Problemas en la Bóveda, no todos están celebrando Svalbard
26/02/2008
- Opinión
Después de meses de mucha publicidad, y con el apoyo aparentemente unánime de la comunidad científica, la “Bóveda Global de Semillas” fue oficialmente inaugurada en una isla en Svalbard, Noruega. Construida en el corazón de una montaña, la bóveda es básicamente una hielera gigante con capacidad para guardar cuatro millones y medios de muestras de semillas destinadas a responder a futuras necesidades de la humanidad. La idea es que si algún desastre de grandes proporciones afecta a la agricultura mundial, como una lluvia radioactiva después de una guerra nuclear, los países podrán recurrir a la bóveda para obtener semillas y reiniciar la producción de alimentos. Sin embargo este auto-proclamado “sistema de seguridad” para la biodiversidad de la cual depende la agricultura mundial es desafortunadamente un avance más de una estrategia más amplia destinada a convertir el almacenamiento ex situ (fuera de su lugar de origen, en bancos de semillas) en el mecanismo dominante -de hecho, en el único mecanismo- para la conservación de la diversidad de los cultivos. La bóveda crea un falso sentido de seguridad en un mundo en que la diversidad de los cultivos presentes en el campo continúa erosionándose y destruyéndose a una velocidad cada vez mayor, y aumenta los problemas de acceso que se presentan permanentemente al sistema ex situ internacional.
Supuestos equivocados
Cary Fowler, el director de la Global Crop Diversity Trust y uno de los principales artífices de la bóveda, dice que la iniciativa “rescatará las colecciones de los países en desarrollo con mayor importancia a nivel mundial de los 21 cultivos alimenticios más importantes”. Aunque es ciertamente necesario rescatar y proteger la diversidad de los cultivos, ya que ésta se está perdiendo de manera irreparable y con una rapidez alarmante, el confiar exclusivamente en el almacenamiento de semillas en congeladores no es solución alguna. Hay actualmente en el mundo 1500 bancos ex situ que en conjunto son incapaces de guardar y preservar la diversidad cultivada. Miles de muestras de semillas han muerto durante el almacenamiento, muchas otras han sido inutilizadas por falta de información básica acerca de ellas y un sinnúmero ha perdido características únicas o han sido contaminadas genéticamente durante procesos de multiplicación o rejuvenecimiento.
Esto ha acontecido en todo el sistema ex situ y no exclusivamente en los bancos de germoplasma de los países en desarrollo. Por tanto, el punto no es si se está a favor o en contra de los bancos de semillas, sino que se está dependiendo exclusivamente de una estrategia de conservación que sufre de muchos problemas intrínsecos.
El problema más profundo de concentrarse exclusivamente en el almacenamiento ex situ de semillas (problema que la bóveda refuerza) es que éste es fundamentalmente injusto. Es un sistema que recolecta semillas de variedades únicas entre las comunidades que originalmente las crearon, seleccionaron, protegieron y compartieron, y que luego las almacena y las hace inaccesibles para esas mismas comunidades. Lo lógica del sistema es que a medida que las variedades tradicionales son reemplazadas por otras nuevas provenientes de estaciones experimentales -semillas que supuestamente producen más para alimentar una población creciente- las semillas antiguas deben guardarse como “materia prima” para mejoramientos genéticos futuros. El sistema se olvida de que los campesinos y campesinas son histórica y actualmente los mayores mejoradores genéticos del planeta. Para tener acceso a las semillas, es necesario estar integrado a un marco institucional que la mayoría de los campesinos del planeta ni siquiera conoce. Dicho de manera simple, el conjunto de la estrategia ex situ responde a las necesidades de los científicos, no de los campesinos.
