Erradicar el pecado del heterosexismo

14/05/2007
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Innumerables católicos/as y otros cuyas vidas son influenciadas por la enseñanza católica, han cometido el pecado del heterosexismo, quizás sin darse cuenta de su nombre.  Los padres de familia que desconocen o deshonran a sus hijos/as amantes de alguien de su mismo sexo, los legisladores que votan contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, los patrones y los propietarios que discriminan en el empleo y la vivienda contra personas lesbianas/ gays/ bisexuales/ transgénero/ queer (LGBTQ), los curas o pastores que enseñan o asesoran contra el amor entre personas del mismo sexo, incluso aquellos de entre nosotros/as, amantes de personas del mismo sexo, que se sumen en el auto-desprecio; todos ellos cometen un pecado contra un Ser Divino, quién creó a la gente sexualmente diversa, y contra una comunidad comprometida a amarse unos/as a otros/as.

La eticista católica Patricia Beattie Jung y el profesor luterano de liturgia Ralph F.  Smith, en su libro pionero sobre el heterosexismo, definieron a éste como "un sistema racional parcializado respecto a la orientación sexual...  que denota un prejuicio a favor de las personas heterosexuales y connota un prejuicio contra las personas bisexuales y, especialmente, homosexuales."(1) Este sistema de privilegio otorgado a quienes aman a personas de un sexo/género diferente del suyo, en detrimento de quienes aman a personas de su mismo sexo/género, se encuentra profundamente entrelazado en el tejido social de leyes, de costumbres, de la ética y del comercio.  En una religión centrada en la justicia, como el catolicismo, el heterosexismo es lo que requiere ser explorado y erradicado; mas no la homosexualidad pues, debido a aquel, es condenada por los funcionarios kyriarcales(2) de la iglesia.

Exploraré el heterosexismo en sus dimensiones personales y estructurales católicas, y propondré cómo erradicarlo como parte de una estrategia interreligiosa para alcanzar la justicia relacional.  Demostraré cómo el cambio de énfasis desde la homosexualidad hacia el heterosexismo -lo que otros han llamado "replantear la problemática"- da lugar a nuevas perspectivas que podrían transformar el catolicismo y contribuir a los esfuerzos de auto-transformación de otras religiones.

Un motivo convincente para adoptar este enfoque es que la discusión en círculos católicos sobre la moralidad de la homosexualidad ha conllevado a un callejón sin salida y ha hecho mucho daño.  Quienes consideran la homosexualidad un pecado y quienes lo consideran algo sano, bueno, natural y sagrado, simplemente discrepan.  La enseñanza kyriarcal de la iglesia favorece a los primeros.

La Iglesia Católica Romana causa un daño espiritual y psicológico incalculable a los más de mil millones de miembros que tiene a través del mundo, y a otros, al promover la heteronormatividad.  Aunque no sea intencionalmente, es cómplice de la violencia contra los gays que ocurre en las culturas donde se desdeña el amor y a los amantes del mismo sexo.  El Vaticano tiene influencia en las políticas públicas de muchos países para hacer de la heterosexualidad la única práctica sexual legítima, para evitar que las parejas del mismo sexo tengan acceso a los derechos legales del matrimonio y, en algunos lugares, para criminalizar el comportamiento sexual consentido entre las personas adultas del mismo sexo.  Hay demasiado en juego para desconocer las dimensiones teo-políticas de una institución religiosa heterosexista.

El viejo argumento, en los términos planteados por los funcionarios de la iglesia, es si la homosexualidad es moralmente aceptable o no.  Con este enfoque, corresponde a quienes aman defender su amor, una exigencia extraña e injusta, en una tradición religiosa que enseña el amor como su valor más preciado.  También permite que quienes rechacen los datos científico-sociales y teológicos sigan sin hacerles caso, puesto que lo que se problematiza es una abstracción, "la homosexualidad," más bien que la realidad concreta de los seres humanos que aman y expresan su amor sin importar la constelación sexual de los amantes.  Lo que está en juego no es la moralidad de la orientación sexual de persona alguna.  Focalizar la atención en ello oculta el hecho de que el heterosexismo perjudica a todas las personas, cualquiera sea su orientación sexual, e impide a mucha gente alcanzar lo que califico como la "integridad sexual".  Solamente una vez que el heterosexismo haya sido desmantelado, los católicos podrán reconsiderar la cuestión de la homosexualidad con algún grado de objetividad.  Podemos esperar que, llegado ese momento, ya no será necesario hacerlo, puesto que será obvio que la preferencia sexual es irrelevante para cualquier debate moral.

