Afroamérica

11/10/2007
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En Uruguay todos los años se celebra el Día del Patrimonio nacional, que en realidad son tres días. Este año estuvo dedicado a la herencia afrouruguaya. En mi país, como en el resto de América Latina y en Estados Unidos, la reivindicación oficial de una cultura subalterna, representante de grupos étnicos históricamente marginados como lo ha sido la población negra y la indígena, es un arma de doble filo. En Uruguay, por ejemplo, el candombe y el carnaval han sido siempre identificados con hombres y mujeres de piel negra. Ambos son expresiones legítimas y valiosas de nuestro país, pero también esta suerte de especialización étnica ayuda a promover un estereotipo y, por lo tanto, resulta en un saco de fuerza psicológico y moral que impide o dificulta aquello por lo cual una cultura se define: herencia, renovación, crítica y creatividad.

Lo mismo podemos decir cuando se acusa de impostor a alguien que se define como amerindio o indígena por el hecho de no usar plumas en la cabeza o de hablar español o de no arrancarles el corazón a los turistas del mundo civilizado. Es decir, se acepta que un francés o un norteamericano no vistan ni se comporten como un burgués del siglo XVIII, porque se asume que hay una dinámica cultural, una evolución que hace legítimo un cambio radical dentro de una misma tradición. Pero se pone el grito en el cielo o se ironiza cuando un guaraní o un aymará escriben un correo electrónico o conducen el mismo automóvil que un americano moderno. O se acusa a los antiguos mexicanos de sacrificar víctimas humanas, como si no hubiesen sido capaces de evolucionar como evolucionó el cristianismo desde el siglo XVI, abandonando la repetida práctica de la tortura y la incineración pública de víctimas humanas, también en nombre de Dios, pero de un dios misericordioso.

Una de las mayores amenazas de una cultura hegemónica es la fosilización de aquellas otras que representan un cuestionamiento a su legitimidad o a su hegemonía. Por la misma razón, esta cultura dominante aplaudirá y premiará todo aquello que le conviene mantener definido dentro de límites conocidos. En Estados Unidos, se asume, los negros son buenos boxeadores y basquetbolistas. El verdadero negro escucha rap a un volumen que hace mover su automóvil. Los automóviles de los negros son extravagantes y no se ven en las universidades. Los negros caminan bailando, usan paños en la cabeza, enormes pantalones y caminan agarrándose alguna parte de la bragueta para que no se les caiga semejante vestimenta. Etcétera. Y a todo esto llaman "afro", demostrando que son una reacción sin consecuencias estructurales a una cultura dominante, europea, y por lo tanto consecuencia de lo europeo, del blanco. Nada tienen éstos de "afro" a no ser el color oscuro de la piel —al menos yo no recuerdo algo parecido de mi experiencia en África—; mucho más tienen de la cultura blanca o europea, desde la ideología capitalista hasta la religión, pasando, naturalmente, por un histórico y justificado resentimiento que estalla periódicamente ante cualquier mínimo incidente.

En mi país, la idea monotemática de un hombre negro tocando un tambor y una mujer negra bailando semidesnuda, como objeto sexual de consumo interno y para la exportación, contribuye a restringir —no necesito aclarar que es mi opinión— la potencialidad de la población negra que de esa forma no se autorepresenta, ni es vista por los demás, como protagonista en otras áreas de la sociedad. Si es un pintor blanco, se destacará por sus temas "afro" y se dará un baño de "pueblo", aunque el grupo aludido represente al nueve por ciento de la población. Probablemente será reconocido como un gran artista plástico y un mal tamborilero, ya que el blanco es asumido como el "observador natural" de la irracionalidad y la sensualidad del primitivo africano, según la centenaria tradición eurocéntrica. De la misma forma que, después del Renacimiento y de Miguel Ángel, abundan desnudos femeninos en la pintura europea (en algún caso, rodeados de hombres vestidos) y en los medios contemporáneos de entretenimiento: el que observa, el macho blanco, es quien domina y así realiza un juicio sexual y estético. Mirar, representar, es ordenar, establecer, dominar. El observado se hace objeto, se hace cosa. Y la crítica contribuye abstrayendo los valores estéticos de los valores éticos o ideológicos, aplaudiendo aquellos y negando éstos. Es decir, legitimando con su prestigio intelectual.

En resumen, al mismo tiempo que reconocemos el valor de una actividad cultural como el candombe y el carnaval, sugiero que no deberíamos dejarnos hipnotizar por un edificio de símbolos y valores que por exceso de iluminación ocultan la rígida estructura principal que nos atrapa. Aunque los uruguayos nos autorepresentamos como antirracistas por excelencia, debemos reconocer que existe una discriminación social de hecho —aunque creo que nunca tan grave como en gran parte de Estados Unidos— que ha relegado a la población negra a un lugar casi inexistente en la política, en las universidades y en los altos puestos públicos y privados.

¿Por qué no se llama "hispano" a un norteamericano descendiente de mexicanos o argentinos blancos? La población negra del continente no vino de turismo sino por la violencia de la cultura europea. Razón por la cual los negros deberían llamarse euroamericanos, si no fuese porque significaría un permanente recuerdo a una herida que todavía sangra. Sí, existe una poderosa cultura afroamericana, afrocubana, afrouruguaya, etc. Pero definir a alguien como afroamericano por el mero color se su piel es parte de la violencia dulce. ¿Por qué los blancos no se llaman "euroamericanos", incluso allí donde son minorías? Todo esto me recuerda a una emisora local en Mozambique que reportaba un accidente diciendo que habían resultado heridos "tres personas y dos macúas". Las personas eran blancos; los macúas eran negros.

No en vano aquellos refugios de esclavos perseguidos que en Brasil se llamaban "quilombos", en Uruguay y Argentina pasó a significar "prostíbulo", "promiscuidad" o, en el mejor de los casos, "desorden". Nadie dice "blanco roñoso", "blanco sucio", o "estás haciendo cosa de blanco" (excepto en el caso del gallego inmigrante), pero al sustantivo "negro" se sigue naturalmente una larga lista de descalificativos que la costumbre ha hecho algo natural. "Café para negro no necesita azúcar". "Negro fino" es un oximoron o una curiosidad. "Negro candombero" es un irracional sin educación, es aquel personaje de las tiras cómicas que en todo el continente resaltaban dos enormes labios, un cerebro pequeño lleno de inocencia y cierto autismo crónico que lo inhabilitaba para la política, la literatura y las ciencias.

Si hoy vamos a la página de nuestra querida Universidad de la República del Uruguay, leeremos una actitud típica de nuestra historia que se expresa por eufemismos: "La población del Uruguay es de origen europeo, sobre todo español e italiano, sin perjuicio de otras nacionalidades, producto de una política inmigratoria de puertas abiertas. También existe una reducida presencia de la raza negra que llegó al país, de las costas africanas, en tiempos de la dominación española. En cuanto a la población indígena hace más de un siglo que los últimos indios desaparecieron de todo el territorio nacional, lo que diferencia a la población del Uruguay de la de los demás países de Hispanoamérica..."

La población indígena no "desapareció"; (1) usurparon sus tierras y los asesinaron a todos los que pudieron, en nombre de la civilización y (2) no desaparecieron como queremos creer, están ahí, mezclados de alguna forma en nuestras sangres y negados por nuestra cultura, como lo estaban árabes y judíos negados por la España imperial, que de esa forma organizó su propia decadencia. Aunque nunca nos lo dijeron en la escuela ni se menciona en la cultura pública, el sol de nuestra bandera, como el sol de la bandera argentina, no es otro que el Inti sol de los incas, en su diseño y en su origen, para no entrar a detallar que nuestro castellano está lleno de estructuras y palabras quechuas, guaraníes, etc. Por su parte, la población negra no "llegó" de turismo a este continente sino por la violencia del secuestro, por la violencia física y moral. La violencia física ha cesado, pero no aún la violencia moral y, deberíamos agregar, la "violencia cultural". Con el agravante que la violencia física suele cicatrizar rápidamente; no tan fácilmente la violencia moral, como lo demuestra la psicología y la historia de los pueblos.

No es cierto que seamos tan blancos como nos hemos creído siempre, con una lógica que, con humor negro, se resumía en la expresión: "en Uruguay y Argentina somos más civilizados porque matamos a todos los salvajes". Esta crítica necesaria no degrada los méritos que han tenido nuestros países contribuyendo a la historia, especialmente a principios de siglo XX y quizás en este principio de siglo XXI. Pero para seguir adelante primero debemos confesarnos. No ante el cura, sino ante nuestra propia conciencia histórica.

- Jorge Majfud, escritor; de la University of Georgia.
https://www.alainet.org/es/articulo/123730
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