Ya es realidad

Telesur, el añejo sueño de la integración comunicacional

11/09/2005
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Si Eva hubiera escrito el Génesis, la historia de la primera noche de amor de la humanidad hubiera sido bien distinta. Eva hubiese comenzado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, no conoció a ninguna serpiente ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. ¡Que va! Eva diría que todas esas historias son puras mentiras que Adán le contó a la serpiente –perdón, a la prensa- y, seguramente, Adán se hubiera defendido señalando que sus palabras fueron malinterpretadas, tergiversadas y manipuladas por un canal internacional de noticias, sirviendo a oscuros intereses foráneos¼

Por muchos años recitamos, declamamos integración, pero lo cierto es que los latinoamericanos y caribeños no nos conocemos, siquiera. De todas formas, parece que en este último lustro hay cosas que están cambiando en nuestra región, cosas que están sucediendo y que pensábamos –o nos hicieron creer- que eran imposibles. Entre ellas, ese añejo sueño de comunicadores y trabajadores de la cultura, el de la integración comunicacional, que hoy parece volverse realidad con el nacimiento de La Nueva Televisión del Sur.

Recuperar la palabra

Telesur es, sin dudas, un proyecto político y estratégico. Después de décadas de progresivo vaciamiento –y privatización- de los Estados nacionales, éstos, impulsados por colectivos cada vez más maduros políticamente, recobraron su papel para impulsar la construcción de un medio de comunicación audiovisual hemisférico, con la misión de difundir una versión real de la diversidad social y cultural de América Latina y el Caribe, para ofrecerla al mundo.

El objetivo es el desarrollo y la puesta en funcionamiento de una estrategia
comunicacional televisiva hemisférica de alcance mundial que impulse y consolide los procesos de cambio y la integración regional, como herramienta de la batalla de las ideas contra el proceso hegemónico de globalización.

No se trata solo de una herramienta, sino de retomar, recobrar la palabra que había sido secuestrada durante más de tres décadas por dictadores, políticos corruptos y genuflexos ante el gran capital, y los eternos “expertos” que convalidaron el saqueo de nuestras naciones y quisieron convencernos que con la entrega y la globalización todo iba a ir mejor. Gracias a ellos, una enorme parte de los latinoamericanos hoy están excluidos de la educación, de la atención sanitaria, de la simple vida ciudadana: son invisibles a las estadísticas y millones de ellos ni siquiera tienen documentación.

Hoy se quiere reducir la realidad a la actualidad de los noticieros de televisión, que cada día se van pareciendo más a las telenovelas. Es que tratan de desprendernos de nuestra historia, quieren borrar nuestras huellas para que no sepamos siquiera de dónde venimos. Se vende la actualidad como si fuera un destino y es un destino armado, decía, al modo de una telenovela. Si no sabemos de dónde venimos, no sabremos a dónde ir, ni vamos a enterarnos de cuál es nuestro otro destino posible y tendremos que conformarnos con el que nos tengan diseñado desde el Norte.

La historia recién comienza


Desde hace décadas (la mayoría de) nuestros intelectuales y académicos habían hecho mutis por el foro, se refugiaron en puestos académicos o burocráticos, en parcelas de investigación, y dejaron la cosa pública en manos y, sobre todo en boca, de políticos y “expertos” que impusieron su potencial de ser los únicos profesionales de la palabra con derechos a dar visiones y versiones de la realidad. O mejor dicho, de una realidad acomodada a los intereses de los poderosos.

El futuro hay que imaginarlo. El fin de la historia nos condenó a padecer el futuro como una repetición del presente. Y nosotros nos oponemos a que la mera idea de que los latinoamericanos vayamos a ser meras sombras de cuerpos ajenos. Aquí la historia no terminó: recién está comenzando.

Estamos convencidos de que no hay ninguna forma de cambiar la realidad si no comenzamos a verla como es, porque para poder transformarla hay que empezar por asumirla. Ese es el problema mayor que tenemos los latinoamericanos: hemos estado ciegos de nosotros mismos. Eduardo Galeano dice que durante 513 años hemos sido entrenados para vernos con otros ojos, con ojos de extranjeros.

Hoy comenzamos a vernos con nuestros propios ojos, cansados de que nos expliquen quiénes somos, cómo somos, qué debemos hacer. Desde el Norte nos ven en blanco y negro –sobre todo en negro: solo aparecemos en las noticias si nos ocurre una desgracia- y, en realidad, somos un continente en technicolor. Comenzamos a vernos con nuestros propios ojos, a reconocernos, para poder integrarnos.

Se trata de recobrar la palabra, de recuperar la memoria, las tradiciones, nuestros propios conocimientos ancestrales. Es hora de despertar con esta nueva alborada. Es hora de mirarnos al espejo y pasar del eterno diagnóstico inmovilizador a la acción.

Hay quienes dicen que otro mundo es posible. Quizá tengan razón. Pero nosotros, los latinoamericanos y caribeños hace muchos años que sabemos que otro mundo no es posible sino necesario, imprescindible, y que debemos construirlo todos los días, y todos juntos, unidos. La política de dominación y expoliación, ha sido, por 513 años, la de dividirnos. Y estamos convencidos que no podemos coadyuvar a este proceso de integración regional que avanza impulsado por nuestros estados y también por los movimientos sociales que impulsan la unidad, si no nos conocemos entre nosotros.

