Bali, entre el ambientalismo neoliberal y la justicia climática
23/12/2007
- Opinión
Cuando le adviertes a la gente sobre los peligros del cambio climático, te llaman santo. Cuando les explicas qué hay que hacer para prevenirlo, te llaman comunista.
George Monbiot
La 13era. conferencia anual de Naciones Unidas sobre cambio climático, celebrada este mes en la isla de Bali, en Indonesia, ha puesto el calentamiento global de nuevo en primera plana. Es una buena ocasión para brindarle un poco de realismo a la discusión.
Para comenzar, el Protocolo de Kioto ha fracasado. Este pacto internacional para combatir el calentamiento global, que lleva diez años de firmado, llegó a nada, no solamente porque Estados Unidos lo boicoteó desde el mismo comienzo, o porque su texto proponía unas reducciones de emisiones de gases de invernadero patéticamente minúsculas. Es peor que eso. Fracasó porque todos los países continúan aumentando su consumo de combustibles fósiles como si no hubiera ningún problema.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), institución que compartió este año el Premio Nobel de la Paz con Al Gore, anuncia que tras la firma del Protocolo, las emisiones de CO2 no sólo han ido en aumento, sino que lo han hecho más rápidamente que nunca antes. Y todos los países son culpables. Según la Academia Nacional de las Ciencias de EE.UU., ningún país está reduciendo su dependencia de los combustibles fósiles.
Algunos optimistas mencionan la audaz intención del Gobierno británico de reducir sus emisiones en un 60% para 2050. Pero no entiendo cómo lo lograrán, si tienen planes de seguir operando sus minas de carbón -aunque sea con subsidios-, construir más plantas eléctricas de carbón, aumentar su extracción de petróleo del Mar del Norte y expandir el aeropuerto internacional de Heathrow.
Pero presumamos que lograrán su meta de 60% a tiempo. El educador ambiental George Monbiot señala que la meta de los británicos se basa en un informe publicado en 2000. Y ese informe está basado en un estimado publicado en 1995, el cual fundamenta sus datos en estudios publicados unos años antes. El Gobierno británico está actuando a base de datos científicos de hace al menos 15 años. En otras palabras, la meta de 60% no guarda relación alguna con el saber científico actual.
Estos son datos actuales: el IPCC determinó este año (no hace 15 años) que no se puede permitir que la temperatura promedio del planeta suba más de dos grados centígrado por encima de lo que era antes de la revolución industrial. Si rebasa ese umbral de dos grados, la capa de hielo sobre Groenlandia se derretirá irreversiblemente, los ecosistemas colapsarán, y las sequías mundiales podrían acabar con la agricultura y dejar a billones sin agua potable.
En otras palabras, si no nos ponemos las pilas hoy mismo, es muy improbable que el planeta vaya a poder sostener vida humana en las próximas décadas. Por lo tanto, calcula Monbiot, la supervivencia de la raza humana depende de que las emisiones sean reducidas a un 85% debajo de los niveles de 2000. Teniendo en cuenta el aumento poblacional, esto significa que para 2050 (con una población de 9 billones) las emisiones de Inglaterra deben reducirse en 95.9% y las de Estados Unidos en un 98.3%.
Pero hay estudios que dicen que tales recortes tampoco son suficientes. En octubre la revista científica Geophysical Research Letters publicó un estudio que sostiene que, para sobrevivir, la humanidad debe reducir sus emisiones a prácticamente cero.
El gurú ecologista James Lovelock ya prácticamente ha tirado la toalla. En su libro de 2006, ‘La venganza de Gaia’, pronostica que en décadas venideras la temperatura del planeta subirá entre 5 y 8 grados centígrado y billones morirán como consecuencia.
Uno se deprime, ¿no?
Mal comienzo
Es ante este panorama que se reunieron representantes de los gobiernos del mundo en el ambiente tropical de Bali. El propósito de la reunión era determinar qué arreglo internacional dará seguimiento al natimuerto Protocolo de Kioto, que expirará en 2012. Se supone que las partes lleguen a un acuerdo final en la conferencia sobre cambio climático de 2009, que será en Dinamarca.
Quedan dos años para eso, pero los negociadores ya han comenzado con el pie izquierdo. El resultado de Bali es peor todavía que el Protocolo de Kioto. No llegaron a ninguna meta ni fecha específica.
Los países pobres del Sur del mundo, que sufrirán los peores efectos del cambio climático, se llevaron la peor parte. Sus representantes argumentaron que no se les puede hacer ninguna exigencia, ya que los países industrializados continúan contaminando a su gusto. Se esperaba que al menos los países industrializados se comprometieran a facilitarle al Sur global una transferencia de tecnologías limpias y proporcionarles ayudas económicas para mitigar los efectos del calentamiento global. Lo de la ayuda económica es asunto de vida o muerte, ya que justo antes de empezar la conferencia de Bali el Programa de Desarrollo de la ONU anunció que harán falta decenas de billones de dólares para ayudar a los países pobres a enfrentar el alza en el nivel del mar y otros efectos catastróficos del cambio climático.
