Difícil coyuntura para Calderón, el frente europeo abierto por Chávez
12/11/2007
- Opinión
El encuentro escenificado en la última sesión de la Cumbre Iberoamericana de jefes de Es-tado fue algo más que una de las expresiones de la democracia intolerante –cargadas no obstante de verdades-- del presidente de Venezuela Hugo Chávez, un exabrupto del rey de España Juan Carlos de Borbón o un intento fallido del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, de hacer la defensa de su antecesor José María Aznar, de quien recibe casi a diario ataques de resentimiento por la derrota electoral que el socialista le pro-pinó cuando el pueblo ibérico advirtió la mentira que se le quería hacer creer en torno al origen de los atentados del 11 de marzo de 2002.
La violencia verbal estallada en la sede del encuentro iberoamericano tampoco fue una recrudescencia trasnochada del antihispanismo de antiguas colonias, por más que la actitud del monarca Borbón, al mandar callar a Chávez, podría ser considerada como una reminis-cencia del autoritarismo colonial frente a una América Latina insubordinada, no ya contra la dominación de la madre patria, sino en rechazo a una nueva modalidad de sometimiento, ahora económico y neoliberal.
Pues el rey Juan Carlos no sólo escuchó denuestos del venezolano contra Aznar por su apoyo al golpe militar que lo retiró de la presidencia por 48 horas en abril de 2002, sino también críticas de los presidentes de Nicaragua, Daniel Ortega, y de Bolivia, Evo Morales, sobre los efectos negativos que en esos países –y en otros del Continente— ha tenido la operación privada, con inversión española, de servicios públicos como el agua y la electri-cidad.
El incidente de Santiago de Chile tiene sin duda otras implicaciones, además de las previ-sibles consecuencias diplomáticas, en la relación entre un grupo cada vez mayor de países latinoamericanos y España, y con ella las naciones integrantes de la Unión Europea. Es también la reiteración, expresada de manera ríspida, de una postura anti neoliberal que no sólo preocupa al llamado Viejo Continente, sino al centro más poderoso de la economía de mercado, Estados Unidos.
El altercado en Santiago plantea además un dilema para otros países del área, México en primer lugar, en su intento por restablecer las relaciones con Cuba, Venezuela y Bolivia, es decir, con los adelantados del rechazo al neoliberalismo y a las fórmulas del Fondo Mone-tario Internacional y el Banco Mundial, organismos con los cuales esos gobiernos tienen rota toda relación, en tanto que otros se desprenden también paulatinamente de su control. Ausente en la Cumbre por la prioridad de atender la ayuda por los daños de las inundacio-nes en Tabasco y los destrozos en Chiapas, el presidente Felipe Calderón encomendó a su canciller Patricia Espinosa la misión de entablar con los dirigentes de esos tres países un diálogo tendiente a zanjar los enfrentamientos provocados por su antecesor Vicente Fox, heraldo desembozado que fue del fallido proyecto de una asociación de libre comercio bajo la égida de Estados Unidos, el ALCA.
Los buenos deseos de Calderón enfrentan una realidad puesta de manifiesto de manera abrupta en el encontronazo de la Cumbre en Chile. Los países que integran la definición socialista de América Latina están dispuestos a llevar adelante proyectos con un alto conte-nido de independencia frente a la hegemonía norteamericana, aceptada por Europa, y en busca de una integración en lo económico, lo político y lo social. Es una nueva concepción de la línea socialista, diferente a la seguida por otros gobiernos con similar etiqueta. En Francia, el presidente François Mitterrand terminó abrazando la economía de mercado cuando se convenció de que Europa seguía esa dirección, y en España Rodríguez Zapatero ejecuta el mismo giro.
El presidente Calderón está enfrentando ya, a partir del incidente en Chile, una realidad que lo obligará, tarde o temprano, a una definición en el dilema: solidarizarse con la nueva co-rriente del socialismo latinoamericano, en consecuencia con sus expresiones frente a Cuba, Venezuela, Bolivia y la Argentina de los Kirchner, o seguir la línea neoliberal que necesa-riamente será indicada con todo rigor por la dirección norteamericana. Por lo pronto las expresiones de Hugo Chávez encontraron el respaldo del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, quien de inmediato en uno de sus artículos calificó la crítica del venezolano como “demoledora” en contra de una Europa “que pretendió dar lecciones de rectoría” en la Cumbre Iberoamericana. El frente europeo está abierto.