Un canal multicolor


La cultura contemporánea empuja a la gente a la soledad y a la violencia. Hoy ser niño en una ciudad latinoamericana es muy difícil, porque el que no es preso de la necesidad está preso del miedo. Hay 15 millones de niños abandonados en nuestras ciudades, obligados a sobrevivir, al delito, que es, según Galeano, la única forma de iniciativa privada que les está permitida. De cada tres niños que nacen en nuestra región, uno muere antes de los cinco años y la mayoría de los que sobreviven están condenados a ser delincuentes de seis, siete o 10 años, a morir de bala o de droga. Y los otros niños están presos del miedo en sus casas, por una televisión que los atrapa en su imposibilidad de hacer, por el miedo de nacer, a vivir, a cambiar, a caminar con las propias piernas. Esta televisión que forma consumidores, te amaestra para la parálisis y después te venden las muletas.

Sabemos que desde el Norte, nos bombardean con una gran cantidad de información-basura que solo sirve para desinformarnos y sentirnos dependientes. Sabemos de Chechenia, pero no conocemos siquiera nuestro reflejo y muchos menos a nuestros vecinos.

No creemos en la esperanza a medida, dogmática. Creemos en la esperanza viva, en la vida. Por eso Telesur: un canal para tender nuevos puentes, para construir espacios de integración, de encuentro, de afectos. Es un lugar para descubrirnos, querernos y reinventarnos a través de una lente propia, escapando de los estereotipos que nos han enmarcado las miradas de otros. Con un lenguaje propio, con una identidad visual que nos permita mirarnos desde una perspectiva diferente: la nuestra.

Nunca sabremos lo que es bastante hasta no saber lo que es demasiado, decía el poeta William Blake. Y hoy sabemos demasiado de la perversidad del neoliberalismo, lo que hace imprescindible poner al colectivo humano, y no al capital, en el epicentro de nuestro universo.

Latinoamérica es un continente en gerundio, en permanente construcción. Es un territorio que ebulle y se inventa, repleto de contradicciones, alegrías, texturas, rosas y colores; de luchas, fracasos, frustraciones y riquezas, de intentos, de historias, de glorias, de verde, de luz, de agua, de dignidad y, sobre todo, de una fuerza vital incontenible.

Hoy, frente al intento de imponer un pensamiento, un mensaje, una imagen únicos, Telesur surge en plural, reivindicando el nosotros, el sueño colectivo de una América. Las industrias culturales forman parte de las sociedades de control, pues se ocupan de tratar de controlar el tiempo de ocio individual para poder hipermasificarlo, con la voluntad de hegemonizar y eliminar las peculiaridades y el deseo de singularidad, para darle paso a una sociedad-rebaño.

El tema de los medios de comunicación tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. En muchos de nuestros países, hoy en día la dictadura mediática quiere suplantar a la dictadura militar. Son los grandes grupos económicos que usan a los medios y deciden quien tiene o no la palabra, quien es el protagonista y el antagonista. El que más vocifera contra los cambios, logra más pantalla. Lo cierto es que aún no hemos asumido que el discurso comercial -bombardeado a través de información, publicidad y cultura de masas o recreación, con un mismo envase, disfrazándolo de realidad o de hechos naturales- es también un discurso ideológico, agresivo, limitante de nuestra libertad de ciudadano.

El reto de llegar a amplias audiencias

Lo grave es tener la verdad y compartirla apenas con uno mismo. Nadie duda de la necesidad de impulsar medios comunitarios, espacios realmente horizontales de información y formación, constructores de ciudadanía. Estos medios son un paso en la dirección de la democratización, pero por sí mismos no son suficientes. Podemos tener centenares de medios comunitarios, pero si el 93% de la audiencia está controlada por una estructura monopólica de los medios corporativos, será poco lo que habremos avanzado en la dirección de la democratización.

Por cierto, aquellos que durante años hemos militado en la concepción de la comunicación alternativa no hemos sabido hacer bien nuestras tareas. Vamos perdiendo -por goleada- la batalla de las ideas, conceptualmente y en el campo de batalla. Ya era hora de pensar en grande, de construir un medio de comunicación audiovisual hemisférico que difunda una visión real de nuestra diversidad social y cultural. Conocernos, reconocernos, para poder integrarnos.

Se trata de una estructura de alcance mundial y alta calidad para la transmisión de contenidos progresistas, para ofrecer las realidades del continente de forma inmediata, veraz, creíble, balanceada, contextualizada, que favorezca matrices de opinión favorables a la integración de nuestros pueblos, de difundir perspectivos diversas y plurales en torno a los grandes temas y preocupaciones que afectan a los colectivos, para el fomento del debate y la conciencia crítica ciudadana.

Se trata de promover la diversidad cultural a fin de fortalecer la memoria histórica y la identidad colectiva de nuestros pueblos, de fomentar la participación protagónica, organización y articulación de los pueblos mediante la creación de espacios para la difusión de las voces de nuestras organizaciones sociales. Se trata de democratizar la producción de contenidos para garantizar esa diversidad y pluralidad. Y por ello, junto a Telesur, lanzamos otro proyecto estratégico: la Factoría Latinoamericana de Contenidos, para recolectar ese acervo documental que no encuentra ventanas para su difusión y también para comenzar a soñar con una industria audiovisual latinoamericana que abastezca de contenidos a todas las televisoras de la región. Un canal nuevo no sirve para nada, si no tiene nuevos contenidos.

Desde antes siquiera de conocernos, intentaron desacreditarnos. Era obvio y esperable: comenzamos a desalambrar los latifundios mediáticos latinoamericanos y no pararemos hasta democratizar el espectro televisivo en nuestra región, con cinco, diez, veinte nuevos canales latinoamericanos y caribeños en los próximos años: esa es la meta. Era obvio y esperable, porque después de 513 años los latinoamericanos y caribeños nos sobreponemos a nuestra afonía y comenzamos la conquista de nuestra propia voz.

Eso sí: estamos, somos conscientes que sólo se hace camino al andar.

Aram Aharonian, periodista uruguayo, es director general de Telesur.
https://www.alainet.org/es/articulo/123221
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