Una exploración del heterosexismo

El heterosexismo es la actitud y la capacidad de imponer la noción de que la heterosexualidad es la norma, al punto de excluir el pleno florecimiento de las posibilidades de relaciones entre el mismo sexo.  No se lo debe confundir con la "homofobia", que como enfoque psicológico de los mismos fenómenos, concierne el miedo al amor y a los amantes del mismo sexo.  Tampoco debe ser asociado con el "homo-odio" que es la expresión explícita del desdén hacia los/las homosexuales, que conduce a menudo a la violencia.  Más bien, el heterosexismo es una presunción, cada vez más disputada, de que la diferencia sexual es la norma y es necesaria para el "sexo bueno", es decir, para la expresión física del amor moralmente aceptable.

El heterosexismo teológico católico asume muchas formas sutiles y abiertas, unas más benignas, otras muy dañinas.  Estos mensajes negativos dicen a las personas que no son buenas, sagradas, naturales, debido a su sexualidad.  Además de ser perjudiciales a la salud psicológica, espiritual, y a veces incluso física de las personas LGBTQ, estas aseveraciones contradicen enseñanzas católicas básicas sobre la dignidad del individuo.  Ninguna de estas enseñanzas especifica que el individuo cuyos derechos están garantizados por su calidad de persona, deba ser heterosexual.

El heterosexismo tiene sus raíces en una antropología anticuada que reivindica la complementariedad sexual entre los varones y las hembras como una ley de la naturaleza.  Es más fácil verlo en el plano macro o estructural, en la interdicción del matrimonio entre personas del mismo sexo, publicada por el Vaticano.  Uno de los documentos sobre este tema es "Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales," firmado por el Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI.  (3)

Esta instrucción se resume así: "La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales.  El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad.  Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad.  La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad".  (Art.  11)

Tres características comunes del método teológico del entonces Cardinal Ratzinger están claras en esta declaración.  Primero, la enseñanza se arraiga en una visión del mundo que presume que: a) el "matrimonio" significa el matrimonio heterosexual; b) "el bien común" excluye a todos/as salvo las personas heterosexuales; y c) la actividad homosexual es un "comportamiento desviado".  Sin duda se puede sostener estas opiniones, pero de ninguna manera son "hechos objetivos", ni tienen aceptación universal.  Emergen de una visión estática del mundo que mantiene el emparejamiento entre géneros distintos como la norma, el heterosexo abierto a la procreación como la única opción moral, y la actividad sexual con el mismo sexo como moralmente inicuo.  Visiones del mundo divergentes de ésta, sostenidas por otras personas católicas, conllevan a la convicción de que el emparejamiento no es género-dependiente, y que la moralidad sexual es dependiente de la intención y los resultados, no de la biología.  Tales visiones son difíciles de reconciliar.

Una segunda característica del método de Ratzinger es que se apoya en las leyes naturales para explicar por qué ciertos comportamientos son aceptables (la heterosexualidad) y otros (la homosexualidad) no lo son.  Esto, también, es una cuestión de inclinación filosófica y no de una verdad recibida.  De hecho, hay amplios datos de las ciencias sociales que comprueban que la heterosexualidad es solo una de las diversas formas de ser sexual en el mundo.

La tercera característica de este método es que siempre hay un componente de políticas públicas, en este caso un esfuerzo para detener la ola de uniones del mismo sexo.  Si bien este esfuerzo parece cada vez más infructuoso, sin embargo, permite al Vaticano mantener presencia en la discusión moral, cuando ha perdido influencia en temas como la guerra, la economía, y el medio ambiente.

Es improbable que los católicos lleguen a un consenso sobre la moralidad del amor entre personas del mismo sexo en un futuro cercano.  Pero, si bien las encuestas de opinión no determinan la teología, es imposible desconocer que, así como los y las católicos/as han cambiado sus opiniones sobre la esclavitud, el lugar de las mujeres y el papel de la ciencia, también muchos/as han cambiado sus opiniones sobre la homosexualidad.  Tienen la madurez moral suficiente para reconocer que las relaciones entre el mismo sexo, al igual que entre sexos opuestos, vienen en toda clase de envoltorios.  El énfasis ético está en la calidad del amor, no en la cantidad de cada género implicado.

Un cambio de enfoque

Un cambio en el tema de discusión desde la moralidad de la homosexualidad hacia el pecado del heterosexismo representa un esfuerzo para salir de una no-conversación sobre la homosexualidad, donde cualquier acuerdo nos elude, para emprender una conversación productiva sobre la erradicación del heterosexismo, donde pienso que hay una posibilidad real de llegar a un acuerdo amplio.  Empieza con el reconocimiento común que hay muchos/as católicos/as LGBTQ.  De hecho, hay muchos más de lo que la mayoría de la gente sabe.  Por ejemplo, estimaciones conservadoras indican que por lo menos la mitad de los sacerdotes católicos de EE.UU.  es gay.  Mi observación es que el número es mayor, pero las represalias contra los sacerdotes abiertamente gays impiden tener datos exactos.

