Los discursos de poder

18/05/2008
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
“La pieza estaba sombría, no tanto porque estaba obscura: la iluminación era casi demasiado visible, pero ella no esclarecía”
Maurice Blanchot: Le Pas au delà


¿Qué son los discursos de poder? ¿Qué axiomática revelan? ¿Qué estrategias vinculan? ¿Qué prácticas históricas codifican? ¿Qué uso hacen de la razón, de la verdad, del conocimiento, de la historia, del presente y del pasado? Cuando nos enfrentamos a un discurso de poder, ¿qué posición moral, política o ideológica debemos asumir? ¿Cómo decodificarlos? ¿Cómo comprenderlos? ¿En qué campo ubicarlos: aquel de la ciencia o de la ideología? ¿Aquel de la comunicación o de la manipulación? Sobre todo cuando ese discurso de poder se enmascara desde la legitimidad de las ciencias, o de la moral ¿desde qué posición puede criticárselos de tal manera que a la vez no se deslegitime ni se haga un uso estratégico de la ciencia o de la ética?

Los discursos de poder son elaboraciones discursivas complejas en las cuales se mezclan dimensiones semióticas propias de todo discurso, con construcciones epistemológicas, marcos analíticos, aspectos normativos, propuestas regulatorias y de intervención, y que, además, poseen intenciones políticas específicamente determinadas, es decir, y, en rigor, son discursos que no buscan “comunicar”, ni transmitir ningún tipo de conocimiento o elaboración teórica nueva o reinterpretativa, tampoco se inscriben dentro de una “acción comunicativa”, sino que tienen más bien la intención explícita de manipular, convencer, disuadir, actuar estratégicamente sobre los otros y administrar de manera consciente y explícita los consensos y los disensos, en función de las coordenadas del poder.

Dentro de esos discursos existe una disposición de conceptos, de categorías, de usos de la retórica cuya finalidad real no está en lo que dicen sino en lo que callan, o a veces en la forma en cómo lo dicen, o en el contexto en el que sitúan lo que dicen. Más allá de toda verdad posible, su función es práctica y releva de la eficacia en el ejercicio del poder. Los criterios de verdad que los estructuran dependen de ese complejo entramado de relaciones de poder y de contrapoder que nacen en toda sociedad. Más allá de la verdad y más acá de la historia, son formas discursivas e ideológicas que se corresponden a una relación entre el orden del saber, de la verdad y del poder.

Los discursos de poder utilizan los mismos elementos de cualquier discurso pero su disposición conceptual está hecha de tal modo que quien los recibe sea susceptible de ser “direccionado”, convencido, disuadido, persuadido, cooptado, manipulado, neutralizado, bloqueado. Se inscriben en los claroscuros del significante, en los intersticios de la verdad, en las ambigüedades de la razón, en las suspicacias de la lógica. Juegan con las ambigüedades de las palabras, utilizan conceptos que relevan de la ciencia, se enmascaran de analítica y los articulan dentro de un marco conceptual estratégico: son un claroscuro de sombras en el espejo.

Aquello que hace que los discursos de poder tengan fuerza y legitimidad está justamente en esa disposición estratégica en la analítica de los conceptos que utilizan, porque en general se trata de conceptos o nociones con las cuales aparentemente no podemos estar en desacuerdo. ¿Quién podría en su sano juicio oponerse a que las necesidades de la producción respeten a la naturaleza que es el pedido inherente al discurso del desarrollo sustentable? ¿Quién podría sospechar o imaginar siquiera que los pedidos de protección a la naturaleza hechos desde el discurso del desarrollo sustentable puedan esconder una intencionalidad más profunda que sería justamente lo contrario de lo que se proclama?

Y en otros ámbitos: ¿quién puede oponerse a la modernización del Estado? ¿Cómo puede deconstruirse el discurso del déficit fiscal y de su relación con la inflación? ¿Quién puede sospechar que detrás del discurso de la estabilización macroeconómica se esconden las necesidades del poder financiero? ¿Quién puede oponerse al discurso de la pobreza tanto a su elaboración conceptual cuanto a sus propuestas de acción? ¿Quién puede pensar que en el discurso de la gobernabilidad pueda esconderse una intencionalidad más profunda y real que aquella específicamente enunciada en la teoría del buen gobierno? ¿Quién puede sospechar que la propuesta de las microfinanzas en realidad corresponden a las lógicas del gran capital? ¿Quién puede oponerse a los loables propósitos de los Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM), cuando en realidad son parte de la estrategia neoliberal? ¿No se trata acaso de un ejercicio de suspicacia en consideración a un determinado tipo de discurso? ¿No estamos exagerando las posibilidades de la hermenéutica al integrarla quizá de manera arbitraria a un campo de relaciones de poder?

Así, sospechar de estos discursos, podría aparecer como una exageración, o incluso como un acto de suspicacia gratuita ante discursos que han logrado una gran legitimidad social y cierto consenso social; pero hay algo en esas formas discursivas que llaman la atención y que tienen que ver justamente con esa eficacia, con ese uso instrumental que está más allá de toda consideración académica o analítica, porque si existe un campo de relaciones de poder, la cuestión es que sobre y desde ese campo se generan, discursos o prácticas discursivas que tienden a legitimarlo, que tienden a ser funcionales a ese poder, que tienden a convertirse en recurso de ese poder.

Alguna vez el filósofo francés Michel Foucault hacía un reconocimiento que es muy revelador de su análisis del poder: “Mientras más me adentro en mi investigación, más convencido estoy de que la formación de los discursos y la genealogía del saber deben ser analizadas no a partir de tipos de conciencia, modalidades de percepción o formas ideológicas, sino más bien como tácticas y estrategias del poder”.[1]

Los discursos entonces relevan de prácticas históricas concretas que albergan a su interior un campo de relaciones de fuerza y de resistencia. Si la historia está transida de esa tensión conflictual del poder, entonces, esos discursos que operan y se generan desde el poder y que le son altamente funcionales pueden ser también comprendidos como verdaderos “discursos de poder”.

Entiendo por discursos de poder aquella disposición de tipo estratégico de conceptos, categorías, e incluso axiomas, que pueden nacer desde diferentes campos del conocimiento o de las prácticas humanas, pero cuya disposición estratégica los convierte en instrumentos de una finalidad determinada dentro de un campo de relaciones de poder y de contrapoder. Los discursos de poder nacen vinculados a prácticas sociales concretas, y se forman, estructuran y se extienden desde un marco institucional determinado. Los discursos de poder son formulaciones teóricas elaboradas, pensadas, concebidas y estructuradas previamente. No son discursos espontáneos. No son parte de una retórica producida en común, aunque puede ser que después se conviertan en parte de la retórica social, pero en su elaboración, en su formulación participan de una práctica compleja que está muy vinculada con las relaciones existentes entre el saber (o el conocer) y el poder. Tal como lo escribía Michel Foucault: “no es la sistematicidad de un discurso lo que prueba su verdad, sino, al contrario, su posibilidad de disociarse, de reutilizarse, de reimplantarse en otras partes”,[2] tal es el criterio de verdad que sustenta a estos discursos de poder.

En esas formas discursivas en las que se inscriben los discursos de poder, se sitúan una vasta producción de tipo teórico que tiene claras intencionalidades políticas. Por ejemplo, pueden ser comprendidas allí, todas las elaboraciones teóricas, analíticas y normativas hechas desde la noción de “gobernabilidad”, o aquellas hechas desde las nociones del “estabilización macroeconómica”, o el discurso de la “globalización” con sus correlatos de la “competitividad”, el “aperturismo”; o aquellas hechas desde la noción de “pobreza”, o el discurso que trabaja con la noción de “participación ciudadana”, o aquel que utiliza la figura de la “modernización del Estado”, como eje estratégico para su desmantelamiento, o, el discurso de la “lucha en contra de la corrupción”, o aquellas elaboradas desde el “desarrollo sustentable”, o el discurso de la seguridad alimentaria; o, para estar más a tono con los tiempos presentes, el discurso de la lucha contra el terrorismo .

La panoplia de nociones que se integran desde un discurso de poder es extensa y compleja. Allí trabajan los think tanks del poder. Desde allí se generan nociones de sentido bajo las cuales se estructurarán los debates, las discusiones, las posibilidades teóricas, las consecuencias normativas, los acuerdos internacionales, los encuentros del G-8, las conclusiones del Foro de Davos, etc.

Los discursos de poder han logrado consolidar en su interior aquello que para las ciencias sociales siempre ha parecido una utopía, y es la interdisciplinaridad. Porque los discursos de poder son elaboraciones complejas, que recurren a la validación de diferentes campos epistemológicos, que estructuran en su interior puntos de convergencia desde diversos campos analíticos, que se formulan desde los requerimientos del poder, pero que se forman, se consolidan, se estructuran, se diseminan, se propagan, y extienden desde las universidades de los países más ricos, y los institutos de investigación al estilo de la Rand Corporation, o la Freedom House, el Cato Institute, entre otros.

Fue la universidad norteamericana de Harvard quien diseñó las estrategias de transición al capitalismo en la Rusia pos-soviética. Milton Friedman, fundamentó la contrarrevolución monetarista al interior del claustro universitario de Chicago, y de esta universidad provendrían la mayoría de economistas neoliberales que asegurarían la transición al neoliberalismo y la privatización del Estado a nivel mundial. Las universidades fueron fundamentales para otorgar una cobertura de legitimidad al discurso de poder del neoliberalismo. Las propuestas del neoliberalismo aparecían como propuestas “científicas” y, por tanto, necesarias ante la crisis. Nunca fueron visualizadas como recursos estratégicos del nuevo poder financiero mundial que buscaba la forma de disputarle al Estado la regulación de las sociedades y el control de los recursos.

Los discursos de poder, se sitúan en la ubicua y ambigua frontera de la ciencia y de la ideología. Apelan las más de veces a un positivismo producto de la Ilustración pero que cumple un rol ideológico fundamental al otorgarlos cierta legitimidad científica que los separa de toda responsabilidad ética (“La Economía Positiva es, en principio, independiente de cualquier posición ética o cualesquiera juicios normativos”, escribe Milton Friedman).

Revestidos de cifras, de datos, de hipótesis con supuesto valor heurístico, y de una metodología que proviene justamente de la ciencia, las más de veces se consolidan con la pretensión de ser asumidos socialmente como discursos científicos y desde allí generan, estructuran y direccionan todo un campo de nociones de sentido que están sometidos a los requerimientos políticos del poder. Su ámbito natural son las ciencias sociales, aunque no dudan en apelar a las ciencias fácticas y naturales, cuando le es necesario en su sustentación teórica y analítica.

Sus cajas de resonancia son un complejo entramado institucional en el que tienen una gran importancia las multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial, BIS, etc.), los organismos de la cooperación al desarrollo (GTZ alemana, COSUDE, USAID, etc.), las instituciones de las Naciones Unidas (PNUD, FAO, OMS, etc.), institutos privados y públicos de investigación, universidades, etc. De estas instituciones nacen y se despliegan una serie de marcos conceptuales que conformarán estos discursos de poder, como por ejemplo, las metodologías de los marcos lógicos y los planes estratégicos (conceptualizados por la cooperación alemana para el desarrollo), los conceptos de “etnodesarrollo” (desarrollados por el Banco Mundial y el BID), los conceptos de género, pobreza, crecimiento económico, etc.

Es fundamental empezar un proceso de deconstrucción de estos discursos, sobre todo en los ámbitos de la economía, la política, la sociología, la antropología, la comunicación, el arte. Es necesario desmontar esos discursos del “dólar diario” para explicar la pobreza, de las microfinanzas para superar las trampas de la explotación capitalista, de la globalización, la competitividad, la participación ciudadana, etc. Es necesario comprender a esos discursos y toda la parafernalia metodológica que han creado (desde los “árboles de problemas” de los marcos lógicos, hasta las nociones de gobernanza de los recursos naturales, entre aquellos que ahora están de moda), como discursos de poder. Las luchas y resistencias de los movimientos sociales, tienen también que atravesar esos territorios de los conceptos, los discursos y las retóricas que han justificado, legitimado y permitido la imposición de la barbarie neoliberal.

Notas

[1] Foucault, Michel, Dits et Ecrits, Vol. III, pp. 39, Gallimard, París, 1998.

[2] Foucault, Michel, op. cit. pp. 78

- Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.
https://www.alainet.org/es/articulo/127541
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS