Del aceite, el arroz y otras hierbas
Inflación
03/05/2008
- Opinión
El escándalo que hicieron los aceiteros y señores de la soya, cuando el gobierno los obligó a abastecer el mercado interno a precio racional, reveló la desvergüenza que tienen ellos, para enriquecerse con el hambre del pueblo. Lo que ocurrió aquí, en Bolivia, ya había sucedido en otros puntos del planeta y ha seguido mostrándose en los restantes países. El sistema que permite negociar y beneficiarse a costa de la humanidad hambrienta y sedienta es éste y se llama capitalismo.
El tema también es el arroz, es el trigo y el maíz. Se trata del precio de todos los alimentos que, arrastrado por el alza de los combustibles, está encareciendo el costo de la vida en el mundo entero. Malas cosechas, mayor demanda, necesidades mejor atendidas; éstas serían explicaciones atendibles y todos estaríamos obligados a poner el hombro, a ese esfuerzo. Mejorar el nivel de vida de uno solo de los cientos de pueblos que han sido lanzados a la miseria en diversas etapas de la historia, es una tarea de la que, cada uno de nosotros, es responsable.
Pero las razones son distintas. Las razones, una vez más, tienen que ver con los señores de la soya, del aceite, del arroz, el trigo y el maíz. Los causantes son los señores del dinero, ese fetiche que dirige la vida de este sistema en el que mueren miles de hombres, mujeres y niños, para que unos cuantos Gates, Sorgos, Rockefeller y similares, sumen miles de millones en sus cuentas inacabables.
Lo que se dice
El precio de los hidrocarburos ha subido sin posibilidades de contenerlo. Supera, desde hace varios días, la cifra de los 120 dólares por barril. Esta es la explicación corriente que está corriendo en el mundo financiero. Se agrega, como al pasar, que sube también el precio de los minerales (el oro alcanzará, pronto, el techo de mil dólares por onza troy). Como estamos acostumbrados a que los precios, porque sí, por sí solos, suben o bajan debido a razones que no podemos entender los simples mortales, no hacemos más preguntas.
Pues bien, si los minerales suben o bajan según los caprichos de algún demiurgo que maneja los hilos de las finanzas internacionales, no es raro que ocurra lo mismo con los cereales y otros alimentos. En este caso, se le añade el condimento de las malas cosechas, la mayor demanda, el mejoramiento en el estándar de vida internacional y la ensalada está preparada para que nos la comamos sin chistar. En este caso, como sabemos, aquella ensalada es de aire con aderezo de hambre.
Lo que nos ocultan
Pero la cosa no es tan simple cuando nos enteramos que, estos dos últimos años, las cosechas mundiales de todos los cereales y otros alimentos, han sido abundantes. Si se distribuyera adecuadamente, los casi 7 mil millones de habitantes del planeta comeríamos tres veces al día. Pero no es así. La FAO informa que en 2008, hay 100 millones de personas más en el mundo, que padecen de hambre extrema. Además explica que, para atender este aumento del hambre, a precios normales, requiere 1.600 millones de dólares y sólo tiene la mitad. Por si fuera poco, la elevación desmedida de los precios, exige implementar un fondo adicional de otros 700 millones de dólares.
Las preguntas surgen a borbotones. Si hay más granos ¿por qué subieron los precios? Si la cosecha es abundante ¿por qué hay más hambrientos? ¿Dónde está produciéndose más? ¿Dónde se oculta la abundancia?
Lo que sí sabemos es dónde radica el hambre, donde campea la miseria. Para decirlo en una frase: quienes compran son ricos y quienes vendemos somos pobres. ¿Algún dios maligno decretó esa desigualdad? O ¿será un desbalance necesario para que subsista la humanidad?
La locura financiera
En esa intrincada red de preguntas sin respuesta y de respuestas desalentadoras, podríamos convencernos de que “así nomás había sido”, como le gusta decir a algún bien o malintencionado analista. O, como dijera otro pensador: “puede que sí, puede que no, lo más seguro es quién sabe”.
Sin embargo, la información internacional que se va dibujando en análisis serios, nos lleva a la lógica insana del sistema. Las petroleras transnacionales (“las siete hermanas” como se las conoce) vieron reducidos sus ingresos en los últimos años. El nuevo orden energético creado por las potencias mundiales, se beneficia con el alza de los precios del petróleo. Exxon Mobil, BP, Chevron, Shell, por ejemplo subieron sus ganancias de 40 mil millones en 2002 a 120 mil en 2007.
Por supuesto, si las invasiones de Afganistán e Irak hubiesen dado el resultado esperado, las ganancias de tales empresas habrían subido sin aumentar el precio de los combustibles. Como ocurrió lo contrario y las transnacionales financiaron las desastrosas campañas en aquellos países, debieron recuperar sus “inversiones” forzando el alza en las bolsas de la especulación.
Ese aumento se intentó compensar presionando a los países empobrecidos, para que dedicasen su producción agrícola a los combustibles. ¿Por qué no hacerlo en las grandes extensiones de Norteamérica? ¡Quizá en el continente europeo! No, sería suicida. Los cálculos de los economistas establecen que, el producto agrícola de la mitad de los campos fértiles de toda Europa, alcanzaría para proveer de combustible al 2% del parque automotor de ese continente. Conclusión: convencer a los países empobrecidos a que siembren para tener más combustible. Así, los países capitalistas seguirían derrochando energéticos.
Pero la competencia, la implacable competencia, la absurda competencia desvirtúa los cálculos de los economistas. El precio de los productos agrícolas debe subir, porque así lo determina el mercado. Mejor dicho: así lo establecen los empresarios que manejan los nuevos combustibles, los llamados biocombustibles.
La reacción de los pueblos
Le atribuyen a María Antonieta, en la revuelta París de 1789 haber preguntado cuál era el motivo de la protesta del populacho. Cuando le contestaron que se trataba de la escasez de pan, habría respondido: Si no hay pan, que coman tortas.
Quizá, los señores de la soya, del arroz y del trigo, hayan olvidado que la reacción de la gente tarda pero, en definitiva, es la que construye el futuro.
Quienes protestan contra las medidas del gobierno, para asegurar el abastecimiento del pueblo, tendrán que aprender la lección, una vez más. Quienes reclaman por el recorte de sus jugosas ganancias, se enfrentan a una fuerza que no sospechan, siquiera. Debieran leer la historia y aprender sus enseñanzas.
- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
El tema también es el arroz, es el trigo y el maíz. Se trata del precio de todos los alimentos que, arrastrado por el alza de los combustibles, está encareciendo el costo de la vida en el mundo entero. Malas cosechas, mayor demanda, necesidades mejor atendidas; éstas serían explicaciones atendibles y todos estaríamos obligados a poner el hombro, a ese esfuerzo. Mejorar el nivel de vida de uno solo de los cientos de pueblos que han sido lanzados a la miseria en diversas etapas de la historia, es una tarea de la que, cada uno de nosotros, es responsable.
Pero las razones son distintas. Las razones, una vez más, tienen que ver con los señores de la soya, del aceite, del arroz, el trigo y el maíz. Los causantes son los señores del dinero, ese fetiche que dirige la vida de este sistema en el que mueren miles de hombres, mujeres y niños, para que unos cuantos Gates, Sorgos, Rockefeller y similares, sumen miles de millones en sus cuentas inacabables.
Lo que se dice
El precio de los hidrocarburos ha subido sin posibilidades de contenerlo. Supera, desde hace varios días, la cifra de los 120 dólares por barril. Esta es la explicación corriente que está corriendo en el mundo financiero. Se agrega, como al pasar, que sube también el precio de los minerales (el oro alcanzará, pronto, el techo de mil dólares por onza troy). Como estamos acostumbrados a que los precios, porque sí, por sí solos, suben o bajan debido a razones que no podemos entender los simples mortales, no hacemos más preguntas.
Pues bien, si los minerales suben o bajan según los caprichos de algún demiurgo que maneja los hilos de las finanzas internacionales, no es raro que ocurra lo mismo con los cereales y otros alimentos. En este caso, se le añade el condimento de las malas cosechas, la mayor demanda, el mejoramiento en el estándar de vida internacional y la ensalada está preparada para que nos la comamos sin chistar. En este caso, como sabemos, aquella ensalada es de aire con aderezo de hambre.
