Una escuela para todos

29/09/2007
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“En el norte había escuelas, pero estaban demasiado lejos de mi aldea y eran caras, así que cuando era pequeña no podía asistir a clase”. Es el testimonio de Mary, una niña sudanesa, que aparece en el último informe de la organización Save the Children. Como Mary, hay más de 77 millones de niños en todo el mundo que no reciben educación y la cifra se dispara si hablamos de una “buena” educación.

La educación está reconocida como un derecho fundamental en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Convención sobre los Derechos del Niño. Además, la educación primaria universal está recogida dentro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que firmaron 191 países en la Cumbre del Milenio de Nueva York. Sin embargo, es difícil que esta meta se cumpla al ritmo actual. Todavía nos encontramos lejos de los nueve mil millones de dólares que se necesitan para que todos los niños del mundo pudieran ir al colegio en 2015.

La educación tiene, además, unos acumulativos para la persona, las familias y las comunidades y sociedades en las que vive. La recompensa de la educación es, en definitiva, más alta que su coste. Los niños que han ido a la escuela tienen una serie de herramientas que le van a ayudar a enfrentarse a la vida. Por un lado, el niño va a adquirir conocimientos básicos, escribir, leer, sumar… pero también prácticas de higiene y de protección contra enfermedades, como el sida o la diarrea. Así, la mortalidad infantil disminuiría considerablemente. Hoy, cada minuto mueren 19 niños menores de cinco años. El uso de técnicas sencillas, como las vacunas o el uso de mosquiteras, podría reducir un 60% estas muertes.

Los conocimientos y habilidades que va adquiriendo el niño en los distintos niveles de enseñanza le ayudarán a su desarrollo y realización personal. Así, será más “resistente” a los reclutamientos forzosos, a la explotación, a la prostitución… Al estar mejor formado, podrá acceder a puestos de trabajo mejor cualificados, lo que hará que progrese él y su familia. Y, a su vez, la comunidad en la que vive aumentará su nivel económico y, como resultado, su país también lo hará.

Como ciudadano, el menor que ha acudido a la escuela, estará mejor preparado. Será más responsable e irá allanando el terreno para lograr un buen gobierno y un desarrollo de las instituciones del país. La educación, así, contribuye al desarrollo de la democracia, los derechos humanos y la estabilidad política.

A pesar de todos estos beneficios, el año pasado, la educación recibió tan sólo el 1,1% de la ayuda humanitaria, según Save the Children. Y los países del G-7, los más ricos del mundo, destinan menos de 2.000 millones de dólares año para la ayuda en educación en los países del Sur. A este ritmo, el África subsahariana no conseguirá escolarizar a todos los niños hasta bien entrado el siglo XXII.

La sociedad civil organizada debería, por tanto, exigir voluntad política a los gobernantes para aumentar las ayudas en materia de educación para los países más débiles y para conseguir que los gobiernos de esos países empobrecidos den prioridad a la educación. Un ejemplo positivo, en este sentido, puede ser Burundi. Allí, tras doce años de guerra civil, el presidente, en el año 2005, eliminó las tasas de la educación primaria. Miles de niños volvieron a las escuelas. El apoyo del gobierno fue fundamental para que hubiera otros donantes internacionales, como Unicef. Además, el Ministerio de Educación ha apostado por la formación del profesorado, lo que ha aumentado la confianza de las familias y de los financiadores.

En países como Brasil, más de diez millones de familias reciben subvenciones mensuales para que sus hijos acudan al colegio. En Níger, Guinea o Bangladesh, las escuelas ofrecen una comida diaria a los escolares y el índice de niños no escolarizados ha disminuido de manera considerable. En India, los maestros reclutan a jóvenes a los que dan formación adecuada para que puedan enseñar al resto de niños. Estos jóvenes maestros se ponen a disposición de los alumnos y adaptan sus horarios. Así, dan clases nocturnas para los niños que tienen que trabajar para ayudar a la subsistencia de sus familias. La educación es un elemento clave para dar una esperanza al futuro.

- Ana Muñoz es periodista

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.

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