No quedará nadie para protestar
13/03/2008
- Opinión
Lo habían anunciado, pero que Bush haya vetado la ley que aprobó el Congreso de los EEUU, prohibiendo la asfixia “simulada” (arrojar agua en la cabeza del detenido para causarle una sensación de ahogo) y otros “interrogatorios duros” a sospechosos de terrorismo, es pésima noticia. La asfixia simulada está considerada por Rigth Human Watch, Amnistía Internacional y otras organizaciones de Derechos Humanos como una tortura sin paliativos. Una tortura utilizada por la CIA.
Los asesores del presidente Bush recomendaron vetar la ley desde que se empezó a debatir en el Congreso, porque la consideraban “incompatible” con la obtención de información en la lucha antiterrorista. Bush, que no se caracteriza por su hondura intelectual, ha tenido la desfachatez de decir que la práctica de esa tortura ha ayudado a salvar vidas. Y ha osado afirmar que la asfixia simulada no es una tortura.
“El veto del presidente Bush será uno de los actos más vergonzosos de su presidencia”, afirmó el senador Edward Kennedy, y remachó que “el uso de la tortura no sólo es ilegal sino que sus resultados son poco fiables y perjudica esfuerzos lícitos para conseguir información, porque induce a que el interrogado diga lo que el torturador quiere oír”.
El juicio del senador Kennedy coincide con el de un investigador en el estudio de la tortura y su historia, Darius Rejali, profesor de la Facultad de Reeds (Portland), quien acaba de publicar Torture & Democracy en Princeton University Press, donde bucea en la historia reciente de la tortura. Rejali afirma que “si se busca una confesión falsa o que la víctima sea sumisa, torturar es útil, pero si se busca la verdad, la tortura es el método más chapucero que existe”. Darius Rejali ha desmontado un mito del uso de la tortura: que las víctimas hablan. Para demostrar su falsedad aporta un dato histórico esclarecedor, fruto de su rigurosa investigación: entre los años 1500 y 1750, los franceses torturaron legalmente a 785 personas, pero sólo hablaron 23. Estudios e indagaciones más recientes avalan la ineficacia de la tortura.
Pero lo peor es que la tortura supone un retroceso repugnante en el muy lento camino de la humanización de nuestro mundo, en la conquista definitiva de la “civilidad”. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que nos protege contra la tortura entre otras muchas cosas, firmada y ratificada por casi todos los Estados del mundo, ha supuesto un hito fundamental en ese avance de “civilidad”. El veto de Bush a una ley que prohíbe la tortura es ir hacia atrás, un paso hacia la barbarie de consecuencias incalculables. Es la consolidación abierta y legal de uno de los principios más perversos, el que pretende que el fin justifica los medios. Principio perverso, porque niega la ética colectiva que los seres humanos nos damos con avances vacilantes desde hace cinco milenios; porque niega los principios éticos que aseguran la dignidad de todos e impiden que desaparezcamos.
No vale pensar que ese veto no es importante, porque, a fin de cuentas, los que sufren tortura son pocos y son los malos. No vale, porque estos años de presunta lucha contra el terrorismo han demostrado por activa y por pasiva que muchos inocentes han sido detenidos, torturados y encarcelados por meras sospechas, por su imagen étnica o aspecto físico. Y han demostrado que, a pesar de todas las canalladas cometidas, de todas las violaciones de derechos humanos perpetradas, el mundo no ha ganado en seguridad sino todo lo contrario.
No sé por qué me viene a la memoria un poema atribuido al dramaturgo Bertol Brech, pero que en realidad escribió Martin Niemüller, un valeroso pastor protestante alemán que se enfrentó a Alemania nazi: Cuando los nazis apresaron socialistas, /no dije nada, /pues yo no era socialista. /Cuando detuvieron sindicalistas, /no dije nada, /porque no era sindicalista. /Cuando se llevaron a los judíos, /tampoco protesté, /porque yo no era judío. /Y cuando vinieron a buscarme, /ya no quedaba nadie /que pudiera protestar.
Xavier Caño
Escritor y periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
Los asesores del presidente Bush recomendaron vetar la ley desde que se empezó a debatir en el Congreso, porque la consideraban “incompatible” con la obtención de información en la lucha antiterrorista. Bush, que no se caracteriza por su hondura intelectual, ha tenido la desfachatez de decir que la práctica de esa tortura ha ayudado a salvar vidas. Y ha osado afirmar que la asfixia simulada no es una tortura.
“El veto del presidente Bush será uno de los actos más vergonzosos de su presidencia”, afirmó el senador Edward Kennedy, y remachó que “el uso de la tortura no sólo es ilegal sino que sus resultados son poco fiables y perjudica esfuerzos lícitos para conseguir información, porque induce a que el interrogado diga lo que el torturador quiere oír”.
El juicio del senador Kennedy coincide con el de un investigador en el estudio de la tortura y su historia, Darius Rejali, profesor de la Facultad de Reeds (Portland), quien acaba de publicar Torture & Democracy en Princeton University Press, donde bucea en la historia reciente de la tortura. Rejali afirma que “si se busca una confesión falsa o que la víctima sea sumisa, torturar es útil, pero si se busca la verdad, la tortura es el método más chapucero que existe”. Darius Rejali ha desmontado un mito del uso de la tortura: que las víctimas hablan. Para demostrar su falsedad aporta un dato histórico esclarecedor, fruto de su rigurosa investigación: entre los años 1500 y 1750, los franceses torturaron legalmente a 785 personas, pero sólo hablaron 23. Estudios e indagaciones más recientes avalan la ineficacia de la tortura.
Pero lo peor es que la tortura supone un retroceso repugnante en el muy lento camino de la humanización de nuestro mundo, en la conquista definitiva de la “civilidad”. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que nos protege contra la tortura entre otras muchas cosas, firmada y ratificada por casi todos los Estados del mundo, ha supuesto un hito fundamental en ese avance de “civilidad”. El veto de Bush a una ley que prohíbe la tortura es ir hacia atrás, un paso hacia la barbarie de consecuencias incalculables. Es la consolidación abierta y legal de uno de los principios más perversos, el que pretende que el fin justifica los medios. Principio perverso, porque niega la ética colectiva que los seres humanos nos damos con avances vacilantes desde hace cinco milenios; porque niega los principios éticos que aseguran la dignidad de todos e impiden que desaparezcamos.
No vale pensar que ese veto no es importante, porque, a fin de cuentas, los que sufren tortura son pocos y son los malos. No vale, porque estos años de presunta lucha contra el terrorismo han demostrado por activa y por pasiva que muchos inocentes han sido detenidos, torturados y encarcelados por meras sospechas, por su imagen étnica o aspecto físico. Y han demostrado que, a pesar de todas las canalladas cometidas, de todas las violaciones de derechos humanos perpetradas, el mundo no ha ganado en seguridad sino todo lo contrario.
No sé por qué me viene a la memoria un poema atribuido al dramaturgo Bertol Brech, pero que en realidad escribió Martin Niemüller, un valeroso pastor protestante alemán que se enfrentó a Alemania nazi: Cuando los nazis apresaron socialistas, /no dije nada, /pues yo no era socialista. /Cuando detuvieron sindicalistas, /no dije nada, /porque no era sindicalista. /Cuando se llevaron a los judíos, /tampoco protesté, /porque yo no era judío. /Y cuando vinieron a buscarme, /ya no quedaba nadie /que pudiera protestar.
Xavier Caño
Escritor y periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/es/articulo/126297
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