III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Comunicación:

Del poder mediático al poder ciudadano

18/10/2007
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

Primero “se programa un ordenador para producir diariamente noticias adaptadas a los resultados de las encuestas. Luego se pregunta a la gente qué noticias prefiere, cada cuánto tiempo quiere que ocurran y qué detalles le gustaría más leer. ¿Hay que informar sobre una catástrofe aérea una vez al mes o con mayor frecuencia? ¿Conviene que se descubran juguetes infantiles entre los restos de un avión? Cuando se produce un asesinato, ¿es mejor que la víctima sea una niña pequeña, una anciana o una embarazada soltera? ¿Y es preferible que el cadáver aparezca desnudo o en ropa interior?”.[i]

Esta irónica ficción del escritor británico Michael Frayn, citada por David Randall en su libro “El periodista universal”, muestra cómo los medios de comunicación tienen en sus manos la posibilidad de alcanzar poder mediante el sometimiento de sus audiencias: la prensa puede llegar a controlar segmentos importantes de la vida de la gente (sus decisiones, sus opiniones, sus elecciones) gracias al manejo amoral o inmoral (es decir, antiético) de agendas temáticas que le generen réditos sobre la base de un numeroso público atado al hechizo de lo banal, lo
frívolo, lo superficial, lo fácil.

Frayn pone el dedo en la llaga de una de las peores desviaciones del periodismo como producto de la época postindustrial y masificadora: la mercantilización de las noticias, la venta de los hechos narrados como si fuesen cualquier atracción de supermercado, la manipulación de la información como una “verdad conveniente” a los intereses de los dueños de la empresa mediática y a los grupos económicos y/o políticos que representan pero no a la demanda de la gente por conocer de la manera más concreta posible lo que ocurre en su entorno y en el mundo.

Stella Martini expone el problema de esta manera: “Dos problemas graves acechan a la noticia: su oferta y circulación como cualquier mercancía y, en relación directa, su espectacularización, que desplazan el eje de relevancia y trivializan el interés público. La consigna es posicionarse con ventaja en el mercado, por lo cual la función de informar al público queda subordinada (…)..

“La oferta noticiosa resulta un cóctel de información y entretenimiento, de temas pesados e intrascendentes, banales, escandalosos o macabros, de argumentación y narración, de tragedias sociales comunicadas en tiempo de swing o de clip o narradas como películas de acción.

“La sociedad del infoentretenimiento es contexto de nuevos horizontes de expectativa en los individuos que, además, demuestran una escasa credibilidad en las instituciones y los partidos políticos y se enfrentan con graves problemas en la vida cotidiana (desempleo, inseguridad, violencia). A estos públicos se dirigen los medios más desde la conmoción que desde la argumentación”[ii].

Desde esa perspectiva, el poder de los medios es mezquino, ególatra, miope e incapaz de ejercer la autocrítica. Es un poder que se fortalece en sí mismo en la medida en que debilita la capacidad de discernimiento de sus audiencias y el tejido social y lo es, también, en la medida en que teje una serie de ardides para no rendir cuentas a su público y a la sociedad.

Tanto es así que cuando se trata de discutir el efecto negativo que producen los contenidos informativos sensacionalistas que apelan a las emociones humanas básicas para conseguir impacto y lograr elevadas audiencias, con frecuencia se escucha, incluso entre periodistas abiertos al análisis de su producción informativa y editorial, que lo que ellos y los medios hacen es “darle al público lo que quiere”. ¿Cuánto cinismo se esconde en esta tesis? ¿Cuánta arrogancia? ¿Cuánta impunidad? ¿Cuánta ansiedad por no ceder un mínimo espacio de poder?

Si el periodismo es, en esencia, un servicio destinado a la atención de un derecho ciudadano fundamental como es el de la información pública en beneficio de conocer y conocerse, el solo hecho de que las agendas temáticas se resuelvan en las salas de redacción –claramente a espaldas de la sociedad y del público- evidencia que en esas salas de redacción los propietarios de los medios y los periodistas que trabajan en ellos no tienen la actitud y decisión de servir realmente a sus públicos, peor la sensibilidad y la apertura mental para ponerse en los zapatos del otro, del prójimo, de los otros, de los que no nos son iguales, y desde allí intentar, al menos, un proceso de repensamiento de la manera en que expresan la realidad para entregar al público los contenidos que este necesita y no los que, supuestamente, quiere. Los medios y los periodistas tienen, como principal deber ético y filosófico aportar a que los ciudadanos sean capaces, por sí mismos y no por inducción o manipulación, de tomar decisiones que van desde lo cotidiano y simple hasta lo trascendente y estructural.

