El Espíritu llega antes que el misionero
- Opinión
Uno de los efectos del proceso de mundialización —que va mucho más allá de su expresión económico-financiera— es el encuentro con todo tipo de tradiciones espirituales y religiosas. Se ha instaurado un verdadero mercado de bienes simbólicos en el cual los distintos caminos, doctrinas, ceremoniales, ritos y esoterismos se ofrecen para atender la demanda de un número creciente de personas, generalmente cansadas del exceso de materialismo, racionalismo, consumismo y superficialismo de nuestra cultura convencional.
Por detrás de este fenómeno hay una búsqueda humana que pide ser entendida y también atendida. Lo espiritual y lo místico, en contraposición a las predicciones de los «maestros de la sospecha», como Marx, Freud y Nietzsche, están volviendo con renovado vigor. Revelan una dimensión olvidada de lo humano, que es vista por los modernos más como expresión de patología que de salud. Pero hoy, entre los estudiosos de las ciencias de la religión, está recuperando su ciudadanía. Tiene su asiento en la razón sensible y cordial que no sustituye sino que completa la razón científico-calculatoria. En ella se elaboran los grandes sueños y surgen las estrellas-guía que dan rumbo a nuestra vida. La religión desvela al ser humano como proyecto infinito y le brinda el objeto adecuado que lo hace descansar: el Infinito.
Los cristianos tienen especial dificultad en el diálogo con otras las religiones. Sostienen la creencia de que son portadores de una revelación única y de un Salvador universal, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. En algunos, esta creencia gana foros de fundamentalismo, diciendo sin rodeos que fuera del cristianismo no hay salvación, repitiendo una versión de talante medieval. Otros, a partir de la propia Biblia y de una reflexión teológica más profunda, sostienen que todos los seres humanos, también el cosmos, están permanentemente bajo el arco-iris de la gracia de Dios. Para los once primeros capítulos del Génesis, en los cuales aún no se habla de Israel como «pueblo elegido», todos los pueblos de la Tierra son pueblos de Dios. Eso continúa siendo válido hasta el momento presente.
Además, dicen las Escrituras que el Espíritu llena la faz de la Tierra, entra la historia, anima a las personas a practicar el bien, a vivir en la verdad y a realizar la justicia y el amor. El Espíritu llega antes que el misionero. Éste, antes de anunciar su mensaje, necesita reconocer las obras que este Espíritu hace en el mundo y continuarlas.
Cristo no puede ser reducido al espacio palestino. Al asumir al hombre Jesús de Nazaret, el Hijo se insertó en el proceso de la evolución, tocó la realidad humana y alcanzó una dimensión cósmica. Fueron el teólogo franciscano Duns Scoto en la Edad Media y Teilhard de Chardin en los tiempos modernos quienes señalaron que el Hijo está presente en la materia y en las energías originarias y que fue densificando su presencia en la medida en que se iba realizando la complejidad y crecía la conciencia hasta irrumpir en la forma de Jesús de Nazaret. Esta individuación no disminuyó su carácter divino y cósmico, de forma que puede irrumpir, bajo otros nombres y bajo otras figuras que revelan en sus vidas y obras la cercanía del misterio de Dios. Para evitar cierta «cristianización» del tema, podemos hablar, como lo hacen grandes tradiciones, de la Sabiduría/Sofia. Ella está presente en la creación, en la vida de los pueblos, y especialmente en las lecciones de los maestros y sabios. O se usa también la categoría Logos, o Verbo, que revela el momento de inteligibilidad y ordenación del universo. No es una Energía impersonal sino que revela suma subjetividad y suprema conciencia.
Estas visiones anclan nuestra vida en un sentido bueno que nos permite soportar los avatares de esta difícil existencia.
- Leonardo Boff es teólogo.
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