Comprometido en una de la nada desinteresada ayuda dentro de la llamada iniciativa Méri-da, Calderón deberá comprender que en esa difícil coyuntura, más allá de las palabras y las promesas de reconciliación están los hechos, cuyo cumplimiento es la única forma de de-mostrar la sinceridad en los propósitos.
- Salvador del Río es periodista y escritor mexicano
La violencia verbal estallada en la sede del encuentro iberoamericano tampoco fue una recrudescencia trasnochada del antihispanismo de antiguas colonias, por más que la actitud del monarca Borbón, al mandar callar a Chávez, podría ser considerada como una reminis-cencia del autoritarismo colonial frente a una América Latina insubordinada, no ya contra la dominación de la madre patria, sino en rechazo a una nueva modalidad de sometimiento, ahora económico y neoliberal.
Pues el rey Juan Carlos no sólo escuchó denuestos del venezolano contra Aznar por su apoyo al golpe militar que lo retiró de la presidencia por 48 horas en abril de 2002, sino también críticas de los presidentes de Nicaragua, Daniel Ortega, y de Bolivia, Evo Morales, sobre los efectos negativos que en esos países –y en otros del Continente— ha tenido la operación privada, con inversión española, de servicios públicos como el agua y la electri-cidad.
El incidente de Santiago de Chile tiene sin duda otras implicaciones, además de las previ-sibles consecuencias diplomáticas, en la relación entre un grupo cada vez mayor de países latinoamericanos y España, y con ella las naciones integrantes de la Unión Europea. Es también la reiteración, expresada de manera ríspida, de una postura anti neoliberal que no sólo preocupa al llamado Viejo Continente, sino al centro más poderoso de la economía de mercado, Estados Unidos.
El altercado en Santiago plantea además un dilema para otros países del área, México en primer lugar, en su intento por restablecer las relaciones con Cuba, Venezuela y Bolivia, es decir, con los adelantados del rechazo al neoliberalismo y a las fórmulas del Fondo Mone-tario Internacional y el Banco Mundial, organismos con los cuales esos gobiernos tienen rota toda relación, en tanto que otros se desprenden también paulatinamente de su control. Ausente en la Cumbre por la prioridad de atender la ayuda por los daños de las inundacio-nes en Tabasco y los destrozos en Chiapas, el presidente Felipe Calderón encomendó a su canciller Patricia Espinosa la misión de entablar con los dirigentes de esos tres países un diálogo tendiente a zanjar los enfrentamientos provocados por su antecesor Vicente Fox, heraldo desembozado que fue del fallido proyecto de una asociación de libre comercio bajo la égida de Estados Unidos, el ALCA.
Los buenos deseos de Calderón enfrentan una realidad puesta de manifiesto de manera abrupta en el encontronazo de la Cumbre en Chile. Los países que integran la definición socialista de América Latina están dispuestos a llevar adelante proyectos con un alto conte-nido de independencia frente a la hegemonía norteamericana, aceptada por Europa, y en busca de una integración en lo económico, lo político y lo social. Es una nueva concepción de la línea socialista, diferente a la seguida por otros gobiernos con similar etiqueta. En Francia, el presidente François Mitterrand terminó abrazando la economía de mercado cuando se convenció de que Europa seguía esa dirección, y en España Rodríguez Zapatero ejecuta el mismo giro.
El presidente Calderón está enfrentando ya, a partir del incidente en Chile, una realidad que lo obligará, tarde o temprano, a una definición en el dilema: solidarizarse con la nueva co-rriente del socialismo latinoamericano, en consecuencia con sus expresiones frente a Cuba, Venezuela, Bolivia y la Argentina de los Kirchner, o seguir la línea neoliberal que necesa-riamente será indicada con todo rigor por la dirección norteamericana. Por lo pronto las expresiones de Hugo Chávez encontraron el respaldo del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, quien de inmediato en uno de sus artículos calificó la crítica del venezolano como “demoledora” en contra de una Europa “que pretendió dar lecciones de rectoría” en la Cumbre Iberoamericana. El frente europeo está abierto.
Comprometido en una de la nada desinteresada ayuda dentro de la llamada iniciativa Méri-da, Calderón deberá comprender que en esa difícil coyuntura, más allá de las palabras y las promesas de reconciliación están los hechos, cuyo cumplimiento es la única forma de de-mostrar la sinceridad en los propósitos.
- Salvador del Río es periodista y escritor mexicano
https://www.alainet.org/es/articulo/124196
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