Pero ni esa ayuda se pudo gestionar. Todo quedó en promesas vagas sin fuerza de ley.
Los europeos tampoco salieron contentos, pues originalmente habían llegado a Bali proponiendo reducciones de emisiones de 25% a 40%. Pero las delegaciones de Estados Unidos, Canadá y Japón se encargaron obstinadamente de que esto no sucediera. Una postura un tanto contraria a la opinión pública en Estados Unidos, que está abrumadoramente a favor de que el gobierno tome acción contra el calentamiento global.
La intención de la administración Bush es sacar a la ONU del panorama para poner la discusión sobre cambio climático y seguridad energética en manos de Estados Unidos y un pequeño grupo selecto de gobiernos allegados, una iniciativa que lleva el elegante nombre de “Major Economies Meeting on Energy Security and Climate Change”. El proceso de este grupo ultraexclusivo se enfocará en soluciones tecnológicas y no en reducciones obligatorias de emisiones.
El mercado vs. “la aldea”
Pero, hey, no se puede decir que no se logró nada. El Protocolo estableció un mercado de compra y venta de derechos a contaminar. Los mecanismos de mercado “flexibles” del Protocolo permiten a los contaminadores evadir sus obligaciones de reducir sus emisiones, mediante lo que se conoce como el “comercio de carbono”.
Este nuevo comercio es parte del mercado emergente de “servicios ambientales”, cuyos partidarios alegan que puede canalizar las fuerzas del mercado y la propiedad privada para proveer incentivos económicos para la protección ambiental. No son pocos los ecologistas y pueblos indígenas que advierten que este comercio presagia una nueva ola de privatización de recursos naturales. Sostienen que tiene mucho que ver con sacarle dinero al calentamiento global y nada que ver con salvar el ambiente.
Pero aparte de delegados de gobiernos y mercaderes del ambientalismo neoliberal, había en la conferencia de Bali un tercer grupo, que protestaba y denunciaba y a la vez irradiaba un optimismo vital: la sociedad civil global.
Afuera de las salas de negociación, una amplia coalición de movimientos sociales y organizaciones civiles de Indonesia e internacionales instalaron una “Aldea de la solidaridad para un planeta sin calentamiento”. Según los organizadores, que incluyeron a organizaciones de derechos humanos, de pescadores, de mujeres, coaliciones contra los acuerdos comerciales y organizaciones internacionales como Vía Campesina y Amigos de la Tierra, fue “un espacio abierto para reunir a todos los hombres y mujeres, desde el este, oeste, norte y sur, que creen que el calentamiento global no puede ser abordado mediante soluciones de mercado y neoliberales. Creemos que las soluciones sólo pueden encontrarse con cambios fundamentales en la manera en que producimos, comerciamos y consumimos”.
En un comunicado conjunto, los pobladores de la Aldea temporera denunciaron que, en las negociaciones, “los países ricos e industrializados han ejercido una presión injustificable sobre los gobiernos del Sur para que se comprometan a reducir sus emisiones. Al mismo tiempo, se han negado a cumplir con sus obligaciones legales y morales de reducir drásticamente las emisiones y respaldar las iniciativas de los países en desarrollo para reducir las emisiones y adaptarse a los impactos climáticos. De nuevo, se está obligando a la mayoría del mundo a pagar por los excesos de una minoría”.
Saliéndole al paso al pesimismo, declararon que “el principal éxito de Bali está en el impulso que se ha generado en torno al movimiento mundial por la justicia climática”. Estas últimas dos palabras son claves, pues sintetizan la propuesta alternativa de la Aldea. Sus portavoces establecieron que la justicia climática requiere de los siguientes elementos:
* Transferencias económicas del Norte al Sur -por su responsabilidad histórica y deuda ecológica- para pagar los costos de adaptación y mitigación, desviando presupuestos militares, con nuevos impuestos y con la cancelación de la deuda.
* Dejar los combustibles fósiles bajo tierra e invertir en la eficiencia energética y en energías renovables, seguras, limpias y dirigidas por las comunidades.
* Una conservación de los recursos que se base en derechos y que haga valer los derechos territoriales indígenas y promueva la soberanía popular sobre la energía, los bosques, la tierra y el agua. Agricultura familiar sostenible y soberanía alimentaria de los pueblos.
* Reducción del consumo.
Esta última propuesta va al meollo del asunto. Si no se toman pasos en serio para reducir nuestro consumo de los recursos del planeta, cualquier acción para reducir el calentamiento global será una pérdida de tiempo.
Fuente: El Nuevo Día / 23 diciembre 2007
George Monbiot
La 13era. conferencia anual de Naciones Unidas sobre cambio climático, celebrada este mes en la isla de Bali, en Indonesia, ha puesto el calentamiento global de nuevo en primera plana. Es una buena ocasión para brindarle un poco de realismo a la discusión.
Para comenzar, el Protocolo de Kioto ha fracasado. Este pacto internacional para combatir el calentamiento global, que lleva diez años de firmado, llegó a nada, no solamente porque Estados Unidos lo boicoteó desde el mismo comienzo, o porque su texto proponía unas reducciones de emisiones de gases de invernadero patéticamente minúsculas. Es peor que eso. Fracasó porque todos los países continúan aumentando su consumo de combustibles fósiles como si no hubiera ningún problema.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), institución que compartió este año el Premio Nobel de la Paz con Al Gore, anuncia que tras la firma del Protocolo, las emisiones de CO2 no sólo han ido en aumento, sino que lo han hecho más rápidamente que nunca antes. Y todos los países son culpables. Según la Academia Nacional de las Ciencias de EE.UU., ningún país está reduciendo su dependencia de los combustibles fósiles.
Algunos optimistas mencionan la audaz intención del Gobierno británico de reducir sus emisiones en un 60% para 2050. Pero no entiendo cómo lo lograrán, si tienen planes de seguir operando sus minas de carbón -aunque sea con subsidios-, construir más plantas eléctricas de carbón, aumentar su extracción de petróleo del Mar del Norte y expandir el aeropuerto internacional de Heathrow.
Pero presumamos que lograrán su meta de 60% a tiempo. El educador ambiental George Monbiot señala que la meta de los británicos se basa en un informe publicado en 2000. Y ese informe está basado en un estimado publicado en 1995, el cual fundamenta sus datos en estudios publicados unos años antes. El Gobierno británico está actuando a base de datos científicos de hace al menos 15 años. En otras palabras, la meta de 60% no guarda relación alguna con el saber científico actual.
Estos son datos actuales: el IPCC determinó este año (no hace 15 años) que no se puede permitir que la temperatura promedio del planeta suba más de dos grados centígrado por encima de lo que era antes de la revolución industrial. Si rebasa ese umbral de dos grados, la capa de hielo sobre Groenlandia se derretirá irreversiblemente, los ecosistemas colapsarán, y las sequías mundiales podrían acabar con la agricultura y dejar a billones sin agua potable.
En otras palabras, si no nos ponemos las pilas hoy mismo, es muy improbable que el planeta vaya a poder sostener vida humana en las próximas décadas. Por lo tanto, calcula Monbiot, la supervivencia de la raza humana depende de que las emisiones sean reducidas a un 85% debajo de los niveles de 2000. Teniendo en cuenta el aumento poblacional, esto significa que para 2050 (con una población de 9 billones) las emisiones de Inglaterra deben reducirse en 95.9% y las de Estados Unidos en un 98.3%.
Pero hay estudios que dicen que tales recortes tampoco son suficientes. En octubre la revista científica Geophysical Research Letters publicó un estudio que sostiene que, para sobrevivir, la humanidad debe reducir sus emisiones a prácticamente cero.
El gurú ecologista James Lovelock ya prácticamente ha tirado la toalla. En su libro de 2006, ‘La venganza de Gaia’, pronostica que en décadas venideras la temperatura del planeta subirá entre 5 y 8 grados centígrado y billones morirán como consecuencia.
Uno se deprime, ¿no?
Mal comienzo
Es ante este panorama que se reunieron representantes de los gobiernos del mundo en el ambiente tropical de Bali. El propósito de la reunión era determinar qué arreglo internacional dará seguimiento al natimuerto Protocolo de Kioto, que expirará en 2012. Se supone que las partes lleguen a un acuerdo final en la conferencia sobre cambio climático de 2009, que será en Dinamarca.
Quedan dos años para eso, pero los negociadores ya han comenzado con el pie izquierdo. El resultado de Bali es peor todavía que el Protocolo de Kioto. No llegaron a ninguna meta ni fecha específica.
Los países pobres del Sur del mundo, que sufrirán los peores efectos del cambio climático, se llevaron la peor parte. Sus representantes argumentaron que no se les puede hacer ninguna exigencia, ya que los países industrializados continúan contaminando a su gusto. Se esperaba que al menos los países industrializados se comprometieran a facilitarle al Sur global una transferencia de tecnologías limpias y proporcionarles ayudas económicas para mitigar los efectos del calentamiento global. Lo de la ayuda económica es asunto de vida o muerte, ya que justo antes de empezar la conferencia de Bali el Programa de Desarrollo de la ONU anunció que harán falta decenas de billones de dólares para ayudar a los países pobres a enfrentar el alza en el nivel del mar y otros efectos catastróficos del cambio climático.
