La importancia de los no importantes
02/12/2007
- Opinión
En tiempos prenavideños, en los que los autores plagian a Voltaire y pregonan que Dios no pasa de ser un delirio de nuestras mentes, merece la pena recordar lo que dijo Dostoievski en el siglo 19: “Aunque me probaran que Jesús no estaba en la verdad, yo me quedaría con Jesús”.
Jesús tuvo muy poca importancia en su época, excepto para el grupo de sus discípulos. Fue un hombre desprovisto de valor agregado. Le agregan valor a una persona la función que ocupa (véase a los políticos), los que bienes que tiene (véase a los ricos), los títulos que ostenta (véase a los nobles y a los académicos), su lugar de origen (nacer en París o en Nueva York es, según algunos, mejor que nacer en Santana do Capim Seco).
En tiempos pasados el lugar de origen hacía las veces de apellido. Los evangelios se refieren a Jesús de Nazaret. ¿Qué importancia tenía Nazaret, pueblo al sur de Galilea? Era una pequeña aldea campesina de entre 200 y 400 habitantes, donde se cultivaban olivos, viñas y granos, como trigo y cebada. Sus casas eran de piedras rústicas amontonadas unas sobre otras, revestidas de barro o arcilla, o incluso de estiércol mezclado con paja para favorecer el aislamiento térmico.
La existencia de Nazaret nunca fue mencionada por los rabinos judíos en la Mixná o en el Talmud, aunque en ellos se citen otros 63 pueblos de Galilea. El historiador judío Flavio Josefo, del siglo 1º, cita 45 localidades de Galilea y no aparece Nazaret. Así como tampoco figura en todo el Antiguo Testamento. El catálogo bíblico de las tribus de Zabulón enumera 15 localidades de la Baja Galilea, próxima a Nazaret, pero ésta no es citada (Josué 19,10-15).
Nazaret era un lugar tan insignificante que Natanael, invitado a hacerse discípulo “de aquel del que escribieron Moisés, en la Ley, y los profetas: Jesús, el hijo de José, de Nazaret”, pregunta con ironía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1,45-46).
Nazaret dista un poco menos de 17 kilómetros de Séforis, que fue capital de Galilea antes de que Herodes Antipas construyera su Brasilia de la época en homenaje al emperador Tiberio César: Tiberíades, en la orilla del lago de Galilea. Es probable que José y su hijo Jesús hayan trabajado en las construcciones de Séforis y Tiberíades. Es curioso constatar que Jesús nunca se quedó en esta última ciudad, a pesar de que se le vio con frecuencia en otras localidades de la orilla del lago, como Cafarnaum. Quizás la ostentación de la capital de Galilea le causara repulsa.
La misma familia de Jesús no lo miraba con buenos ojos, como sucede con relación a los hijos que se evaden de las previsiones paternas. Según Marcos (3,19-21), cuando Jesús regresó a casa “se apiñó la multitud, hasta el punto de que no podían ni comer”. Y cuando los suyos se dieron cuenta de eso salieron para llevárselo porque decían que había ‘enloquecido’. Para la cultura de la época, enfermedad y posesión del demonio eran casi sinónimos.
Y prosigue Marcos, el primer evangelista: “Entonces llegaron la madre y sus hermanos y, quedándose fuera, mandaron a llamarlo. Había una multitud sentada a su alrededor. Le dijeron: ‘Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan’. Él preguntó: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y recorriendo con la vista a los que estaban sentados a su alrededor dijo: ‘Quien hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (3,31-35).
El intento de difamar a Jesús es permanente. A fines del siglo 2º Celso, filósofo griego, escribió contra el cristianismo en defensa del paganismo: “Imaginemos lo que algún judío -sobre todo si es filósofo- podría preguntarle a Jesús: “¿No es cierto, buen señor, que usted inventó la historia de su nacimiento de una virgen para acallar los rumores acerca de las verdaderas y desagradables circunstancias de su origen? ¿No es cierto que, lejos de haber nacido en Belén, ciudad real de David, usted nació en un lugarejo pobre de una mujer que se ganaba la vida en un telar? ¿No es cierto que cuando su mentira fue descubierta, conociéndose que fue preñada por un soldado romano llamado Pantera, su marido, un carpintero, la abandonó bajo la acusación de adulterio? ¿No es cierto que, a causa de eso, en su desgracia anduvo errante lejos de su hogar y dio a luz un niño en silencio y en humillación? ¿Qué más? ¿No es cierto también que usted fue a Egipto a trabajar, aprendió hechicería y se hizo conocido por ello, hasta el punto de que ahora se exhibe entre sus paisanos?”
Vamos a entrar en el Adviento. ¿A quién esperamos? ¿A un joven ‘loco’ oriundo de una localidad insignificante o a Dios Salvador? La respuesta es sencilla; basta con mirar alrededor y preguntarnos qué importancia le damos a los actuales ‘nazarenos’: los sin tierra y los sin techo, los oprimidos y encarcelados, los funcionarios subalternos y las personas sin valor agregado. Según Mateo 25,31-46, en ellos es donde Jesús quiere ser reconocido, servido y amado. Es a través de ellos como el Dios Salvador entra en nuestras vidas.
- Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
Jesús tuvo muy poca importancia en su época, excepto para el grupo de sus discípulos. Fue un hombre desprovisto de valor agregado. Le agregan valor a una persona la función que ocupa (véase a los políticos), los que bienes que tiene (véase a los ricos), los títulos que ostenta (véase a los nobles y a los académicos), su lugar de origen (nacer en París o en Nueva York es, según algunos, mejor que nacer en Santana do Capim Seco).
En tiempos pasados el lugar de origen hacía las veces de apellido. Los evangelios se refieren a Jesús de Nazaret. ¿Qué importancia tenía Nazaret, pueblo al sur de Galilea? Era una pequeña aldea campesina de entre 200 y 400 habitantes, donde se cultivaban olivos, viñas y granos, como trigo y cebada. Sus casas eran de piedras rústicas amontonadas unas sobre otras, revestidas de barro o arcilla, o incluso de estiércol mezclado con paja para favorecer el aislamiento térmico.
La existencia de Nazaret nunca fue mencionada por los rabinos judíos en la Mixná o en el Talmud, aunque en ellos se citen otros 63 pueblos de Galilea. El historiador judío Flavio Josefo, del siglo 1º, cita 45 localidades de Galilea y no aparece Nazaret. Así como tampoco figura en todo el Antiguo Testamento. El catálogo bíblico de las tribus de Zabulón enumera 15 localidades de la Baja Galilea, próxima a Nazaret, pero ésta no es citada (Josué 19,10-15).
Nazaret era un lugar tan insignificante que Natanael, invitado a hacerse discípulo “de aquel del que escribieron Moisés, en la Ley, y los profetas: Jesús, el hijo de José, de Nazaret”, pregunta con ironía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1,45-46).
Nazaret dista un poco menos de 17 kilómetros de Séforis, que fue capital de Galilea antes de que Herodes Antipas construyera su Brasilia de la época en homenaje al emperador Tiberio César: Tiberíades, en la orilla del lago de Galilea. Es probable que José y su hijo Jesús hayan trabajado en las construcciones de Séforis y Tiberíades. Es curioso constatar que Jesús nunca se quedó en esta última ciudad, a pesar de que se le vio con frecuencia en otras localidades de la orilla del lago, como Cafarnaum. Quizás la ostentación de la capital de Galilea le causara repulsa.
La misma familia de Jesús no lo miraba con buenos ojos, como sucede con relación a los hijos que se evaden de las previsiones paternas. Según Marcos (3,19-21), cuando Jesús regresó a casa “se apiñó la multitud, hasta el punto de que no podían ni comer”. Y cuando los suyos se dieron cuenta de eso salieron para llevárselo porque decían que había ‘enloquecido’. Para la cultura de la época, enfermedad y posesión del demonio eran casi sinónimos.
Y prosigue Marcos, el primer evangelista: “Entonces llegaron la madre y sus hermanos y, quedándose fuera, mandaron a llamarlo. Había una multitud sentada a su alrededor. Le dijeron: ‘Tu madre y tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan’. Él preguntó: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y recorriendo con la vista a los que estaban sentados a su alrededor dijo: ‘Quien hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (3,31-35).
El intento de difamar a Jesús es permanente. A fines del siglo 2º Celso, filósofo griego, escribió contra el cristianismo en defensa del paganismo: “Imaginemos lo que algún judío -sobre todo si es filósofo- podría preguntarle a Jesús: “¿No es cierto, buen señor, que usted inventó la historia de su nacimiento de una virgen para acallar los rumores acerca de las verdaderas y desagradables circunstancias de su origen? ¿No es cierto que, lejos de haber nacido en Belén, ciudad real de David, usted nació en un lugarejo pobre de una mujer que se ganaba la vida en un telar? ¿No es cierto que cuando su mentira fue descubierta, conociéndose que fue preñada por un soldado romano llamado Pantera, su marido, un carpintero, la abandonó bajo la acusación de adulterio? ¿No es cierto que, a causa de eso, en su desgracia anduvo errante lejos de su hogar y dio a luz un niño en silencio y en humillación? ¿Qué más? ¿No es cierto también que usted fue a Egipto a trabajar, aprendió hechicería y se hizo conocido por ello, hasta el punto de que ahora se exhibe entre sus paisanos?”
Vamos a entrar en el Adviento. ¿A quién esperamos? ¿A un joven ‘loco’ oriundo de una localidad insignificante o a Dios Salvador? La respuesta es sencilla; basta con mirar alrededor y preguntarnos qué importancia le damos a los actuales ‘nazarenos’: los sin tierra y los sin techo, los oprimidos y encarcelados, los funcionarios subalternos y las personas sin valor agregado. Según Mateo 25,31-46, en ellos es donde Jesús quiere ser reconocido, servido y amado. Es a través de ellos como el Dios Salvador entra en nuestras vidas.
- Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
https://www.alainet.org/es/articulo/124539
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