El imperio de los falsos dilemas

Providas y proabortos

13/04/2008
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  • Opinión
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Una costumbre del pensamiento de las últimas décadas consiste en rechazar todo lo que proviene del análisis estructuralista, como la idea de que el mismo pensamiento tiende a organizarse en pares de opuestos. No podemos negar que la crítica debe considerar que estos pares —como blanco/negro, inteligencia/sensibilidad, civilización/barbarie— son construcciones ideológicamente interesadas o con una específica función social. Sin embargo estos pares existen y además son útiles en el mismo análisis.

Por ejemplo, si bien es una simplificación hablar, como fue común en el pensamiento poscolonialista, de opresor/oprimido, no hay pruebas ni argumentos que nieguen la existencia de grupos humanos que se benefician o creen beneficiarse de su dominación sobre otros grupos, sea de género, de raza, de clase o simplemente de intereses diversos. Paradójicamente, quienes niegan esta dicotomía suelen ser ideólogos del neoliberalismo o “pragmáticos gerentes” que están a favor de la ley darwiniana en los negocios y, por extensión, en la vida de las personas y de los países. Por competitividad no se refieren, precisamente, a cooperación, sino simplemente a “supresión de la competencia”.

Es decir, la construcción de las dicotomías, de dilemas estratégicos, no sólo existe de hecho y puede ser un instrumento consciente de análisis para desenmascarar una relación inconsciente de dominación sino, sobre todo, sirve para su contrario: la construcción de falsos dilemas —o dilemas arbitrarios— es el arma fundamental de la política y también de las campañas ideológicas a largo plazo y a gran escala.

Pongamos a elegir entre hormigas, gansos, tigres y gaviotas y el electorado, tarde o temprano se dividirá entre partidarios de tigres y hormigas, o de gansos y gaviotas hasta que un cinco por ciento de diferencia determine el triunfo de los tigres o de los gansos y con ellos la mitad de la especie zoológica que los apoyaron previamente en el dilema. Esto no quiere decir que hoy en día tengamos un sistema mejor para organizar y distribuir el poder político y social de una comunidad, sino que la historia electoral induce a pensar que esa es la mecánica más común de la democracia representativa: al división en dos, el partido (en dos), más allá de si los intereses son múltiples. Pero como el humanismo asume una progresión posible de la historia al mismo tiempo que una igualación a través de la diversidad de sus partes, podemos pensar que ese mecanismo no es fatal ni inevitable sino sólo un necesario paso de transición hacia algo mejor.

Ahora, los ejemplos del abuso del recurso del falso dilema con el fin de una dominación absoluta a través de ese cinco por ciento relativo, son incontables. Como el recurrente falso dilema de “Están con Nosotros o Están Contra Nosotros”. Además de arrogante es falso porque traza una línea en un espacio bidimensional que impide elegir entre otras opciones: ustedes o nosotros, izquierda o derecha, sin atrás ni adelante, sin arriba ni abajo o al costado. Es más fácil y complaciente ver el mundo como un tablero de ajedrez que con la inabarcable complejidad de todos sus colores.

Falsos dilemas más sutiles —propios de talk shows y “debates en vivo”— se construyen cuando formulamos preguntas socráticas del siguiente tipo: “¿un sospechoso tiene derecho a no ser torturado o es lícita esta práctica para sacarle información y así salvaguardar la seguridad de un grupo social X?” La última cláusula de la segunda opción ya es tendenciosa. Pero aún olvidando esto, observemos que la misma pregunta asume que hay un dilema, A o B. Como está presentado en un escenario dramático y de lucha dialéctica, no deja otra opción a quien responde que elegir entre A o B. Casi siempre por pasión, quien responde elige rápidamente y dedica el resto de sus energías intelectuales a argumentar sobre la razón de su elección. De esta forma se eliminan las otras variables de la ecuación. Es decir, ¿por qué debemos elegir entre A o B si desde el principio la pregunta está viciada de ilegitimidad? Por ejemplo, ¿qué seguridad puede tener el grupo social X si cualquiera puede ser privado de su seguridad personal debido a una sospecha?; ¿por qué un sospechoso debe ser encarcelado?; ya que la sospecha suele depender más de quien sospecha que del sospechado, y en estos términos fácilmente un sospechador profesional puede encontrar que, salvo él mismo, el resto de la raza humana es objeto de sospecha, entonces ¿por qué ese sospechoso y no un millar o un millón de otros más?; etc.