Randall cita a Frayn con el objetivo de enfatizar en que “parte de la misión del periodista (y de los medios, añado yo porque es probable que estos impidan cumplir la misión de aquel) consiste en desmitificar las falsas creencias populares y en poner en tela de juicio las ideas acomodaticias. Pero es imposible hacerlo cuando se está pensando en cómo van a reaccionar los lectores para tratar de agradarles”.[iii]

He aquí el problema esencial alrededor de la ética y el poder en el manejo de la información pública: los ciudadanos, en general, llegamos a conocer la realidad –más específicamente, una mínima porción de la realidad- no por lo que vemos o sentimos directamente, no por nuestras propias experiencias físicas y espirituales, sino por lo que nos dicen los medios a través de visiones personales, puestas en escena, declaraciones, opiniones y puntos de vista de quienes manejan la agenda temática desde el capricho personal, desde la incapacidad para entender el mundo más allá de sus propias percepciones.

Lo poco y fragmentado que conocemos de la realidad se lo debemos a lo que los medios nos dicen y no a nuestra propia comprobación. Esto, que es un escenario que se vive cada día, hace imposible mantener los imprescindibles puentes de confianza y credibilidad entre el público y la prensa, contribuye a que la sociedad esté asistiendo al entierro de una manera vetusta y malintencionada de hacer periodismo desde los medios y aleja de los medios al público crítico.

La distancia se profundiza cuando este ciudadano, consciente de sus derechos, exige a los medios y a los periodistas honestidad, rigor, equilibrio, pluralismo, contextualización y profundidad en sus propuestas temáticas y en el tratamiento de sus contenidos. Y entonces se produce una ruptura de mundos, una fisura entre perspectivas reales (lo que sucede afuera) y perspectivas creadas (lo que en las salas de redacción creen que sucede).

El maestro Kapuscinski ya lo advirtió: “Desde el desarrollo de los medios de comunicación en la segunda mitad del siglo XX, estamos viviendo dos historias distintas: la de la verdad y la creada por los medios (…). Nuestro conocimiento de la historia no se refiere a la historia real sino a la creada por los medios (…). Los medios de comunicación, la televisión, la radio, están interesados no en reproducir lo que sucede sino en ganar a la competencia. En consecuencia, los medios de comunicación crean su propio mundo y ese mundo suyo se convierte en más importante que el real”. [iv]

Lawrence Wenner, citado por el norteamericano Maxwell McCombs, refuerza esa tesis: “Nuestro sentido cultural de lo que es nuevo e importante –nuestra agenda cultural- procede en gran parte de lo que vemos en la televisión[v] y, por extensión, de lo que escuchamos y leemos en los distintos medios porque la dinámica actual de la construcción de contenidos se basa en lo que dice la televisión, en la manera cómo lo dice la televisión: basta recorrer las páginas de la mayoría de periódicos locales, nacionales y extranjeros para comprobar cómo en estos tiempos domina la tendencia a lo breve, lo corto, lo sintético, lo puntual, lo rápido. La prensa escrita libra su batalla en el terreno que el enemigo le propone. Y |como este enemigo (la televisión) domina el escenario, es el medio que se vuelve referente de sus competidores de audio y de papel. Lo superficial y lo obvio, sumados a la falta de contexto, seguimiento e investigación, reinan en los contenidos noticiosos contemporáneos y dejan huérfano al ciudadano interesado en entender mejor y de manera profunda su propia historia.

Desde una mirada ingenua esperaríamos que quienes tienen en sus manos los medios se manejaran con implacable sentido de justicia y equidad respecto del público al que se dirigen, que se impusieran un compromiso de servicio al conjunto de la sociedad, que trabajen con criterios ajustados estrictamente a los intereses y urgencias de la gente común, que su pensamiento, talento y capacidad profesional fortaleciese la construcción de una sociedad de justicia, democracia, bienestar y desarrollo.

