impedir a los demás que sean diferentes”.
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