Avancemos otro ejemplo, con un tono diferente. Personalmente estoy a favor del aborto sólo en circunstancias muy especiales, como cuando la madre corre riesgo de vida o el feto viene con graves malformaciones. Aún así no estoy libre de dudas sobre el valor moral de esta afirmación, ya que cuando debí enfrentarme a esta duda crítica en mi vida concreta, irracionalmente me negué a considerar la posibilidad de considerarlo. La sola palabra aborto me golpea como un crimen del que no sería capaz. Pero esta posición personal no es parte fundamental de un análisis más general: mis emociones y mis opciones personales no tienen por qué ser modelo para las opciones ajenas. Lo menciono porque los lectores suelen buscar siempre la posición del escritor para atacarlo o defenderlo a rajatabla, aún sin terminar de leer un ensayo completamente, por breve que sea. Es parte de la difundida obligación que solemos imponernos de tomar partido y es parte de la cultura de la velocidad y la inmediatez de nuestro mundo digital y consumista.

Según varios grupos religiosos, no importa si la vida de la madre está en peligro o si el feto viene con graves deficiencias. En ambos casos se trata de la decisión de Dios, por lo cual no se debe hacer nada. No aplican el mismo argumento cuando deciden operarse del corazón para corregir un error de nacimiento, cuando defienden la pena de muerte para un delincuente o cuando apoyan que se arroje una bomba sobre una plaza llena de gente que parece que estaba ahí porque Dios lo había permitido así. Es decir, a veces hay que ayudar a Dios a hacer su propia voluntad. Cuando el huracán Katrina golpeó New Orleans, muchos grupos dijeron que había sido la voluntad de Dios, ya que se trataba de una ciudad pecaminosa. Cuando un tornado arrasa con alguna iglesia en el Midwest, un terremoto derriba una iglesia en México o un habub entierra una mezquita en África o en Medio Oriente, no. Cuando eso ocurre se trata de la cola del Diablo o de una prueba del Señor, como la que impuso a Job. Sinceramente, no creo que Dios sea el promotor de este tipo de manipulaciones tan mezquinas, como no creo que haya sido alguna vez aficionado al olor de carne asada de los holocaustos.

Entiendo que sobre este mismo problema se han creado falsos dilemas que destacan por su brutalidad ideológica. Un ejemplo consiste en la práctica común de definirse por un término o una idea que incluye todas las virtudes —un ideoléxico—, como si ese grupo fuera capaz de colonizar el Bien y dejar el resto para sus adversarios, es decir, el Mal. Por ejemplo, cuando los grupos neoconservadores se definen como “compasivos” y “pro-life” (pro-vida), se asume que sus adversarios son “crueles”, “anti-life” o por lo menos indiferentes a la vida y a la necesidad ajena. Esta definición se refiere a la condena del aborto pero no a la promoción de guerras, al uso generalizado de armas, a la afición por la caza deportiva o a la persecución de inmigrantes pobres, todas prácticas de las cuales estos mismos grupos suelen ser radicales defensores.

El efecto de este falso dilema es devastador: del otro lado los adversarios se someten a él defendiendo con todos los argumentos a su alcance el derecho al libre aborto como derecho a la libertad individual, sin importar la circunstancia concreta.

Creo que algunos grupos feministas, como parte de las corrientes consecuentes con la larga tradición contestataria del humanismo, en su lucha por liberar a la mujer —reconozco que este último puede ser otro ideoléxico— no tienen necesidad de confundir liberación con irresponsabilidad, sino todo lo contrario. Por ejemplo, un embarazo “no deseado” no es argumento suficiente para interrumpirlo sino un argumento para imponerle al hombre la media cuota de responsabilidad que le toca por sus actos pasados. Desde un punto de vista secular, toda persona tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que considere mejor, siempre y cuando no afecte a otra persona. Pero argumentar que una mujer puede decidir por sí sola la interrupción de un embarazo (eufemismo que evita decir, “matar a un feto humano”), que debe ser libre para hacer con su cuerpo lo que quiera, es como decir que un padre tiene derecho a dormir ocho horas seguidas sin importar que su bebé recién nacido necesite comer cada dos horas. Y que lo deje desnutrirse o morir de hambre. Es parte de toda responsabilidad algún grado de sacrificio. Eso es lo que distingue a una mujer y a un hombre libre de un hombre o una mujer egoísta.

Por lo tanto, tampoco basta alinearse en la fila de los abortistas o en la de los antiabortistas porque este no sólo es un dilema falso y arbitrario sino además trágicamente estúpido. Aún aquellos que pueden “estar a favor del aborto” en determinadas circunstancias, nunca están a favor del aborto per se, como si estuviesen a favor de la caza deportiva, sólo por placer de la muerte ajena. Sólo que no son plenamente conscientes de ello y toman partido por lo que desprecian. Al menos que se trate de un monstruo, de los que tampoco faltan en nuestra especie.

Jorge Majfud

Athens, abril 2008
https://www.alainet.org/es/articulo/126915
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