Pero ni esa ayuda se pudo gestionar. Todo quedó en promesas vagas sin fuerza de ley.
Los europeos tampoco salieron contentos, pues originalmente habían llegado a Bali proponiendo reducciones de emisiones de 25% a 40%. Pero las delegaciones de Estados Unidos, Canadá y Japón se encargaron obstinadamente de que esto no sucediera. Una postura un tanto contraria a la opinión pública en Estados Unidos, que está abrumadoramente a favor de que el gobierno tome acción contra el calentamiento global.
La intención de la administración Bush es sacar a la ONU del panorama para poner la discusión sobre cambio climático y seguridad energética en manos de Estados Unidos y un pequeño grupo selecto de gobiernos allegados, una iniciativa que lleva el elegante nombre de “Major Economies Meeting on Energy Security and Climate Change”. El proceso de este grupo ultraexclusivo se enfocará en soluciones tecnológicas y no en reducciones obligatorias de emisiones.
El mercado vs. “la aldea”
Pero, hey, no se puede decir que no se logró nada. El Protocolo estableció un mercado de compra y venta de derechos a contaminar. Los mecanismos de mercado “flexibles” del Protocolo permiten a los contaminadores evadir sus obligaciones de reducir sus emisiones, mediante lo que se conoce como el “comercio de carbono”.
Este nuevo comercio es parte del mercado emergente de “servicios ambientales”, cuyos partidarios alegan que puede canalizar las fuerzas del mercado y la propiedad privada para proveer incentivos económicos para la protección ambiental. No son pocos los ecologistas y pueblos indígenas que advierten que este comercio presagia una nueva ola de privatización de recursos naturales. Sostienen que tiene mucho que ver con sacarle dinero al calentamiento global y nada que ver con salvar el ambiente.
Pero aparte de delegados de gobiernos y mercaderes del ambientalismo neoliberal, había en la conferencia de Bali un tercer grupo, que protestaba y denunciaba y a la vez irradiaba un optimismo vital: la sociedad civil global.
Afuera de las salas de negociación, una amplia coalición de movimientos sociales y organizaciones civiles de Indonesia e internacionales instalaron una “Aldea de la solidaridad para un planeta sin calentamiento”. Según los organizadores, que incluyeron a organizaciones de derechos humanos, de pescadores, de mujeres, coaliciones contra los acuerdos comerciales y organizaciones internacionales como Vía Campesina y Amigos de la Tierra, fue “un espacio abierto para reunir a todos los hombres y mujeres, desde el este, oeste, norte y sur, que creen que el calentamiento global no puede ser abordado mediante soluciones de mercado y neoliberales. Creemos que las soluciones sólo pueden encontrarse con cambios fundamentales en la manera en que producimos, comerciamos y consumimos”.
En un comunicado conjunto, los pobladores de la Aldea temporera denunciaron que, en las negociaciones, “los países ricos e industrializados han ejercido una presión injustificable sobre los gobiernos del Sur para que se comprometan a reducir sus emisiones. Al mismo tiempo, se han negado a cumplir con sus obligaciones legales y morales de reducir drásticamente las emisiones y respaldar las iniciativas de los países en desarrollo para reducir las emisiones y adaptarse a los impactos climáticos. De nuevo, se está obligando a la mayoría del mundo a pagar por los excesos de una minoría”.
Saliéndole al paso al pesimismo, declararon que “el principal éxito de Bali está en el impulso que se ha generado en torno al movimiento mundial por la justicia climática”. Estas últimas dos palabras son claves, pues sintetizan la propuesta alternativa de la Aldea. Sus portavoces establecieron que la justicia climática requiere de los siguientes elementos:
* Transferencias económicas del Norte al Sur -por su responsabilidad histórica y deuda ecológica- para pagar los costos de adaptación y mitigación, desviando presupuestos militares, con nuevos impuestos y con la cancelación de la deuda.
* Dejar los combustibles fósiles bajo tierra e invertir en la eficiencia energética y en energías renovables, seguras, limpias y dirigidas por las comunidades.
* Una conservación de los recursos que se base en derechos y que haga valer los derechos territoriales indígenas y promueva la soberanía popular sobre la energía, los bosques, la tierra y el agua. Agricultura familiar sostenible y soberanía alimentaria de los pueblos.
* Reducción del consumo.
Esta última propuesta va al meollo del asunto. Si no se toman pasos en serio para reducir nuestro consumo de los recursos del planeta, cualquier acción para reducir el calentamiento global será una pérdida de tiempo.
Fuente: El Nuevo Día / 23 diciembre 2007
https://www.alainet.org/es/articulo/124912
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