Pero esta esperanza, como estamos viendo, es un ideal que yace bajo el peso de lo abrupto y consolidado: enfrentados a la urgencia de competir contra sus  propios espejos y cegados por el arrollador embrujo de la televisión y su acción depredadora respecto del pensamiento, el análisis y la razón, aquellos medios y periodistas incapaces de indagar cómo llegar a sus públicos y poco dispuestos a moverse el piso y cambiar, han perdido el rumbo y no parecen entender las consecuencias sociales de sus prácticas, no parecen asumir la responsabilidad sobre el impacto masivo que produce lo que dicen y lo que callan, no parecen comprender el nefasto rol que desempeñan en la vida de una colectividad.

Es cierto que al periodismo le acechan innumerables y terribles amenazas como las supuestas o verdaderas censuras, restricciones a la libertad de prensa, controles estatales, etc., pero la peor amenaza emerge de la propia estructura de los medios tradicionales en los cuales el deseo de poder, por su misma naturaleza y porque viene del interés y ambición de controlar lo que consideran la realidad noticiable.

Mediante la farandulización de sus agendas y el vaciamiento de sus contenidos, hoy los medios ganan dinero y popularidad y se convierten en decisivos actores de la vida política y económica e influyentes “líderes sociales” de una manera distorsionada y frívola de entender la realidad y vivirla.

El problema trae graves implicaciones pues, evidentemente, ese tipo de medios y periodistas funcionan en el objetivo de frenar el avance del nivel de conciencia y la capacidad del ciudadano para pensar, discernir y optar.

Sostenemos, por tanto, que la sobredimensión del poder mediático es inversamente proporcional a la calidad de la democracia en una sociedad: si los medios se sirven a sí mismos y no resultan útiles como herramientas y espacios para la reflexión colectiva sobre los temas que importan a la sociedad, no cumplen una de sus funciones esenciales: la educación. Y al no cumplir con esta función esencial dejan a un lado su esencia original y, más bien, se convierten en la fuente de un analfabetismo cívico generalizado incapaz de construir una mejor democracia.

Como dice Fernando Savater, la educación cívica es la que nos faculta vivir políticamente con los demás en la ciudad democrática, participando en la gestión prioritaria de los asuntos públicos y con capacidad para distinguir entre lo justo y lo injusto (…). El auténtico problema de la democracia no consiste en el habitual enfrentamiento entre una mayoría silenciosa y una minoría reinvindicativa o locuaz sino en el predominio general de la marea de la ignorancia. ¿Qué otra cosa puede contribuir mejor a resolverlo que la educación cívica? La primera asignatura de esa educación debe consistir en enseñar a deliberar y en dotar de los medios imprescindibles para la deliberación a los ciudadanos neófitos. Preparar para la deliberación consiste en formar caracteres humanos susceptibles de persuasión: es decir, capaces de persuadir y dispuestos a ser persuadidos (…), una educación cívica que les permita participar en la gestión de lo común. (No hay que olvidar que) uno de los derechos fundamentales de todo hombre, junto a la libertad, es tener los medios intelectuales para ejercer esa libertad”. [vi]

Por lo tanto, incluso si aceptáramos que la prensa es un poder y que, supuestamente, los medios no pueden desvincularse de esa condición, ese mismo poder debiera tomar conciencia de su papel como promotor de libertades y suscitador de pensamiento y no como distorsionador o fragmentador de realidades según convengan a sus intereses.

Debiera, en consecuencia, situarse en el nivel del ciudadano común para entenderlo mejor y acercarse con más exactitud a sus requerimientos, necesidades y sueños colectivos.

Por eso, aunque suene paradójico, la mejor prensa es la que pudiendo manejar poder prescinde de ese poder.

Lo explica Enrique Gil Calvo: “Una prensa con poder no es una prensa libre. Para que se la considere libre ha de ser una prensa libre del poder y ha de ser una prensa sin poder. Pero si se traiciona a sí misma y se vende o somete al poder, o abusa en interés propio de su mismo poder, deja de ser una prensa libre. Esta es la auténtica traición de los periodistas, que les lleva a politizarse en el peor sentido de la palabra, ya sea la traición achacable a su debilidad frente al poder político o a su propia voluntad de poder. Por supuesto, la ambición política es legítima, por maquiavélica que parezca, pero la voluntad de poder ha de servirse de medios políticos y no periodísticos. Cuando se mezclan las dos esferas, que siempre debieran estar separadas para mantener su recíproca independencia, acaban por confundirse e identificarse entre sí. Y cuando la prensa se identifica con el poder y lo hace suyo, traiciona la libertad de informar y pierde su propia libertad”.[vii]

A la prensa honesta le corresponde empoderar al ciudadano, no empoderarse ella misma. La ética mediática, por llamarla de una manera y si fuera posible su convivencia con el mal llamado “cuarto poder”, tendría que apuntar al empoderamiento del ciudadano para que este deje de ser objeto de la acción política y económica de quienes lo gobiernan y se vuelva sujeto social proactivo e inteligente en la estructuración de una sociedad y un estado más equitativos.