Con respecto a las personas LGBTQ, el catecismo de la Iglesia Católica señala: "Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza.  Se evitará, respecto de ellos, todo signo de discriminación injusta".  (párrafo 2358).  Pienso que se lo puede interpretar, generosamente, como una apertura a la erradicación del heterosexismo.  Encontrar un terreno común puede ser útil para avanzar en la discusión.  Los y las católicos/as, incluyendo algunos en el Vaticano, están comenzando a ver los efectos perjudiciales del heterosexismo, especialmente su impacto en los niños, y de allí la necesidad de replantear la discusión.

La eticista católica Christine Gudorf contribuye a una nueva teología de la sexualidad al clarificar el "desplazamiento postmoderno del dimorfismo sexual humano al polimorfismo sexual humano".  (4) Una mirada cuidadosa a la biología basta para constatar que los seres humanos están creados en una rica variedad de maneras, para las cuales un paradigma dimorfo es sencillamente inadecuado.  Es más, no es que el sexo es solo biológico y el género construido socialmente.  Más bien, como observa Gudorf, "tanto el sexo como el género son categorías socialmente construidas; ambos se deben interpretar".  (p.  876)

Las presuposiciones de que hay solamente dos sexos y dos géneros, que sabemos lo que significa ser un hombre o una mujer, y, por lo tanto, sabemos lo que significa ser una mujer lesbiana o un hombre gay, ya no puede ser dado por sentado.  En términos concretos, "la sexualidad polimorfa significa que podemos ser atraídos por una persona, para luego descubrir que el cuerpo de esa persona no está sexuado de la manera que pensábamos, o que puede tener un cuerpo sexuado de la manera que pensábamos pero no la identidad sexual que supusimos acompañaría a ese cuerpo, o puede tener un cuerpo sexuado de la manera que pensamos y la identidad sexual que pensamos lo acompañaría, pero no está interesada en los mismos actos sexuales que a nosotros nos interesa".  (p.  887) Sencillamente no existe una teología católica adecuada para responder a esta nueva realidad.  El viejo modelo heterosexista es claramente inadecuado.

Solamente el heterosexismo explica por qué vidas ejemplares, incluyendo las de algunas monjas lesbianas, de cardenales gays, y de venerados profesores lesbianas/gays, tienen que permanecer ocultas.

El proceso de erradicar un hábito profundamente enraizado como el heterosexismo es complejo.  Mi propuesta para iniciar este trabajo comprende cuatro enfoques constructivos: sacramental, filosófico, teológico y pastoral.  Cada uno se arraiga en la tradición católica, pero se desarrolla en una dirección no-heterosexista.  En este artículo enfocaremos el primero de ellos.

Un enfoque sacramental

Un primer paso hacia la erradicación del heterosexismo en círculos católicos es utilizar el lenguaje tradicional y la teología sacramental del pecado y del perdón.  El impacto del heterosexismo es cortar las relaciones y las posibilidades, una definición contemporánea del pecado.  Ello necesita ser remediado, para lo cual es útil la fórmula tradicional para el sacramento católico de la penitencia.  Es un proceso que los católicos reconocen inmediatamente y en cuya efectividad confían.

Para que el perdón sea concedido en este esquema sacramental, se empieza reconociendo el pecado.  Los católicos necesitan nombrar su heterosexismo, así como algunos reconocieron tener esclavos, y otros reconocieron su sexismo y racismo con la referencia específica a los comportamientos y creencias que son inaceptables.  No es una salida barata o fácil, sino un primer paso hacia el cambio, el decir que lo que nos enseñaron y lo que hemos enseñado a la generación siguiente era incorrecto.

Después viene el pedido de perdón, realizado a menudo en términos personales a quienes han sido agraviados, pero que también requiere el reconocimiento institucional o corporativo.  El paralelo aquí es el antisemitismo, del cual los católicos individuales y la Iglesia kyriarcal han sido culpables durante milenios.  La Iglesia institucional ha hecho apenas gestos pequeños al respecto, en comparación con la gravedad del pecado.  Pero ha habido ejemplos notables de individuos católicos que cambiaron su punto de vista y pidieron perdón a sus colegas judíos, siguiendo el modelo sacramental.  A medida que los y las católicos/as se dan cuenta de lo erróneo de su comportamiento heterosexista y reflexionan sobre el daño incalculable hecho a las personas LGBTQ en el curso de los años, podemos esperar confesiones individuales como también el reconocimiento corporativo de la culpabilidad.