Además, el sistema opera bajo el supuesto que una vez que las semillas de los campesinos entran a algún sitio de almacenamiento, ellas pasan a pertenecer a alguien más, y definir y negociar derechos sobre ellas -como propiedad intelectual o algún otro derecho- es atribución de los gobiernos o de la misma industria semillera. En el caso de la mayoría de los llamados bancos de semillas públicos, se dice que las semillas son del “dominio público” o que están bajo la “soberanía nacional” (que más y más se traduce en propiedad estatal). El Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), que controla 15 bancos internacionales con los cultivos alimenticios de mayor uso en el mundo, incluso creó la figura legal de un “fideicomiso”, el que ejerce sobre las arcas del tesoro que constituyen las semillas campesinas, y que controla “a nombre de” la comunidad internacional, bajo los auspicios de la FAO Sin embargo, nunca se consultó a los campesinos que inicialmente entregaron la semillas si tales arreglos eran adecuados, y se los dejo totalmente fuera de los mecanismos del fideicomiso.
La nueva Bóveda de Svalbard encaja justo como la coronación de este entramado tan defectuoso y lleno de supuestos equivocados, exacerbando inevitablemente estos problemas. Debido a que es una colección de respaldo para situaciones de desastre, eleva los riesgos a nuevos extremos. Nadie sabe con certeza si la bóveda efectivamente mantendrá las semillas vivas, y su seguridad no ha sido comprobada. Sólo unos días antes de su inauguración, la región de Svalbard fue el epicentro del mayor terremoto en la historia de Noruega, a pesar que el estudio de factibilidad para la construcción de la bóveda indicaba que “no hay actividad volcánica o actividad sísmica significative”. Pero más preocupantes que cualquier asunto técnico son los asuntos relacionados con el acceso, cuyo control está en muy pocas manos.
Problemas de acceso
La bóveda de Svalbard no está inmune frente a las enconadas controversias acerca del acceso a la invaluable biodiversidad agrícola y a sus beneficios. El gobierno noruego es el responsable último de la bóveda y se le considera actualmente una contraparte justa y confiable, pero no hay garantías de que las políticas del país no vayan a cambiar. Esto es reconocido por el mismo gobierno noruego, que ha redactado acuerdos a ser firmados con los depositarios que duran solamente diez años y que contienen cláusulas que permiten dar fin al acuerdo si determinadas políticas cambian. Quizás más importante, el gobierno noruego no tomará decisiones en forma autónoma. Las decisiones deberán tomarse en conjunto con el Global Crop Diversity Fund, una entidad privada con un fuerte financiamiento privado y emnpresarial.
Ya hay aspectos preocupantes relacionados con el acceso a la bóveda. En términos prácticos, no se podrá almacenar semillas en la bóveda, a no ser que ellas provengan de un banco de semillas que mantenga duplicados en otro banco. Más aún, los depositantes no podrán guardar semillas que ya estén en la bóveda. El Acuerdo con los Depositantes indica que “El Depositante depositará sólo muestras de regursos fitogenéticos que sean hasta donde se sepa ..... muestras de recursos fitogenéticos que aún no hayan sido depositadas en la Bóveda Global de Semillas de Svalbard” y que “el Depositante reconoce el derecho del Real Ministerio de Agricultura y Alimentación de Noruega a rechazar muestras o a dar término al depósito de muestras ya depositadas si las muestran constituyen duplicados de materiales ya mantenidos en depósito en la Bóveda Global de Semillas".
La regla es que sólo los depositantes pueden acceder a sus propias colecciones en Svalbard, o dar permiso para que alguien más acceda. En la medida que las cajas con muestras de semillas del CGIAR ya están llegando a Noruega, esto implica que los centros del CGIAR serán los depositantes de la mayoría de las semillas guardadas en la bóveda, dándoles un control casi exclusivo sobre el acceso. De hecho, como indica el estudio de factibilidad de la bóveda, “se asume que la [bóveda] comenzará a operar con un núcleo consistente en los materiales del CGIAR y de ciertos bancos nacionales claves y que estas”gcolecciones fundadoras” (sic) desincentivarían la posterior e innecesaria duplicación de materiales en las instalaciones de Svalbard.” De los 19 institutos que se han registrado en la bóveda hasta el momento, sólo tres son bancos nacionales de semillas de países en desarrollo. La bóveda, entonces, no es una caja de seguridad para todos; es más que nada el depósito del CGIAR.