La clave está, por tanto, en que la prensa honesta sea capaz de trasladar su poder al ciudadano. En que las salas de redacción transparenten sus vacíos y debilidades y se fortalezcan sobre la base de pensar en los demás, en los de afuera, no en ellas mismas. Armar agendas propias que sean capaces de explicar al país lo que es el país, explicar a la sociedad lo que es la sociedad haciendo el esfuerzo de saltar al otro lado y contar los hechos desde allí y desde los más diversos actores.

La falta de una agenda propia y la ineptitud para explicar los contextos y los procesos bloquea el crecimiento intelectual y espiritual de la audiencia. Un lector que no entienda esos contextos y procesos se vuelve abúlico, resignado, y, en consecuencia, lo que hacen los medios es fabricar un ciudadano conformista incapaz de transformar la realidad. 

Por lo mismo, si la prensa cumpliera su verdadero papel en una sociedad en construcción, su influencia fuera profundamente significativa en la dinámica de esa sociedad. Como recuerda el intelectual colombiano Germán Rey: “El ideal de los medios está unido a la imaginación social de la democracia. Los medios, permiten una deliberación contenida, liberada, múltiple, abierta, procesal, como es la vida siempre y cuando se mantenga la independencia, se colabore en una cultura del discernimiento, se guarden las proporciones y el  balance en las informaciones, se verifique hasta el exceso y se reconozca a diario que la verdad nunca es un dato sino un proceso construido”.[viii]

Aunque es importante precisar que “no siempre los medios apuntalan la democracia, (también es clave entender que) siempre son fundamentales para ella (…). Es un debate que debe hacerse también al interior de los propios medios, a veces impermeables a la crítica que ellos mismos hacen a otros. (Como recuerda Roland Barthes,) el poder está infiltrado en los más finos mecanismos de la vida social: en los deportes, en la política y hasta en los deseos liberadores de aquellos que tratan de impugnarlo. El periodismo no solo está frente al poder. Es también un poder. Pero lo que se resalta es precisamente la importancia de la independencia y su vigilancia sobre todos los poderosos por igual. Una tarea que es tan peligrosa como los riesgos que la acechan: las presiones de los intereses económicos, las seducciones de los gobernantes, el unanimismo de los eufóricos, la rabia de los intolerantes”.[ix]

Una prensa libre y democrática que ejerza esa libertad y democracia incluso dentro de sus salas de redacción tiene que aportar a la construcción del poder ciudadano para que este le devuelva los resultados de esa arquitectura y la fortalezca desde afuera.

Si la prensa honesta y autocrítica cumple esa función será capaz de renunciar a su poder de forma consciente o inconsciente, tangible o abstracta, pero siempre en función de representar, reflejar y expresar la riqueza, la diversidad, la multiplicidad y el espesor cívico del ejercicio ciudadano.

Una prensa libre y democrática debe ser consistente, amplia, abierta a todo tipo de pensamiento y dispuesta a tolerar los puntos de vista más diversos, incluso los que confrontan su línea editorial. Sin miedo a la discrepancia y al debate apasionado y fecundo, esa prensa será capaz de entregar al lector, al ciudadano, elementos de interpretación de la realidad, en especial elementos que ese lector desconoce, para que renueve lo caduco y refuerce lo pertinente.

Mar de Foncuberta sostiene que “han sido tres las tradicionales fuentes del periodismo: la de informar (reflejar la realidad); la de formar (interpretarla) y la de entretener (ocupar el ocio). En cualquier caso, lo fundamental reside en la mediación entre las diversas instancias de la sociedad y los distintos públicos. Según Gomis, el periodismo interpreta la realidad social para que la gente pueda entenderla, adaptarse a ella y modificarla. Dicha interpretación tiene dos niveles: una interpretación de primer grado que nos dice qué ha pasado- descriptiva-, con lo que obtenemos el producto comúnmente llamado información, y una interpretación de segundo grado que nos permite situar un hecho dado como noticia en el contexto social y analizar qué significa lo que ha pasado: es decir, evaluativa.