La tercera parte de un proceso católico de reconciliación es la resolución de no volver a cometer el pecado.  Esto requerirá una prueba concreta de que las viejas formas de pensamiento, ya no adecuadas para el trabajo ético, han sido rechazadas.  Los individuos encontrarán maneras de expresar su nueva sabiduría sobre el amor en sus distintos revestimientos, asegurando a sus familias y estudiantes, a sus vecinos y amigos que lo que importa es el amor, no la envoltura.  Una revisión del catecismo y un reconocimiento institucional de la importancia de la teología LGBTQ serían los primeros pasos adecuados para una Iglesia que desee erradicar el pecado del heterosexismo.  Si bien aparentemente será imposible bajo el actual Papa, estos tipos de cambios institucionales serán necesarios para señalar la inclusión de una variedad de maneras de amar, como auténticamente católicas.

Finalmente, hay la penitencia o restitución por el daño hecho, a medida que el proceso de la reconciliación se encamina hacia un término.  Hay tantas personas LGBTQ -algunas muertas desde hace mucho- a quienes la Iglesia Católica y sus miembros debe una restitución.  Casi cualquier gesto en esta dirección será provechoso.  Los programas educativos, alianzas parroquiales gay-heterosexual, celebraciones de compromisos de amor entre personas del mismo sexo y otros similares, comenzarán a reparar siglos de perjuicios.  Las disculpas y el apoyo para personas y programas LGBTQ serían oportunos como pasos siguientes.

Esta es la fórmula tradicional de la penitencia.  Tiene un historial probado.  Es fácil de entender, sin importar lo que se piense de la homosexualidad.

Conclusión

La erradicación del heterosexismo en los círculos católicos tendrá muchos impactos positivos.  Los beneficios para las personas LGBTQ son evidentes, pues, tendremos la posibilidad de vivir y amar en igualdad de condiciones morales, por primera vez en la historia de la humanidad.

Así como la superación del racismo es provechoso para la gente blanca, y la superación del sexismo significa mayor libertad para los hombres, aquí las personas heterosexuales ganarán también.  Podrán cuestionar las restricciones al amor que les han sido impuestas, o afirmar su amor con mayor confianza, por no ser obligatorio.

A medida que se desmantela el heterosexismo, pronostico que en el siglo XXI el catolicismo tendrá una mayor integridad intelectual y moral.  Si bien no habrá un acuerdo inmediato y general sobre la homosexualidad, por lo menos la comunidad católica estará discutiendo la problemática precisa: el heterosexismo.  Suprimir el énfasis moral que se impone a la homosexualidad significará una "normalización implícita" de las relaciones con el mismo sexo, una oportunidad de reflexionar sobre cuan ordinarias son la mayoría de ellas.  Las viejas y trilladas polarizaciones quedarán atrás.  Nuevas alianzas se formarán entre quienes solo buscan el "sexo bueno".  Habrá poca necesidad de analizar la homosexualidad o la heterosexualidad, puesto que lo que importará es el amor y el compromiso, no las partes del cuerpo.

Espero que esta contribución católica sea útil a la discusión interreligiosa sobre la sexualidad, puesto que los católicos no han sido los únicos en centrar la atención en el amor con el mismo sexo, descuidando el marco heterosexista más amplio.  A medida que el intercambio interreligioso se desenvuelva en un terreno inclusivo e imparcial, los y las católicos/as ahora tendrán un aporte positivo.  (Traducción ALAI).

- Mary E. Hunt.  teóloga feminista estadounidense, es co-directora de Women's Alliance for Theology, Ethics and Ritual (WATER), Silver Spring, Maryland.

Extracto de un capítulo del libro próximo a publicarse: Heterosexism: Roots and Cures in World Religions. Editado por Marvin M. Ellison y Judith Plaskow, Cleveland, Ohio: The Pilgrim Press, 2007.


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[1] Patricia Beattie Jung and Ralph F. Smith, Heterosexismo: An Ethical Challenge.  Albany, NY: State University of New York Press, 1993, p. 13.

2 Elisabeth Schüssler Fiorenza concibió el término “kyriarchy” (o kyriaquía) para describir estructuras señoriales opresivas.  La jerarquía católica, exclusivamente masculina, es intrínsecamente kyriarcal.  Ver: But She Said: Feminist Practices of Biblical Interpretation.  Boston: Beacon Press, 1992, pp. 117, 123.

3 Congregación para la Doctrina de la Fe, 3 de junio 2003.

4 Christine E. Gudorf, “The Erosion of Sexual Dimorphism: Challenges to Religion and Religious Ethics,” Journal of the American Academy of Religion 6 (2001), pp. 863-891.

https://www.alainet.org/es/articulo/126275

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