Lo que nos ocultan
Pero la cosa no es tan simple cuando nos enteramos que, estos dos últimos años, las cosechas mundiales de todos los cereales y otros alimentos, han sido abundantes. Si se distribuyera adecuadamente, los casi 7 mil millones de habitantes del planeta comeríamos tres veces al día. Pero no es así. La FAO informa que en 2008, hay 100 millones de personas más en el mundo, que padecen de hambre extrema. Además explica que, para atender este aumento del hambre, a precios normales, requiere 1.600 millones de dólares y sólo tiene la mitad. Por si fuera poco, la elevación desmedida de los precios, exige implementar un fondo adicional de otros 700 millones de dólares.
Las preguntas surgen a borbotones. Si hay más granos ¿por qué subieron los precios? Si la cosecha es abundante ¿por qué hay más hambrientos? ¿Dónde está produciéndose más? ¿Dónde se oculta la abundancia?
Lo que sí sabemos es dónde radica el hambre, donde campea la miseria. Para decirlo en una frase: quienes compran son ricos y quienes vendemos somos pobres. ¿Algún dios maligno decretó esa desigualdad? O ¿será un desbalance necesario para que subsista la humanidad?
La locura financiera
En esa intrincada red de preguntas sin respuesta y de respuestas desalentadoras, podríamos convencernos de que “así nomás había sido”, como le gusta decir a algún bien o malintencionado analista. O, como dijera otro pensador: “puede que sí, puede que no, lo más seguro es quién sabe”.
Sin embargo, la información internacional que se va dibujando en análisis serios, nos lleva a la lógica insana del sistema. Las petroleras transnacionales (“las siete hermanas” como se las conoce) vieron reducidos sus ingresos en los últimos años. El nuevo orden energético creado por las potencias mundiales, se beneficia con el alza de los precios del petróleo. Exxon Mobil, BP, Chevron, Shell, por ejemplo subieron sus ganancias de 40 mil millones en 2002 a 120 mil en 2007.
Por supuesto, si las invasiones de Afganistán e Irak hubiesen dado el resultado esperado, las ganancias de tales empresas habrían subido sin aumentar el precio de los combustibles. Como ocurrió lo contrario y las transnacionales financiaron las desastrosas campañas en aquellos países, debieron recuperar sus “inversiones” forzando el alza en las bolsas de la especulación.
Ese aumento se intentó compensar presionando a los países empobrecidos, para que dedicasen su producción agrícola a los combustibles. ¿Por qué no hacerlo en las grandes extensiones de Norteamérica? ¡Quizá en el continente europeo! No, sería suicida. Los cálculos de los economistas establecen que, el producto agrícola de la mitad de los campos fértiles de toda Europa, alcanzaría para proveer de combustible al 2% del parque automotor de ese continente. Conclusión: convencer a los países empobrecidos a que siembren para tener más combustible. Así, los países capitalistas seguirían derrochando energéticos.
Pero la competencia, la implacable competencia, la absurda competencia desvirtúa los cálculos de los economistas. El precio de los productos agrícolas debe subir, porque así lo determina el mercado. Mejor dicho: así lo establecen los empresarios que manejan los nuevos combustibles, los llamados biocombustibles.
La reacción de los pueblos
Le atribuyen a María Antonieta, en la revuelta París de 1789 haber preguntado cuál era el motivo de la protesta del populacho. Cuando le contestaron que se trataba de la escasez de pan, habría respondido: Si no hay pan, que coman tortas.
Quizá, los señores de la soya, del arroz y del trigo, hayan olvidado que la reacción de la gente tarda pero, en definitiva, es la que construye el futuro.
Quienes protestan contra las medidas del gobierno, para asegurar el abastecimiento del pueblo, tendrán que aprender la lección, una vez más. Quienes reclaman por el recorte de sus jugosas ganancias, se enfrentan a una fuerza que no sospechan, siquiera. Debieran leer la historia y aprender sus enseñanzas.
- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
https://www.alainet.org/es/articulo/127304
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