“A las tres funciones clásicas hay que añadir en la actualidad una cuarta: la tematización. Por tematización se entiende el mecanismo de formación de la opinión pública en el seno de la sociedad posindustrial a través del temario (que proponen) los medios de comunicación. Denominamos temario al conjunto de contenidos informativos y noticiosos existentes en un medio (…). La suma y análisis de los sucesivos temarios acaba definiendo la personalidad de cada medio”
.[x]

Una lectura ecuatoriana

Poder, democracia, ciudadanía y medios son elementos íntimamente ligados. Su interrelación puede llevar a edificar una sociedad más justa o consolidar formas de participación inequitativas y excluyentes.

En el caso ecuatoriano, frente a la actual coyuntura en la cual los paradigmas ideológicos han dado un vuelco y los ejes de acción tienen nuevos protagonistas en lo político y en lo social, planteamos que un país que se apresta a cambiar la estructura estatal y, en consecuencia, renovar sus formar de poder político y ampliar el abanico democrático, demanda cambios en los medios, en especial en la actitud filosófica y en la forma de entender la ética con la que trabajan.

¿De dónde tendrán que venir esos cambios? Sin duda, desde el propio periodismo.  Reto histórico que demanda una profunda autocrítica, una minuciosa autorregulación, una conciencia clara de lo que se debe hacer pero, antes de eso, una certeza de lo que no se puede seguir haciendo.

Hay que admitir que en la mayoría de medios algo grave está ocurriendo. Con frecuencia los periodistas nos colocamos a distancia de los hechos y nos arrimamos demasiado a las opiniones.

Armamos las agendas cotidianas sin considerar la diversidad de las demandas informativas del público.

Creemos que nuestra lectura particular de la realidad es la lectura general de la realidad.

Imaginamos escenarios a partir de percepciones pero olvidamos que una percepción individual es tan solo una mirada subjetiva y fragmentada de lo que ocurre afuera, lejos de las salas de redacción.

Priorizamos en las agendas informativas temas de la política, la economía, la comunidad,  el deporte, la cultura y la farándula desde el punto de vista de los actores  convencionales, en especial desde las perspectivas de los distintos poderes tradicionales.

Debemos repensar el periodismo. Repensar los métodos para hacer periodismo. Las reflexiones y la autocrítica en las salas de redacción apuntarán en la dirección correcta solo si ellas son fruto de análisis democráticos, maduros, suspicaces, agudos, profundos y contextuales de lo que ocurre  en la sociedad. La autocrítica solo tendrá sentido si aprendemos de ella y no nos empantanamos en el autoflagelamiento y la culpa.

Los periodistas debemos aprender a leer la realidad, la coyuntura y los procesos desde sus propias dinámicas y no desde nuestra burbuja.

La corrupción, los intereses mezquinos, la negligencia y la incapacidad de los líderes políticos impidieron al Ecuador conseguir los más elementales acuerdos para avanzar en la dirección de la justicia, la democracia y el progreso colectivos. Ese esquema de país, esa estructura estatal ha quedado en ruinas.

Un nuevo modelo de ciudadano parece emerger entre los escombros de aquella torre de Babel que el pasado 30 de septiembre, estrepitosamente, ha terminado de caer.

Los medios y los periodistas necesitamos renovar nuestra manera de leer lo que exige ese ciudadano. Necesitamos tender puentes con los sueños, proyectos y demandas de ese ciudadano.


Escuchemos a Stella Martini:“El periodismo debe hacer una evaluación constante de los efectos de su labor y de la reflexión sobre el estado de la noticia en relación con las necesidades y los intereses de la sociedad. El periodista precisa también una actualización permanente que le permita ver y entender las tendencias que cruzan las sociedades contemporáneas, los nuevos mapas de problemas, que le exige una tarea constante de documentación y de manejo de fuentes muy diversas, y un trabajo sobre el propio discurso que lo aleje del peligro del binarismo (acontecimientos blancos o negros), construcción que pareciera facilitar la interpretación de hechos complejos. Numerosos trabajos, muchos de ellos originados en el propio ámbito periodístico, afirman la necesidad de cambios y ajustes en las agendas noticiosas en términos de favorecer y contribuir al debate público y a la reinvindicación del lugar del ciudadano”.[xi]

Prensa crítica y poder

A la par de que la prensa renuncia a su poder y cede ese poder al ciudadano, es necesario que la sociedad aprenda a distinguir entre una prensa crítica y una prensa en crisis.

La prensa crítica es responsable. Contribuye a la construcción de un país democrático, diverso, consensual, reflexivo, analítico y tolerante. Junto a sus audiencias lucha contra la corrupción y quienes están detrás de ella (partidocracia, poder económico, intereses estratégicos internacionales, ciertos sindicatos, cierta fuerza pública, cierta jerarquía religiosa).

Una prensa en crisis es irresponsable. Contribuye al analfabetismo político de la sociedad, a la desazón general, a la espiral del caos, a la violencia, a la pérdida de credibilidad en las instituciones, al desprestigio de las ideas sociales, a la satanización de la política y los políticos, a la insensibilidad humana, a la frivolidad, al humor burdo.

Una prensa crítica pone en escena los problemas del país con serenidad, calidad y profundidad. Es equilibrada e inteligente. Contextualiza los hechos, intenta ubicarlos en su real dimensión, muestra antecedentes y consecuencias, investiga cada detalle, no es ingenua, no cae en la trampa de los maquiavélicos con máscara de víctimas.

Una prensa en crisis pone en escena los problemas del país sin pensar en los graves efectos sociales que puede generar una información mal hecha, escandalosa, prejuiciosa, sin equilibrio, con fuentes no confrontadas. Su agenda y su distribución temática tiene una prioridad: hacer daño o ganar raiting.

Una prensa crítica no se deja manipular ni influir. No se considera “cuarto poder” ni intenta dar lecciones de conducta a la sociedad. Es, antes que crítica, autocrítica: reconoce sus errores, trabaja en sus limitaciones, acepta observaciones, no se cree infalible y está en permanente renovación de sus valores democráticos, cívicos y éticos.

Una prensa en crisis se deja manipular e influir. Se considera “cuarto poder” y desde el punto de vista de las excluyentes elites económicas y políticas intenta dar lecciones de conducta a la sociedad. No es autoanalítica, no reconoce sus errores, se cree intocable y olvida que la credibilidad tiene directa relación con sus valores democráticos, cívicos y éticos.

Una prensa crítica hace pedagogía social. Educa. En ella se reflejan los ciudadanos para debatir con franqueza, expresarse con libertad, integrar un abanico temático e ideológico que refleje todas las corrientes.

Una prensa en crisis no hace pedagogía social. Maleduca. En ella caben la especulación, el sensacionalismo, los hechos mal contados, las fuentes interesadas, los estigmas, la discriminación, el regionalismo.

La prensa crítica asume su rol social e intenta cumplirlo en cada titular, texto, palabra, noticia, opinión. La prensa en crisis no asume su rol social y bloquea el desarrollo nacional y el pensamiento colectivo. Ambas tienen el derecho a exigir cuentas a los gobernantes, pero ambas también deben rendir cuentas a sus audiencias: la opción es quién hace periodismo desde la gente común para la gente común y quién hace periodismo desde el poder para el poder. Los ciudadanos sabrán elegir a quién creer y a quién ignorar.


Quito-Loja, 16 de octubre de 2007.



* Ponencia presentada en el III COMLAC



[i] Randall, David. “El periodista universal”. Siglo XXI Editores, Madrid, 1999.

[ii] Martini, Stella. “Periodismo, noticia y noticiabilidad”. Norma, Bogotá, 2000.

[iii] Randall, David. “El periodista universal”. Siglo XXI Editores, Madrid, 1999.

[iv] Kapuscinski, Ryszard. “Los cínicos no sirven para este oficio”. Anagrama, Barcelona, 2002.

[v] McCombs, Maxwell. “Estableciendo la agenda”. Paidós, Barcelona, 2006.

[vi] Savater, Fernando. “El valor de elegir”. Ariel, Barcelona, 2003.

[vii] Gil Calvo, Enrique y otros. “Repensar la prensa”. Debate, Madrid, 2002.

[viii] Abad Faciolince, Héctor y otros. “Poder y medio”. Aguilar, Bogotá, 2004.

[ix] Abad Faciolince, Héctor y otros. Op. Cit.

[x] Fontcuberta, Mar de. “La noticia, pistas para percibir el mundo”. Paidós, Barcelona/B. Aires, 1993.

[xi] Martini, Stella. “Periodismo, noticia y noticiabilidad”. Norma, Bogotá, 2000.

https://www.alainet.org/es/articulo/123833

Del mismo autor

Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS