Los cuatro jinetes de la globalización

27/09/2007
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  • Opinión
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Cuando el pasado año dos estudios describieron el modo en que el centro de investigación del Banco Mundial había sistemáticamente manipulado los datos, a fin de probar que las reformas neoliberales del mercado estaban promoviendo el crecimiento y reduciendo la pobreza en los países en vías de desarrollo, no hubo la menor reacción de sorpresa por parte de los "círculos" intelectuales, económicos y políticos que se ocupan de políticas de desarrollo. Los devastadores resultados del análisis realizado por Robin Broad (de la American University) y del informe elaborado por Angus Deaton (de la Universidad de Pricenton) y Ken Rogoff (ex-director del FMI) eran el último acto del colapso de lo que vino en llamarse Consenso de Washington.

Impuesto a los países en vías de desarrollo a través de la fórmula de los programas de "ajuste estructural" financiados por el FMI y el Banco Mundial, el Consenso de Washington reinó hasta fines de los 90, cuando se hizo evidente que los objetivos perseguidos –crecimiento sostenido, reducción de la pobreza y de la desigualdad— distaban por mucho de haber sido alcanzados. Y es a mitad de la presente década que el "consenso" viene a menos. El neoliberalismo sigue siendo el "criterio estándar", pero muchos economistas y tecnócratas han perdido ya confianza en el mismo.

Washington Consensus Plus

Coscientes de los fallos del Consenso de Washington, el FMI y el Banco Mundial están ahora promoviendo lo que el premio Nóbel Joseph Stiglitz ha bautizado displicentemente como un "Washington Consensus Plus", conforme al cual las reformas a favor del libre mercado, siendo indispensables, no han sido suficientes. Las reformas financieras, por ejemplo, deberían venir ahora, si se quiere evitar debacles como las de las crisis financieras asiásticas de los años noventa. Recordando la caída de Rusia en el capitalismo mafioso de los 90, ambas instituciones hablan ahora también de la importancia de acompañar la reforma del mercado con reformas jurídicas e institucionales que lleven a hacer respetar la propiedad privada y los contratos. Entre otros principios que deberían acompañar a los "ajustes estructurales" están la "buena gestión" y políticas de "desarrollo del capital humano".

La amalgama de reformas estructurales y sostén al libre mercado fue contemplada a comienzos de la presente década en los llamados "Programas estratégicos para la reducción de la pobreza" [PRSP, por sus siglas en inglés]. Contrariamente a lo que un analista ha definido como "neoliberalismo de puño desnudo", los PRSP son de hecho liberal en lo que atañe a los procesos de decisión, que deberían entrañar consultas a las diversas partes interesadas, entre ellas a las organizaciones de la sociedad civil. Eso no significa que el objetivo de los "programas contra la pobreza" sea distinto del de su ancestro –liberalización, desregulación, privatización y comercialización de tierras y recursos—, pero se proponen lograrlo a través de una implicación limitada de las comunidades "interesadas". Una implicación mediata, sin embargo, por organizaciones no-gubernamentales de sesgo liberal, más que a través de una participación de los movimientos sociales. Los PSRP son, pues, programas de ajuste estructural de segunda generación, que buscan mitigar el impacto negativo de las reformas.

Neoliberalismo neoconservador

Un segundo heredero del Consenso de Washington es el "neoliberalismo conservador", un enfoque que orienta la acción de la administración Bush y que tuvo su bautismo con el famosos informe de 2000 salido de la comisión del Congreso para las instituciones multilaterales dirigida por Alan Meltzer. El informe apoya –cuando menos retóricamente— una reducción de la deuda de las naciones más pobres, a fin de destinar los recursos financieros derivados de la reducción de la deuda a la constitución de "fondos a concurso" específicos. Por lo demás, los "fondos a concurso" permiten una coordinación de las reformas a favor del libre mercado congrua con la "seguridad nacional" estadounidense y con las estrategias de las transnacionales norteamericanas.