En la práctica, esto significa que muchos países en desarrollo que deseen duplicar sus colecciones en Svalbard no podrán hacerlo de manera directa. Esto se vería como una duplicación de lo que el CGIAR ya haya depositado. Por lo tanto, no tendran acceso directo a las semillas que se mantengan en la bóveda y que puedan provenir de sus propios territorios. Esto probablemente no cause muchas preocupaciones actualmente, ya que los gobiernos tienen distintas fuentes de respaldo para acceder a las semillas, pero el contexto sería muy diferente en caso de desastre mayor, donde se tomarían decisiones acerca de recursos fundamentales y únicos que de pronto sólo quedarían en Svalbard. En cuanto a los campesinos, no tienen prácticamente posibilidades de acceder directamente a las semillas en la bóveda.
Pero más allá de las posibilidades de un gran desastre, es importante preguntarse quién realmente se beneficia del sistema ex situ al cual contribuye la bóveda. En la medida en que las pocas transnacionales que ya controlan más de la mitad de los 30 mil millones de dólares que se transan en el mercado mundial de semillas están comprando los sistema públicos de mejoramiento vegetal, y que los gobiernos están abandonado los programas de mejoramiento, los beneficiarios últimos serán las mismas corporaciones que están en la raíz de los procesos de destrucción de la diversidad de los cultivos.
El mejor camino: ¡No más destrucción de la diversidad!
Si los gobiernos estuvieran realmente interesados en conservar la biodiversidad relacionada con la agricultura y la alimentación, harían al menos dos cosas. Primero, pondrían la mayor prioridad en concentrar sus esfuerzos en apoyar la diversidad en el campo y los mercados de sus países, y no apostarían exclusivamente a grandes bancos de germoplasma centralizados. Esto implica dejar las semillas en las manos de campesinos y campesinas locales, junto con sus prácticas agrícolas activas e innovadoras, respetando y fortaleciendo el derecho de las comunidades a conservar, producir, mejorar, intercambiar y vender semillas. Pero esto no ocurrirá a menos que los gobiernos cambien totalmente las políticas y reglamentaciones agrícolas y dejen de promover la industrialización y los mercados controlados por las grandes corporaciones a costa de impedir que los campesinos y campesinas alimenten libremente sus propias comunidades y países. Esto implica convertir a la soberanía alimentaria en la base de las políticas agrícolas y no continuar empujando a la agricultura por la destructiva senda de la integración global a los mercados.
Lo que la bóveda de Svalbard hace es encerrar la diversidad, para responder a una emergencia hipotética. La urgencia real, sin embargo, consiste en dejar que la diversidad siga viva hoy, en el campo, en las manos de campesinos y campesinas, y en mercados controlados por la gente y al servicio de las comunidades.
Fuente: GRAIN, organización no gubernamental que promueve el manejo y uso sustentable de la biodiversidad agrícola con sede en Barcelona, España.
http://www.grain.org
Supuestos equivocados
Cary Fowler, el director de la Global Crop Diversity Trust y uno de los principales artífices de la bóveda, dice que la iniciativa “rescatará las colecciones de los países en desarrollo con mayor importancia a nivel mundial de los 21 cultivos alimenticios más importantes”. Aunque es ciertamente necesario rescatar y proteger la diversidad de los cultivos, ya que ésta se está perdiendo de manera irreparable y con una rapidez alarmante, el confiar exclusivamente en el almacenamiento de semillas en congeladores no es solución alguna. Hay actualmente en el mundo 1500 bancos ex situ que en conjunto son incapaces de guardar y preservar la diversidad cultivada. Miles de muestras de semillas han muerto durante el almacenamiento, muchas otras han sido inutilizadas por falta de información básica acerca de ellas y un sinnúmero ha perdido características únicas o han sido contaminadas genéticamente durante procesos de multiplicación o rejuvenecimiento.
Esto ha acontecido en todo el sistema ex situ y no exclusivamente en los bancos de germoplasma de los países en desarrollo. Por tanto, el punto no es si se está a favor o en contra de los bancos de semillas, sino que se está dependiendo exclusivamente de una estrategia de conservación que sufre de muchos problemas intrínsecos.
