Soborno y corrupción
Los sucios manejos de la CIA
22/05/2008
- Opinión
La Paz
De pronto, después de 25 años, sentí que me cruzaba una vez más con ese engendro llamado Central Intelligence Agency (CIA). Lo tenía todos los días sobre mí y mí familia, sobre mis amigos y mis compañeros. Estábamos en Nicaragua, aquella sandinista de los años ’80, cuando los jóvenes iban a combatir a los mercenarios pagados por la CIA bajo la dirección del entonces embajador estadounidense en Honduras, Negroponte.
Cuarto siglo después están aquí, en Bolivia. Están allá, en la isla que hemos amado desde aquel ’59 de Santa Clara y La Cabaña, donde los monstruos batistianos pagaron sus crímenes. Aquí, en nuestra patria, incitando a la revuelta, pagando bandas de delincuentes para llevarlos de una ciudad a otra, dizque para garantizar elecciones, en realidad para golpear y si es preciso matar con tal de cumplir las tareas que les asignan quienes pagan; y ya sabemos que es la CIA.
Allá, en Cuba, un grupo de señoras que se llaman “Damas de Blanco” (¿recuerdan los “pañuelos blancos”?) se delatan entre sí porque los dineros que les llega, a través de la Oficina de Intereses de EE.UU. en Cuba (SINA, como es más conocida), en realidad se quedan en algunos bolsillos. ¡Qué baratos son los títeres! 200 o 300 dólares bastan para comprar lealtades que se mantienen con la esperanza de que, algún día, desembarquen en Miami, donde la droga, el juego y el tráfico, les harán ricos de la noche a la mañana.
El trasiego de dólares
Aquí, en Bolivia, es fácil. Después de todo, tienen mil alternativas. Y ¡cómo no! Si hasta proyectiles se atreven a traer con una gringuita con cara de boba. El mensaje de Goldberg y del Departamento de Estado, fue muy claro: “traemos, a Bolivia, lo que se nos da la gana. No vamos a ruborizarnos”. Bancos, viajeros, valijas diplomáticas y turísticas; todo vale.
En la perla del Caribe, la cosa es más compleja. Les queda sólo la valija de la SINA. El dinero lo reparte esa oficina. Pero no vayan a creerse que lo hace cualquier funcionario. No, no. Es el mismísimo jefe de la oficina, Michael Parmly, quien se ocupa de la repartija. Seguramente, al comienzo (hace casi cincuenta años) se encargaban muchos. Pero los dólares son el dinero más corruptor que se imprime en este mundo. Es posible que muchos funcionarios yanquis hayan compartido (de buenas o malas) los sobornos de los saboteadores de turno.
Ahora son las “Damas de Blanco” que, al parecer, se manchan entre ellas. Así, al menos, lo dice Martha Beatriz Roque Cabello (¡qué nombrecitos se gastan las señoronas!) quien denuncia que fulanita y zutano ocultan lo que reciben y no les hacen llegar a los otros. Es claro que, estos son los que ya se desengañaron y saben que no irán a Miami. Es que allí se juntaron tantos traficantes que los Bush y los McCain tienen que ir a pedirles su voto o, más bien dicho, la influencia que tienen sobre la votación de ese distrito.
Es que los dólares corrompieron a los batistianos. Estos compraron a los desertores. Les tocó el turno a los prófugos y luego a los marielitos y después a los balseros. Y como no había más, comenzaron a copiar a la mafia: compraron lealtades de “sherifes”, alcaldes, jueces, representantes, y hasta algún gobernador y uno que otro senador. Parece absurdo, pero, con los mismos dólares corruptores, quedaron comprados los que dieron los billetes al principio. La historia tiene ironías.
Corrupción y desvergüenza
Por supuesto que nadie puede ser corrupto, si tiene vergüenza. Bueno, si la tuvo en algún momento, se le quitará con rapidez. Los corruptos tienen cara de palo. Aquí los conocemos y nos vemos todos los días con ellos. Uno llegó a decirme que no le temía a ninguna investigación, porque él no tenía nada. Cuando le pregunté por su declaración de bienes que decía otra cosa, me contestó que era lo que había ganado con su trabajo como consultor internacional. ¡Qué tal, metal!, como diría mi amigo Papirri.
Por supuesto que, el Departamento de Estado norteamericano, la CIA, el FBI, los fiscales, jueces y cuanto funcionario anda metido en este trajín, han perfeccionado la desvergüenza.
Como no pueden dejar de juzgar a uno que otro delincuente de entre los gusanos que se adueñaron de Miami, buscan la forma de darle la pena mínima. Para justificarlo, no encontraron ninguna actitud honesta. Entonces, simplemente, la inventaron. Este delincuente, Santiago Álvarez Fernández-Magriñá, que enviaba dinero para las doñas Roque Cabello y compañía, recaudando de sus consocios del bajo mundo, fue presentado como benefactor que pagaba sus culpas ayudando a las familias cubanas que sufrían la persecución del tiránico régimen.
Es decir, esos pagos corruptores, por obra y gracia de la estimable señora Condoleza Rice (o de su oficina, que al final es lo mismo) en una conducta caritativa digna de una rebaja de la pena que debía imponerle la también corrupta justicia norteamericana.
¿Cómo se comprobó este trasiego? Desde Washington llamaron a doña Martha Beatriz, pidiéndole una carta en la que constara la bondadosa actitud de Santiaguito Álvarez. “Si no puedes hacerlo, no importa”, insistía la voz, con tono amenazador. ¿Qué podía hacer Betty (así deben llamarla sus compinches de Miami), si los 300 que recibe todos los meses amenazaban desvanecerse? Hizo la carta y la envió por Internet. Para más complicación, lo hizo desde una legación diplomática a la que también tiene acceso, una es la de Eslovaquia y la otra es la Checa. ¡Qué bajo cayeron desde que dividieron Checoslovaquia! Pero son ellos, quienes cargarán con su culpa.
La muerte del ganso
Hablar de la muerte del cisne, es poético y musical. Los gansos del Capitolio huelen a podredumbre. De modo que la muerte del ganso, es maloliente. Y las trapacerías que provienen de allí siempre tendrán un tufo inconfundible. Aquí en Bolivia, allá en Cuba, como lo fue en Nicaragua, como lo hicieron también en el Chile de Allende que no termina de transitar las grandes avenidas.
¿Morirá el ganso? Sólo entonces se acabarán las Damas de Blanco de la isla y de esta tierra sin mar. Mientras tanto, tendremos que seguir luchando contra la corrupción que viene en forma de dólares.
- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
De pronto, después de 25 años, sentí que me cruzaba una vez más con ese engendro llamado Central Intelligence Agency (CIA). Lo tenía todos los días sobre mí y mí familia, sobre mis amigos y mis compañeros. Estábamos en Nicaragua, aquella sandinista de los años ’80, cuando los jóvenes iban a combatir a los mercenarios pagados por la CIA bajo la dirección del entonces embajador estadounidense en Honduras, Negroponte.
Cuarto siglo después están aquí, en Bolivia. Están allá, en la isla que hemos amado desde aquel ’59 de Santa Clara y La Cabaña, donde los monstruos batistianos pagaron sus crímenes. Aquí, en nuestra patria, incitando a la revuelta, pagando bandas de delincuentes para llevarlos de una ciudad a otra, dizque para garantizar elecciones, en realidad para golpear y si es preciso matar con tal de cumplir las tareas que les asignan quienes pagan; y ya sabemos que es la CIA.
Allá, en Cuba, un grupo de señoras que se llaman “Damas de Blanco” (¿recuerdan los “pañuelos blancos”?) se delatan entre sí porque los dineros que les llega, a través de la Oficina de Intereses de EE.UU. en Cuba (SINA, como es más conocida), en realidad se quedan en algunos bolsillos. ¡Qué baratos son los títeres! 200 o 300 dólares bastan para comprar lealtades que se mantienen con la esperanza de que, algún día, desembarquen en Miami, donde la droga, el juego y el tráfico, les harán ricos de la noche a la mañana.
El trasiego de dólares
Aquí, en Bolivia, es fácil. Después de todo, tienen mil alternativas. Y ¡cómo no! Si hasta proyectiles se atreven a traer con una gringuita con cara de boba. El mensaje de Goldberg y del Departamento de Estado, fue muy claro: “traemos, a Bolivia, lo que se nos da la gana. No vamos a ruborizarnos”. Bancos, viajeros, valijas diplomáticas y turísticas; todo vale.
En la perla del Caribe, la cosa es más compleja. Les queda sólo la valija de la SINA. El dinero lo reparte esa oficina. Pero no vayan a creerse que lo hace cualquier funcionario. No, no. Es el mismísimo jefe de la oficina, Michael Parmly, quien se ocupa de la repartija. Seguramente, al comienzo (hace casi cincuenta años) se encargaban muchos. Pero los dólares son el dinero más corruptor que se imprime en este mundo. Es posible que muchos funcionarios yanquis hayan compartido (de buenas o malas) los sobornos de los saboteadores de turno.
Ahora son las “Damas de Blanco” que, al parecer, se manchan entre ellas. Así, al menos, lo dice Martha Beatriz Roque Cabello (¡qué nombrecitos se gastan las señoronas!) quien denuncia que fulanita y zutano ocultan lo que reciben y no les hacen llegar a los otros. Es claro que, estos son los que ya se desengañaron y saben que no irán a Miami. Es que allí se juntaron tantos traficantes que los Bush y los McCain tienen que ir a pedirles su voto o, más bien dicho, la influencia que tienen sobre la votación de ese distrito.
Es que los dólares corrompieron a los batistianos. Estos compraron a los desertores. Les tocó el turno a los prófugos y luego a los marielitos y después a los balseros. Y como no había más, comenzaron a copiar a la mafia: compraron lealtades de “sherifes”, alcaldes, jueces, representantes, y hasta algún gobernador y uno que otro senador. Parece absurdo, pero, con los mismos dólares corruptores, quedaron comprados los que dieron los billetes al principio. La historia tiene ironías.
Corrupción y desvergüenza
Por supuesto que nadie puede ser corrupto, si tiene vergüenza. Bueno, si la tuvo en algún momento, se le quitará con rapidez. Los corruptos tienen cara de palo. Aquí los conocemos y nos vemos todos los días con ellos. Uno llegó a decirme que no le temía a ninguna investigación, porque él no tenía nada. Cuando le pregunté por su declaración de bienes que decía otra cosa, me contestó que era lo que había ganado con su trabajo como consultor internacional. ¡Qué tal, metal!, como diría mi amigo Papirri.
Por supuesto que, el Departamento de Estado norteamericano, la CIA, el FBI, los fiscales, jueces y cuanto funcionario anda metido en este trajín, han perfeccionado la desvergüenza.
Como no pueden dejar de juzgar a uno que otro delincuente de entre los gusanos que se adueñaron de Miami, buscan la forma de darle la pena mínima. Para justificarlo, no encontraron ninguna actitud honesta. Entonces, simplemente, la inventaron. Este delincuente, Santiago Álvarez Fernández-Magriñá, que enviaba dinero para las doñas Roque Cabello y compañía, recaudando de sus consocios del bajo mundo, fue presentado como benefactor que pagaba sus culpas ayudando a las familias cubanas que sufrían la persecución del tiránico régimen.
Es decir, esos pagos corruptores, por obra y gracia de la estimable señora Condoleza Rice (o de su oficina, que al final es lo mismo) en una conducta caritativa digna de una rebaja de la pena que debía imponerle la también corrupta justicia norteamericana.
¿Cómo se comprobó este trasiego? Desde Washington llamaron a doña Martha Beatriz, pidiéndole una carta en la que constara la bondadosa actitud de Santiaguito Álvarez. “Si no puedes hacerlo, no importa”, insistía la voz, con tono amenazador. ¿Qué podía hacer Betty (así deben llamarla sus compinches de Miami), si los 300 que recibe todos los meses amenazaban desvanecerse? Hizo la carta y la envió por Internet. Para más complicación, lo hizo desde una legación diplomática a la que también tiene acceso, una es la de Eslovaquia y la otra es la Checa. ¡Qué bajo cayeron desde que dividieron Checoslovaquia! Pero son ellos, quienes cargarán con su culpa.
La muerte del ganso
Hablar de la muerte del cisne, es poético y musical. Los gansos del Capitolio huelen a podredumbre. De modo que la muerte del ganso, es maloliente. Y las trapacerías que provienen de allí siempre tendrán un tufo inconfundible. Aquí en Bolivia, allá en Cuba, como lo fue en Nicaragua, como lo hicieron también en el Chile de Allende que no termina de transitar las grandes avenidas.
¿Morirá el ganso? Sólo entonces se acabarán las Damas de Blanco de la isla y de esta tierra sin mar. Mientras tanto, tendremos que seguir luchando contra la corrupción que viene en forma de dólares.
- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
https://www.alainet.org/es/articulo/127655?language=en
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