La «buena» y la «mala» izquierda

Hay también un tercer heredero del Consenso de Washington. Se trata del "neoestructuralismo", un enfoque que suele asociarse a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Según la teoría neoestructuralista, las políticas neoliberales han resultado demasiado costosas y, a largo plazo, improductivas. Para los valedores de este enfoque, equidad y crecimiento no son mutuamente excluyentes, y podrían operar en plena "sinergia". Una menor desigualdad debería, de hecho, ser capaz de sostener el crecimiento económico, porque es garantía de estabilidad política y macroeconómica, aumenta la capacidad de ahorro de los pobres, levanta los niveles educativos y expande la demanda agregada.

Los neoestructuralistas proponen, así pues, políticas de redistribución del crédito a través de políticas sanitarias, educativas y de vivienda. Ese es el tipo de programas característicos de lo que el columnista mexicano Jorge Castañeda ha llamado la "buena izquierda" de América Latina, refiriéndose al gobierno de Lula en Brasil y a la alianza de gobierno de la Concertación en Chile. Concentrado en transferencias destinadas a defender y potenciar la capacidad de los pobres, el enfoque neoestructuralista no interfiere con las fuerzas del mercado en el plano de la producción, a diferencia de la línea de la "izquierda mala" (Hugo Chávez y otros), que interviene directamente en la producción y en las políticas salariales. Los neoestructuralistas abrazan la globalización, y sostienen que un objetivo clave de sus reformas consiste en hacer que los países sean más competitivos a escala global. Puesto que las reformas neoestructuralistas apuntan a reducir las disparidades de renta, han sido consideradas una vía para hacer más apetecible, si no más popular, la globalización.

Según el economista chileno Fernando Leiva, las políticas neoestructuralistas representan, con todo y con eso, una "paradoja herética": la búsqueda de una competitividad general por parte de las economías nacionales ha conducido de hecho "a la consolidación político-económica de las prácticas neoliberales". En el fondo, el neoestructuralismo, lo mismo que el Washington Consensus Plus, no subvierten el neoliberalismo, sino que tienden a mitigar la pobreza y las desigualdades provocadas por éste. Los programas antipobreza del gobierno Lula pueden muy bien haber reducido el volumen de los "miserables", pero la institucionalización de las políticas neoliberales sigue, con todo, generando pobreza, desigualdad y estancamiento en la mayor realidad económica de la América latina.

Socialdemocracia global

Junto al neoestructuralismo y al neoliberalismo neoconservador, ha cobrado forma y se ha desarrollado la "socialdemocracia global", un enfoque que suele identificarse con el economista Jeffrey Sachs, el sociólogo David Held, el premio Nóbel Joseph Stiglitz y la ONG británica Oxfam. A diferencia de los tres enfoques anteriores, éste admite el hecho de que el crecimiento y la equidad pueden hallarse en conflicto, y pone claramente a la equidad por encima del crcimiento. Por lo demás, este enfoque cuestiona una tesis central del neoliberalismo, a saber: que la liberalización del comercio sea beneficioda a largo plazo.

De hecho, Stiglitz sostiene que, a largo plazo, la liberalización del comercio podría llevar a una situación en la que "al grueso de los ciudadanos le fuera peor". Los socialdemócratas globales, en fin, exigen cambios fundamentales en las instituciones y en las reglas de gobernanza global como el FMI y la OMC, así como acuerdos sobre la propiedad intelectual para fines comerciales (TRIP). David Held, por ejemplo, exige "la reforma, si no la abolición completa, de los acuerdos TRIP, y Stiglitz dice que "los países ricos deberían abrir los mercados a los países más pobres, sin reciprocidad y sin poner condiciones políticas y económicas".

Los socialdemócratas globales ven en el movimiento antiglobalización un aliado, al que Sachs agradece "haber arrojado luz sobre las hipocresías y los evidentes fallos de la gobernanza global y haber puesto fin a años de autocelebración de los ricos y los poderosos". Pero la globalización no deja, sin embargo, de ser punto fuerte y caballo de batalla para los socialdemócratas globales. Porque, lo mismo que el neoliberalismo de la primera hora, lo mismo que el Washington Consensus Plus, lo mismo que el neoconservadurismo estadonidense y lo mismo que el neoestructuralismo, la socialdemocracia global ve en la globalización un fenómeno que, de ser adecuadamente gestionado, resultaría beneficioso para los más.

De hecho, los socialdemócratas globales se ven a sí mismos como los salvadores de la globalización, temerosos de que la crisis de la misma provoque una vuelta al pasado. Frente a esa eventualidad, recuerdan las nefastas consecuencias, después de 1914, de la turbulenta invasión de la primera oleada globalizadora. Así pues, para Sachs, Held y Stiglitz, el mundo necesita una globalización socialdemócrata o "ilustrada" en la que la integración global del mercado prosiga su camino, pero gestionada de manera equitativa y acompañada de una progresiva "integración social global". Hay varios problemas a los que se enfrenta esa adhesión a la globalización por parte de la socialdemocracia global. El primero: es discutible que la rápida integración de los mercados y de la producción –la esencia de la globalización— pueda darse fuera de un marco neoliberal, el precepto central del cual es derribar los muros de las tarifas aduaneras y eliminar las restricciones a las inversiones. En segundo lugar, es igualmente discutible que, aun si pudiera concebirse una globalización en régimen de equidad social, la misma fuera deseable. ¿Desean realmente las personas formar parte de una economía global funcionalmente integrada en la que hubieran desaparecido las barreras que separan lo nacional de lo internacional? ¿Acaso no preferirían formar parte de sistemas económicos capaces de ser controlados a nivel local y protegidos del antojadizo curso de la economía internacional? La reacción contra la globalización no depende sólo de las desigualdades y de la pobreza engendradas por ella, sino también del sentimiento experimentado por hombres y mujeres de pérdida de todo adarme de control sobre la economía a favor de fuerzas internacionales impersonales. Uno de los temas más recurrentes del movimiento antiglobalización es la exigencia de bloquear el crecimiento orientado a las exportaciones y la creación de estrategias de desarrollo, tanto a escala local como global, pero en el marco de una economía regulada.

El reto perdido

El problema fundamental de todos los herederos del Consenso de Washington es su incapacidad de hacer arraigar sus respectivos análisis en las dinámicas del capitalismo como sistema de producción. De tal suerte, que son incapaces de ver que la globalización neoliberal no es una fase nueva en la evolución del capitalismo, sino un intento deseperado y fallido de superar la crisis de sobreacumulación, sobreproducción y estancamiento que se abatió sobre las economías capitalistas centrales a partir de la mitad de la década de los 70. Rompiendo el compromiso socialdemócrata entre capital y trabajo nacido de la segunda postguerra y eliminando las barreras nacionales al comercio y a la inversión, las políticas económicas neoliberales han buscado invertir la tendencia a la crisis del desarrollo económico y de los beneficios.

Esta verdadera "fuga hacia lo global" ha tenido lugar en el marco de un proceso de conflicto más amplio marcado por una renovada competencia interimperialista entre los principales centros del poder capitalista, la aparición de nuevos centros capitalistas, la desestabilización medioambiental, una acrecida explotación del Sur –lo que David Harvey ha llamado "acumulación por expropiación"— y una resistencia que va apareciendo por doquier.

La globalización ha fallado a la hora de proporcionar al capital una vía de salida para sus crisis de acumulación. Con la constatación de su fracaso, estamos asistiendo ahora a su abandono por parte de las elites capitalistas, a fin de regresar a estrategias nacionales de protección y de concurrencia sostenida por el estado en lo tocante al control de los mercados y de los recursos globales: la clase capitalista estadounidense les señala el camino. Tal es el contexto que Jeffrey Sachs y otros socialdemócratas no acaban de comprender cuando proponen su utopía: la creación de un "capitalismo global ilustrado", capaz de "humanizar" la globalización.

El capitalismo tardío tiene una irreversible lógica destructiva. En vez de empeñarse en la imposible tarea de humanizar un fracasado proyecto globalista, el urgente reto que tenemos por delante es el de un retroceso de la globalización que no provoque la proliferación de conflictos incontrolables y desarrollos desestabilizadores como los que pusieron fin a la primera oleada globalizadora en 1914.
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- Walden Bello es profesor de sociología en la Universidad de las Filipinas y director ejecutivo del instituto Focus on the Global South de Bangkok.

Tradución para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

Fuente original:  FOCUS ON TRADE, Number 132, September 2007

https://www.alainet.org/es/articulo/123464
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