El problema más profundo de concentrarse exclusivamente en el almacenamiento ex situ de semillas (problema que la bóveda refuerza) es que éste es fundamentalmente injusto. Es un sistema que recolecta semillas de variedades únicas entre las comunidades que originalmente las crearon, seleccionaron, protegieron y compartieron, y que luego las almacena y las hace inaccesibles para esas mismas comunidades. Lo lógica del sistema es que a medida que las variedades tradicionales son reemplazadas por otras nuevas provenientes de estaciones experimentales -semillas que supuestamente producen más para alimentar una población creciente- las semillas antiguas deben guardarse como “materia prima” para mejoramientos genéticos futuros. El sistema se olvida de que los campesinos y campesinas son histórica y actualmente los mayores mejoradores genéticos del planeta. Para tener acceso a las semillas, es necesario estar integrado a un marco institucional que la mayoría de los campesinos del planeta ni siquiera conoce. Dicho de manera simple, el conjunto de la estrategia ex situ responde a las necesidades de los científicos, no de los campesinos.
Además, el sistema opera bajo el supuesto que una vez que las semillas de los campesinos entran a algún sitio de almacenamiento, ellas pasan a pertenecer a alguien más, y definir y negociar derechos sobre ellas -como propiedad intelectual o algún otro derecho- es atribución de los gobiernos o de la misma industria semillera. En el caso de la mayoría de los llamados bancos de semillas públicos, se dice que las semillas son del “dominio público” o que están bajo la “soberanía nacional” (que más y más se traduce en propiedad estatal). El Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), que controla 15 bancos internacionales con los cultivos alimenticios de mayor uso en el mundo, incluso creó la figura legal de un “fideicomiso”, el que ejerce sobre las arcas del tesoro que constituyen las semillas campesinas, y que controla “a nombre de” la comunidad internacional, bajo los auspicios de la FAO Sin embargo, nunca se consultó a los campesinos que inicialmente entregaron la semillas si tales arreglos eran adecuados, y se los dejo totalmente fuera de los mecanismos del fideicomiso.
La nueva Bóveda de Svalbard encaja justo como la coronación de este entramado tan defectuoso y lleno de supuestos equivocados, exacerbando inevitablemente estos problemas. Debido a que es una colección de respaldo para situaciones de desastre, eleva los riesgos a nuevos extremos. Nadie sabe con certeza si la bóveda efectivamente mantendrá las semillas vivas, y su seguridad no ha sido comprobada. Sólo unos días antes de su inauguración, la región de Svalbard fue el epicentro del mayor terremoto en la historia de Noruega, a pesar que el estudio de factibilidad para la construcción de la bóveda indicaba que “no hay actividad volcánica o actividad sísmica significative”. Pero más preocupantes que cualquier asunto técnico son los asuntos relacionados con el acceso, cuyo control está en muy pocas manos.
Problemas de acceso
La bóveda de Svalbard no está inmune frente a las enconadas controversias acerca del acceso a la invaluable biodiversidad agrícola y a sus beneficios. El gobierno noruego es el responsable último de la bóveda y se le considera actualmente una contraparte justa y confiable, pero no hay garantías de que las políticas del país no vayan a cambiar. Esto es reconocido por el mismo gobierno noruego, que ha redactado acuerdos a ser firmados con los depositarios que duran solamente diez años y que contienen cláusulas que permiten dar fin al acuerdo si determinadas políticas cambian. Quizás más importante, el gobierno noruego no tomará decisiones en forma autónoma. Las decisiones deberán tomarse en conjunto con el Global Crop Diversity Fund, una entidad privada con un fuerte financiamiento privado y emnpresarial.
Ya hay aspectos preocupantes relacionados con el acceso a la bóveda. En términos prácticos, no se podrá almacenar semillas en la bóveda, a no ser que ellas provengan de un banco de semillas que mantenga duplicados en otro banco. Más aún, los depositantes no podrán guardar semillas que ya estén en la bóveda. El Acuerdo con los Depositantes indica que “El Depositante depositará sólo muestras de regursos fitogenéticos que sean hasta donde se sepa ..... muestras de recursos fitogenéticos que aún no hayan sido depositadas en la Bóveda Global de Semillas de Svalbard” y que “el Depositante reconoce el derecho del Real Ministerio de Agricultura y Alimentación de Noruega a rechazar muestras o a dar término al depósito de muestras ya depositadas si las muestran constituyen duplicados de materiales ya mantenidos en depósito en la Bóveda Global de Semillas".
La regla es que sólo los depositantes pueden acceder a sus propias colecciones en Svalbard, o dar permiso para que alguien más acceda. En la medida que las cajas con muestras de semillas del CGIAR ya están llegando a Noruega, esto implica que los centros del CGIAR serán los depositantes de la mayoría de las semillas guardadas en la bóveda, dándoles un control casi exclusivo sobre el acceso. De hecho, como indica el estudio de factibilidad de la bóveda, “se asume que la [bóveda] comenzará a operar con un núcleo consistente en los materiales del CGIAR y de ciertos bancos nacionales claves y que estas”gcolecciones fundadoras” (sic) desincentivarían la posterior e innecesaria duplicación de materiales en las instalaciones de Svalbard.” De los 19 institutos que se han registrado en la bóveda hasta el momento, sólo tres son bancos nacionales de semillas de países en desarrollo. La bóveda, entonces, no es una caja de seguridad para todos; es más que nada el depósito del CGIAR.
En la práctica, esto significa que muchos países en desarrollo que deseen duplicar sus colecciones en Svalbard no podrán hacerlo de manera directa. Esto se vería como una duplicación de lo que el CGIAR ya haya depositado. Por lo tanto, no tendran acceso directo a las semillas que se mantengan en la bóveda y que puedan provenir de sus propios territorios. Esto probablemente no cause muchas preocupaciones actualmente, ya que los gobiernos tienen distintas fuentes de respaldo para acceder a las semillas, pero el contexto sería muy diferente en caso de desastre mayor, donde se tomarían decisiones acerca de recursos fundamentales y únicos que de pronto sólo quedarían en Svalbard. En cuanto a los campesinos, no tienen prácticamente posibilidades de acceder directamente a las semillas en la bóveda.
Pero más allá de las posibilidades de un gran desastre, es importante preguntarse quién realmente se beneficia del sistema ex situ al cual contribuye la bóveda. En la medida en que las pocas transnacionales que ya controlan más de la mitad de los 30 mil millones de dólares que se transan en el mercado mundial de semillas están comprando los sistema públicos de mejoramiento vegetal, y que los gobiernos están abandonado los programas de mejoramiento, los beneficiarios últimos serán las mismas corporaciones que están en la raíz de los procesos de destrucción de la diversidad de los cultivos.
El mejor camino: ¡No más destrucción de la diversidad!
Si los gobiernos estuvieran realmente interesados en conservar la biodiversidad relacionada con la agricultura y la alimentación, harían al menos dos cosas. Primero, pondrían la mayor prioridad en concentrar sus esfuerzos en apoyar la diversidad en el campo y los mercados de sus países, y no apostarían exclusivamente a grandes bancos de germoplasma centralizados. Esto implica dejar las semillas en las manos de campesinos y campesinas locales, junto con sus prácticas agrícolas activas e innovadoras, respetando y fortaleciendo el derecho de las comunidades a conservar, producir, mejorar, intercambiar y vender semillas. Pero esto no ocurrirá a menos que los gobiernos cambien totalmente las políticas y reglamentaciones agrícolas y dejen de promover la industrialización y los mercados controlados por las grandes corporaciones a costa de impedir que los campesinos y campesinas alimenten libremente sus propias comunidades y países. Esto implica convertir a la soberanía alimentaria en la base de las políticas agrícolas y no continuar empujando a la agricultura por la destructiva senda de la integración global a los mercados.
Lo que la bóveda de Svalbard hace es encerrar la diversidad, para responder a una emergencia hipotética. La urgencia real, sin embargo, consiste en dejar que la diversidad siga viva hoy, en el campo, en las manos de campesinos y campesinas, y en mercados controlados por la gente y al servicio de las comunidades.
Fuente: GRAIN, organización no gubernamental que promueve el manejo y uso sustentable de la biodiversidad agrícola con sede en Barcelona, España.
http://www.grain.org
https://www.alainet.org/es/articulo/125921?language=es
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